domingo, 28 de junio de 2020

FIESTA DE SAN PEDRO


Por: Humberto Frontado


          Era un veintinueve de junio día del patrono San Pedro, la gente desde temprano esperaba impaciente la llovizna que no había caído cuatro días antes cuando se celebró el onomástico de los Juanes. Era costumbre que ese día San Juan obsequiara una placentera lluvia a los cochenses; pero al parecer el muy condenado mantuvo su dedo erecto moviéndolo negativamente. La gente llegó a pensar que el apóstol Juancho le había cedido a su colega Pedro la gratitud de favorecerlos en su día de júbilo, ya que ese verano la sequía había sido implacable con la pequeña isla y la esperanza era la mejor opción.
           Con el sol en posición de retirada la resignada población dejó de prestar atención a las pírricas y esqueléticas nubes que se movían en el desértico cielo, se dirigieron a bañarse y vestirse para asistir a la procesión del adorado patrono. A la cuatro de la tarde estaba pautado el inicio de la misa y más tarde arrancaría la peregrinación.
         Esa tarde los actos en la iglesia transcurrieron rápidamente, considerando que se obvió parte de la eucaristía ya que hubo problemas en la consecución del cuerpo de cristo para los comulgantes. Sacaron al remozado San Pedro, quien recién había sido sometido a una cirugía en ambas piernas después de haberse determinado que sus dos piernas habían sido comida sin piedad por el comején. La gente comentaba que con dos piernas nuevas la procesión iba a andar más rápido ese día. Al estar saliendo con el santo de su recinto la gente se percata que el cielo que daba frente a la iglesia estaba todo oscurecido. Los feligreses quedaron absortos contemplando aquella extraña obscuridad, estaban indecisos en arrancar o no la procesión.
          El cura dijo levantando la voz que siguieran marchando que aquello no iba a afectarlos. No habían pasado unos minutos cuando comenzó a bajar armónicamente y en seguidilla una cortina de impresionantes rayos que se hicieron acompañar de una tunda de estrepitosos truenos. El cura miró algo dubitativo y comenzó a mover las manos indicando que devolvieran el santo al recinto. Ya el viento se había hecho más fuerte y alcanzó a la procesión llevando consigo sombreros, flores y palmas. La toga de San Pedro casi es arrancada de cuajo. La gente que maniobraba el bote donde se llevaba al santo danzaba al ritmo de las olas del viento, de un lado para el otro sin poder mantener el control del timón.
           Llegando de regreso a la puerta del templo, San Pedro se cayó de cabeza y con él quienes lo sostenían. Rápidamente se levantaron y agarraron como pudieron aquella pesada esfinge de madera, la sacaron de la embarcación y la llevaron hasta su altar, con algunos palos lo amarraron haciendo una especie de pies de amigos y lo sostuvieron en su lugar.
          Afuera de la iglesia se oían las grandes gotas de agua caer en el techo, parecía que fuese grancilla o granizo. Las casas traqueteaban ante el embate de aquellos proyectiles caídos del oscuro cielo. A lo lejos todavía con algo de luz en el horizonte se veían venir estrepitosas cinco mangueras o tornados de mar. Toda la gente se persignaba e imploraba a San Pedro calmara aquella loca tormenta. Era demasiado el viento, la gente corría despavorida hacia sus casas a protegerse, cerraban ventanas y puertas con lo que conseguían. Las calles quedaron solas en un momento, solo la imagen tambaleante de un hombre se veía venir hacia la iglesia. Era Tello Cova que traía en cada mano un machete haciendo malabares cual samurái. Ya frente a la iglesia y mirando hacia el Piache comenzó a gritar haciendo unos conjuros y mientras mantenía los machetes en cruz, la escena se iluminaba a la luz de los rayos.
          El viento arreció más debido a la cercanía de las cinco mangueras. Con los ojos espabilados al máximo el joven Eleuterio invocó a todas las animas, chiriguas, todos los santos y a la virgen del Valle para que alejara aquel mixto y extraño fenómeno climático. Fue indescriptible que finalizado aquel ritual se escuchó una ráfaga de truenos como si fuera una salva que despedía a un muerto. Desde el cielo se dejó desprender una bola de fuego que destelló estrepitosamente en el cerro del Piache. Más sorprendente fue como las mangueras, ya tocando tierra, comenzaron a disiparse una tras otras; todo quedo en calma y sumido en un profundo y sepulcral silencio.
          Tello quedó de rodillas en la entrada del templo, extenuado por el acto realizado y llorando de emoción. La gente comenzó a salir de sus casas y comentado uno con otro lo que acababa de acontecer, se acercaron y rodearon al joven agradeciéndole su acto heróico y milagroso. Ese episodio quedaría grabado por siempre en la memoria histórica de los Cocheros.
          Al siguiente día salieron a la calle a comentar lo sucedido y buscarle explicación, no tardaron en llegar a un sinnúmero de conclusiones. Dijeron que todo había sido un castigo del ente divino por la forma desconsiderada y grosera de pedir que cayera agua del cielo. Como era costumbre para esas fechas los dos santos ofrecen por tradición una garúa milagrosa todos los años, la gente avariciosa pedía para que cayera un buen palo de agua, que quitara toda la polvareda dejada por la reseca cuaresma. Hubo gente que se extralimitó colocando olletas y peroles de todo calibre alrededor de la casa para no perder ni una sola gota de agua, haciendo caso omiso a las advertencias de las ancianas del pueblo que consideraban aquello sacrílego, ya que eso era pavoso y que indefectiblemente iba a alejar la ansiada lluvia. Todo este comportamiento irreverente y mezquino hizo enojar el patrón y nos advirtió con ese castigo.
          Otros comentaban que la dirección en la que se habían tirado los cohetes esa tarde no había sido la adecuada, ya que siempre se habían lanzado hacia el cerro detrás de la iglesia y esta vez se hizo hacia el cerro del Piache, eso pudo haber hecho enojar al espíritu cuidador y nos mandó el castigo Piachero, que pudo haber sido peor. Más tarde se comentó que el cura también tenía parte de culpa por no haber llevado a cabo la eucaristía ese día, así había quedó acumulado y pendiente una gran cantidad de pecados sin absolver que hizo enojar al patrono.
       Más tarde el boca floja del monaguillo dejó colar lo que le había comentado su jefe. Una semana antes el cura había viajado a Porlamar a buscar las ostias en la catedral y cuando pasó cerca del mercado desvió una parte del dinero asignado para comprar velas, comprando piñonates, gofios y conservas. Cuando llegó a Coche guardó en su baúl los dulces junto con las ostias. El calor y la humedad hizo que se enmohecieran las ostias, solo se salvaron como cinco; el resto del paquete de cien estaban cubiertos de una capa de negro moho, el cura trato de salvarlas raspándolas con un cuchillo como si fuera una diminuta arepa quemada, pero no se quiso arriesgar. Todo esto hizo pensar que el cura por su glotonería y falta de juicio el todopoderoso lo había castigado.
          Ese día después se retomó la planificación del acto y el cura para exculparse de lo sucedido descargó y recriminó a los feligreses las acciones pecaminosas que aquel estimulante verano había hecho estrago en la líbido de ellos. Esa temporada, dicho por el director de la escuela, se había notado un incremento alarmante de embarazos en las adolescentes; así como deserciones, desde que se fundó la escuela. Igualmente, los extravagantes rumores que habían hecho algunas mujeres del comportamiento sexual de sus maridos. Todo esto llevó al clérigo a concluir que parte de lo sucedido se debía a una especie de advertencia al pueblo por su reprochable conducta. Asimismo, aprovechó el momento para regañar a la población sobre sus exageraciones en la interpretación de lo sucedido, como por ejemplo la “bola de fuego que venía del cielo”, no siendo mas que un rayo que cayó sobre una mata de yaque, achicharrándolo.
          Además de todo lo ocurrido, la gloria que había ganado aquel valiente héroe no duró mucho tiempo, ya que en la mañana del día después de la tormenta aparecieron extrañamente una gran cantidad de toninas o delfines abollados en la orilla de la playa cerca del bajo. Tello se había levantado temprano para recorrer la playa y ver que había traído la tormenta, tropezando con aquel espectáculo. Cargó con todo lo que pudo y se lo llevó a su casa. Allí los sajo, saló y lo tendió en un pequeño asoleadero que tenía y otra parte la puso sobre la tapia hecha de botutos que tenía su casa. Ya en sal el producto lo comenzó a ofrecer como cazón salado. La gente no tardó en darse cuenta del engaño y lo denunciaron a las autoridades. Llegó el jefe civil, un tal Benito Bermúdez, con un policía y se lo llevaron detenido por pícaro y tracalero; estuvo preso cuatro días. El mito de Tello Cova todavía se mantiene hasta el sol de hoy, aunado al detalle de que esa fue la única vez que se ha celebrado la procesión de San Pedro un treinta de junio y las mujeres han quedado a la espera de un verano similar.

Venezuela, Cabimas, 27-06-2020.

PRESENCIA DEL AUSENTE


FELIZ CUMPLEAÑOS



“A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd.” (Alphonse de Lamartine)
          No deja de ser cierta esta expresión del notable poeta francés. En tu caso son muchos los corazones que se desgajaron y que te acompañan por siempre, todos ellos de los que te amaron y acompañaron por tu fugaz senda vivida.
          La ausencia es absorción que se lleva y arrastra lentamente hasta sus entrañas todas las memorias, tantos hechos y tantos sueños. Se lleva las esperanzas atadas a tiernos amores que comenzaban a brotar. Se lleva los bellos anhelos asidos al diminuto dedo índice que nos llenaría de inmensa felicidad. En un solo trago se lleva aquellos inmensos abrazos impregnados de acolchada dulzura, abrazos sublimes que calman la sed de cercanía.
          Es una ida de corazones hambrientos de amor desbordado que se llevan aquellas palabras que nos dijimos y ya no recordamos, aquellas que no nos dijimos y son arrepiento, aquellas que solo pensamos y sentimos decirlas, aquellas mudas de profundidad que resuenan en un eco permanente en nuestro mutilado corazón.
          Se lleva tantas palabras incipientes que apenas son débiles letras que se nos desgastan. Se lleva la clara sombra que emite el silencio cuando te sentimos. Te lleva y deja fijo tu rostro perpetuo invariable en el tiempo, con una expresión tierna que duele, con una amada sonrisa que se fijó en el daguerrotipo eterno de tu dolida ausencia.
          Ausencia ten piedad y no te lleves los recuerdos que nos quedan para referir nuestras angustias por su ser, nuestros temores de olvido; que esas palabras nos permitan por siempre cargar con sus esperanzas que ahora son nuestras y que nos atan a su infinita presencia.
           Ciao mijo…

Venezuela, Cabimas, 28-06-2020.

lunes, 22 de junio de 2020

PAPA


Por: Humberto Frontado


          Temprano en la mañana de un plácido domingo se escuchó la voz de mi mamá por toda la casa cuando decía.
          - Saliendo en una hora para Barrio Libertad y el que se quedó se quedó.
          Era una orden de la generala y había que prepararse rápidamente para salir. En tropel nos amuñuñábamos haciendo fila india para entrar al baño. Primero las mujeres después los hombres de menor a mayor. Había que apurar el paso, porque estábamos a punto de escuchar el segundo llamado de:
          - ¡A comer!… y a misa una sola vez se avisa.
          En un santiamén todos estábamos sentados alrededor de la mesa en los sitios que cada quien tenía asignado, esperando la presencia de Papa. El desayuno era un suculento plato de avena con un pancito dulce, suficiente para amortiguar toda la mañana. Ya sentado Papa se daba la partida y arrancaba el concierto de cuchareos en los platos. Casi terminando la faena se volvía a oír la voz de mama advirtiendo.
          - No se vayan a desperdigar, vean que ya vamos a salir.
          Ese era el día de ir a visitar al abuelo, en orden de tamaño íbamos entrando en el “Ford Falcón”. La ventanilla era para los mayores y el chiripero apurruñados en el centro. El viaje era de más o menos veinte minutos llenos de pellizcos, golpes, empujones y a veces mordiscos bajo la mirada siquitrillante del chofer, proyectada a todo color por el retrovisor.
           Al llegar a la casa del abuelo en hilera íbamos pidiendo la bendición y besando la mano del abuelo que siempre estaba llena de tierra, pintura o grasa, porque era demasiado inquieto y todo el tiempo estaba ocupado haciendo algo. Al pasar por dentro de la casa, parecíamos “chivos en cristalería”, había que caminar con sumo cuidado para no tropezar las mesas, muebles, sillas o esquineros repletos de adornos de cristal, colocados por la abuela y las dos tías sobre blancos mantras tejidos y almidonados como armadores. Al llegar al patio era la salvación, lo primero que hacíamos era visitar las matas de hicacos y de poncigué que todo el tiempo estaban cargadas, después íbamos al palomar a joder un poco a las palomas y sus pichones.
          En esas visitas estábamos más pendiente de ir a curucutear el patio y sacudir las matas que de hablar y escuchar cuentos del abuelo. Lo que si se notaba en esas visitas era el respeto de Papa hacia aquel anciano ser. Más adelante la admiración hacia nuestro padre se acrecentó cuando nos fuimos enterando de la relación que hubo entre ellos mucho tiempo atrás en la Isla de Coche. Papa era hijo natural sin reconocimiento como el común denominador de los niños de ese período, solo era hijo para dar constancia de que se mantenía la costumbre del machismo de la época, la tradición era tener hijos no importaba del vientre de donde viniera y mucho menos la atención hacia ellos cómo debía ser. Eran sujetos para hacer solo mandados y oficios, no había atención y mucho menos educación, eso no tenía valor.
          Como cualquier otro chico en aquella olvidada isla se tuvo que embraguetar desde temprano, acompañaba a su padre en la pesca y le mantenía los mimados gallos de pelea, sacaba sal en la salina en tiempo de saque, esa fue su niñez y adolescencia. Aprendió de su querido padrino lo básico de matemáticas, lectura y escritura, su ocio lo dividía en correr sus sueños por los cerros y jugar pelota en la salineta.
          Pronto se unió a la que iba a ser su yunta por siempre, mujer bregadora como él con la que tuvo el primer cardumen de tres hijos vallesequeros. Se enfrentó a los miedos de la gran decisión de migrar al Zulia dejando atrás a su familia, como lo habían hecho otros tantos cocheros, buscando un mejor porvenir. “O te vas pá Maracaibo a trabajar las minas de petróleo o te quedas en Coche atendiendo las minas de guate é puerco”, ese era el instigador eslogan de los viejos hacia los jóvenes.
          Durante la ausencia de Papa, contaba mama que muchas veces la invadía la sombra del abandono; le bastaba sacudir la cabeza y retornar a la faena de trabajo para traer a su mente la confianza en su compañero que la confirmaba en cada una de las cartas que enviaba mes tras mes, durante casi tres años.
          Establecido en la compañía trabajando como marino Papa nos mandó a buscar en un viaje de casi tres días de travesía. Allí estaba él esperándonos en la nueva casa en Lagunillas, como la llamó una vez: el “Corinto de Grecia”, ya que era paso obligado de los vallesequeros que emigraban y donde se les daba albergue. En una oportunidad, comento mama, habíamos once personas congregadas en aquella pequeña casa de un solo cuarto, baño, sala y cocina, éramos cinco más seis convidados. Papa mayor que muchos de los que llegaban, lo consideraban un hermano de respeto o padre putativo, por su carácter y temple, era su confidente. En esa fraternidad los pequeños éramos sobrinos malcriados de todos los hombres que convergían en ese oasis. Mama aprovechaba y les cobraba la lavada de la ropa y les vendía las cervezas del fin de semana.
           En general, cada casa de los cocheros en Cabimas, Lagunillas o Maracaibo era un lugar donde se le daba estadía y abrigo a los migrantes conterráneos. Venían matrimonios, adultos, jóvenes, viejos todos eran bienvenidos. Casi todas las semanas se festejaba con una parranda, iban visitando de casa en casa achicando las garrafas de ron con poncigué. Había oportunidades que los compinches visitaban a Papa para que los acompañaran en el jolgorio y él los sorprendía con un rechazo rotundo diciendo que estaba de guardia, sin embargo, les dejaba la garrafa. Más de uno le insistía para que cambiara de opinión, pero no lograban nada. Papa se jubiló de Maraven con treinta años de trabajo sin ninguna falta e inasistencia, ese era su carta aval para darnos ejemplo de rectitud y responsabilidad. Llegar tarde a una cita era una falta de respeto y desconsideración. El viejo era de poco hablar, pero cuando lo hacía era contundente. Uno de sus refranes era: “el que mucho habla mucho erra”.
          Estaba lleno de anécdotas, cuentos y un sinnúmero de poemas y décimas que en cualquier momento las recitaba. Su memoria era prodigiosa repleta de grandiosas vivencias. Fue querido por sus hermanos que lo vieron siempre como un cabeza de familia o confidente, dicho por ellos. A veces se pasaba de estricto y en otras se excedía en complacencia. En una oportunidad en semana santa ya se había planeado ir al rio Burro Negro para pasar un domingo divertido. Sorpresa para nosotros cuando en la noche, mientras estábamos imaginando las cosas que íbamos a hacer en el río, apareció mama diciéndonos que el viaje se había cancelado porque Papa iba a hacer la guardia que le correspondía a un compañero de trabajo. Todos nos molestamos y le comentábamos a mama porque esa persona no se había antojado de otra persona sino de Papa. Claro que eso no se lo podíamos decir a Papa ya que esa era una falta de respeto. Mama era la que nos daba la cara y nos manifestaba que esa era su decisión y había que respetarla. Varias veces sucedió eso y nos dimos cuenta de lo considerado que era con sus compañeros, nosotros sospechábamos que muchas veces se la echaron de vivos con él.
          Una vez nos contó sobre el día que compró su flamante “Ford Falcón”, el dueño de la concesionaria era su hermano masón y lo incitaba a que comprara uno más grande y un poco más caro, él le respondió sonriente.
        - Hermano tranquilo, ese es el “forsito” que necesito, además “hay que cobijarse hasta donde nos alcance la cobija”.
          Para toda ocasión tenía un refrán o un dicho, una vez nos salió con uno que tardamos de entender hasta que nos explicó, ese era: “A mí no conchae´ mangle, yo te conocí en Guanoco”. Muchas veces nos dijo, cuándo lo ameritaba: “la avaricia rompe el saco”, tenía respeto por la austeridad y la humildad, eso eran unos de sus valores notables. Su padre fue tan persistente en lo que hacía que una vez comenzó a fabricar peines de carey utilizando una segueta, el producto terminado parecía la dentadura de un caimán con todos los dientes disparejos. Esa constancia y perseverancia la heredó para fijarse metas y alcanzarlas, logro sacar su sexto grado mientras trabajaba y años más tarde saco su título de “Capitán Costanero”.
          El tiempo transcurría rápidamente, se añadió a la tropa cuatro hijos lagunilleros. Esa estadía en el Zulia dió para amasar una gran cantidad de compadres y grandes amigos, muchos de ellos, como les decía “buenos hasta el carrete”. En la calle “Broadway” de Puerto Nuevo donde estaba ubicada nuestra casa los hijos de los amigos vecinos le decían Papa por cariño.
          Después de dar término a su labor en Maraven, al siguiente día estaba recogiendo todos sus peroles y cachivaches metiéndolos en su nueva camioneta Ford, para iniciar el retorno a su amada Isla de Coche que lo llamaba a la presencia de su mamá.
          Establecido en su Valle Seco vió partir a tanta gente, entre ellos su santa madre, luego mama su inseparable yunta y eterno amor, sus hermanos, compadres y amigos; comentó una vez sollozando: “mis amigos me están dejando solo”. Frente a la casa de su madre pasaban los amigos a saludarlo, hablaban con él un rato y se tomaban un cafecito, pero con el tiempo el incisivo viento de arriba con su polvareda fueron desgastando esa presencia y su razón de vivir.
          El 10 de abril del 2018 se marchó Humberto Frontado dejando toda una herencia de sinceridad, honradez, compañerismo, amor por su familia y amigos. Quienes lo acompañamos en su último viaje desde Valle Seco hasta el camposanto pudimos confirmar su frecuente dicho que alude el enfrentar las inesperadas vicisitudes: “pa´lante que el muerto pesa y el cementerio está lejos”. Gracias Papa.

Venezuela, Cabimas, 20-06-2020.

          Notas:
Dichos y expresiones más comunes del Catire de Quintina:
  •          ¡A buen tiempo en Araya y lloviendo en Aricagua!
  •          ¡Mariana y su hija Ifigenia!
  •          ¡Yo no sé de aguja, María es la que cose!
  •          ¡Zamuro con mucha tripa se enreda y no come ná!
  •          ¡Ahí estas, como perico en estaca!
  •          ¡Que vaá saber ese guevón!
  •          ¡No te hagas el musiú!
  •          ¡A otro perro con ese hueso!
  •          ¡Ese es buen amigo hasta el carrete!
  •          ¡Coche no es un pobre pueblo, sino un pueblo pobre!
  •          ¡Viento en popa y a toda vela!
  •       ¡No importa que los de adelante se apresuran en correr mientras nosotros ligero caminemos!
  •          ¡Más limpio que majarete al revés!
  •          ¡Cada quien jala la brasa pá su sardina!
  •          ¡Estas bailando en un tusero!


domingo, 14 de junio de 2020

EL BURRO Y EL ZAMURO

Por: Humberto Frontado



        Una temprana mañana pasando entre los cerros y apartándolos como gajos de nada aparece el inoportuno y escandaloso sol, despertando a todos con su ruido incandescente. Ya son muchos los meses que lleva la isla sin una gota de agua provenientes del impredecible cielo. Hace tiempo que las nubes dejaron de pastorear sobre los ásperos cerros de Coche. La cuarteada tierra no tiene nada que ofrecer, la presencia permanente de una erosionante polvareda nos somete y carcome cualquier esperanza que ose brotar en este afligido pueblo.
        Un viejo guaraguao montado en el tubo de la lámpara de alumbrado de la calle se acicalaba, quitándose la polvareda nocturna con la prestancia y parsimonia que dan los años. A este peculiar espécimen la naturaleza lo ha diseñado para condiciones extremas. La cabeza y cuello carecen de plumas para no tener problema de higiene cuando tenga que zambullirse glotonamente dentro de su plato de comida. En su detallado procedimiento de pulcritud hacía énfasis en las plumas principales que actúan como alerones en sus largas jornadas de planeación.  
        Después de una profunda exfoliación decide dar un paseo para buscar algo que comer. Salta con un buen impulso y abre las alas con el cuidado de no rozar los cables de electricidad, porque ha aprendido que el roce con los alambres daña sus plumas, no por temer a perecer electrocutado como ha pasado con varios de sus difuntos camaradas. Los zamuros se han acostumbrado a estar en el pueblo y muchos se reúnen en los techos de las casas esperando echen algunas sobras de comida en los patios, contando con que no aparezcan los perros o los gatos.
        Esto es una novedad ya que antes los guaraguaos tenían su rutina de alimentación en los cerros. Ahora debido a la sequía y falta de cadáveres han tenido que emigrar al pueblo. De hecho, ya se acostumbraron a estar en grupos acicalándose entre ellos al borde de la carretera dentro del pueblo, cercano siempre a sitios donde la gente inconsciente bota la basura.
         El protagonista de nuestro relato se enfiló a sobrevolar los cerros a ver si tenía suerte. Aprovechando las corrientes de aire cálido que suben al cielo, se fue surfeando intercambiando las olas de viento hasta lograr la de más energía. Con una buena altura hizo un barrido visual para ver qué le llamaba la atención; notar a un grupo de moscas revoloteando sobre algo le indican que hay posible comida. Dentro de la marejada de aire abre al máximo sus cornetes de su sentido olfativo para detectar algún indicio de fetidez en el área.
        Recorrió toda la isla de cabo a rabo sin encontrar nada, de regreso al sitio de origen observó a lo lejos por un instante a un viejo burro que avanzaba a paso lento por entre dos cerros. El asno se detuvo a reposar un instante ya que el tortuoso y pedregoso sendero lo habían hecho trastabillar varias veces. El guaraguao vió sorprendido la actitud del cuadrúpedo y decide acercarse al sitio para tomar más detalles. Se posó en una lánguida rama de un palidecido yaque y desde allí estuvo contemplando por un rato al cansado animal, sin percatarse que él también lo estaba viendo por el rabo del ojo. El cuadrúpedo se movió rotando lentamente evitando el encandilamiento del aguijante sol y se colocó casi de frente al carroñero para decirle.
-         Qué te pasa zopilote
que tu altives has perdido,
te veo en la retama escondido
como un malvado en asecho,
ungido de mentira y mote
al traste has llevado tu prestancia;
es más el hambre y el ansia,
que un cuervo de ti ha hecho.

        El zamuro que no esperaba la acción del fatigado animal, cerró los ojos y buscó rápida inspiración para responderle.
-         Discúlpame asno anciano
si mi estampa te ha molestado,
es que estas tan acabado
y verte así me lastima,
de mi mente echo mano
pensando cómo voy a comerte
cuando el tiempo te de muerte
y con ganas te caiga encima.

        El equino se sacudió como mostrándole al impertinente que todavía quedaba energía en él, más aún sorprendió cuando su vianda andante tomo una larga aspirada e hizo un soneto a capela de su rebuzno sostenido y pausado. Al finalizar tomó la senda que traía y siguió camino al pueblo para buscar la comida que le tenía su dueño. El zamuro imitando al odioso burro también se sacudió y exclamó levantando la voz para que lo escuchara.
-         Malayo burro malcriado
que ya te había agarrado cariño,
te has portado como un niño
y no me tienes consideración,
mis servicios has despreciado
ayudo a quien está por morir,
le hago cómodo su partir
cuando le llegue la ocasión.

        El zamuro respiró profundamente, pero no para chillar como hizo el burro, sino para descargar su lastimera desesperanza. Desde la mata de yaque miró hacia los lados buscando distancia para despegar vuelo, esta vez para irse de nuevo a relamer su desgracia agarrado del pescuezo de la lámpara del alumbrado. Echó una sosegada mirada al tenue y quieto atardecer que sin muchos espavientos mostraba la lenta zambullida de aquella madura esfera dorada atravesando la pulcra línea horizontal. Era tanta la quietud en la escena que se pudo escuchar el chirriar del sol cuando entro al mar.

Venezuela, Cabimas, 23-04-2020.

domingo, 7 de junio de 2020

EL BOLO, LA CANGREJA Y EL ZAMURO


Por: Humberto Frontado



         En la playa, a un lado del muelle las tenues olas de la mañana traen a rastras un pálido y moribundo bolito(1); pasó toda la noche retorciéndose del intenso dolor que le producía una herida en su boca. La cortada se lo había provocado un oxidado y lacerante anzuelo de algún noctámbulo pescador. Lloriqueaba desconsolado y entre mocos se decía a sí mismo.
         - Bien me lo decía mi mamá, que no viniera de noche a buscar comida en este muei.
        Se ha desangrado todo por la desgarrada herida en su boca. El labio superior se le abrió quedando como un boquinete. Ha perdido su fuerza y no puede coordinar sus movimientos, quedó a merced del arpegio de las odiosas olas que continuamente lo llevan y traen, que lo arremolinan y estropean más de la cuenta.
        Muy cerca del atolondrado y doblegado bolo se encontraba una curiosa cangrejita que tenía rato frotándose las tenacitas, veía su suculento almuerzo ir y venir al son de las ondas, dejando que se sazonara en su esencia de delirio. Impaciente la intrépida crustácea se le acercaba tímida de ladito al escamado. Él viéndola de reojo y presintiendo un molesto pellizco se movía para advertir que todavía estaba presente, buscando siempre estar cubierto de agua. La escuálida jaiba reculó unos pasos y decidió esperar tranquilamente diciéndose a sí mismo.
        - Solo es cuestión de tiempo, esperaré a que se cocine lentamente.
        De repente una sombra negra venida desde el cielo lo espantó e hizo que se zambullera violentamente y desapareciera. Ya segura en el agua notó que era un Zamuro(2) que había aparecido de la nada. La brisa abanicada por el carroñero despertó al debilitado pececillo, quien se sacudió violentamente para incorporarse haciéndose notar por el nuevo comensal que hasta ese momento no había sido invitado al banquete. El guaraguao se retiró de la orilla para que no se le mojaran las patas y se le engarrotaran los dedos. Recogió sus alas y caminó de lado a lado como si imitara a un pingüino, diciéndose.
        - Esto es solo cosa de paciencia y esa es una de mis especialidades, de aquí yo no me muevo.
        El zopilote mirando fijo al moribundo bolo, llenó su mente de recuerdos de antaño, pensando que era extraño para él y su familia venir a comer a la orilla de la playa; esto solo lo hacíamos cuando lanzaban el cadáver de un burro para que se lo llevara el mar, o un gran pez que muerto era arrastrado por las olas a la playa. Ahora todo ha cambiado, nos pasamos todo el día rastrillando la orilla de la playa a ver que nos dejan los pescadores que calan los mandingas, que hoy por hoy no es mucho.
        El zopilote vió la sigilosa aparición de la cangreja nuevamente, pensando lo peor. Movió abruptamente las alas para asustar la impertinente ladronzuela. El aleteo del zopilote alertó al bolo, quien atrincado a la poca energía que le quedaba tomó un impulso aprovechando el retorno de la ola e inició su desconcertante escapatoria. El zamuro y la cangreja se quedaron peripatéticos mirándose el uno al otro, mientras que una extraña coincidencia los hizo sintonizar frecuencia de un mismo pensamiento, diciéndose.
        -  Será para otro momento.
      Así envuelta en un hálito de desesperanza la cangreja quedó sumida pensando en su inmortalidad. Al zamuro también lo atrajo una imagen paradójica, que lo llevó a verse enredado bailando sobre un amasijo de resbalosas tripas, similares a unos tragavenados de siete cabezas que lo atrapaba y engullía.

Venezuela, Cabimas, 23-04-2020

Notas:
(1) Bolo, guatacare: Caracteres distintivos. Cuerpo alargado y ligeramente comprimido, de color pardo verdoso hacia la parte dorsal; lados del cuerpo con franjas estrechas pardo oscuro, dispuestas más o menos en dos series, una superior y otra hacia la mitad del cuerpo, centralmente blancuzco.

Distribución. Costas de Suramérica, desde el Golfo de Venezuela hasta São Paulo, Brasil. En Venezuela es una especie común a lo largo de toda la costa en aguas neríticas con fondos blandos. Alimentación. Consume principalmente peces, pero también crustáceos como camarones. Obtenido de El libro Los peces del delta del Orinoco.
(2) Zamuro: Ave carroñera de color negro; en áreas pobladas por humanos hurga en basureros, come huevos y material vegetal en descomposición y puede matar o lesionar a mamíferos recién nacidos o incapacitados. Como otros buitres, juegan un papel importante en el ecosistema al eliminar la carroña que de otra manera sería terreno fértil para enfermedades. Zopilote, Buitre, Guaraguao, Carroñero, curumo, chulo, gallinazo.

Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...