martes, 30 de noviembre de 2021

MI AMOR PLEONÁSMICO

Por Humberto Frontado



MI AMOR PLEONÁSMICO

Por Humberto Frontado

           Ante la sorpresa inesperada de no volver a ver a mi amor querido, partí hacia la búsqueda incierta de una vil supuesta e hipotética razón sin razón que la hubiese constreñido a tomar la infame decisión. Quería apoyarme para no gravitar en un testigo presencial imparcial que me contara en veraz dialogo abierto el hecho real que se había llevado a cabo. Presumí con incomodo desagrado su falacia, sospeché que todo era una mentira falsa de toda falsedad, lo intuí maliciosamente conociendo en ella sus manejos comunes. Además, ya me lo había pronosticado en sabio vaticinio su viejo anciano padre, en su español latino casi gallegano. Oí tantos desmanes obtusos sobre ella, como también ella escucharía de mí, pudimos ambos dos como parte integrante de este insólito amor eludirnos con imaginaria pared divisoria, sin mendigar incansable e insaciable un nexo de absurda unión.

          Como protagonista principal de lo acontecido y con antecedentes previos de mala racha en amoríos sin correspondencia he constituido con esta nueva relación una base fundamental en lo que llamamos de hecho una réplica exacta de lo absurdo. Me vino de pronto a la mente la primitiva primera sonrisa que me ofrendaras, tus labios detonaron el disparo pícaro de una malévola insinuación que se convirtió en lava volcánica que arrasó sin compasión mi endeble alma. Conocerte fue un accidente fortuito sin previa cita, fue como un regalo gratis cedido por la grandiosa providencia, y yo no podía dejar balsear esa inadmisible oportunidad única.

            Con puño cerrado esgrimido al zenit como un obelisco desobediente juré ante mi dios Omnipotente, saltando por encima de cualquier falso pretexto, amarte eternamente por siempre y por los siglos de los siglos asumiendo las consecuencias que pudieran desembocar en un desenlace fatal o mejor dicho en un destino final.

30-11-2021


domingo, 28 de noviembre de 2021

LA REENCARNACIÓN DE RAMESH

Por Humberto Frontado



         En el año 1925 llegó a Venezuela, proveniente de Trinidad, el señor Ramesh Kumar con su esposa Andhra y su pequeño hijo Patil de apenas cuatro años. Arriaban una vieja maleta de cuero que iba más cargada de sueños que de pertenencias. Los Kumar eran ingredientes de esa gran masa pardusca, olorosa a curry que se apelmazó y migró hacia Venezuela. Provenían de las islas del Caribe y fueron atraídos por la oscura luz irradiada por la incipiente actividad petrolera que se gestaba en la costa oriental del Lago de Maracaibo, específicamente en Cabimas.

          Las compañías inglesas – holandesas que se establecieron en la zona fueron La Venezuelan Oil Consesions Limited (VOC), La Lago Petroleum Company y La Gulf. La mayoría de los hombres que venían a reportarse traían una especialidad, tales como electricista, mecánico, tractorista, oficinista, carpintero, mecanógrafo, operador de radio, aforador; también y muy importante, era el intérprete entre el gringo y el obrero venezolano.

          Estas familias de migrantes extranjeros se establecieron en sectores del Centro de Cabimas y Punta Icotea. Esa comunidad se llamaría luego la Colonia Inglesa, ya que la mayoría de sus habitantes venían de Trinidad y Tobago. Construyeron casas de madera con el techo de zinc. Se dice que la madera usada era el pino curado proveniente de las cajas y formaletas protectoras de los equipos y maquinarias, transportados por barcos, para la industria petrolera. Las viviendas se construyeron sobre pilotes de madera para protegerlas de la humedad, debido a que la zona era cenagosa en época de lluvias; éstas se hicieron populares por lo fresca, cómoda y barata.  Los pobladores de esa comuna fueron llamados por los cabimeros como los “myfrenes”.

           En el año 1936 los sindicatos empezaron a presionar a las compañías, mediante huelgas y la promulgación de la nueva Ley del Trabajo. Esto hizo estragos en esa población de migrantes, ya que en el artículo 18 de esta nueva Ley se limitaba a la empresa a cumplir con un cierto porcentaje de empleados extranjeros. Después de esto muchos forasteros se regresaron a sus tierras. Sólo a unos pocos, considerados empleados de confianza por las empresas, les fueron otorgadas partidas de nacimiento, donde se les cambiaba el nombre como si fueran criollos.

         El viejo Ramesh ya con sesenta años desistió de la idea de seguir trabajando en la empresa y valiéndose del aprecio y cariño que se había ganado con los jefes les solicitó emplearan a su hijo Patil. Logró sacarle en la prefectura una nueva acta de nacimiento con el nombre de José Maldonado; adicionalmente le cambió la fecha de nacimiento, de dieciséis años pasó a dieciocho para que de una vez lo emplearan en la compañía como office boy.

          Patil ahora José, se dedicó a su trabajo y a cuidar a sus viejos padres ya sesentones. Transcurridos unos años el joven tomó la decisión de mudarse hacia una zona menos convulsionada, ubicada en las márgenes del lago llamada La Rosa Vieja, la casa era más grande, hecha con ladrillos y láminas de asbesto en el techo, tenía su cerca de ciclón. En el sector ya se habían mudado varios de sus vecinos de la vieja colonia, integrados con los lugareños, sólo los separaba otra línea de casas todavía con calle de tierra. La casa estaba frente a la iglesia San Juan Bautista, al atravesar la vía principal o Carretera Nacional.

          El viejo Ramesh Kumar se sentaba en el porche a tomar la fresca brisa del lago con su esposa. Hablaban en su idioma nativo el hindi, recordando su pueblo en la India y toda la gente que dejaron atrás. Las aventuras y desventuras vividas en Trinidad, así como la toma de decisión de venirse a Venezuela. En ese recorrido siempre llegaban a un tema que los mortificaba: ya se estaban poniendo viejos y se preguntaban qué les depararía el futuro. La pregunta se la hacían porque ellos no se podían desprender de su apego al carácter religioso en el que nacieron. Comenzaban sin mucha emoción a recitar las coplas del Ramayana hasta que llegaba la hora de ir a dormir.  En ocasiones José también se integraba a los religiosos cánticos.

           Los Kumar, aun siendo descendientes de Rama un rey infinitamente justo, no podían hacer nada para salir de la desgracia signada para los nacidos en la casta más detestable. Envueltos en un velo de misticismo religioso la familia india se centraba en el individualismo y el espacio, con una creencia hacia dioses múltiples y en especial la reencarnación. El haber abandonado su país y emigrar a Trinidad y después a Venezuela les había permitido parcialmente romper con la idea de pertenecer a una casta inferior. Habían visto el progreso, eran una familia afortunada, tenían las tres comidas, casa propia, trabajo, vida tranquila; por ningún lado veían lo malo y oscuro de la casta inferior, pero algo los perturbaba.

          Ramesh ante su recio apego por sus creencias religiosas, no daba crédito a lo que estaba sucediendo y desconfiaba sin darse cuenta de lo que sucedía. No vislumbraba nada bueno, la injusta rigidez de las Castas en la India como doctrina social lo trastornaba constantemente. Se dice que siendo abolida en los años cincuenta, aún se mantiene vigente en ciertos sectores de la sociedad; en especial lo que se refiere a los Intocables, Casta a la que pertenecen él y todos su ancestros. Veía claro que después de su muerte reencarnaría en un ser despreciable, en un animal de poca importancia. Su decisión de abandonar la India fue un acto de desobediencia divina y tendría su castigo, continuaría por siglos reencarnando en seres inferiores sin ningún privilegio.

            Afectado un poco de salud, el viejo indio se veía ya en su lecho de muerte y llamó a su mujer y a su hijo para confesarse. Les pidió perdón y se lamentó por no haber alcanzado méritos suficientes para reencarnar después de su muerte en un ser de Casta superior; que en su próxima existencia viviría los límites y servidumbre de su Casta. José le tomó la mano y le dijo que se calmara, que él estaba bien y que en caso de partir estaba seguro que los sacerdotes tomarían en cuenta lo buen padre y jefe de familia que era; lo respetuoso para con su esposa, lo responsable y dedicado en el trabajo y con sus amigos. Así siguió diciendo cosas positivas al viejo hasta que sintió una distensión en la mano de su padre que le indicó que se estaba marchando.  Madre e hijo quedaron un rato asidos al viejo para que no se disipara y fuera inútil ese último hálito de esperanza que le habían otorgado.

           Pasaron unos meses y mientras trabajaba José se sentía mortificado por la confesión que le había hecho su padre. Saliendo de su labor en la compañía tomó la decisión de entrar en la iglesia San Juan Bautista. Se entrevistó con el padre Ceferino, muy querido por la comunidad. Allí aprovechó hablarle sobre la inquietud que tenia su papá, ya muerto, de reencarnar en un ser inferior y si podía tener salvación por otra vía. El veterano párroco buscó rápidamente la forma de tranquilizar al joven contándole calmadamente que ya esa actitud discriminatoria de Castas no era tan extrema, así como lo creía su padre. Continúo diciendo que aquello eran preceptos que se habían establecido muchos años atrás por los pueblos invasores con la finalidad de evitar el mestizaje de la gente blanca del norte con los de piel más oscura del sur y que ya hoy eran cosas inútiles. José angustiado le interrumpe diciéndole.

         -       Padre quiero recordarle enfáticamente que mi padre, que acaba de morir, y toda su familia conformamos el grupo de los barbaros, es decir, aquellos que no cumplen con la ley de los Brahamanes.  Constituimos una Casta inferior y esa continuará siendo nuestra Casta por siglos y no hay ninguna salida.

          El cura un poco confundido, miró hacia arriba e hizo el amague de estar buscando inspiración divina, lo primero que se le vino a la mente fue que tenía en frente un alma descarriada que necesitaba su apoyo. Buscó rápidamente en su mente y apareció una solución, podía abordar el tema con la misma concepción que tiene el cristianismo en el relato bíblico sobre los primeros padres pecadores, donde se estableció que estaríamos pagando continuamente por eso, con el objeto de aprender la lección y no pecar más, entonces le dijo.

         -       Fíjate José que viene siendo lo mismo que en el cristianismo… en tu caso, tendrías que cumplir concienzudamente, sin obviar las normas, todos los deberes de la Casta que ocupas… si no es así también pagaras por ello.

           -       O sea que – aclara el joven – nuestra vida transcurre en estar pagando un pecado que cometieron otros y aprender a pagarlo mediante premios o castigos. Un castigo que se paga en el infierno de una sola vez si soy cristiano, o en incontables cuotas de reencarnaciones si soy hindú.

           Se interrumpió la conversación ya que el cura tenía gente para confesión. José regresó a su casa y no comentó a su madre sobre lo hablado con el presbítero, pensó que lo menos que necesitaba ella era que la confundieran más. El joven se metió a la cama pensando en la seria decisión que tomaría después de la partida de su vieja madre. Estaba claro que las dos formas planteadas por las religiones daban forma a un ideario asociado a una serie de conductas morales y éticas. También tenía claro que lo válido durante la infancia, referido al sistema de premios y castigo, dejaba de tener sentido cuando se alcanza cierta madurez y se comienza a funcionar con otros caracteres, en donde no tienen cabida castas, pecados eternos, castigos infernales, premios divinos de ir al cielo, sucesivas reencarnaciones y todo lo que implica sufrimiento. Mirando fijo al techo dijo entre dientes.

            -       En definitiva, hablaré con el cura para que me convierta en católico y se acabó la vaina.

 

28-11-2021.

          

 Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

Fuentes Consultadas: Blog Crónica de Cabimas de Rafael Rangel; Estampas de Cabimas de Humberto Ochoa (1993).        

Nota: Avatthi Ramaiah (profesor de Sociología en Bombay) declaró en el 2018 al New York Times: “Padecemos una enfermedad mental, podemos decir que la India es una potencia mundial que manda satélites al espacio, pero mientras el hinduismo siga siendo fuerte, las castas serán fuertes, mientras esto ocurra, habrá castas inferiores”.

domingo, 21 de noviembre de 2021

LA GRINGA COMEBURROS

(Cuentos de Malengo)

Por Humberto Frontado



            Hace muchos años, en la trastienda de un particular tiempo que transcurrió en círculos a finales de la década de los cincuenta, en la siempre asombrosa e insólita Isla de Coche, se dió un curioso episodio fuera de orden. La pequeña isla contaba para ese entonces con gente que se dedicaba a las mismas faenas que los habitantes de cualquier otro peñasco que flotara en las tórridas aguas del sinuoso Caribe. Actividades como pescar, bucear conchas, comercio o trueque de cosas, crianzas de animales, fabricar botes, atender bodegas, etc.

           Los hombres después de la ardua tarea agarraban los fines de semana para reunirse con los amigos; viernes en la noche y sábado eran para tomar cerveza o ron; y domingo, posterior a la misa, para ir a las peleas de gallo. Cada pueblo tenía un bar que contaba en su patio con un pequeño palenque, donde se jugaban a los gallos. Era increíble la pasión que desbordaban aquellos viciosos hombres, quienes lo jugaban y apostaban todo.

           Otros se reunían en algunas casas, en el zaguán trasero o bajo la sombra de un frondoso guayacán ubicado en el patio, apostando el dinero ganado en el trabajo en los juegos de cartas, ya sea truco o agiley. Los más pequeños apostaban con botones, caracoles o pichas jugando treintaiuno, carga la burra o pareita con las cartas todas arrugadas y ruyías.

           Las mujeres se mantenían bajo el manto del infortunio y arrastradas de los cabellos por un machismo que venía cabalgando en el brioso caballo de la vieja colonial, aceptaban sin remilgos toda esa heredada tradición ludópata. Los hombres habían trabajado arduamente toda la semana y se justificaba ese tiempo de juerga y vicio. Muchas casas se quedaban sin bastimento porque al patrón le había ido mal en las apuestas, había tenido una mala racha de suerte en los gallos o en las cartas.

            Esa época coincidió con la extraña presencia de una persona medio huraña que llegó a la isla. Nadie recuerda haberla visto llegar y hospedarse en alguno de los pueblos, tampoco la vieron en algunas de las bodegas apertrechándose para su estadía, mucho menos en la iglesia o en la plaza.

           Se supo por rumores mucho tiempo después que había desembarcado en un bote por los lados de la Uva, con pocas provisiones y ropa, y se había instalado muy cerca de la playa. En ese sitio fue construyendo un rancho con material que recolectaba por la playa. Adicionalmente, con barro y paja seca que conseguía en la quebrada que daba hacia La Tua Tua fue fabricando adobes, que luego utilizó para levantar las paredes de lo que sería su hogar. Con el tiempo se hizo ver de la gente que frecuentaba el camino para ir a buscar agua a Zulica o de personas que venían de las rancherías de Catuche a buscar agua a La Tua Tua.

           Usaba una improvisada carrucha fabricada con dos barajones y atados a una vieja y oxidada lata, con ella carreteaba aquella masa de barro que lograba apelmazar en la zona húmeda al pie del cerro. La gente no se acercaba a aquella señora flaca, desgreñada, sudada, vestida de harapos que parecía una bruja, procuraban pasar bastante retirado. Con el tiempo fue haciendo algo de contacto con la gente de las rancherías ubicadas en la Uva; comunicándose por señas lograba conseguir algo de pescado y funche.  Se hizo popular con los pescadores y les hablaba en un idioma desconocido, por eso la llamaban la gringa.

          Una vez, la musiua recorriendo la playa encontró un joven burro todo estropeado que se veía agonizar. Presentaba una fea herida en el cuello, con el cuero levantado y donde se asomaban algunos gusanos. Parecía una mordida propinada por otro equino. Como pudo, logró sacar el animal del barrial donde estaba atollado, con agua de la playa le lavó la lesión y le extrajo los gusanos con una espina de cardón. Buscó en la quebrada algunos arbustos rastreros a los que les quitó unas hojas, que luego machacó y mezcló con barro oscuro sacado del cerro; hizo una cataplasma y la colocó en la herida del pesaroso animal.

           La intrépida amazona se trajo el cuadrúpedo animal para su casa, lo cuidó y alimentó hasta que estuvo sano. La mujer al ver al asno en condiciones decidió soltarlo a su destino y le hacía señas para que saliera; sin embargo, el agradecido orejudo se quedó impávido frente al portón, torció el pescuezo para ver a la benevolente dama y en trotecito lento regresó al sitio donde había estado recuperándose. La gringa decidió quedarse con aquel remendado potrillo.

          Con el tiempo la huraña mujer hizo un recorrido por la cabecera y sin darse cuenta estaba en los predios del pueblo del Guamache, se quedó mirando un rato hasta que decidió conocerlo. Caminó un rato entre las miradas suspicaces de los pobladores, con reverencia saludaba y contestaba los saludos, sobre todo de personas viejas. Llegó a una de las bodegas y miró el interior como si buscara algo conocido, hasta que decidió, con algunas señas pedir café. El viejo bodeguero después de un rato de intercambio de señas con la visitante, comprendió su requerimiento y le señaló el pequeño sacó donde tenía café en granos. La mujer esbozó una sonrisa que acompañó con un movimiento de agrado con sus manos. Le despacharon la cantidad que pidió y pagó con un arrugado billete de diez bolívares. El bodeguero quedó extrañado por la denominación tan alta que tenía aquel manoseado papel, tuvo que vaciar unas latas de leche que tenía de caja fuerte, llenas de centavos, lochas y una que otra moneda de plata de real y de medio para poder darle el vuelto a la acaudalada señora.

            Aquella acción en el negocio iba a cambiar drásticamente la apariencia o estatus de la misántropa señora, ya no la verían más tan andrajosa y sucia como antes. Poco a poco la extranjera fue haciendo común su presencia en el pueblo con sus visitas semanales. Hizo varias amistades y agregaba cada vez más palabras a su pobre castellano; también iba añadiendo otras cosas para la alacena como pan, azúcar, casabe y sobre todo los rolitos que le hacían recordar a su tierra.

            Montada sobre su inseparable amigo equino, al cual llamaba curiosamente Uvo, la rumana se atrevió a ir a otros pueblos más retirados de sus predios, así se fue dando a conocer en otras fronteras. Con sus visitas le bastó poco tiempo entender y conocer la idiosincrasia provinciana de ese inhóspito y apartado lugar, no muy diferente de las costumbres tradicionales de la convulsionada ciudad de Rumania, disputada entre rusos y alemanes. En sus andanzas advirtió y puso gran interés en las costumbres y ciertos apegos que tenían las mujeres y los hombres de la pequeña isla, tomó nota de sus conductas en especial la de los fines de semana. Le llamó la atención esa simpática adicción que tenían los hombres a los juegos de azar, sobre todo a las peleas de gallo y los pasatiempos de envite.

            La gente con la que tuvo contacto aquella desgreñada mujer fue recopilando cierta información de su procedencia, hasta establecer que venía de una provincia de Rumania, sus padres ya viejos y traumados por la guerra querían que viniera a América. Con un tío la enviaron en un largo viaje hasta España, ella siguió sola y en un barco se vino a la Isla de Trinidad, donde tomó la decisión de venir a Venezuela. Zarpó hacia Punta de Paria y luego se trasladó a Chacopata; desde partió en bote de vela a San Pedro de Coche. Buscaba un sitio recóndito e inhóspito donde pudiera vivir y olvidar tantas penurias. Ella había sido yoqueta de caballos de paso en su tierra y estuvo muy familiarizada con la actividad hípica de su país.

          Con un parcial dominio del idioma, la rumana bien vestida y acicalada llegó al pueblo de El Guamache preguntando por quienes poseyeran burros para vender; decía que estaba dispuesta a pagar un buen precio por los animales, sobre todo si eran jóvenes. Con la misma misión visitó a los pueblos de Güinima, El Bichar, San Pedro y Valle Seco. En un mes logró comprar diez burros.

          En su casa cerca de la Uva construyó un amplio corral donde guardaba los borricos, tenía como asistente a un joven de la Uva que la ayudaba a cuidar y alimentar los equinos. Parecía que la extraña mujer se traía algo en sus manos y la tiesura de los pueblerinos se notaba cuando se preguntaban: ¿qué hacia esa mujer comprando burros? Unos llegaron a pensar que la susodicha dama hacía brebajes afrodisíacos con las partes de los burros. Otros menos fantasiosos, pero más toscos, comentaban que la doncella se comía a los pobres y tiernos pollinos; de allí que le pusieran el remoquete de “la gringa comeburro”, con el cual se le conocería en todo Coche. Así se tejió un gran velo de misterio y especulación alrededor de la ermitaña dama.

           Un domingo soleado la catirrucia rumana se dirigió a cada uno de los pueblos que tuviera gallera. Haciendo acto de presencia ante aquella manada de viciosos, les invitó cordialmente en su español ya mejorado, a que asistieran después de terminadas las peleas de gallo, a presenciar en la Uva el fabuloso espectáculo de carrera de burros; donde también podían beber gratis algunas cervezas y unos tragos de ron, mientras veían y apostaban en las tres carreras programadas para esa tarde. La gente extrañada reculó hasta que escucharon los términos de bebidas gratis y apuestas. La intrépida mujer se había valido de su experiencia como ecuestre y conocedora del mundo hípico en su tierra para montar y ofrecer un símil en la Isla de Coche.

          Cerca de su casa, casi en la orilla de la playa, construyó un pequeño ovalo, con una vía demarcada por surcos de unos veinte centímetros trazados en ambos lados. La pista tenía la tierra aflojada, rastrillada y emparejada. El circuito ecuestre tenía una distancia de doscientos metros y un ancho de tres. Había sido acondicionado para que el animal se desplazara fácilmente y tuviera máximo agarre con sus cascos. Tenía un sitio de partida y llegada frente a una pequeña tarima hecha para veinte personas.

          Preparó el evento con tres carreras con dos contrincantes por carreras, en la primera competían su consentido Uvo vs. Guamache; en la segunda Bichar vs. Piache; y en la última Valle Seco vs. Güinimo. Con los nombres de los ejemplares se entendió porque la rumana llamaba a su burro Uvo; para ella la “a” al final de un nombre representaba feminidad. El espectáculo se dió sin tropiezo y los asistentes quedaron complacidos, vieron el sitio bueno para el esparcimiento y las apuestas. La anfitriona se acercó a los asistentes y los emplazó a que trajeran en los domingo sucesivo sus propios burros, para que compitieran con los de ella.

          El burrodromo, como lo llamaba la gente, con seis meses de inaugurado, ya se le había extendido el recorrido de pista a trescientos metros y el ancho se amplió a cinco para darle cabida a la participación de cuatro competidores. Al lado de la tribuna principal se anexó otra para veinte personas más. Se subió de tres a cinco carreras en la tarde, incorporando una vez al mes la de las burras pollinas. Se vendía Cerveza, ron y comida que traían las mujeres de Valle Seco y la Uva. Se cuenta que la gringa llegó a tener veinticinco ejemplares en su escuadra equina. El negocio tuvo su época de oro donde se movió mucha actividad hacia esa zona los días domingo; pero lo más notorio e importante fue que sacó a las mujeres de su casa y las trajo con sus maridos a presenciar y a divertirse un rato con las carreras de burro.

          El espectáculo en el Burrodromo, ya casi con dos años, encontró un serio oponente, por arte de magia apareció la radio con la trasmisión los días domingo de las carreras del 5 y 6 del hipódromo La Rinconada. Después de las peleas de gallo, inmediatamente y sin moverse de su sitio, el local se transformaba para las apuestas y el remate de caballos. La gente no tenía que trasladarse caminando a la Uva a ver y apostar las carreras.         

           “La gringa comeburros” siguió con sus burros por un buen tiempo hasta que se hizo insostenible económicamente, decidió dejarlos libre por los cerros, corriendo cada uno su propio clásico de vida. Cuentan que muchos de ellos fueron a parar a las fauces de los felinos traídos por los circos que llegaban de pasada por Margarita. La catirrucia abandonó afligida su uvadal, la escucharon decir una vez que el sutil salitre había disipado las heridas que curtían su alma y así como llegó se marchó.

 

21-11-2021.

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

Fuente consultada: Los Cuentos de Malengo

domingo, 14 de noviembre de 2021

CACHASCASCÁN

Por Humberto Frontado



            Un agudo chiflido con una especie de modulación codificada rompió el silencio de aquella calurosa y clara noche de un vacacional agosto. Iban a ser las ocho y el silbido emitido ya era conocido; era una convocatoria para reunirse en uno de los postes del alumbrado de la calle. Al sitio iban llegando uno a uno los muchachos, con edad que oscilaba ente doce y quince años. Asistían para jugar libertad, fusilado, tocaito y otra gran gama de juegos que iban apareciendo día a día.

            Para esa época se había hecho una adaptación al juego de cowman o guerra, subiéndolo de nivel. Se incorporó un interesante escenario, la línea de casas que daba al poste estaba siendo reparadas y ofrecían una atmósfera muy especial para esconderse en medio de la oscuridad. El grupo de muchachos se dividía en dos, cada uno representado por un líder o comandante. Cada grupo se colocaba visible en las casas del extremo del conjunto de cuatro casas. A la señal y grito de “ahora” corrían y se introducían rápidamente en el interior de las casas. El juego consistía en buscar en el laberinto de paredes al enemigo y al encontrarlo decirle  “estas muerto fulano”; tenía que decir el nombre de la persona, sino no valía. Allí pasaban la noche jugando hasta que se hicieran las nueve, hora en la que finalizaban las novelas de la radio. En ese momento, desde los porches de las casas, empezaban las madres a llamar a sus muchachos. Así iban saliendo de sus escondites los que no habían sido atrapados por los enemigos.

            En una oportunidad, reunidos como de costumbre debajo de la luz de la farola para comenzar la faena de juegos, uno de los niños hizo un paréntesis para sugerir.

          -       Hey muchachos, por qué en vez de jugar cowman, no vamos mejor a ver el televisor a que la señora Yolanda, me enteré que lo compró hoy.

            Aunque ya en el campo había algunas familias con su televisión a blanco y negro, en la calle donde se reunían los jóvenes no había. No les fue difícil al resto del grupo tomar la decisión de ir a ver televisión, en lugar de a correr uno atrás del otro. Así los niños animados se fueron a casa de la vecina Yolanda. Cuando llegaron ya había gente frente a la ventana principal de la casa viendo la programación. Como pudieron se fueron colocando, buscando puesto. Veían las imágenes del televisor un poco lejos y no se escuchaba bien. Todos estaban emocionados viendo las escenas de la novela que estaban pasando, sin hacer ruido, como lo había pedido momentos antes la señora de la casa. Al terminar la novela la señora Yolanda apagó la tele y despidió a los presentes cerrando la ventana. Al salir del interior del patio uno de los muchachos con pícara mueca les hace una seña a los chicos y les comenta.

          -       Muchachos, mañana nos venimos más temprano y agarramos puestos delanteros…  los sábado a las nueve hay “Cachascascán”.

           Así fue, los chicos ansiosos se reunieron en el poste a las siete y media de la noche y se fueron directo a la casa del matiné. Los vecinos como que sabían del espectáculo de la lucha libre, porque ya habían copado los primeros puestos. Los niños se fueron acomodando entre los que estaban y esperaron que terminara sábado sensacional en el canal cuatro. En cuanto se escuchó la música que anunciaba el fin del conocido programa sabatino de Venevisión, la gente empezó a moverse; la señora anfitriona cambió la tele al canal ocho de CVTV. Ya estaba comenzando la programación de “Catch as catch can”, con Don Pepe Pedroza haciendo el anuncio de la primera pelea.

           Inicialmente se enfrentaron el Doctor Nelson vs. el Fantasma. Aquello fue inolvidable, el médico se elevó por los aires aplicando una patada voladora, que casi saca a su oponente del cuadrilátero; las mañas y astucias del Fantasma no fueron suficientes para doblegar al enmascarado. Así fueron transcurriendo entre patadas, golpes y llaves el resto de las luchas. La teleaudiencia estaba casi muda, sólo emitían seseos debido al compromiso por el voto de silencio. Cada encuentro era mejor que el anterior hasta llegar a la último match, que era el evento esperado. Se enfrentaba Bassil Batta contra el Dragon Chino; aquello fue un combate a muerte, fue tan impresionante que prácticamente los presentes quedaron sumidos en una onda hipnótica, nadie hablaba y se podía escuchar hasta una mosca, sólo se veía en ellos muecas y ciertas contorsiones involuntarias. Terminó el combate con un triunfo discutido por la rudeza y picardía impuesta por el Dragón.

              Terminado el espectáculo los niños caminaron a sus casas hablando de cada uno de los luchadores, sobre sus fortalezas técnicas y condiciones físicas; tuvieron tiempo para reunirse en el alumbrado y continuar hablando de lo acontecido, se sentían dichosos de tener ahora conocimiento de un tema que antes únicamente podían ver en los cuentos escritos de El Santo y Blue Demon. La semana siguiente pasó lentamente entre juego de trompos, metras, cuarenta mata, fusilado y pelota de gomita en la calle, ante la angustia de los inesperados y sorpresivos encuentros de la lucha libre.

            Llegó el sábado y se llenó el patio con todos los niños de la calle, a la espera de la deportiva programación. En el momento que iban a cambiar al canal para el de las luchas se acercó por la ventana un señor moreno gordo sin camisa, resultó ser el esposo de la señora Yolanda, diciendo en tono altivo y grosero.

          -       Ya saben, no quiero oír ninguna bulla durante la lucha.

            Uno de los niños que había llegado temprano y estaba pegado a la ventana levantó la voz exclamando.

          -       Señor Julio usted está loco… cómo vamos a ver la lucha sin hacer ningún ruido… eso es un castigo.

            Eso bastó para que el refunfuñón señor cerrara la ventana y despidiera a toda la gente presente.

            Así pasó el tiempo y ya nadie se acercaba a la ventana de la casa del matiné. Sin embargo, fueron apareciendo poco a poco en los hogares de los chicos las cajas televisivas, hasta que llegó el momento que prácticamente todas las viviendas de los campos petroleros de Lagunillas tenían TV, como casi toda Venezuela y se conectaban los sábados en una sola emoción: la pasión por el Cachascascán  

           Catch as Catch Can se convirtió en el espectáculo por excelencia en Venezuela y otros países latinoamericanos. Aquí se trasmitía a las 9 pm por CVTV o canal ocho perteneciente al estado. Encabezaba el roster de los luchadores limpios Bassil Batta junto a su hermano Jorge, luego Antonino Rocca, Joao Benfica, Doctor Nelson, Neutrón, Tonny Garibaldy, El Barón Oliva, El Zorro Italiano, El Siciliano, El Gigante Mike, etc. Por los sucios estaban Dragon Chino con su inseparable Dama de las cadenas, El Gorila Enmascarado, El Gran Jacobo, El Caníbal, Jaime el Fantasma, Pantera Negra, entre otros.

            Generalmente el espectáculo lo protagonizaban los malos de la lucha, haciendo alarde de sus locuras y agregando novedosas sorpresas todos los sábados. El primero fue el Dragon Chino, enmascarado y vestido todo de negro, acompañado por la Dama de las cadenas. Este luchador usaba objetos contundentes escondidos en su traje o una sustancia nociva que se la suministraba disimuladamente su complaciente dama o su sinvergüenza second. El Gorila enmascarado logró gran conmoción cuando apareció en una jaula empujada por cuatro musculosos hombres; venía encadenado por su alta peligrosidad. Advertían por parlantes sobre el cuidado que debían tener los presentes, por si se lograba escapar. El Gran Jacobo fue otro duro y astuto luchador, quien con sus combinadas técnicas logró arrebatarle el título mundial a su archienemigo Bassil Batta, al que no le sirvió de nada su pinza libanesa y su salto de la muerte. Las luchas se caracterizaban por ser un espectáculo con cierto hálito circense y cómico, principalmente en las personalizaciones de los luchadores.

            Al espectáculo de Catch as catch can le salió al paso competencia. El canal cuatro de Venevisión apareció con un programa similar de lucha libre, trasmitido el mismo día y a la misma hora. Sus luchadores más reconocidos fueron El Gran Lotario, Ling Sung, El tigrito del Ring, El Chiclayano, Kamba el Salvaje, Dark Buffalo, El Sabatista, Olímpico, etc. El Nuevo Circo y el palacio del Deporte fueron los sitios permanentes donde semana a semana Venevisión y otros empresarios presentaron estos grandes eventos, que se extendieron durante las décadas de los sesenta y setenta por las principales ciudades de Venezuela; acaparando la atención del público que se desligó un poco del espectáculo del Béisbol.

          Lagunillas petrolera fue una de las ciudades favorecidas con la presencia de la lucha libre. En el estadio Cinco de Julio se llevó a cabo uno de estos espectáculos. Todos los campos y sus alrededores estaban convulsionados para ver el gran evento. Los niños de la calle de la señora Yolanda se reunieron bajo la luz del farol para trazar un plan: meterse colados, puesto que no contaban con el soporte económico para comprar las entradas, las cuales oscilaban entre 7 y 15 bolívares.

           Llegó el día del gran suceso de lucha libre pautado para las ocho p.m. La tribuna principal que era más económica estaba a reventar. Las imprevistas gradas internas que rodeaban el cuadrilátero, ubicado en el infield del terreno de beisbol, también estaban llenas. A la hora de inicio apareció la voz del imponente Pepe Pedroza dando algunos anuncios y detalles del programa de luchas. En una de las esquinas cerca del estadio estaba el grupo de niños esperando la oportunidad para actuar.

           En el momento que se anunció la primera lucha entre El Sabatista y el Chiclayano los jóvenes caminaron disimulados por la calle que pasa por detrás del estadio, desde allí amparados por la oscuridad se introdujeron a una zanja que para el momento estaba seca. El canal los llevó hasta la cerca de ciclón que bordea al parque. Desde allí verían a las patrulla de vigilancia en su recorrido, aunque estuviesen más pendientes de la lucha que cumplir con su trabajo. Después de culminar la primera lucha, los chicos aprovecharon un descuido del guardia para, de uno en uno, trepar la zanja e introducirse por un hueco que ya tenía el cerco. Caminaban sigilosos y se mezclaban con la gente que en ese momento se levantaba de su puesto.

          Ya todos en el interior del recinto buscaron acomodo muy cerca del ringside, justo en el momento cuando comenzaba el encuentro ente Ling Sung y Dark Buffalo. Después de un corto tiempo de estudio Ling tenía dominado el encuentro con sus patadas y golpes de karate, en un pequeño descuido del chino fue atrapado  y lo sacaron del ring; en el piso, frente a uno de los niños, le dieron con una de las sillas justo en la cabeza y fue sacado todo ensangrentado sin poder recuperarse, no pudo regresar al ring para utilizar su estocada mortal, se llevó la victoria el malvado Buffalo.  

           Aquel niño quedo conmocionado, acababa de presenciar un hecho sangriento y desgarrador al buen Ling. El joven continúo viendo el espectáculo hasta que ya acalorado salió a buscar algún sitio donde vendieran algún fresco. Notó que cerca a una de las torres de alumbrado había un grupo de personas alrededor del carrito de un cepilladero. Al llegar al sitio se encuentra con una gran sorpresa, estaba frente a su gran ídolo Ling Sung sin su kimono, todo limpio, peinado y acicalado comiéndose con gula un gran cepillado de colita. El inocente niño se le acercó señalándole la frente sin poder decir ninguna palabra, hasta que saliendo un poco de la impresión le balbucea.

           -       ¿Y qué pasó… con la cortada en su cabeza?

            El chino karateca le sonrió cariñoso y le sobó la cabeza zarandeándole el pelo.  El niño quedó en shock, no podía creer lo que había visto. En ese momento vió desplomarse un gran telón de desencanto sobre el espectáculo de luchas, engulléndose consigo todos sus grandes héroes para siempre.

 

13-11-2021.

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.

Fuente de información: Blog Lucha libre en Venezuela. Época dorada, por Guanche Canario

 

domingo, 7 de noviembre de 2021

LA NAVE DE LOS LOCOS

Por Humberto Frontado



             En la década de los sesenta la pujante Cabimas petrolera se acoplaba parsimoniosa a ciertos cambios o modernismos que las grandes ciudades en desarrollo poseían. La influencia del petróleo era sin lugar a duda el principal elemento que precipitaba hacia tal modernización. Se pasó de las chozas de bahareque entretejidos con paja y barro a casas de bloques y techo de asbesto, construidas en conjuntos residenciales con todos los servicios necesarios para la época. Todo ese cambio exigió que se tomaran acciones para atender la salubridad.

            Se buscó cambiar el rústico servicio profiláctico, donde un pequeño dispensario bastaba para atender a toda la población, constituida en buena parte por la gran masa de hombres que venía migrando de todas partes de Venezuela en busca del oro negro.

           Estos nuevos habitantes en su mayoría solteros, buscaron otro tipo de servicio, el que brindaban las prostitutas que venían de Maracaibo y después se establecieron en la ciudad; ellas también vinieron a quedarse con parte de ese oro. Este escenario fue propicio para el desarrollo de enfermedades venéreas y una que otra de la época. Bastaba la sencilla farmacopea constituida con el Bismuto y el Neosalvarsán, que lo curaban todo.

           Se comenta que los trabajadores a lo que se les detectaba un padecimiento venéreo tenían la obligación de ir y aplicarse el tratamiento antibiótico; quien se negara, era llevado detenido por los inspectores de sanidad para ser internado en el ambulatorio hasta cumplir el tratamiento. Igual hacían con las prostitutas, tenían que asistir y registrarse en el sanatorio y eran atendidas periódicamente. Había unos inspectores de sanidad que andaban a caballo cazando los “pescaitos”, así llamaban a las mujeres que se estaban iniciando en la antigua profesión.

           Un poco después se construyó un edificio para la sanidad de Cabimas; este recinto estaba dotado de laboratorios, personal médico y atendían a toda la población. En 1938 varias personas influyentes que conformaban sociedades como los Obreros del bien, La consolidación de los Andes y la Unión mutua Auxilio Falconiana hicieron funcionar el hospital Municipal como centro de salud.

          Anteriormente, muchos sectores de la incipiente capital petrolera eran atendidos por farmaceutas, prácticos o versados que la gente por cariño llamaba doctores. La llegada de nuevas enfermedades ameritó la creación de centros de salud apropiados. Aparecieron nuevas enfermedades como la disentería, malaria, tirisia, tétano, raquitismo, tuberculosis, diarreas y el mortal cólico “miserere” que después se llamó apendicitis. En las boticas se preparaban y vendían el chologoge universal, ruibarbo, aceite de raya para el raquitismo, remedios para vómitos, lavados, baños de asiento, cataplasmas y hasta sangrías.  

            Adicionalmente, las empresas petroleras fueron instalando sus propios dispensarios en las áreas de operaciones cerca de los campamentos donde vivían los trabajadores, esto descongestionaba el requerimiento de salubridad en los ambulatorios públicos.

            Con el pasar de los años varios de los doctores que integraban las sociedades filantrópicas se interesaron por crear un organismo que se encargara de los casos de las enfermedades mentales. Cabimas para esa época contaba con una gran población de conocidos orates que deambulaban por las calles del centro. Para ellos era justo tener en esta pujante ciudad un recinto donde acogerlos, con todas las atenciones que ameritaba este tipo particular de enfermos. Ya Maracaibo contaba para la época con un Hospital Psiquiátrico y varios manicomios esparcidos en sitios aledaños.

            Para esa época era normal llegar a una casa y encontrarse con un loco, cualquiera de la familia si se descuidaba podía entrar fácilmente en el amplio catálogo de la locura. Allí cabía cualquiera que no se apegara a los parámetros normales de conducta. Se consideraba loco un anciano con demencia senil, una persona con discapacidad física, un sordomudo, un epiléptico, una persona con Síndrome de Down, un homosexual, un alcohólico. Podría entrar en la lista un infeliz muchacho que naciera de una indigente alcohólica, sin recibir adecuada atención y criarse en la calle. Registro de todas esas categorías quedaron en los célebres locos de Cabimas tales como El Pingüino, Culebra Boba, Tovías, La Ampolleta, La Escopeta, La Puyona, Satanás, Anita “la manicera. “, Medio Metro, Barbarita, Cuatrocientos, El Negro Camejo, Ali “El Camarada”, Mondongo, El loco Julio, Bolivita y otros más; por eso se decía que Cabimas era una ciudad de locos.

             La realidad que se fue develando al pasar de los años era que los manicomios se habían convertido en recintos donde se tienen aislados y sin libertades a los enfermos mentales, donde no tienen actividades y eran abusados. Se vislumbra una leyenda negra de lobotomías, electroshocks, camisas de fuerzas y uso indiscriminado de psicofármacos para el control o coacción del residente. Estas instituciones estaban ocultas de la mirada del público en general. Generalmente el dinero que se asignaba a esas instituciones se evaporaba, dejándolas en condiciones insalubres, con enfermedades contagiosas, falta de atención médica debido a un personal muy mal pagado y desmotivado.

             Michel Foucault (1926 -1984) fue un filósofo, historiador, sociólogo y psicólogo francés que se dió a la tarea de desgajar en profundidad todo lo referido a la locura y los recintos psiquiátricos desarrollados en Francia y en toda Europa. Él llegó a considerar al manicomio como un instrumento del estado para silenciar a quienes, con su manera de pensar, sentirse o comportarse, cuestionaban y amenazaban los valores de las clases dominantes. En su libro “Historia de la locura en la época clásica”, 1964, menciona la existencia de documentos históricos que relatan sobre barcos cuya carga era un grupo de “insensatos”, que no se les permitía atracar en ningún puerto, debían estar lejos de todo.

            Nuestros emprendedores médicos se fueron enterando de las verdades ocultas que se tejían alrededor de las historias de esas instituciones a principios del siglo XIX a nivel mundial; eran simples depósitos donde los pacientes estaban incomunicados y hacinados en celdas en condiciones insalubres, donde se ponía en duda la atención médica de rehabilitación. Lo peor era la falta total de atención y estimulación al elevado número de personas que nunca deberían haber estado en estos lugares.

            Ante este panorama nuestros médicos cabimeros concluyeron que los enfermos mentales no debían ser confinados en recintos que los alejara de nuestra sociedad. Se decidió unánimemente dejar a los locos como están, animando a los transeúntes en las calles con sus ocurrencias, otros trabajando, vendiendo o carreteando agua o vendiendo quintos de lotería. También sentados en sus bancas preferidas ubicadas en la plaza Bolívar, viendo la gente pasar y las palomas en sus cortejos. Allí siempre aparecerá algún bondadoso amigo que les lleve comida y hable un rato con ellos.

            Uno de los médicos filántropos quiso comprobar que la decisión tomada era la más acertada y concertó una entrevista con uno de esos locos que deambulaban en la ciudad de Cabimas, por las adyacencias del Pasaje Sorocaima. Encontró a uno que vestía de harapos y llevaba un mapire colgando del hombro. Para lograr captar su atención el médico se le acercó y haciéndole señas le mostró un pan que traía en una bolsa. El orate caminó suspicaz hacia él, el doctor sintiendo su confianza le colocó la mano en el hombro y lo llevó hasta las bancas de la Plaza Bolívar para luego interrogarlo.

          -  Buenos días, amigo… ¿cómo están las cosas?

       - ¡Bajita y hediondas!... pero sabrosas – contesta el hombre en automático como si estaba esperando la pregunta.

          - Mira… ¿y cómo te trata la gente en la calle? -continuó el médico.

          - Bien… muy bien, siempre me ayudan y me dan comida.

         - ¿Dónde vives, mijo? – pregunta el médico, señalando con la mano los alrededores.

      - Vivo por los lados de la burrera… allí busco acomodo en las noches – contesta el orate señalando hacia un sitio detrás de la plaza, donde se veían cargar y descargar mercancía de los burros y mulas.

          El reconocido médico de la ciudad consideró que ya había captado la atención de aquel hombre y lo emplazó diciendo.

          - Mijo yo soy doctor… qué te parece si te llevara a vivir en un sitio aquí en Cabimas donde te dieran tus tres comidas al día; una cama limpia donde dormir, ropa limpia y atención médica.

           El loco después de escuchar el ofrecimiento del doctor lo mira fijamente, luego voltea la mirada y hecha un vistazo hacia la calle principal, donde se une al bullicio y al roce de la gente que camina en ella; regresa volteando la cabeza rápidamente para encontrarse de frente al médico. El hombre se terció el mapire y se levantó lentamente de la banca, caminó unos pasos y se detuvo para responderle.

          -   No maestro… es muy buena su oferta, pero andar en la calle con toda esta gente, está por encima de cualquier cosa… gracias por el pan.

          El loco siguió caminando y cual baraja que entra en el mazo de las cartas se esfumó, esperando aparecer nuevamente en cualquier momento del juego. El galeno quedó sorprendido por la respuesta que le había dado aquel hombre que al parecer no era tan loco. Quedó por un rato sumido en una serenidad, pensando en cosas que no habían tomado en cuenta ni él ni sus compañeros de equipo. Se levantó del asiento y caminó envuelto en un aura de satisfacción, diciéndose para sí: Menos mal que desistimos de la idea de hacer un manicomio para Cabimas… qué mejor manicomio que la propia ciudad.

            A partir de ese momento la ciudad de Cabimas pareció haber sido tomada por el gran pintor Jerónimo Bosh, “El Bosco”, para dejar plasmada en ella el peregrinaje de un montón de mujeres y hombres fuera de juicio que viajan en un barco sin rumbo definido.

 

07-11-2021.

 

Corrector de Estilo: Elizabeth Sánchez.

Fuentes consultadas: Blog Crónicas de Cabimas de Rafael Rangel.

Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...