lunes, 31 de agosto de 2020

ICARO

Por: Humberto Frontado

 



Ícaro

 eres el emperador

de los mártires,

dios de las alturas.

Veo que cruzas

universales estelas

cual cometa

dejando atrás

una laberíntica cola

de derretida cera.

 

 

Las plumas metálicas

que bordan

tus sobrenaturales alas,

ahora van más allá

de donde antiguamente

pensabas llegar,

eres águila sideral

sicalíptica.

 

17 de junio de 1980

LUNA

Por: Humberto Frontado

 


Vuelvo a ver

que por tus mejillas

 ardientes

corre un rio

de magmoso

de cristalinas lágrimas

heladas,

que van dejando vestigio

amargo

de una radiante desesperación;

y que a sus pasos

se van confundiendo

con las cálidas gotas

de sudor

que duchan

tu resplandeciente rostro.

 

Me pregunto

si lloras

por lo de siempre;

me pregunto

si estás cansado

por lo de siempre;

 es que acaso

no te das cuenta,

de que, aunque la esperes,

aunque la persigas,

nunca será tuya… sol.


 Venezuela, Cabimas, 1973

domingo, 30 de agosto de 2020

MIEDOS REPRINIÑOS

Por Humberto Frontado


          Entre las dos y tres de la mañana se despertó abriendo lentamente los ojos ante la omnipresente oscuridad de aquel pequeño cuarto. No quería ver hacia los lados, se concentró en ver solamente el lóbrego techo. Una sutil ráfaga de viento movió cadenciosamente la frágil cortina de la ventana, rompiendo la adherencia que tenía con la azotea. De reojo vió que se camuflaba con el estampado vegetal de la tela el rostro amenazador de alguien. Se descobijo rápidamente y en zancadas caminó despavorido hacia el cuarto de sus padres, tocó suave la puerta y susurró entre sollozos.

          -  ¡mama!... ¡mama! ......!maamaaaa!

Al tercer llamado le respondió una vos quejumbrosa.

- ¿Qué pasó?

- ¡mama! ...un hombre encapuchado se asomó por la ventana -   Contestó gimiendo el asustado niño, casi llorando.

          La mujer con poca paciencia le exclamó molesta desde su cama con un grito retocado.

          -    ¡Que encapuchado del carajo! ...vaya a acostarse … y deje de hacer bulla que va a despertar a su hermanita.

         El párvulo quedó desamparado frente a la puerta agachado con la cabecita metida entre sus rodillas, gimiendo y haciendo un descomunal esfuerzo para no reventar en llanto. Se quedó dormido todo lleno de moco hasta que un ser de acolchadas alas lo tomó entre sus brazos y lo llevó volando fuera del cuarto por un momento, viajando por encima de los techos de las casas vecinas, hasta que retornaron al catre de lona en un plácido camarizaje donde lo cobijó y con un tierno beso lo dejó dormitando profundamente.

          Esa era la tercera vez en la semana que el necio muchacho se despertaba a media noche por lo mismo. Para ese momento contaba con seis años y estaba viviendo, como lo diría más tarde, sus peores días de su vida, mejor dicho, de sus noches. Tampoco era placentero para su madre que vivía trasnochada atendiendo de amamantar a su recién nacida hija. En ese sentido había que compadecer a la abnegada madre, ya que no tenía mucho tiempo para dedicarle atención precisa a los otros tres hijos.

          Esa fue la época más escabrosa para la pequeña vida de aquel muchacho. Empezaba a entender y hallarle sentido a las cosas, para bien o para mal, la cuestión es que su mente se disparaba violentamente a visualizar cosas que a veces sobrepasaba la línea de lo que debería ver.

          La mochila de sus temores estaba llena, además de “El Coco”, “El viejo del saco”, “La circunspecta policía”, tenía otros más de moda en aquellos tiempos según se le ocurriera inventar a la persona que cuidara a los mocosos. Era la forma de mantener el control para que se quedaran quietos y portaran a la altura. “Cómetelo todo o vendrá el Viejo del Saco”. Era normal escuchar de labios de las madres esta heredada expresión; además, no era difícil para los padres hacer creer a los niños en “El viejo del Saco”, ya que era común en cualquier pueblo encontrar un forastero pidiendo entre los vecinos y metiendo en un saco las cosas que le regalaban. 

          Apareció por obra y gracia algo curioso en él, pisó los mismos predios masoquistas que trillan los adultos cuando cuentan historias escalofriantes de misterio. En vez de hacerse el loco y apartarse del relato, se sentía atraído para escucharlos con detenimiento sin importarle las consecuencias aterradoras que viviría más tarde. La madre y los tíos eran expertos en cuentos de personajes míticos, encabezados por La Llorona y seguidos por un ancho cortejo de fantasmas, seretones, chiriguas, chinamos, palanquines y pare de contar. Los hermanos mayores que quedaban al cuido de los revoltosos bellacos se aprovechaban de la presencia de esos oscuros personajes para meterlos en extrema obediencia.

          Esa época fatídica desbordada de personajes maquiavélicos, coincidió con un acontecimiento que estremeció a la Costa Oriental del Lago. Un clan de malhechores hizo de las suyas desde Ciudad Ojeda, pasando por Lagunillas hasta Bachaquero, sembrando el terror asaltando y violando a la gente. Se corrió el rumor que por maldad habían violado a un hombre con una botella de cerveza, aquello fue la gota que desbordó el vaso.

           La gente comentaba el hecho a cualquier hora agregándole más detalles de lo debido para más suspenso. Panorama sacaba la información en primera y última página, haciendo incrementar su rating en esos días. Fue todo un tormento para los chicos que despertaban a media noche y veían a esos tipos asomarse por la ventana, esconderse debajo de la cama o detrás del escaparate, meterse entre la ropa colgada.

           Al ir a dormir no había problemas porque se escudaba en la presencia de sus otros hermanos. Los episodios más críticos eran cuando despertaba en medio de una pesadilla todo agitado y sudado, que parecía que todavía se mantenía inmerso en ella. En la mañana se levantaba y a veces no recordaba nada.

           La alergia al polvo, al humo o cualquier olor fuerte era su enemigo acérrimo, ya se le tapaba la nariz al punto de no poder respirar, despertándose casi ahogado intermitentemente durante la noche, o le impedía conciliar el sueño desde temprano, cosa que aprovechaba para pelear con los extraños visitantes.

            Para los padres era normal ver que sus hijos pasaran por estos episodios de miedos nocturnos, creían que eso los maduraba y enseñaba a convivir con el miedo para saberlo manejar. Preguntar o preocuparse por los efectos colaterales que pudieran suscitarse era cosa banal. Muchas veces sin medir las consecuencias, además de restarle importancia al asunto, ridiculizaban al niño ante sus compañeros para que así aprendieran a comportarse y superaran el trauma, cosa que no funcionaba con todos. Los obligaban a ser valientes, machos con esa técnica, el tiempo los moldeó y sirvió para superar gradualmente sus ansiedades.

         Los relatos de los Chinamos fijaron en la mente del párvulo el hecho de que no se debe dejar los pies fuera de la cama. Si lo hiciere inmediatamente en su cerebro se disparaba el mensaje y como un resorte introducía los pies en los límites respetados. Según un relato de la Isla de Coche los chinamos son almas en pena de criaturas desobedientes que han sido devorados por el viejo del saco, quien aprovechaba el descuido del niño que no se dormía para halarlo por los pies y arrastrarlo a la inmensa oscuridad debajo de la cama y devorarlo.

         Tiempo después, ya detenida la banda de los encapuchados y más calmo el niño acompañó a su padre en un viaje hacia la Isla de Coche. Salieron desde Lagunillas haciendo varias paradas en las bombas de gasolina y en Valencia para comprar un saco de naranjas. Se dió la tarde en la zona litoral de estado Anzoátegui. El paisaje era hermoso se veían las montañas y el mar reflejando el bello ocaso del sol. Bastó que el chofer del transporte comentara a los presentes con lujo de detalles del accidente que había ocurrido días atrás en esa misma zona, en la que una familia se había precipitado barranco abajo hasta caer en el mar. Murieron los padres con sus tres hijos. Escuchó con tanta atención aquel drama que aún después muchos años no podía desprenderse de aquella desgarradora escena.

           Todas las noches vivía la horrible pesadilla de despeñarse con su familia por el acantilado hasta caer al mar. Se veía a sí mismo como un chiquillo con superfuerza que los ayudaba, agarrando uno a uno y trepándolos en sacos de naranja, tablas, etc. Se despertaba todo mojado, agitado. Muchas veces vivió el miedo al momento de ir a dormir pensando en que iba a caer nuevamente en la pesadilla repetitiva, la recordaba casi al detalle, solo cambiaba alguna cosa en el desarrollo de la macabra escena. Acostumbrado a este repetitivo proceso onírico y producto de su madurez, ya tenía casi siete años, supo sobrellevar mejor las visitas de los encapuchados y las chiriguas.

          Hoy ya contamos con información positiva sobre cómo atender en los niños estas fobias, que pueden llegar a interferir significativamente en sus actividades diarias. Cualquier niño podría llegar a sentirse tan aterrorizado por las noticias de sucesos diarios sobre muertes y violaciones que llegaría al extremo de pedir asilo permanente en la cama de sus padres. 

           El “Coco” aún sigue siendo celebrado como canción de cuna, sobre todo para las nanas cuidadoras:

I

Duérmete niño

que viene el Coco

y se come a los niños

que duermen poco.

II

Duérmete niño

que viene el Coco

y se lleva a los niños

que duermen poco.

III

Duérmete niño

duérmete ya

porque a los niños que duermen poco

viene el Coco

y se los llevará.

IV

Arrorró, mi niño duerme,

arrorró, que viene el Coco,

y se lleva enseguidita

al niño que duerme poco”.

(Versos tomados de: Cocos y asustaniños masculinos en la mitología manchega”, Marcel Félix de San Andrés, 2017).


Venezuela, Cabimas, 28-08-2020.

domingo, 23 de agosto de 2020

UN LOCO DEMASIADO CUERDO

Por Humberto Frontado


          Muy temprano en la mañana se paseaba por la calle principal de Lagunillas un hombre moreno de mediana estatura, vestido de paltó, camisa de cuadros con corbata, con un maletín de cuero repleto de grandes ilusiones y cosas que hacer. Se eximió ese día de usar sus relucientes e inseparables casco y zapatos de seguridad. La gente que atendía los puestos comerciales cordialmente saludaban a su paso a aquel simpático y educado hombre.

         Ese día había decidido trasladarse a la ciudad de Cabimas.           Desde la esquina de la bomba de gasolina Shell vió la parada del autobús de Cabimas, al lado la parada de los carros porpuestos de Lagunillas – Cabimas. Se acercó cauteloso y subió a la unidad autobusera.

         El enchaquetado personaje había estado más temprano en las oficinas de la Compañía Shell, donde unos amigos que trabajan en Ingeniería de Perforación le habían encomendado ir a buscar una información en Cabimas.

          Montado en el autobús notó que los pasajeros que estaban en el interior lo veían con recelo, era raro ver subir al bus a alguien de flux y corbata, generalmente con esa pinta tomaban un carrito porpuestos.

          Buscó conversación con el señor que llevaba al lado, a éste no le quedó otra opción que escucharlo ya que lo estaba bombardeando con una retahíla de cosas. Compartió el entusiasmo y la alegría que tenía en ese momento, debido a que sus amigos en Shell le habían suministrado una importante información y le habían encomendado una misión. No perdió tiempo en explicarle al compañero de viaje sobre el gran proyecto que estaba ejecutando en pro de la industria petrolera, le dió algunos detalles que el extraño no entendió ni papa, solo movía la cabeza de arriba abajo emitiendo un constante e intermitente “! ummmhu!...”, el pasajero se sintió aliviado cuando se vió cerca de su parada y abruptamente mandó a parar el bus cerca de la bomba de Tacarigua.

          Continuó su viaje sin más nadie a quien explicar o contarle su emoción por el emprendedor proyecto. Al pasar por Úle vió con detenimiento el patio de tanques, como si se hubiese transportado en el tiempo hacia otro lugar, quizás a otro país ya que él decía que había nacido en el exterior, algunos decían que era trinitario y otros que de Estados Unidos.

          Mirando de lado a lado un poco preocupado preguntó a una señora que daba de mamar a su bebe en la parte trasera del bus.

          -         Disculpe Señora… ¿falta mucho para llegar a Cabimas?

          La dama miró por las ventanas para ubicarse y le contestó.

          -         ¡No señor!… faltan como diez minutos, claro que eso va depender de sí el desgraciado chofer deja de pararle a todo el que esté en la orilla de la carretera.

          El extraño pasajero había entendido lo de los diez minutos, pero del resto no comprendió nada. La señora tuvo razón, después de media hora de paradas y más paradas por fin llegaron a Cabimas. Todos los viajeros se bajaron frente a la Catedral; sin embargo, él esperaba bajarse en un terminal o algún estacionamiento o algo parecido. Optó por hacer lo que el resto al observar que el conductor se había bajado de la unidad.

           Frente a la iglesia oteó un rato el movimiento comercial, mientras impresionado veía los carros dar vuelta en la redoma. Atravesó la calle principal y se dirigió a la plaza Bolívar. Se sentó en una de las bancas y comenzó a detallar extasiado el entorno del parque y su arboleda por un rato hasta que le llamó la atención ver a otro señor de baja estatura que caminaba un poco inclinado y que al igual que él también vestía de flux y corbata. El petrolero pensó que ese señor, que venía con sus papeles en las manos, también estaba en la misma aventura que él. Ya de frente el extraño le preguntó.

          -         ¿Me quiere comprar un quintico para las tres de la tarde?

          El musiú extrañado, moviendo negativamente la cabeza le contesta.

          -         ¡No entiendo nada!… ¿quién es usted?

          El joven sonriendo en pleno exhibiendo sus ahuecados incisivos y enseñando el ensarte de quintos del sorteo le dice.

          -         ¡Yo soy El Pingüino!... el loco que vende lotería.

          El petrolero descifró rápidamente al muchacho y su oficio, y le extendió la mano presentándose.

          -         ¡Y yo Mister Stewart!

          Aprovechando el encuentro el musiú le ofrece asiento en el banco al colega de flux y le comentó sobre la intención de su visita a la ciudad. Entre los dos entablaron una amena charla que duró más de una hora. Mr. Stewart le contó de su entorno de trabajo y algunas anécdotas de su vida.

          El Pingüino, muchacho al fin, le ripostó vanagloriándose de su fechoría catalogada por la población cabimera como una párvula estafa, le confesó sobre la forma picara con la que tima a sus clientes. Su negocio consistía en venderle a la incauta gente los quintos de lotería que estaban vencidos o caducos. Al terminar la negociación el astuto pillo se retiraba a toda prisa del sitio gritando.

          -         ¡el que cayó, cayó!

        Mucha gente se percataba a tiempo del engaño, pero el muy ladino se escabullía entre la gente que con risas y expresiones le festejaban aludiendo al pobre timado, quien no le quedaba de otra que echarse a reír. A veces el estafado si estaba en condición lo perseguía atravesando las personas y los negocios, el Pasaje Sorocaima era el sitio preferido para cometer su fechoría por lo intrincado y fácil para esconderse.

          Para la población esa era una forma ingenua de romper con la aburrida rutina y de pasar un rato alegre sin escarmentar al muchacho que tenía su pequeño retraso mental. Este popular personaje también se caracterizaba por la forma afable de su trato, ganándose con ello el aprecio de todos los cabimeros.

          Terminando su conversación, el musiú presintiendo lo peor para su astuto amigo le advirtió con una premonición.

        -       ¡Amigo Pingüino!... déjeme decirle algo, cuídese porque un día cualquiera puede revertir el hecho de darse un particular tiempo y espacio paralelo que vire su trampa inocente y le haga pagar a usted y a la Lotería del Zulia por engaño, solo bastará que esté ubicado en las coordenadas exactas de entrada en el laberinto relativo.

          El Pingüino se rascó la cabeza, no por tener dudas del revoltijo dialéctico del musiú, sino por los piojos en ella. Mr. Stewart miró el reloj de la catedral y vió que se le había hecho tarde, le preguntó a su socio sobre la forma más expedita para llegar a la Oficina Principal de Creole en La Salina, el joven le señaló la parada de los carritos de Corito.  Tomó un carrito porpuestos que lo llevó hasta el edificio. Entró al recinto y pidió hablar con el gerente de Perforación, extrañado el recepcionista le comentó que estaba equivocado, que la persona que buscaba trabajaba en las oficinas de Tía Juana.

          En vista del tiempo que había perdido, Stewart le pidió al portero que lo ayudara para llegar rápidamente a Tía Juana. El atento señor le indicó que esperara un rato y tomara el bus de Enaro, que pasaba por el frente de ese edificio donde tenía una parada, y desde allí lo llevaría al Edificio Principal de Creole. El acalorado musiú se montó en el autobús y en escasos veinte minutos estaba en la puerta de la edificación. Allí bajó del bus como un trabajador más de la compañía, se dirigió inmediatamente a la recepción y le dijeron que la gerencia de perforación estaba situada en el malecón, le proporcionaron un gafete e instrucciones para entrar y dirigirse hacia el muelle. En pocos minutos estaba en la oficina del gerente de perforación, la secretaria lo anunció e inmediatamente lo hicieron entrar a la oficina.  El gerente también musiú le estrechó la mano, se presentó y le dijo en inglés.

          -         Veamos amigo Stewart, me llamó el gerente de perforación de Shell y me explicó que ibas a venir por aquí a buscar una información, sobre la sarta y corridas de mechas del pozo cretácico exploratorio que estamos perforando. Me puedes poner al tanto de tu investigación – pidió ansioso el ingeniero perforador.

          -         He estado desarrollando desde hace años un modelo matemático para determinar, de acuerdo al ensamblaje de fondo y los parámetros de perforación, la intensidad vibratoria a la que está siendo sometida. Buscamos prever el riesgo de una rotura o desenrosque de sarta o que se dañe la mecha prematuramente. Aún no sé cómo demostrarlo, pero la rata de penetración disminuye en proporción a esas vibraciones en la sarta. Hay mucho más que definir sobre las teorías de pandeo en sarta del señor Lubinki y sus tres parámetros actuantes.

         El gerente perforador se quedó un buen rato oyendo la exposición de aquel extraño personaje, luego pasaron a otros temas pertenecientes a la perforación direccional, sobre las nuevas mechas, lo último en hidráulica, lodos y tecnología en los taladros. Se hizo rápidamente de noche hasta el punto que Stewart había perdido la última salida del bus. Viendo la situación el gerente se ofreció a llevarlo hasta Lagunillas. Todavía en el carro iban hablando de otros temas de interés asociados a la industria petrolera.

          En Lagunillas el gerente le preguntó a Mr. Stewart dónde vivía para llevarlo gustosamente y éste contestó.

          -         ¡No se preocupe!... déjeme aquí en el terminal, por aquí ceno algo y más tarde me voy a casa.

           En verdad nadie sabía a ciencia cierta donde vivía el misterioso musiú, decían que él se lo pasaba del timbo al tambo y dormía donde lo agarrara la noche. Había todo un mito sobre él. Siguió visitando a sus amigos petroleros por años, asesoraba personalmente a los supervisores, sobre todo a los novatos de los taladros o chivos en tierra que trabajaban en Lagunillas, campo Rojo. Hasta Bachaquero y Menegrande iba a parar.

           Hay quienes cuentan que su demencia provino de la búsqueda permanente de la inmaculada perfección con la que ejecutaba su trabajo, se abstraía y mantenía sumergida su mente en la labor que desempeñaba aún después de haberla ejecutado. Desapareció en el tiempo, nadie supo de su partida y el resto son especulaciones. Para sus amigos quedó la imagen y presencia eterna de hombre cabal que siempre buscó ayudar al prójimo.

 

Venezuela, Cabimas, 22-08-2020.

domingo, 16 de agosto de 2020

TÍO CONEJO RELOADED

Por Humberto Frontado


          Hace unos días, temprano en la mañana, se despertó por fin tío Conejo todo achacoso después de haber escuchado a tío Gallo cantar por tercera vez. Antes de bajarse de la cama todavía luchó un buen rato cuerpo a cuerpo con el pegajoso Morfeo. Caminó parsimonioso hacia el baño donde se cepilló por un buen rato sus dos desgastados dientes incisivos, se peinó los pocos pelos que le quedan, con su mano se acarició amansando su larga barba que ya le rebasaba el pecho. Fue a la cocina y se tomó el cafecito que le había servido tía Coneja que estaba ocupada preparándole el desayuno. Como de costumbre salió de la casa y llevó a cabo su particular ritual golpeando el suelo con sus patas a modo de repique taconeado de flamenco, según él eso lo termina de despertar.

          Caminó un rato por la calle saludando a sus amigos. Saludó a su vecino tío Oso Frontino luego a tía Pereza, que al parecer no había contestado el saludo, pero sí, lo que pasa es que toma como diez minutos para completar el saludo levantando la mano cuando ya tío Conejo estaba como a tres casas. También habló un buen rato con tía Cotorra quien lo puso al tanto de los chismes de la comuna.  Más adelante saludó a tío Rabipelao y a tío Cachicamo que estaba ocupado trabajándole a la tía Lapa en el jardín. Desde lejos saludo al Tío Mapurite ya llegando a lo último de la cuadra.

           Antes cuando era joven el tío Conejo haciendo gala de sus dotes de atleta corría las manzanas de la comarca a toda velocidad saludando a todos sus amigos en un pestañeo, ahora va lentamente y solo visita a los que se encuentran más cerca.

          El tío Conejo es famoso en la comunidad zoológica por su eterna misión de reunir y mantener entretenidos todas las tardes después de la cena a sus nietos y sobrinos, con su jocoso y estrafalaria forma de echar cuentos. Vocaliza la narración con exageraciones y elocuencia para cada personaje, es un experto imitando voces y sonidos. A la mayoría de sus historias le ha adaptado un guión muy exclusivo donde es él el protagonista, haciendo pagar con creces a su eterno rival, su compadre tío Tigre, por atreverse a enfrentarlo o buscarle pleitos. Tío Tigre ha sido muy conforme en aceptar siempre en ser burlado por el roedor, lo justifica porque considera que es quien hace todo el trabajo escribiendo el guión y además contando el relato.

          Desde unas semanas atrás tío Conejo comenzó a ver con preocupación el hecho de que su audiencia cada vez es menor. Sin hallarle explicación al asunto buscó apoyo y le contó a su esposa sobre lo sucedido. Ella como pudo buscó las palabras más sutiles y le dijo.

          -  Si mijo, yo también he notado lo que me has contado y los muchachos me lo han explicado. Ellos confiesan que siempre le han gustado tus cuentos solo que últimamente han visto que tus relatos han cambiado a una ensalada, donde se mezcla todo y se salta de un cuento para el otro y luego a otro, quedando al final una enrredina que los desconcierta, porque no se entiende, y los aburre. Además, tu voz es más ronca y ha perdido fuerza, casi no se oye y no se percibe tus alocadas entonaciones y énfasis en el relato.

         -  No entiendo esto – comenta casi llorando el anciano roedor - veo en mi mente como si no hubiese pasado el tiempo y sigo siempre trillando lo mismo.

La tía Coneja se acercó a su pareja y abrazándolo tiernamente le dijo.

Amor, recuerda que tío Antonio Arráiz nos creó en 1945, ya los más viejos tenemos setenta y cinco años y hay que buscar la forma de mantenernos jóvenes y eternos.

          El versátil conejo en sus mejores momentos narraba los cuentos con un espectacular encanto, tenía una manera particular y graciosa de convertir aquella narración en imágenes claras en las mentes no solo de los chiquillos, sino en sus padres que se aprendían los cuentos para luego echárselos a los chiquillos en el momento de ir a la cama, llenándolos de alegrías y diversión entre otras cosas. Esos relatos permiten a los niños crecer y construir sueños emprendedores.

          La separación que tiene esta exclusiva comunidad de la influyente comunicación social externa le permite a la juventud tener la oportunidad de conocer la pureza encantadora de los cuentos, pueden desarrollar ese intelecto imaginativo que está inmerso en ellos. La televisión por cable y el internet menos mal que todavía no ha invadido los predios de la gran comarca, esa es la angustia permanente en la que viven todos los padres en la vecindad.

          Preocupada la tía Conejo acompañó a su marido a ver a la tía doctora Lechuza para que le hiciera una evaluación a tío Conejo. Después de hablar un rato con la médica, tía conejo tomó la batuta y contó con detalle lo sucedido. La doctora hizo ciertas preguntas al viejo conejo y parecía haber olvidado todo, la fecha de nacimiento, dirección donde vivía, menos mal que si se acordó que tía coneja era su esposa. La última pregunta fue sobre la dieta de alimento que tenía. Tío Conejo no vaciló en decir.

         - Doctora lo que mayormente como son las lentejas, eso es lo que se consigue por aquí en la bodega de tío Zorro. La doctora le dijo a tío Conejo.

          -   Si quieres seguir venciendo a tu eterno rival tío Tigre tienes que cambiar la dieta. Es imperioso que comas muchas proteínas y vegetales variados para la memoria; comer muchas frutas como melón, guanábana, níspero y mucho mango. Para recuperar tu rapidez en las piernas tienes que comer alimentos ricos en calcio como brócolis y todo tipo de ramas y muchas zanahorias.

          El tío Conejo comenzó a trabajar en la nueva dieta y todos los demás animales se unieron en su misión mancomunados de recuperarles las condiciones al pureto conejo para que continuara per secula contando a las nuevas generaciones todos sus cuentos, así como los de la Cucarachita Martínez y el Ratón Pérez, la Periquita Julieta y otros tanto…colorín coloráo este cuento se ha acabado.

Venezuela, Cabimas, 15-08-2020.

domingo, 9 de agosto de 2020

LOS CUENTOS DE MALENGO

Por Humberto Frontado


          -  ¡Fue como mercurial!       

          Exclamó mi madre mientras miraba hipnotizada la lluvia. Nos quedamos absortos viéndola por un momento después de escucharla decir aquella extraña expresión.

          - ¿Qué pasó mama?

Le preguntó angustiada mi hermana mayor.

- No, no es nada – nos dijo calmada y dirigiéndose a nosotros - es que me acordé de algo que sucedió en Coche hace mucho tiempo, ¿quieren que se los cuente?

        Eso fue suficiente para automáticamente captar nuestra atención. Era normal que después de haber consumado nuestra cena nos reuniéramos en el porche de la casa en Puerto Nuevo, Lagunillas para escuchar las insólitas historias, cuentos y cachos de mama. Tantas experiencias vividas por ella y otras tantas recopiladas que habían sido escuchadas de familiares y amigos en la isla de Coche.

          En esa época todavía estábamos exentos del brutal acontecimiento que iba a disminuir y prácticamente aniquilar esa capacidad que teníamos de imaginar y vivir espléndidamente en toda su expresión las cosas más sencillas. Eran pequeñas historias que se adhirieron con tanta fuerza al daguerrotipo de nuestras mentes como se fija a nuestra carne una tuna sedienta de compañía y humedad.

          En detrimento de esos sublimes momentos donde se vivía cada episodio, aún a todo color, que quedaron estereotipados en nuestro coxis cerebral, iba apareciendo la modernidad con su avance tecnológico que facilitó ver la cosas con menos esfuerzo de imaginación, todo estaba allí, en blanco y negro. Lamentablemente la llegada de la televisión apartó ese tierno momento donde nos envolvíamos de esa realidad mágica que tenían esos relatos sobre nuestra isla.

         Era normal que en todos nuestros pueblos sus habitantes, sobre todo los viejos, continuaran la tradición de sus ancestros de ir contando sus historias hasta hacerlas mitos. Esas historias llevan el profundo significado responsable de no dejar que se olvide de dónde venimos. Lo hicieron Grecia y Roma dejando sus ejemplos de grandes imperios que se vieron envueltos en su mitología particular, Coche no escapa de la tradición y también se cobija en una propia.

          En esta oportunidad estábamos atrapados viendo la lluvia caer, esa mustia escena llevó a mama a narrar esta asombrosa historia. Nos contó que esas palabras de “lluvia mercurial” la había dicho Silvino para referirse a una extraña garúa que había caído en Coche. El viejo bodeguero estaba sentado en su banqueta, recostada a la pared del negocio, cuando le recordó a doña Mercedes y a su esposo Chico esa rara llovizna que se desató un medio día, con un sol en su máximo apogeo.

           Todo ocurrió en una época de extrema sequía en la región, donde aparecían de la nada pequeños remolinos intermitentes que succionaban y levantaban columnas de polvo que se elevaban al cielo, emitían un sonido que iba y venía semejando lamentos que brotaban de las entrañas de la tierra; además de levantar polvareda se amasaba un aire irrespirable que servía para ralentizar aún más el repetitivo pensamiento de la extenuada gente que no pensaba en otra cosa sino en las insensatas lluvias del mes de julio que no aparecían.

          Se había calentado tanto la tierra que las chicharras prematuras emergían sofocadas, emitiendo un sonido desentonado como de músico principiante. Había tanto calor que las débiles y desprotegidas cigarras se achicharraban al exponerse al indiferente sol, emitiendo un chillido más bien de dolor.

          Justo cronometrado a las doce del mediodía apareció una insignificante nube que si no es por su color amarillento hubiese pasado desapercibida, se deslizaba apresurada de norte a sur y dejó caer su anónima carga durante escasos diez minutos. Las gotas que bajaban eran más grandes de lo normal, se sentían más sólidas, cuando caían en la tierra eran sedientamente absorbidas y solo lograban levantar una espesa capa de polvo, los débiles techos de láminas de cinc de muchas casas se agujerearon.

          El manto de polvo levantado tardó más de un día en disiparse, después de eso fue raro no encontrar a alguien que no se hubiese enfermado de gripe, fue más notorio e impío con los viejos del pueblo. A los que se expusieron al contacto directo de la ventisca les cayó una caspa que tardó mucho tiempo en curarse, solo el tratamiento de agua con creolina fue capaz de curarla después de haberse caído todo el pelo.

          Los pocos árboles que habían sobrevivido la sequía y fueron tocados por la fatídica precipitación se pusieron amarillas y a los días se pasmaron.  Moco, uno de los más viejos de Valle Seco, ante lo indescriptible del hecho comentó que aquello había sido una falta de respeto del diablo hacia el pueblo por haberse orinado en él.

             El espejo de agua en la salina adquirió un color verde turquesa que daba la impresión que la pasmosa lluvia había dejado al descubierto un rubí gigante de forma caprichosa. El saque de sal había sido suspendido durante unas semanas hasta tanto no se comprobara que aquel color verdoso granate que había adquirido el saladar no era dañino para la salud.

           Muchos años después se logró escuchar conjeturas de los más sabios que el evento había sido producto de una mezcla de coincidencias físicas, químicas y meteorológicas que lograron una rara ionización en el agua de la lluvia. El tiempo y el quehacer de los habitantes hacían que al instante echaran a un lado lo increíblemente sucedido y se preparaban estoicamente para enfrentar para bien o para mal un nuevo acontecimiento.

          En otra oportunidad, contaba mama, también asociada a una tempestad se dió un raro fenómeno, esta vez en beneficio del pueblo de Coche. Resultó que debido a los vientos y cambios en las corrientes marinas que agitaron la marejada se movilizó desorientado un descomunal cardumen de lisas que buscó refugio en El Saco, quedando prácticamente atrapadas en un remolino gigante que ellas misma habían generado. Todos los pescadores de los diferentes caseríos se dieron cita en aquel gigantesco manantial de lisas, las mujeres y niños con poncheras y tobos agarraban las que saltaban hacia la orilla, aquello fue una locura.

            Las lisas por lo grande parecían más bien lebranches, el mar estaba premiando con retroactivo y todo lo que no había podido dar meses atrás. La gente comentaba que había sido un milagro de la virgen del Carmen ya que días antes había sido su día, otros decían que ante los continuos ruegos y oraciones el omnipotente se compadeció repitiendo para Coche el fragmento bíblico sobre la multiplicación de los peces.

           Hubo tanta abundancia de pescado en ese momento que la gente improvisó asoleaderos por todos lados de las casas. Las tapias, el techo, los ramos de las matas, las cuerdas de tender ropa, ahora todo era sitio propicio para tender pescado salado. La gente que trabajaba en la salina pidió que les pagaran su salario en sal, haciendo verdadero honor al término, para tener con que salar aquella abundancia de peces.

          Resulta que había tanto pescado en el poblado que ya estaba por convertirse en un problema, la población se reunió y apareció una idea brillante. Encontraron que con el molino para triturar el maíz se podía moler también la carne salada de la lisa y luego introducirla en su buche y fabricar un chorizo. Cuando se saja la lisa se le saca el buche y se limpia, luego se ata a un travesaño y a cada extremo inferior se le amarra una piedra de contrapeso que va estirando el pequeño vientre en unas horas. Las tripas una vez rellena con la carne molida se amarraban unas a otras con un fino nailon hasta hacer un ensarte de longaniza de pescado.

          El evento duró casi dos meses de abundancia, la población se estableció un programa de trabajo en grupos, unos sacaban las lisas en los botes, otros las sajaban, otros las salaban, otros sacaban sal, otros hacían los chorizos. Aquella mancomunada empresa rindió sus frutos, toda la población se abasteció por un largo periodo de pescado. Una vez agotado el recurso de lisas vino el tiempo de descanso que duró otro mes.

          Había tanto chorizo de pescado en el pueblo que a veces se utilizaba el embutido como cuerda para atar las cosas que no necesitaban tanta tensión. Dicen los más viejos que la expresión “eso fue cuando se amarraban los perros con chorizos” (refiriéndose a una época de abundancia) salió de esa experiencia vivida en Coche. Fue posible en ese tiempo que se amarrara con una tira de embutidos un haz de leña o se sujetara también al burro, así se comprobó su inapetencia al pescado. Se usó en las bodegas como parte de pago, este se cotizaba por metros. En ese tiempo se escaseo el metálico en bolívares y como no había cuajo en la salina tampoco había circulante de la moneda de la salina, así que en Coche la moneda oficial llegó a ser por un tiempo el chorizo de pescado.

 

Venezuela, Cabimas, 09-08-2020.

domingo, 2 de agosto de 2020

UN PICHÓN CATÓLICO DE POCA FE


Por: Humberto Frontado


          Cursando el cuarto grado se aparece una tarde la maestra Carmen Rosa interrumpiendo nuestra actividad para participarnos que iba a estar a cargo de las enseñanzas del catecismo para la toma de la Comunión del regimiento de alumnos de la escuela Antonia Esteller. Estableció que a partir de la siguiente semana veríamos catecismo lunes y miércoles, después de las clases de la tarde. Nos quedaríamos una hora mas, eso sería durante un mes y culminaría con un examen como si fuera materia electiva obligatoria.
        Durante ese mes estuvimos sometidos en cuerpo y alma a las instrucciones espirituales de la maestra “Cabra loca”, como la llamábamos cariñosamente. Ella fue nuestra maestra de educación física cuando cursábamos segundo grado, se movía y brincaba para todos lados durante nuestro entrenamiento, se entregaba con pasión y devoción exacerbada en su enseñanza, por eso todos le correspondíamos queriéndola mucho.
         A medida que avanzábamos en las clases de catecismo aprendimos de memoria, cantaito como si fuera la tabla de multiplicar, el Padre Nuestro, el Credo, el Ave María y otras que no recuerdo. Cumplido el programa catequético se convocó el acto de toma de comunión para el último viernes en la tarde del segundo mes, antes del examen final.
           Apareció una lista a última hora que hizo correr a todas las madres, era la de los utensilios que había que tener para el día del acto: una vela blanca como de medio metro, una camisa blanca manga larga, un pantalón negro de Casimir, una hallaquita negra, zapatos negros si era Kolfan mejor y una correa negra de cuero. Llegó el día anunciado, nos dieron la tarde para vestirnos e ir a la iglesia bajo la supervisión de nuestras madres; a mí no me gustó la correa plástica que habían comprado, la consiguió en rebaja, todavía la odio cuando la veo en la foto que me tomaron.
          Salimos de la casa mi madre y yo, papa no pudo acompañarnos pues estaba en el trabajo, tomamos un carrito porpuestos y nos dirigimos primero a la frontera de Lagunillas a Foto Vásquez para la fotografía oficial obligada. En cualquier casa que visitara se veía la bendita copia de foto en blanco y negro, con la misma polvorienta alfombra roja y la cortina verde, donde solo cambiaban las caras; en la mía se añadía la bendita correa con rayas verde.
          En la iglesia Santa Rosa de Lima nos dijeron que teníamos que ir al confesionario con el cura a declarar los pecados consumados. Creí que con todo el rebulicio que teníamos en la iglesia corriendo por todas partes se habían olvidado del asunto de las confesiones. Pero una ensordecedora e intensa campanilla puso fin al escándalo. El cura con una vestimenta de impecable blanco lanzo al aire una recia expresión en latín.
            - ¡Dominus vebiscum! (el señor esté con nosotros).
          Se hizo un silencio tan profundo debajo de la impecable cúpula que permitió escuchar con claridad las instrucciones del viejo párroco. Nos mandaron a hacer dos filas una para las hembras y otra de varones. A medida que avanzábamos observé que los muchachos iban entrando en un pequeño cubículo y cerraban una cortina, permanecían dentro uno o dos minutos y luego se iban a su puesto, se arrodillaban y bajaban la cabeza.
           Me preparé buscando confesar los pecados bajándole intensidad para que al contarlo fuese menos el castigo, pero a la vez pensaba que me podía salir el tiro por la culata porque el omnipotente podía comentarle al cura que la confesión estaba falla de veracidad y podía ser peor. En ese último momento ya para entrar se me nubló la vista y el cura tuvo que llamarme dos veces para entrar al paredón. El clérigo me preguntó el nombre y luego me emplazó a que le confesara todos mis pecados, no pude contenerme y casi llorando le dije.
         -  Padre he cometido muchos pecados… no le hago mucho caso a mi madre y a algunas veces le miento. Me peleo todo el tiempo con mi hermano porque siempre me busca pleito. En dos oportunidades, escondido de mis padres, he probado ron de la garrafa con poncigué de mi papa. Cuando salgo de la escuela para la casa paso recogiendo una honda que tengo escondida en un lugar secreto en las casas de soltero de Rancho Grande, me pongo a cazar machorros. Cuando los atrapo les tapuso por la boca tabaco que tomo de los chicotes de cigarro, para verlos correr mareados y dando tumbos. Hace días hice algo muy malo, tomé un machorro aún vivo y le corte la barriga con una hojilla Gillette y le saque las tripas y después lo cosí. Una vez….
          -  Esta mal, está muy mal lo que has hecho – se escuchó la voz seria del párroco, interrumpiendo mi relato y dando por concluida la recepción de culpas -  veamos, ve a tu puesto y te persignas tres veces y rezas dos padres nuestros, un ave María y un credo y pórtate bien, haz caso a tu madre.
          Me quedé absorto buscando ver entre la rejilla metálica el rostro de aquel justo y misericordioso ser que me había absuelto y limpiado de toda aquella maldad.
          Cuando salí del cuadrilátero sacro me sentí flotar, había descargado en aquel sitio todo aquel peso pecaminoso de mi negra mochila. En cada paso que daba me persignaba hasta llegar a mi sitio, lo encomendado por el cura lo canté de corrido en un santiamén, hasta recé un Ave María de ñapa. Por un momento la memoria se aferró a un pensamiento: pude haber perdido una oreja o uno de los dedos de mi mano inútil, haber quedado caminando errante por los siglos de los siglos por el tenebroso sendero del fuego eterno, pero todo resulto tan fácil, fue una materia vista que pasé eximido.
          Continuamos con el programa, asistimos a la eucaristía. El cuerpo de cristo lo comí con gusto por el hambre que tenía, de la sangre de cristo no me dieron a probar, será porque el cura consideró que ya había tomado la bilis de cristo con poncigué.
           Esa noche dormí inquieto preguntándome si había hecho bien en haber aceptado que el cura interrumpiera mi confesión aun cuando quedaban algunas cosas por contar. Me tranquilizó pensar que posiblemente habría otras oportunidades para deslastrar y confesar esos pecados que quedaron pendientes como, por ejemplo, el haber celebrado con mucho entusiasmo cuando se quemó la imagen de “La Virgen del Perpetuo Socorro” que tenía mi madre. Nosotros la llamábamos la virgen acusadora ya que mi mamá la utilizaba como el inquisidor detective que descubría ipso facto quién había perpetrado una fechoría. Cuando en la casa aparecía una taza rota, un plato partido o que alguien se había comido algo de la nevera, así como otras tantas inocentes fechorías nos convocaban a todos al baño principal, donde estaba el altar de la Inquisidora Virgen; frente a ella nos preguntaba.
          -  Bueno muchachos, como nadie quiere confesar la verdad vamos a pedirle a la virgencita nos indique con su mirada quién de ustedes es el responsable.
          Antes de que la virgen se pusiera a buscar con su acuciante mirada y nos siquitrillara salía de la nada la confesión del culpable, mamá se vanagloriaba de lo infalible del método.
          Una fatídica mañana la vela que alumbraba la imagen justiciera se derritió antes de lo previsto y quemó la tabla del altarcito donde se apoyaba. Las llamas alcanzaron la vieja estampa achicharrando parte del cuerpo de la virgen y la mitad izquierda de su rostro. Cuando nos enteramos en la mañana de la desgracia todos nosotros nos alegramos y celebramos en silencio la lamentable tragedia, ya la bendita virgencita no nos iba a acusar más. La felicidad duró poco, la alcahueta virgen aún con un solo ojo siguió su perpetua misión acusadora apoyando a mi madre.
           Unos cuantos años después de estos pasajes pecaminosos me encontré con un curioso libro, tanto por su contenido como por su impúdico título: “La Puta de Babilonia” (2007) del colombiano Fernando Vallejos. Mientras lo leía encontré un capítulo que me retrotrajo a aquella vieja e inocente vivencia de mi comunión con la confesión de mis pecados y las indulgentes oraciones. Había una lista sobre la “Venta de Indulgencia”, basada en la convicción de que Cristo, la Virgen y los Santos habían ganado un excedente de méritos durante sus vidas, la iglesia consideraba que podía administrar esta acción en la tierra para bien de los pecadores, quienes podían pagar indulgencias evitando así un largo peregrinar en el purgatorio.
          Este listado apareció durante el pontificado de Giovanni de Medicis, Leon X (1513 – 1521). La tímida historia señala estos momentos como uno de los más sobresalientes de la corrupción humana. Lista de indulgencia (Taxa Camarae) para diversos pecados con sus correspondientes tarifas. Cualquier persona que incurría en un desliz pecaminoso sería absuelto mediante un módico pago en monedas según la lista (libras o salarios). No había ningún delito, ni el más horrendo, que no pudiera ser perdonado solo con pagar. El amplio cielo estaba democráticamente abierto para todos; hombres y mujeres, clérigos y laicos. No importaba si han violado a niños o adultos, asesinado a una o más personas, estafado o robado; bastaba con pagar la multa. En esa época la venta de indulgencias logró redimir más animas que San Pedro con sus prédicas.

Venezuela, Cabimas, 01-08-2020.


Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...