domingo, 31 de octubre de 2021

EL ANCIANO GUAMACHE

 Por Humberto Frontado



          -         ¡Caras!... ahí vienes tu a joder… tantas matas y cardones que hay por allí y tu nada mas vienes aquí con tus artes… a acicalarte, regodearte y cagarte… no me respetas… apunta pá otro lado y no me cagues las ramas, por favor.

           Exclamó refunfuñando el viejo Guamache, mientras se sacudía con disimulo para ver si se zafaba del odioso visitante que ya posaba plácido en una de sus ramas.

         -         ¡Ajo mijo!... tu si eres delicado… tu como que amaneciste caliente hoy… no ves que sólo vengo a hacerte compañía, y con mi otro arte, alegrarte esta mañana con mi esplendido trinar… malagradecido.

          Contestó la flaca y estilizada chulinga levantando la cola para zumbar su primera carga.

        -         ¡No!... no estoy molesto… lo que pasa es que amanecí estropeado de la batuqueada que me dió, toda la noche, la rara ventolera que venía de tierra firme. Es primera vez que me azota una vaina así, parecía un ciclón, me desgajó algunas ramas y me arrancó muchas hojas. Vamos a ver si con la luna llena de la próxima semana vuelvo a cargar de hojas las maltratadas ramas.

          Así se inició, esa cálida y radiante mañana, la consuetudinaria tertulia entre estos dos seres disparejos. Era finales de octubre, después de haber transcurrido las festividades de San Rafael en el pueblo de Güinima.

      -         ¡Mira mijo!... tú que vienes de esos lados de abajo, cómo vistes el movimiento de las fiestas de don Rafa – preguntó ya calmado el viejo a la paraulata – desde aquí lo único que pude escuchar fueron dos pírricos cohetes… ya ni esa pá esa vaina alcanza la plata que se recoge en las fiestas patronales.

         -         Bueno si hubo actividades, sobre todo en la iglesia, pero como usted dice el dinero no alcanza pá mucho.

            Así estuvieron hablando un buen rato los contrapuestos amigos, hasta que el escuálido pajarraco cogió impulso y sin despedirse se marchó a la llanera. La rancia planta quedó nuevamente sola en la mitad del demacrado camino. La brisa cálida venía surfeado las olas hasta volcarse en la playa, allí se arremolinaba ante la maciza pared del pequeño acantilado y tomaba fuerza para trepar hasta lo más alto del saliente y desembocar plácida en el peladar de Catuche. Esa brisa la aprovechó el Guamache para bambolearse un poco y sacudirse el polvo que había descendido en su follaje la noche anterior.

           El anciano árbol había nacido entre tres pesadas rocas que el tiempo geológico arrimó y moldeó con paciente erosión de lluvia y viento. Estirados largos años atrás las grietas de unión en el rocoso montículo dieron acogida a una intrépida semilla que algún pícaro pájaro dejó caer al comer la frutilla de Guamache.

          Aquel montículo pétreo le dió protección desde su nacimiento al ya vejestorio árbol. Los inquietos caminantes que trazaban senderos lo fueron sortearon pasándole por un lado, al tal punto que con el tiempo quedó en medio del camino, formando una especie de redoma o plazoleta natural.   Los animales, en especial los chivos, respetaron su ímpetu de nacer y crecer entre esas rocas.

           Es el único árbol de altura que hay en medio de tanta soledad y aridez de lo que conforma Catuche y El Coco, en lo que se conoce como la cabecera de la isla de Coche. Por eso su desdicha al no poder conversar con otro árbol compañero. Le rodea un peladar árido, él se considera un lunar verde en el cachete de la rasurada planicie  catuchense.

           Caminando desde Zulica con rumbo a la Tua Tua venían dos burros, padre e hijo, buscando saciar la sed. El hijo, un pollino intrépido caminaba con paso altanero con ganas de llegar pronto a su destino. El padre macilento venía más bien buscando arrecostarse a una sombra que le apaciguara y poder descansar un rato del agobiante sol. Al aproximarse al viejo Guamache el anciano cuadrúpedo saluda a su amigo.

           -         Hola viejo… ¿cómo te va?

          El árbol se tuerce un poco para contestar el saludo del viejo amigo.

           -         ¡Epale viejo burro!... ¿cómo te va?... chacho vienes con las verijas sudás.

         -         Si… vengo con el sol a cuesta desde Zulica… - contesta el animal con voz entrecortada de cansancio - no conseguimos ni una ñinga de agua… me acompaña mi hijo que siguió el camino... iba apurao... ¿y a ti cómo te va? – pregunta el anciano asno reculando, buscando la sombra del árbol.

        -         ¡Coño!... este año el cielo ha sido indolente con nosotros, nojoda… - comenta el árbol mirando hacia arriba - ve que San Pedro en su día siempre nos regala un poco de agua; este año sólo nos despachó una mísera garúa por los lados de la punta… por estos lados no llegó ni siquiera una gota.

          El viejo equino bajó la cabeza con pena acordándose del momento porque también lo había vivido.

          -         Desde lo lejos veo muchos cardones, melones, tunas y retamas que se han ido secado, más por envidia e intriga que por falta de agua – comenta melancólico el árbol – la gente se pregunta todo el tiempo… ¿cómo hará ese coño viejo para estar siempre verdecito y frondoso?

           -         ¡A vaina verdad paisano! – responde sorprendido el burro, para luego preguntar - ¿y en verdad cómo lo hace?… ¿si es que se puede saber?

           -         Vea paisano mi subsistencia se la debo al hecho de haber nacido entre estas rocas, que al principio me incomodaron pero después al ir creciendo cedieron ante mí; ellas ayudan a almacenar la humedad que se genera con la fría brisa nocturna que se encausa entre esos dos cerros y viene hacia mí, arropando mi follaje en un exuberante rocío – declara confidente el viejo árbol a su amigo.

            -         ¡Ja ja ja!... que vaina - se carcajeó el veterano borrico, para luego contar con voz de quien se hubiese relajado - yo le había escuchado decir, a sus lejanos vecinos, que su verdor y tamaño se lo debía a extraños pactos y conjuros nocturnos que usted había llevado a cabo con Chiriguas y Chinamos.

            -         Pendejadas que siempre hablan… no saben que me mantengo verde y florido porque es la única forma de atraer a los visitantes que se aventuran por estos remotos y olvidados caminos; además puedo hablar con ellos, eso me nutre más que el sol y el agua. En cambio, ellos se esqueletizan y consumen envidiando mi prestancia y mi altivez. En estos parajes solitarios he aprendido a ser paciente, y lo más importante: hacer ver a los otros que estoy vivo y coleando. Una vez atravesábamos una época de contundente sequía y se me ocurrió descuidar una de las ramas inferiores para favorecer las de más arriba… en un santiamén aparecieron unos chamos y me cortaron las ramas secas y otras tantas aún verdes sin compasión, y que pá leña.

          -         ¡Que vaina paisano! – exclama en lamento el rancio borrico ya para despedirse – ¡bueno cumpa!... está muy buena la conversa, pero ya me tengo que ir… gracias por el rato de sombra… voy a juntarme con mi hijo que debe estar en la Tua Tua… el condenao está de amoríos con una burriquita en Valle Seco y anda todo asollao… de seguro ya se fue.

          Unos meses después de esos plácidos encuentros, los días en la pequeña isla se precipitaron abruptamente por el barranco de la desdicha. El ambiente se sentía pesado haciendo que su gente mermara su arrojo; todo se veía más lento, una estela gris cubrió totalmente la parte baja donde estaban ubicados los distintos pueblos. El tránsito de lanchas era mínimo y el ferry cesó en sus andanzas. El suministro de alimentos y combustible se fue a pique.

         El arcaico y pobre árbol andaba inquieto y preocupado ya que se había desatado una fiebre en los cocheros de ir a los cerros a buscar leña. El suministro de gas también se había paralizado y obligaba a los habitantes volver a la vieja usanza de cocinar con leña. Los lugareños, como hormiga marabunta, iban cepillando los cerros y las riberas de la isla buscando retamas, árboles, palos todo lo que se les atravesara en el camino.

           Ya viejo el Guamache se entristecía al acordarse de época remotas, cuando en tiempo de rabolargos y guarames se llenaba de alegría al tener esa semana la compañía de tantas potocas, guarames, collaritos, chulingas y toda clase de especímenes de pájaros que en su emigrar utilizaban su cuerpo como sitio de descanso obligado. Eso se acabó como pronto se acabaría su presencia. Sus días estaban contados, ese viejo y orgulloso árbol se iría sin ninguna queja; agradeciendo al sol, al viento y la noche, a todos sus nutrientes de vida, a sus flores de alegría y de esperanzas. A veces la suave brisca llevaba a lo lejos sus lamentos y soliloquios.

          -     Vi en tiempos remotos gente que vivía en una pequeña comarca llamada Catuche, desde allí bajaban el cerro hacia la playa donde había rancherías. Hablaban de sacar perlas, de salar pescado, de navegar hasta tierra firme en bote de vela y hacer trueques. Había mucho movimiento entre las familias allí congregadas. Subían y bajaban la escarpada pendiente y a veces caminaban hacia mi buscando mi incipiente sombra. Es posible que deba mi vida a los primigenios habitantes que allí se establecieron. Uno de ellos el más inquieto pudo haber llevado sus bolsillos repletos de maduros Guamache y al brincar sobre aquel grupo de inmensas y retadoras rocas una de las frutillas cayó entre sus juntas y allí nací yo.

          Una mañana de esas que invitan a vivir, azuzadas por una suave brisa, volaban gallardas dos mozas chulingas, se batieron en cerrado duelo de vuelo hasta que ya cansadas de revolotear decidieron posarse en un cariado y seco tronco que emergía de entre tres grandes rocas. Después de lanzar las correspondientes cagadas, una le comenta a la otra.

           -         ¡Hey chama!… me contó una vez mamá… que su abuela le había dicho que este tronco seco en el que estamos montadas perteneció a un viejo amigo.

 

31-10-2021

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

Fuente de Información: Ángel Guevara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Resumen de la ultima entrega

COCHERISMOS

Por Humberto Frontado         El perenne tiempo viaja arrastrando por las greñas todo a su paso; sin embargo, hay algo con el que no pue...