Por Humberto Frontado
Vivir cuantioso vale la pena,
solo si no vamos a ser
devorados
por alguna presumida enfermedad
antes de morir de viejos.
Vivir temiendo a la
depredadora muerte
es lo mismo que morir asustados
de resucitar en algo maligno.
Vejez es el reflejo absoluto
de la forma en que la rancia
evolución
optimizó nuestra forma de
vivir:
aptitud de cada espécimen.
Como agradadas nubes
nos llenamos de suculenta energía
para enfrentar a los nietos.
Bastará verlos con sus
sonrisas
para desinflarnos e irnos a
tierra,
todo desconchuflados.
Desajustar nuestro usual
horario
es buscar el desequilibrio en
el actuar,
es hacernos caer en modo pausa.
Nos ha
de ayudar a ajustar
el ritmo del envejecimiento,
basta quitar algo de presión
al pie del acelerador.
Queriendo romper
paradigmas científicos
evolutivos,
nos topamos con una pared
llena de ladrillos de
dolores articulares;
conforman el día a día
a medida que gateamos por la
casa.
Las artralgias de la vida
nos inflaman la diaria voluntad
hasta hacernos caer cimbrados
en el apacible camastro.
En ese escabroso tramo
contradictorio
todo se alarga: los
recuerdos
y atrevimientos,
la piel que nos envuelve,
las orejas y nariz,
más otros accesorios.
Ya viejos vamos entrando
al silente templo, ataviados
en un ritual senescente;
nos atrapa un pausado aire pegajoso
que ataja nuestro andar.
Cada vez se hace más
viscoso.
Resistir el erosivo evento
con artrosiada rodilla en
tierra
es lo que nos resta.
Esperar metidos en la trinchera
será la incipiente tumba
de donde no podremos salir.
Conscientes de nuestra vejez
nos queda mover rítmico el
canalete,
hemos de llegar al muelle;
es posible que nadie nos
espere
de ese cansado arribo.
16-11-2024
Corrector de estilo:
Elizabeth Sánchez.
Hermano para viejos vamos todos, arrastrando algunos males que nos hacen más difícil, el tránsito por la vida.
ResponderEliminarPero ver a los hijos y nietos hermosos , nos da energía para continuar el camino.