Por Humberto Frontado
Algo raro estaba sucediendo por los lados de
la salina, en sólo dos semanas el agua que cubría la laguna había tomado un
turbio color marrón y días más tarde se hizo viscosa y negruzca. Todo el embalse
se descompuso en una masa putrefacta que desprendía un insoportable olor. Las
actividades relacionadas con el saque de sal se habían suspendido, inclusive la
administrativa debido las condiciones insalubres que presentaba toda esa zona.
Transcurrida una semana después de presentarse el problema de contaminación, la
gente de la Isla de Coche comenzó a presentar serios problemas de salud; al
parecer, la brisa proveniente de la punta hacia los pueblos traía consigo algo maligno
que hizo que la población perdiera la capacidad de hablar. El inconveniente comenzó
a presentarse en la gente que vivía en las proximidades de la salina como fue
el caso de Valle Seco, expandiéndose luego hacia el resto de los pueblos que
quedaban más abajo.
La gente comenzaba a sentir un carraspeo en
la garganta que luego se convertía en una aguda ronquera, hasta que ocurría la pérdida
total de la voz. El dispensario del pueblo estaba rebosado de gente que buscaba
desesperado algún remedio que los librara de su afonía. El doctor Marval, quien
apenas tenía unos días de haber llegado a la isla a trabajar, se encontró con la
insólita sorpresa. Todo angustiado y sin recursos ni medicamentos les indicaba tímidamente
a los pacientes algunos remedios caseros con buches de sal y limón. Valiéndose
del telégrafo el recién graduado buscó desesperado ayuda con sus colegas en
varias clínicas y hospitales, sin obtener resultados.
Ante la falta de solución al
problema la población se dió a la tarea de inventar una serie de cataplasmas y
ungüentos mentolados que se colocaban en el cuello cubriendo el área de la
garganta; prepararon una serie brebajes y gárgaras de toda clase: ácidas,
saladas, amargas y algunas combinadas, nada resultaba. Muchos comentaban que esa
enfermedad podía ser una variante de la difteria, la cual había aparecido en la
isla un año atrás; su efecto era directo sobre las cuerdas vocales,
endureciéndolas y restringiendo el habla y, peor aún, no tenía cura.
Transcurría el inexorable tiempo y la
gente no veía mejoras con su problema de comunicación hasta que un día uno de
los muchachos llamando a otros para jugar en la calle rompió el silencio con un
agudo y profundo silbido. Ese sonido sacó de aquel letargo sonoro a los
habitantes de Valle Seco; casi en simultáneo se asomaron a las puertas de sus
casas buscando de dónde provenía aquel silbido. Había sido el Ñeco de Pacheco, un
muchacho que por cariño también le decían el mudo de Pacheco; era de poco
hablar y compensaba su falta de habla con los chiflidos. Imitaba todos los
cantos de pájaros y palomas, hasta el rebuzno del burro. Se lo pasaba todo el
tiempo entonando alguna canción que le traía recuerdos de su amor aún por corresponder.
La gente lo conocía por su característico chiflido de larga duración e
intensidad, tan atronador que podía ser escuchado a varios kilómetros de
distancia.
Después de escuchar el pitido de
llamado del Ñeco, los vecinos se hicieron gestos unos a otros y se dirigieron
al portal de la casa de Moco, desobedeciendo la orden de cuarentena que había pronunciado
el Jefe Civil para evitar el contagio y la propagación de la abstención del
habla. Los más escépticos con los resultados obtenidos de la farmacopea local a
través de señas, muecas y sonidos guturales plantearon una solución arguyendo
que ya algunos la habían comenzado a usar, era una forma de comunicación a través
del silbido. Plantearon que, así como el Ñeco llamó a los muchachos a echar vaina
en la calle, ellos podían usar los mismos códigos silbados para entablar una comunicación
con el resto de los habitantes hasta hallar una solución al problema.
Transcurrían los días y no llegaba a la isla ninguna
solución al problema. Eso bastó para que aquella forma de silbido se transformara
en un lenguaje básico con caracteres necesarios para entablar un intercambio
entre los vecinos; cada vez era más fluido y claro en el entendimiento, integrando
nuevos tonos que implicaba palabras más complejas. Se podía mantener una
conversación un rato ayudada con algunas señas.
Una mañana llegó el Chuno de Paulita
corriendo a la bodega de Lolo y empezó a relatar un evento con silbidos
entrecortados, debido a la agitación. Había venido corriendo desde la playa
donde acababa de ver a cuatro muchachos empujando el bote de Lolo al agua y luego
subirse a navegarlo. Ese bote tenía más de seis meses fondeado en la orilla cerca
de la ranchería de Chico. Lolo lo había estancado allí con la idea de venderlo,
ya que se iba a dedicar a atender su nueva bodega. Los muchachos habían aprovechado
el abandono del bote para perpetrar el secuestro.
El bodeguero enterado del abuso inmediatamente
llamó a varias personas y se fueron a la playa a ver cuál rumbo habían tomado
los chicos. Otearon toda la zona y no se divisaba nada. Después de un rato se
supo que los muchachos que integraban el grupo de navegantes aventureros eran Amílcar,
Congo, Vitico y Buche Perico. Habían estado jugando picha y trompo por un rato
hasta que decidieron ir a la playa, por los lados del bajo donde vieron el bote
abandonado. El grupo de rescate liderado por Lolo tomó dos botes, dirigiéndose
por lados contrarios; el resto de los hombres se fue hacia los cerros más altos,
emitiendo chiflidos intermitentes para ver quién escuchaba noticias de los
chicos y la transmitieran a otros.
A través de los chiflidos lograron
enterarse que los muchachos habían sido rescatados por los lados del Botón por unos
pescadores del Bichar que navegaban por esos lados. Los muchachos habían
quedado a la deriva después de haber perdido el medio canalete que llevaban; la
nave para el momento había tomado bastante agua debido a un hueco que tenía por
uno de los lados. Avanzada la tarde la gente de Valle Seco en pleno se había acercado
al pequeño muelle, esperando impacientes la traída de los cuatro pilluelos. Los
padres y amigos en un coro de silbidos y chiflidos recibieron a los náufragos.
Después de una semana de aquel
angustiante desenlace apareció el medicamento contra la enfermedad; a los pocos
días de tratamiento todo volvió a la normalidad en aquella pequeña isla, quedando
la costumbre de comunicarse eventualmente usando los simpáticos silbidos.
11-12-2022
Corrector de estilo: Elizabeth
Sánchez
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