Por: Humberto Frontado
Temprano en la mañana de un
plácido domingo se escuchó la voz de mi mamá por toda la casa cuando decía.
- Saliendo
en una hora para Barrio Libertad y el que se quedó se quedó.
Era una orden de la
generala y había que prepararse rápidamente para salir. En tropel nos amuñuñábamos
haciendo fila india para entrar al baño. Primero las mujeres después los
hombres de menor a mayor. Había que apurar el paso, porque estábamos a punto de
escuchar el segundo llamado de:
- ¡A
comer!… y a misa una sola vez se avisa.
En un santiamén todos
estábamos sentados alrededor de la mesa en los sitios que cada quien tenía
asignado, esperando la presencia de Papa. El desayuno era un suculento plato de
avena con un pancito dulce, suficiente para amortiguar toda la mañana. Ya
sentado Papa se daba la partida y arrancaba el concierto de cuchareos en los
platos. Casi terminando la faena se volvía a oír la voz de mama advirtiendo.
- No se
vayan a desperdigar, vean que ya vamos a salir.
Ese era el día de ir a visitar
al abuelo, en orden de tamaño íbamos entrando en el “Ford Falcón”. La
ventanilla era para los mayores y el chiripero apurruñados en el centro. El
viaje era de más o menos veinte minutos llenos de pellizcos, golpes, empujones
y a veces mordiscos bajo la mirada siquitrillante del chofer, proyectada a todo
color por el retrovisor.
Al llegar a la casa del
abuelo en hilera íbamos pidiendo la bendición y besando la mano del abuelo que
siempre estaba llena de tierra, pintura o grasa, porque era demasiado inquieto
y todo el tiempo estaba ocupado haciendo algo. Al pasar por dentro de la casa,
parecíamos “chivos en cristalería”, había que caminar con sumo cuidado para no
tropezar las mesas, muebles, sillas o esquineros repletos de adornos de cristal,
colocados por la abuela y las dos tías sobre blancos mantras tejidos y
almidonados como armadores. Al llegar al patio era la salvación, lo primero que
hacíamos era visitar las matas de hicacos y de poncigué que todo el tiempo
estaban cargadas, después íbamos al palomar a joder un poco a las palomas y sus
pichones.
En esas visitas estábamos más
pendiente de ir a curucutear el patio y sacudir las matas que de hablar y
escuchar cuentos del abuelo. Lo que si se notaba en esas visitas era el respeto
de Papa hacia aquel anciano ser. Más adelante la admiración hacia nuestro padre
se acrecentó cuando nos fuimos enterando de la relación que hubo entre ellos mucho
tiempo atrás en la Isla de Coche. Papa era hijo natural sin reconocimiento como
el común denominador de los niños de ese período, solo era hijo para dar
constancia de que se mantenía la costumbre del machismo de la época, la tradición
era tener hijos no importaba del vientre de donde viniera y mucho menos la
atención hacia ellos cómo debía ser. Eran sujetos para hacer solo mandados y
oficios, no había atención y mucho menos educación, eso no tenía valor.
Como cualquier otro chico
en aquella olvidada isla se tuvo que embraguetar desde temprano, acompañaba a
su padre en la pesca y le mantenía los mimados gallos de pelea, sacaba sal en
la salina en tiempo de saque, esa fue su niñez y adolescencia. Aprendió de su querido
padrino lo básico de matemáticas, lectura y escritura, su ocio lo dividía en
correr sus sueños por los cerros y jugar pelota en la salineta.
Pronto se unió a la que iba
a ser su yunta por siempre, mujer bregadora como él con la que tuvo el primer
cardumen de tres hijos vallesequeros. Se enfrentó a los miedos de la gran
decisión de migrar al Zulia dejando atrás a su familia, como lo habían hecho
otros tantos cocheros, buscando un mejor porvenir. “O te vas pá Maracaibo a
trabajar las minas de petróleo o te quedas en Coche atendiendo las minas de
guate é puerco”, ese era el instigador eslogan de los viejos hacia los jóvenes.
Durante la ausencia de
Papa, contaba mama que muchas veces la invadía la sombra del abandono; le
bastaba sacudir la cabeza y retornar a la faena de trabajo para traer a su
mente la confianza en su compañero que la confirmaba en cada una de las cartas
que enviaba mes tras mes, durante casi tres años.
Establecido en la compañía
trabajando como marino Papa nos mandó a buscar en un viaje de casi tres días de
travesía. Allí estaba él esperándonos en la nueva casa en Lagunillas, como la
llamó una vez: el “Corinto de Grecia”, ya que era paso obligado de los
vallesequeros que emigraban y donde se les daba albergue. En una oportunidad,
comento mama, habíamos once personas congregadas en aquella pequeña casa de un
solo cuarto, baño, sala y cocina, éramos cinco más seis convidados. Papa mayor
que muchos de los que llegaban, lo consideraban un hermano de respeto o padre putativo, por su carácter y temple,
era su confidente. En esa fraternidad los pequeños éramos sobrinos malcriados
de todos los hombres que convergían en ese oasis. Mama aprovechaba y les
cobraba la lavada de la ropa y les vendía las cervezas del fin de semana.
En general, cada casa de los
cocheros en Cabimas, Lagunillas o Maracaibo era un lugar donde se le daba estadía
y abrigo a los migrantes conterráneos. Venían matrimonios, adultos, jóvenes,
viejos todos eran bienvenidos. Casi todas las semanas se festejaba con una
parranda, iban visitando de casa en casa achicando las garrafas de ron con poncigué.
Había oportunidades que los compinches visitaban a Papa para que los
acompañaran en el jolgorio y él los sorprendía con un rechazo rotundo diciendo que
estaba de guardia, sin embargo, les dejaba la garrafa. Más de uno le insistía
para que cambiara de opinión, pero no lograban nada. Papa se jubiló de Maraven
con treinta años de trabajo sin ninguna falta e inasistencia, ese era su carta
aval para darnos ejemplo de rectitud y responsabilidad. Llegar tarde a una cita
era una falta de respeto y desconsideración. El viejo era de poco hablar, pero
cuando lo hacía era contundente. Uno de sus refranes era: “el que mucho habla
mucho erra”.
Estaba lleno de anécdotas,
cuentos y un sinnúmero de poemas y décimas que en cualquier momento las
recitaba. Su memoria era prodigiosa repleta de grandiosas vivencias. Fue
querido por sus hermanos que lo vieron siempre como un cabeza de familia o
confidente, dicho por ellos. A veces se pasaba de estricto y en otras se
excedía en complacencia. En una oportunidad en semana santa ya se había
planeado ir al rio Burro Negro para pasar un domingo divertido. Sorpresa para
nosotros cuando en la noche, mientras estábamos imaginando las cosas que íbamos
a hacer en el río, apareció mama diciéndonos que el viaje se había cancelado
porque Papa iba a hacer la guardia que le correspondía a un compañero de
trabajo. Todos nos molestamos y le comentábamos a mama porque esa persona no se
había antojado de otra persona sino de Papa. Claro que eso no se lo podíamos decir
a Papa ya que esa era una falta de respeto. Mama era la que nos daba la cara y
nos manifestaba que esa era su decisión y había que respetarla. Varias veces
sucedió eso y nos dimos cuenta de lo considerado que era con sus compañeros,
nosotros sospechábamos que muchas veces se la echaron de vivos con él.
Una vez nos contó sobre el día
que compró su flamante “Ford Falcón”, el dueño de la concesionaria era su
hermano masón y lo incitaba a que comprara uno más grande y un poco más caro, él
le respondió sonriente.
- Hermano
tranquilo, ese es el “forsito” que necesito, además “hay que cobijarse hasta
donde nos alcance la cobija”.
Para toda ocasión tenía un
refrán o un dicho, una vez nos salió con uno que tardamos de entender hasta que
nos explicó, ese era: “A mí no conchae´ mangle, yo te conocí en Guanoco”. Muchas
veces nos dijo, cuándo lo ameritaba: “la avaricia rompe el saco”, tenía respeto
por la austeridad y la humildad, eso eran unos de sus valores notables. Su
padre fue tan persistente en lo que hacía que una vez comenzó a fabricar peines
de carey utilizando una segueta, el producto terminado parecía la dentadura de
un caimán con todos los dientes disparejos. Esa constancia y perseverancia la
heredó para fijarse metas y alcanzarlas, logro sacar su sexto grado mientras
trabajaba y años más tarde saco su título de “Capitán Costanero”.
El tiempo transcurría
rápidamente, se añadió a la tropa cuatro hijos lagunilleros. Esa estadía en el
Zulia dió para amasar una gran cantidad de compadres y grandes amigos, muchos
de ellos, como les decía “buenos hasta el carrete”. En la calle “Broadway” de
Puerto Nuevo donde estaba ubicada nuestra casa los hijos de los amigos vecinos
le decían Papa por cariño.
Después de dar término a su
labor en Maraven, al siguiente día estaba recogiendo todos sus peroles y
cachivaches metiéndolos en su nueva camioneta Ford, para iniciar el retorno a
su amada Isla de Coche que lo llamaba a la presencia de su mamá.
Establecido en su Valle
Seco vió partir a tanta gente, entre ellos su santa madre, luego mama su
inseparable yunta y eterno amor, sus hermanos, compadres y amigos; comentó una
vez sollozando: “mis amigos me están dejando solo”. Frente a la casa de su
madre pasaban los amigos a saludarlo, hablaban con él un rato y se tomaban un cafecito,
pero con el tiempo el incisivo viento de arriba con su polvareda fueron desgastando esa presencia
y su razón de vivir.
El 10 de abril del 2018 se
marchó Humberto Frontado dejando toda una herencia de sinceridad, honradez,
compañerismo, amor por su familia y amigos. Quienes lo acompañamos en su último
viaje desde Valle Seco hasta el camposanto pudimos confirmar su frecuente dicho
que alude el enfrentar las inesperadas vicisitudes: “pa´lante que el muerto
pesa y el cementerio está lejos”. Gracias Papa.
Venezuela, Cabimas, 20-06-2020.
Notas:
Dichos y expresiones más comunes del Catire de Quintina:
- ¡A buen
tiempo en Araya y lloviendo en Aricagua!
- ¡Mariana
y su hija Ifigenia!
- ¡Yo no
sé de aguja, María es la que cose!
- ¡Zamuro
con mucha tripa se enreda y no come ná!
- ¡Ahí
estas, como perico en estaca!
- ¡Que
vaá saber ese guevón!
- ¡No te
hagas el musiú!
- ¡A otro
perro con ese hueso!
- ¡Ese es
buen amigo hasta el carrete!
- ¡Coche
no es un pobre pueblo, sino un pueblo pobre!
- ¡Viento
en popa y a toda vela!
- ¡No
importa que los de adelante se apresuran en correr mientras nosotros ligero
caminemos!
- ¡Más
limpio que majarete al revés!
- ¡Cada
quien jala la brasa pá su sardina!
- ¡Estas
bailando en un tusero!
Excelente que bonito relato
ResponderEliminargracias por tus palabras...
EliminarLa fila India que buena anecdota
ResponderEliminarmuchas gracias..
EliminarMuy buenas anécdotas, un gran hombre que supo dejar gran herencia de valores a usted y usted a sus hijos.
ResponderEliminarMuchas gracias Eduardito por tu reflexivo comentario...saludos y bendiciones...
EliminarHumbertico, muy buena... Me has hecho llorar... Al recordar a Papa... Felicitaciones, gran historia. Mis respetos. Stanley Millán.
ResponderEliminarMuchas gracias Estanley por tus bellas palabras, saludos y bendiciones...
Eliminarlinda Historia . me aguaraparom los ojos.
ResponderEliminarGracias Erica un abrazo, saludos y bendiciones para todos...
EliminarCompa,linda historia,grandes recuerdos y enseñanzas nos quedan de nuestros padres.
ResponderEliminarMuchas gracias por sus palabras cumpa...
EliminarMuy bonita historia.y que bonito recordarlos .
ResponderEliminarmuchas gracias por tus palabras...
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