domingo, 25 de diciembre de 2022

UN FATIDICO 24

 Por Humberto Frontado


           Mirándose las manos con gran detenimiento se encontraba desde hacía rato un sexagenario, buscaba en el par de cortezas arrugadas una vieja cicatriz que le había quedado grabada desde niño.

            - ¡Aquí estás condenada!… por fin te encontré – pensaba el viejo mientras tocaba suavemente con la mano opuesta el relieve que había quedado moldeado por una quemadura; a medida que se desplazaba iba descifrando remotos recuerdos.

          El anciano llamado Ely se acordó de ese día. Era un veinticuatro de diciembre y contaba apenas con diez añitos. Por su mente desfilaron una cantidad de malos recuerdos y otros no tan malos, que al final de cuentas el niño Jesús, por ser tan bondadoso, no les iba a dar tanta importancia y algo le iba a traer; así había ocurrido todos los años anteriores. Ya había cenado y estaba esperando con toda la familia la llegada del niño Jesús.

         Cansado de la angustia salió al patio con muchas ganas de ir al baño, caminó apresurado hasta la letrina séptica; abrió la pequeña puerta y comenzó a orinar. A medida que veía caer el chorrito en aquel profundo hueco, escuchó que algo hacía ruido dentro de aquella cavidad. Se le vino a la mente el comentario que había hecho un vecino de que habían sacado una iguana de una cisterna parecida. Después de sacudirse y cerrarse el rache se metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una caja de fósforos que momentos antes había estado utilizando para prender los triki trakes y estrellitas que les había regalado su papá.  Encendió uno y alumbró la boca del excusado sin observar nada, ya casi apagándose la cerilla y con miedo de quemarse la lanzó a la letrina. El halo de luz se iba extendiendo a medida que descendía, hasta que devino de pronto en una estruendosa explosión; salió una llamarada del foso que lo lanzó a unos metros de distancia. La bocanada de fuego le achicharró el pelo, las pestañas, las cejas y le chamuscó las manos y brazos. El techo de la letrina, una fina losa de cemento voló por los aires y fue a dar a la casa del vecino rompiéndole el techo de zinc.

           Esa noche todo se trastornó, lo que antes había sido tradición como era la espera paciente de la llegada del niño Dios a las doce de la noche, se convirtió en un escenario dantesco lleno de gritos, lloriqueos y dolor. Al muchacho lo cubrieron con una toalla y en el carro de uno de los vecinos lo llevaron a la emergencia del dispensario de la compañía Creole en la Salina. Mientras lo trasladaban el muchacho no dejaba de pensar.

          -       ¿Qué he hecho?... ésto no tiene perdón de Dios… este año me pasan en banda.

          Ely fue atendido inmediatamente sin daños mayores. De madrugada regresó a su casa todo embadurnado de crema y con sus manos envueltas en unas gasas blancas. En el porche de su casa notó que todo estaba tranquilo, ya no se oían los cohetes, lo que indicaba que el niño Jesús había hecho su aparición y luego se había marchado. Bajó la cabeza mientras caminaba desconsolado, diciéndose.

         -       Lo más probable es que lo que me había traído de regalo el niño, se lo volvió a llevar.

          Triste y con lágrimas en sus ojos sintió que se iba a desmayar. Entrando a la sala se sorprendió cuando vió que todavía debajo del arbolito había quedado un regalo. Bastó que su papá le hiciera una seña para que saliera corriendo hacia el iluminado árbol y tomara su obsequio; mientras lo destapaba pensaba.

         -       Menos mal que el niño Jesús entendió que todo lo que hice fue sin culpa.

 

24-12-2022

 

Corrector de Estilo: Elizabeth Sánchez

domingo, 18 de diciembre de 2022

EL ECUADOR MECIDO

Por Humberto Frontado


           Hace unos días la profesora Esperanza, jubilada del liceo Hermágoras Chávez de la ciudad de Cabimas, esperaba ansiosa reunirse con su hijo Eduardo que acababa de llegar de Ecuador. La pensionada había sido catedrática en lengua y literatura por más de veinte años. Vivía en el sector de Las Cuarentas y había hecho planes con su hijo para reunirse este año; hacer los preparativos para las hallacas y pasar juntos las fiestas navideñas.

           El joven proveniente del paralelo cero tiene más de dos años que migró hacia allá. Hoy en día trabaja como maestro en una de las escuelas de las provincias. El visitante llegó a casa de su madre cargando con los ingredientes para las multisápidas. Después de cortar los componentes del guiso, hicieron un alto y tomaron unas cervezas. El joven contó a su madre algunas anécdotas que había tenido en su nuevo país, referidas a las barreras culturales encontradas en el hablar y algunas costumbres sobre todo las culinarias.

           Después de escuchar un rato a su hijo la veterana del lenguaje le dice.

-  Eduardo sabes cuál ha sido la cosa más graciosa con la que me he encontrado en estos casi treinta años de profesora…por cierto lo he querido documentar y estoy tentada en escribirlo… algún día haré un libro… Resulta que durante todos esos años en los salones de clase me encontré con alumnos que exponían, planteaban o simplemente se expresaban sobre algo en particular… muchas veces decían barbaridades… algunas de ellas sin conocimiento… Eran expresiones aprendidas de alguien que la había dicho mal o quien la escuchó la entendió o interpreto mal… a veces por falta de atención… Lo malo de todo esto es que la palabra o frase se va repitiendo con errores, creyendo usarla como un nuevo término que proporciona aires de sapiensa… el que la escucha explota de asombro y también risa; te voy a enumerar varias que me vienen a la mente:

ü      Un estudiante tomó de su padre, un experimentado maestro de obra en construcción, una expresión que denota aproximación sobre una medida para usarla en el laboratorio de química, decía:  tenemos que usar el reactivo en una porción "a ojo de buen culero” en vez de “a ojo de buen cubero”.

ü      Un joven contaba a otros sobre el accidente que había tenido su familia, decía que su papá estuvo varias horas con el cadáver de su tío esperando llegara el “médico florence” para hacer el levantamiento. Su mamá estuvo a punto de darle un “Simposium” cuando supo lo ocurrido.

ü      Escuché a varios jóvenes en las clases de catecismo rezar el Credo diciendo: “Padeció bajo el poder de Poncio Piloto”… “Fue crucificiado, muerto y sepultado” … “al tercer día resucitó dentro de los muertos”… En el Padre Nuestro: “el pan nuestro de cada día ya no los doy... En el Ave María "y Benito es el fruto de tu vientre Jesús” … “ruega por nosotros pescadores”.

ü      En navidad escuché a un muchacho decir a otro refiriéndose al bono de utilidades que le había llegado a su papá: al viejo le llegó una “vil coca” de billete en vez de “bicoca”.

ü      En otra ocasión escuché hablar entre los estudiantes sobre sus gustos en la comida. Uno dijo: los viernes en mi casa son de pasta, a mí me gusta cuando están “ardiente”, en lugar de “al dente”.

ü      Un joven contó en voz baja a su amigo que su vecina ya mayor de edad le había llegado la "mesopotamia" y al gordo de su marido “la imponencia”.

ü       Con relación a las variantes anglicistas, hubo una vez donde comentaron sobre los artefactos que tenían en casa; uno dijo que recién habían comprado un aire acondicionado tipo “esplín”...; otro habló, refiriéndose  a la pandemia, lo negativo que habían sido las clases “onlain”.

ü       Me sorprendí cuando escuché esto: Como dice mi papá siguiendo un viejo “soberbio chino”: una foto vale más que mil palabras… Otro un poco molesto dijo:  Este profesor “me saca del guiso“ con su preguntadera.

ü        Cantando una vieja gaita decía inspirado un joven: “préstame un martillo y el hondo pesar que la esta asesinando”.

ü       Entonando el himno nacional todo emocionado un muchacho cantaba en la segunda estrofa: “gritemos con frío muera la presión”

ü       Te voy a dedicar una aprovechando tu estadía en tu nuevo país. Alguien dijo una vez voy a cantar la canción de Chelique Sanabria sobre El Ecuador: “El Ecuador mecido de este lamento hace que esté presente en mi soñar”.

“Las palabras tienen poder sobre las cosas que designan, sobre quien las dice e incluso sobre quien las oye” (Algarabía. Hablemos de como hablamos. En la palabra está el goce. pag. 35).

 

19-12-2022

 

Correctora de estilo: Elizabeth Sánchez

domingo, 11 de diciembre de 2022

TIEMPOS MUDOS

 Por Humberto Frontado


          Algo raro estaba sucediendo por los lados de la salina, en sólo dos semanas el agua que cubría la laguna había tomado un turbio color marrón y días más tarde se hizo viscosa y negruzca. Todo el embalse se descompuso en una masa putrefacta que desprendía un insoportable olor. Las actividades relacionadas con el saque de sal se habían suspendido, inclusive la administrativa debido las condiciones insalubres que presentaba toda esa zona. Transcurrida una semana después de presentarse el problema de contaminación, la gente de la Isla de Coche comenzó a presentar serios problemas de salud; al parecer, la brisa proveniente de la punta hacia los pueblos traía consigo algo maligno que hizo que la población perdiera la capacidad de hablar. El inconveniente comenzó a presentarse en la gente que vivía en las proximidades de la salina como fue el caso de Valle Seco, expandiéndose luego hacia el resto de los pueblos que quedaban más abajo.

         La gente comenzaba a sentir un carraspeo en la garganta que luego se convertía en una aguda ronquera, hasta que ocurría la pérdida total de la voz. El dispensario del pueblo estaba rebosado de gente que buscaba desesperado algún remedio que los librara de su afonía. El doctor Marval, quien apenas tenía unos días de haber llegado a la isla a trabajar, se encontró con la insólita sorpresa. Todo angustiado y sin recursos ni medicamentos les indicaba tímidamente a los pacientes algunos remedios caseros con buches de sal y limón. Valiéndose del telégrafo el recién graduado buscó desesperado ayuda con sus colegas en varias clínicas y hospitales, sin obtener resultados.

          Ante la falta de solución al problema la población se dió a la tarea de inventar una serie de cataplasmas y ungüentos mentolados que se colocaban en el cuello cubriendo el área de la garganta; prepararon una serie brebajes y gárgaras de toda clase: ácidas, saladas, amargas y algunas combinadas, nada resultaba. Muchos comentaban que esa enfermedad podía ser una variante de la difteria, la cual había aparecido en la isla un año atrás; su efecto era directo sobre las cuerdas vocales, endureciéndolas y restringiendo el habla y, peor aún, no tenía cura.

            Transcurría el inexorable tiempo y la gente no veía mejoras con su problema de comunicación hasta que un día uno de los muchachos llamando a otros para jugar en la calle rompió el silencio con un agudo y profundo silbido. Ese sonido sacó de aquel letargo sonoro a los habitantes de Valle Seco; casi en simultáneo se asomaron a las puertas de sus casas buscando de dónde provenía aquel silbido. Había sido el Ñeco de Pacheco, un muchacho que por cariño también le decían el mudo de Pacheco; era de poco hablar y compensaba su falta de habla con los chiflidos. Imitaba todos los cantos de pájaros y palomas, hasta el rebuzno del burro. Se lo pasaba todo el tiempo entonando alguna canción que le traía recuerdos de su amor aún por corresponder. La gente lo conocía por su característico chiflido de larga duración e intensidad, tan atronador que podía ser escuchado a varios kilómetros de distancia.

           Después de escuchar el pitido de llamado del Ñeco, los vecinos se hicieron gestos unos a otros y se dirigieron al portal de la casa de Moco, desobedeciendo la orden de cuarentena que había pronunciado el Jefe Civil para evitar el contagio y la propagación de la abstención del habla. Los más escépticos con los resultados obtenidos de la farmacopea local a través de señas, muecas y sonidos guturales plantearon una solución arguyendo que ya algunos la habían comenzado a usar, era una forma de comunicación a través del silbido. Plantearon que, así como el Ñeco llamó a los muchachos a echar vaina en la calle, ellos podían usar los mismos códigos silbados para entablar una comunicación con el resto de los habitantes hasta hallar una solución al problema.

            Transcurrían los días y no llegaba a la isla ninguna solución al problema. Eso bastó para que aquella forma de silbido se transformara en un lenguaje básico con caracteres necesarios para entablar un intercambio entre los vecinos; cada vez era más fluido y claro en el entendimiento, integrando nuevos tonos que implicaba palabras más complejas. Se podía mantener una conversación un rato ayudada con algunas señas.

           Una mañana llegó el Chuno de Paulita corriendo a la bodega de Lolo y empezó a relatar un evento con silbidos entrecortados, debido a la agitación. Había venido corriendo desde la playa donde acababa de ver a cuatro muchachos empujando el bote de Lolo al agua y luego subirse a navegarlo. Ese bote tenía más de seis meses fondeado en la orilla cerca de la ranchería de Chico. Lolo lo había estancado allí con la idea de venderlo, ya que se iba a dedicar a atender su nueva bodega. Los muchachos habían aprovechado el abandono del bote para perpetrar el secuestro.

           El bodeguero enterado del abuso inmediatamente llamó a varias personas y se fueron a la playa a ver cuál rumbo habían tomado los chicos. Otearon toda la zona y no se divisaba nada. Después de un rato se supo que los muchachos que integraban el grupo de navegantes aventureros eran Amílcar, Congo, Vitico y Buche Perico. Habían estado jugando picha y trompo por un rato hasta que decidieron ir a la playa, por los lados del bajo donde vieron el bote abandonado. El grupo de rescate liderado por Lolo tomó dos botes, dirigiéndose por lados contrarios; el resto de los hombres se fue hacia los cerros más altos, emitiendo chiflidos intermitentes para ver quién escuchaba noticias de los chicos y la transmitieran a otros.

          A través de los chiflidos lograron enterarse que los muchachos habían sido rescatados por los lados del Botón por unos pescadores del Bichar que navegaban por esos lados. Los muchachos habían quedado a la deriva después de haber perdido el medio canalete que llevaban; la nave para el momento había tomado bastante agua debido a un hueco que tenía por uno de los lados. Avanzada la tarde la gente de Valle Seco en pleno se había acercado al pequeño muelle, esperando impacientes la traída de los cuatro pilluelos. Los padres y amigos en un coro de silbidos y chiflidos recibieron a los náufragos.

          Después de una semana de aquel angustiante desenlace apareció el medicamento contra la enfermedad; a los pocos días de tratamiento todo volvió a la normalidad en aquella pequeña isla, quedando la costumbre de comunicarse eventualmente usando los simpáticos silbidos.

 

11-12-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

domingo, 4 de diciembre de 2022

CAPITÁN DE SUEÑOS

Por Humberto Frontado


              -        
Está bien… si así lo quieres… vete pá la verga.

           Así le respondió Chico Malavé a su hermano Justo cuando éste le comentaba que quería ir a trabajar a Puerto Cabello; era en una gran ranchería donde estaban necesitando carpinteros para la fabricación de barcos. Se podría pensar que Chico con su tosca expresión estaba irrespetando a su hermano mayor, o más bien mostraba la molestia que sentía por la decisión tan repentina y descabellada que se había tomado sin su consentimiento, lo que implicaba quedarse solo y abandonado en aquella inhóspita Isla; pero no, al contrario, Chico sólo le hacía saber que aceptaba su decisión y deseaba que llegara lo más lejos que pudiera en su trabajo. Cualquier otro que esté familiarizado con la jerga de los marinos no se extrañaría con aquella manifestación, como es el caso de estos hermanos que desde pequeños no sabían hacer otra cosa que navegar. Las vergas en el léxico marino refieren a los travesaños que se atan a lo más alto del mástil y de ellas se amarran las velas. Era común escuchar decir a los viejos marinos “vete a la verga a amarrar las velas”.

          Continuó Chico hablando con su hermano y ya casi despidiéndolo le dijo.

       -       Bueno Justo… que logres zarpar sin tropiezos y los vientos permitan orzar tus triunfos a barlovento… que tus velas erguidas agarren la mínima brisa por la amura de babor y te permita zanjar las olas como una gaviota el viento.

          Aquellas dos personas se dieron un fuerte abrazo y dejaron deslizar algunas lágrimas por aquellas mejillas agrietadas prematuramente, curtidas de sol y sal. Justo dejó a su familia en la isla al amparo de su recién casado hermano.

          Había transcurrido un año de aquella abrupta partida cuando Chico le dice a su esposa Mercedes.

        -       Mija… el tiempo a zocado nuestra ballestrinque… ya llevamos tiempo navegando juntos nuestra balandra… tú como mi contramaestre has hecho bien el trabajo… me has ayudado a llevar el timón… has calafateado la nave acertadamente sin permitir que haga agua… hasta has hecho la labor del gaviero reparando y zurciendo las velas durante este tempestuoso viaje… Nuestro primer grumete apenas abre los ojos, algún día estará en la cruceta o cofa vigilando los temporales.

          Chico junto a su hermano se habían dedicado desde pequeños a las lides de la pesca y la navegación, recorrían frecuentemente la ruta de la isla hacia Chacopata en tierra firme. Transportaban pescado salado que luego intercambiaban por mercancía y verduras. Durante mucho tiempo Chico se destacó como capitán en diversas embarcaciones; tanto fue su apego a ellas y a su ambiente que ahora, después de viejo y ya retirado, todo lo que hacía lo relacionaba e impregnaba con el entorno marino. La casa para él era una cubierta con su costillar que tenía la proa hacia la calle y la popa al patio y el escusado. Quedó escorado a babor con el bote de Pedrito y por estribor con el del catire de Quintina.

          Habían transcurrido sinuosas y sin dejarse notar cuatro décadas en aquel lugar de esperanzas perdidas.

         -       Vengo caminando de abajo y el viento hace que la camisa gualdrapee mi costillar – decía Chico a uno de sus vecinos casi llegando a su casa - estoy tan flaco que se me ve toda la quilla.

          -       ¡Ay mijito!… si así estamos todos aquí en Coche… no tenemos a veces nada pá comer…ni siquiera un pedazo de ramalacho - le contesta.

           El viejo capitán sacó una silla y la recostó a la pared del frente de su casa. Se sentó para refrescarse un poco y pasar el agotamiento. Su esposa Mercedes le trajo un pocillo con guarapo aún humeante. Después de tomar un sorbo viró su cara, mirando hacia la punta de donde venía el viento у exclamó:

        -       ¡Caará mujer!... esta ventisca que nos pega por estribor me está anunciando que ya debo fondear y tirar el ancla en esta plácida costa… ya mis velas rotas y llenas de remiendos, así como mis aparejos, no soportan la más mínima embestida… No puedo mantener firme el rumbo… no tengo fuerza pá agarrar el timón, mucho menos pá izar las velas… la cabuyería asoleada y salitrosa no aguantan un templón de viento, son sólo anudados chicotes…  Cederé el puesto de mando a tu cargo porque aquí en esta crujía no queda ya nadie… El mástil de mi esperanza casi se cae al mar… En cualquier momento suelto las amarras y dejo que el viento y la marea me lleven a la deriva… Mis bordadas han sido mínima estos años, considerando que mi esquelética y débil estructura ya casi ni se sostiene, ni puede virar a bordo… Me colocaré en socaire resguardándome de las inclemencias del salino viento.

          -       ¡Caraá viejo!... si hablas pendejadas – le dice su mujer recostada a la puerta - métete pá dentro que te va a dar una vaina si te quedas ahí... tragando toda esa tierra que viene de arriba.

          El viejo se levantó de la silla ayudado por su mujer, ingresó a su nave por una de las escotillas. Entró a su camarote y se echó sobre su catre; mirando fijamente hacia la porta siguió su nostálgico parlamento, pero nadie le escuchó. En la mañana cuando su mujer lo llamó para desayunar se dió cuenta que el capitán había partido silenciosamente en la madrugada en su pequeña balandra.

 

01-12-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...