Por Humberto Frontado
En
la década de los sesenta la pujante Cabimas petrolera se acoplaba parsimoniosa a
ciertos cambios o modernismos que las grandes ciudades en desarrollo poseían. La
influencia del petróleo era sin lugar a duda el principal elemento que
precipitaba hacia tal modernización. Se pasó de las chozas de bahareque entretejidos
con paja y barro a casas de bloques y techo de asbesto, construidas en
conjuntos residenciales con todos los servicios necesarios para la época. Todo
ese cambio exigió que se tomaran acciones para atender la salubridad.
Se
buscó cambiar el rústico servicio profiláctico, donde un pequeño dispensario
bastaba para atender a toda la población, constituida en buena parte por la gran
masa de hombres que venía migrando de todas partes de Venezuela en busca del
oro negro.
Estos
nuevos habitantes en su mayoría solteros, buscaron otro tipo de servicio, el que
brindaban las prostitutas que venían de Maracaibo y después se establecieron en
la ciudad; ellas también vinieron a quedarse con parte de ese oro. Este
escenario fue propicio para el desarrollo de enfermedades venéreas y una que
otra de la época. Bastaba la sencilla farmacopea constituida con el Bismuto y
el Neosalvarsán, que lo curaban todo.
Se
comenta que los trabajadores a lo que se les detectaba un padecimiento venéreo tenían
la obligación de ir y aplicarse el tratamiento antibiótico; quien se negara, era
llevado detenido por los inspectores de sanidad para ser internado en el ambulatorio
hasta cumplir el tratamiento. Igual hacían con las prostitutas, tenían que asistir
y registrarse en el sanatorio y eran atendidas periódicamente. Había unos
inspectores de sanidad que andaban a caballo cazando los “pescaitos”, así llamaban
a las mujeres que se estaban iniciando en la antigua profesión.
Un
poco después se construyó un edificio para la sanidad de Cabimas; este recinto estaba
dotado de laboratorios, personal médico y atendían a toda la población. En 1938
varias personas influyentes que conformaban sociedades como los Obreros del
bien, La consolidación de los Andes y la Unión mutua Auxilio Falconiana hicieron
funcionar el hospital Municipal como centro de salud.
Anteriormente,
muchos sectores de la incipiente capital petrolera eran atendidos por farmaceutas,
prácticos o versados que la gente por cariño llamaba doctores. La llegada de
nuevas enfermedades ameritó la creación de centros de salud apropiados.
Aparecieron nuevas enfermedades como la disentería, malaria, tirisia, tétano,
raquitismo, tuberculosis, diarreas y el mortal cólico “miserere” que después se
llamó apendicitis. En las boticas se preparaban y vendían el chologoge
universal, ruibarbo, aceite de raya para el raquitismo, remedios para vómitos,
lavados, baños de asiento, cataplasmas y hasta sangrías.
Adicionalmente, las empresas petroleras fueron instalando sus propios dispensarios
en las áreas de operaciones cerca de los campamentos donde vivían los
trabajadores, esto descongestionaba el requerimiento de salubridad en los
ambulatorios públicos.
Con
el pasar de los años varios de los doctores que integraban las sociedades filantrópicas
se interesaron por crear un organismo que se encargara de los casos de las
enfermedades mentales. Cabimas para esa época contaba con una gran población de
conocidos orates que deambulaban por las calles del centro. Para ellos era
justo tener en esta pujante ciudad un recinto donde acogerlos, con todas las
atenciones que ameritaba este tipo particular de enfermos. Ya Maracaibo contaba
para la época con un Hospital Psiquiátrico y varios manicomios esparcidos en
sitios aledaños.
Para
esa época era normal llegar a una casa y encontrarse con un loco, cualquiera de
la familia si se descuidaba podía entrar fácilmente en el amplio catálogo de la
locura. Allí cabía cualquiera que no se apegara a los parámetros normales de
conducta. Se consideraba loco un anciano con demencia senil, una persona con discapacidad
física, un sordomudo, un epiléptico, una persona con Síndrome de Down, un
homosexual, un alcohólico. Podría entrar en la lista un infeliz muchacho que
naciera de una indigente alcohólica, sin recibir adecuada atención y criarse en
la calle. Registro de todas esas categorías quedaron en los célebres locos de
Cabimas tales como El Pingüino, Culebra Boba, Tovías, La Ampolleta, La
Escopeta, La Puyona, Satanás, Anita “la manicera. “, Medio Metro, Barbarita, Cuatrocientos, El Negro
Camejo, Ali “El Camarada”, Mondongo, El loco Julio, Bolivita y otros más; por
eso se decía que Cabimas era una ciudad de locos.
La realidad que se fue develando al
pasar de los años era que los manicomios se habían convertido en recintos donde
se tienen aislados y sin libertades a los enfermos mentales, donde no tienen
actividades y eran abusados. Se vislumbra una leyenda negra de lobotomías, electroshocks,
camisas de fuerzas y uso indiscriminado de psicofármacos para el control o coacción
del residente. Estas instituciones estaban ocultas de la mirada del público en
general. Generalmente el dinero que se asignaba a esas instituciones se evaporaba,
dejándolas en condiciones insalubres, con enfermedades contagiosas, falta de
atención médica debido a un personal muy mal pagado y desmotivado.
Michel Foucault (1926 -1984) fue un filósofo, historiador, sociólogo y
psicólogo francés que se dió a la tarea de desgajar en profundidad todo lo
referido a la locura y los recintos psiquiátricos desarrollados en Francia y en
toda Europa. Él llegó a considerar al manicomio como un instrumento del estado
para silenciar a quienes, con su manera de pensar, sentirse o comportarse,
cuestionaban y amenazaban los valores de las clases dominantes. En su libro “Historia
de la locura en la época clásica”, 1964, menciona la existencia de documentos históricos
que relatan sobre barcos cuya carga era un grupo de “insensatos”, que no se les
permitía atracar en ningún puerto, debían estar lejos de todo.
Nuestros
emprendedores médicos se fueron enterando de las verdades ocultas que se tejían
alrededor de las historias de esas instituciones a principios del siglo XIX a nivel
mundial; eran simples depósitos donde los pacientes estaban incomunicados y hacinados
en celdas en condiciones insalubres, donde se ponía en duda la atención médica
de rehabilitación. Lo peor era la falta total de atención y estimulación al
elevado número de personas que nunca deberían haber estado en estos lugares.
Ante
este panorama nuestros médicos cabimeros concluyeron que los enfermos mentales
no debían ser confinados en recintos que los alejara de nuestra sociedad. Se decidió
unánimemente dejar a los locos como están, animando a los transeúntes en las
calles con sus ocurrencias, otros trabajando, vendiendo o carreteando agua o
vendiendo quintos de lotería. También sentados en sus bancas preferidas ubicadas
en la plaza Bolívar, viendo la gente pasar y las palomas en sus cortejos. Allí siempre
aparecerá algún bondadoso amigo que les lleve comida y hable un rato con ellos.
Uno de los médicos filántropos quiso comprobar
que la decisión tomada era la más acertada y concertó una entrevista con uno de
esos locos que deambulaban en la ciudad de Cabimas, por las adyacencias del Pasaje
Sorocaima. Encontró a uno que vestía de harapos y llevaba un mapire colgando
del hombro. Para lograr captar su atención el médico se le acercó y haciéndole señas
le mostró un pan que traía en una bolsa. El orate caminó suspicaz hacia él, el
doctor sintiendo su confianza le colocó la mano en el hombro y lo llevó hasta
las bancas de la Plaza Bolívar para luego interrogarlo.
- Buenos días, amigo… ¿cómo están las cosas?
- ¡Bajita
y hediondas!... pero sabrosas – contesta el hombre en automático como si estaba
esperando la pregunta.
- Mira…
¿y cómo te trata la gente en la calle? -continuó el médico.
- Bien…
muy bien, siempre me ayudan y me dan comida.
- ¿Dónde
vives, mijo? – pregunta el médico, señalando con la mano los alrededores.
- Vivo
por los lados de la burrera… allí busco acomodo en las noches – contesta el
orate señalando hacia un sitio detrás de la plaza, donde se veían cargar y
descargar mercancía de los burros y mulas.
El reconocido
médico de la ciudad consideró que ya había captado la atención de aquel hombre
y lo emplazó diciendo.
- Mijo
yo soy doctor… qué te parece si te llevara a vivir en un sitio aquí en Cabimas
donde te dieran tus tres comidas al día; una cama limpia donde dormir, ropa
limpia y atención médica.
El loco después de escuchar el ofrecimiento del doctor lo mira fijamente, luego voltea la mirada y hecha un vistazo hacia la calle principal, donde se une al bullicio y al roce de la gente que camina en ella; regresa volteando la cabeza rápidamente para encontrarse de frente al médico. El hombre se terció el mapire y se levantó lentamente de la banca, caminó unos pasos y se detuvo para responderle.
- No maestro… es muy buena su oferta, pero andar en la calle con toda esta gente, está por encima de cualquier cosa… gracias por el pan.
El
loco siguió caminando y cual baraja que entra en el mazo de las cartas se esfumó,
esperando aparecer nuevamente en cualquier momento del juego. El galeno quedó
sorprendido por la respuesta que le había dado aquel hombre que al parecer no era
tan loco. Quedó por un rato sumido en una serenidad, pensando en cosas que no habían
tomado en cuenta ni él ni sus compañeros de equipo. Se levantó del asiento y
caminó envuelto en un aura de satisfacción, diciéndose para sí: Menos mal que
desistimos de la idea de hacer un manicomio para Cabimas… qué mejor manicomio
que la propia ciudad.
A
partir de ese momento la ciudad de Cabimas pareció haber sido tomada por el
gran pintor Jerónimo Bosh, “El Bosco”, para dejar plasmada en ella el
peregrinaje de un montón de mujeres y hombres fuera de juicio que viajan en un
barco sin rumbo definido.
07-11-2021.
Corrector de Estilo: Elizabeth Sánchez.
Fuentes consultadas: Blog Crónicas de Cabimas de Rafael Rangel.
Hola Humberto, buena remembranza, otra loca famosa es Petra, aún vive, muy conocida como la loca petra
ResponderEliminarSaludos Humberto ,colega y amigo. Siempre con tus aportes. Recibe mis felicitaciones y un abrazo fraterno
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