martes, 31 de marzo de 2020

EL DIOS EN EL QUE CREO



Por: Humberto Frontado



El Dios, en el que creo, es el que:

·       Me habla de una sola verdad, sin ambigüedades y sin incertidumbres.
·       Me dice y explica que una acción puede tener una o varias reacciones, de que nada es permanente y todo cambia en el tiempo.
·       Me habla en tono amable y me explica que cada uno de nosotros tiene libre albedrío de escoger el Dios que más quiera.
·       Me consuela en forma amigable sin yo solicitarlo.
·       Me permite hablar con él en forma sencilla sin enigmas; donde no hay necesidad de rezos, ni oraciones, aprendidas de memoria y repetitivas hasta el cansancio, que no tienen ningún sentido.
·       Me permite contactarlo en todo momento sin sumisión y sin miedo porque me trata como igual.
·       Me acoge en sus regazos sin tener que ir a locales, mausoleos, templos llenos de altivez y almidonadas cortinas.
·       Me dice que su omnipresencia lo hace estar en todas partes, inclusive en mí.
·       Me emplaza a lograr las cosas por mí mismo.
·       Me pide que no me desgaste en buscar explicaciones estériles, para demostrar su existencia, ya que simplemente, él está en mí.
·       Me dice que es libre y no pertenece a ninguna religión específica, ellas solo se rigen ante esquemas o dogmas discriminatorios.
·       Me dice que su palabra es sencilla y única y no necesita interpretaciones de eruditos paleógrafos; no está escrita en ninguna parte, solo está en la conciencia de cada uno de nosotros.
·       Me dice que cuando quiera pedir concejo, piense en los ingredientes básicos que construye la unión de la familia y las soluciones brotarán.
·       Me sirve y me dice que la buena acción está por encima de cualquier palabra ya sea hablada o escrita.
·       Me dice que después de la muerte vamos a vivir eternamente en el paraíso que representan los recuerdos que dejamos en memoria de los familiares y amigos.
·       Me dice que nuestro destino lo vamos labrando día a día y no hay nada escrito, todo lo que se habla sobre apocalipsis, Armagedón son puras conjeturas del hombre en el tiempo (alquimista).
·       Me dice que él es omnipotente y no necesita corte celestial para que lo ayuden en su labor, menos de satanás para persuadir a la gente que crean en él.
·       Me sosiega mientras duermo para que alcance todas mis metas.
·       Me dice que su omnipresencia es tal, que solo se limita a mi interior.



                                  Venezuela, Cabimas, 2008





EL CUENTERO DIVINO


Por: Humberto Frontado

     Les voy a contar un asunto que hace unos días me reveló un gran amigo mío, que su compadre había escuchado y que le contó: les es familiar ese comienzo, de abultado queísmo, en una coloquial narración.  Precisamente sobre ese particular fenómeno hoy les hablaremos.
     La prolongada crisis en Venezuela ha creado el ambiente propicio para que se haya concebido una terrible nueva plaga. Este azote se ha multiplicado exponencialmente y se encuentra por todos lados. Ya hay más presencia de estos bichos en Cabimas que ventas de botellones de agua.  Se reproducen más rápido y en abundancia que el mismísimo comején, y lo malo es que no hay remedio para acabar con ellos.
     La plaga invasora a la que nos referimos, con preocupación, son los cuenta cuentos que a diario encontramos en todo tipo de cola, reunión o manifestación. Estos tipos parecieran que salen de sus casas ungidos con el propósito celestial de mantener despierta y entretenida a la gente en todos los espacios terrenales. Te los consigues en cualesquiera colas, las de los bancos, supermercado, emergencias de los hospitales. Mientras “alinias” o cambias un caucho de tu carro, echas gasolina más un largo etcéteras allí los tendrás.
     Son capaces de hilvanar historias sin son ni ton. Son especialistas en hallar paralelismo entre la receta para cocinar unos patacones fritos con aceite de “Olivia” y el jonrón que batió una noche Andrés Galarraga. Logran transportarnos de los eventos de hoy a los de hace dos décadas, en lugares o países distintos, en un santiamén. Son sin duda unos alquimistas que usan sus fantásticos poderes para entremezclar los mitos con los cuentos, la historia con las ficciones y los hechos reales con los sueños de esperanzas en agonía.
Frente a sus cuentos no posee validez ni sentido preguntarnos: ¿qué tiene que ver las pestañas con el culo? porque todo tiene validez y sentido. Tienen el don y la magia de adormecernos y meternos a todos, los que estamos cerca y no tan cerca, en su conversación y convertirnos en su gran familia. Llegan al insólito punto de no aburrirnos y despertar en nosotros un extraño deseo: “que el tiempo se prolongue lo suficiente para no dejar inconclusa la historia que nos cuentan”.
      Solo basta que les des un ápice de confianza y te tendrán es sus manos. Le das un dedo y se agarran todo el brazo. Si comete el error de contestar su saludo, así sea con un leve movimiento de la cabeza, ellos lo interpretaran “como que estás dando la aprobación” para que vayan por ti.
     De proseguir la crisis es posible que esta plaga logre mutaciones a nivel neuronal. Podríamos llegar a ver cuenta cuentos con problemas de ciclos repetitivos sin control. Imaginémonos que estemos escuchándolos y que a mitad de la narración “una porción de ésta” la hagan repetitiva como una cinta sinfín. Encontraremos otros cuentistas que representarán sus historias con una mímica o gestos tan exagerados que invadirán los límites de la locura. Se ha determinado una mayor concentración y presencia de estos seres en los estados fronterizos de Venezuela debido a las largas colas por escases de combustible, alimentos y asistencia hospitalaria.


                                    Venezuela,Cabimas, 28-11-19.

domingo, 29 de marzo de 2020

EL DR. RUIDÓLOGO


Por: Humberto Frontado

     En una oportunidad saliendo de un trabajo por los lados del muelle de Lagunillas decidí visitar a mi familia que vivía en Puerto Nuevo, uno de los campos petroleros. Después de almorzar entablé una amena conversación con mi padre. El viejo me preguntó sobre el tipo de actividad que había realizado en el lago y le respondí que había ido a ver la toma de un registro en un pozo. A lo que mencioné la palabra registro mi padre mostró una cara de interés por el tema y me dijo.
-         Ahora que hablas de registro de pozo te voy a contar una cosa que me sucedió hace muchos años atrás. Estando de capitán de lanchas en la compañía (Shell), una noche se me presentó un dolor en el brazo derecho que no me permitía realizar a cabalidad la actividad. A partir de allí cada vez que asistía a la guardia de noche se me neutralizaba el brazo, era un dolor agudo que nacía en el hombro y se prolongaba hasta la punta de los dedos; atribuía la dolencia al frío de la noche. Un día, obviando la asistencia médica que me brindaba la empresa ya que los doctores eran todos recién graduados, decidí ir a visitar a un médico muy famoso, llamado Charelys, que atendía en la ciudad de Cabimas.
     Papa con memoria prodigiosa continúo narrando su interesante historia, Mencionó que había llegado temprano en la mañana al centro de Cabimas por los lados de la Catedral. Estacionó su carrito Ford Falcón en las inmediaciones de la calle Miranda. Esta vía, más adelante, se haría muy famosa y se conocería coloquialmente como “la calle del hambre”. Caminó hasta un edificio de dos pisos ubicado detrás de la prefectura, entró y observó en la planta bajar cuatro puertas, las dos primeras cerca a la entrada tenían grapados unos cartones con los nombres de los doctores.
     A la izquierda se encontraba el consultorio del doctor Charelys. Papa tocó la puerta y una voz ronca, moldeada por el consumo diario de por lo menos dos cajas de cigarrillo, le contestó que pasara. Al entrar en la pequeña habitación papa caminó hacia el médico y le estrechó la mano. En ese momento se cambió la expresión huraña del médico y la de desconcierto que tenía mi padre, ambos optaron por integrarse. Por la unión de las manos determinaron que eran hermanos masón. A partir de allí se instalaron en una conversación amena sobre las logias donde asistían y otras cosas. El doctor miró de reojo su viejo reloj de pulsera y muy disimulado le preguntó qué lo había llevado hasta él.
     El doctor Charelys era un faculto en muchas ciencias, se decía que trataba todo tipo de enfermedades en humanos y también de algunos animales. Tenía en su haber la elaboración de un cumulo de remedios y reconstituyentes, que dependiendo de la complejidad química los preparaba ahí mismo en su consultorio, o si no lo mandaba a elaborar en la Farmacias Petrolandia o la Razzeti, que estaba muy cerca de allí. Además de ser masón era Rosacruz y, también se decía, que pertenecía a otras benignas sectas. Creó con su abnegado trabajo y su incólume personalidad un áurea de ser prodigioso ya que se le atribuían varios milagros, algunos decían que él era el José Gregorio de Cabimas.
     Después que auscultó a papa le colocó una inyección en el brazo y le dejó una receta para que le prepararan un ungüento en la farmacia. Terminada la consulta papa le pagó dos bolívares y en confianza le preguntó.
-         ¿Doctor, que quiere decir ruidólogo?
     El doctor levanto la mirada y como buscando una respuesta sencilla le respondió.
-         ¡Ah¡ ya sé por dónde vienes…de seguro leíste el rotulo de la puerta que está al frente.
     Papa contestó moviendo tímidamente su cabeza.
-      Ve hermano, esa historia es muy interesante y con gusto se la voy a contar, pero como es larga, le cuento hoy una parte y el resto lo dejamos para la próxima semana, cuando terminemos con tu brazo.
     El galeno le pidió a mi padre, mientras encendía un cigarrillo, que tomara nuevamente asiento. Comenzó diciendo que la ruidología era una pseudociencia experimental desarrollada por un ingeniero exempleado de una contrata ubicada Ciudad Ojeda llamada Welex. El profesional era un gringo que había participado en la invención de una herramienta que podía medir la calidad del cemento detrás del revestimiento de un pozo. Básicamente ese artefacto era un registro capaz de medir las emisiones de sonido a través de los materiales. El instrumento lo constituían dos secciones, una que era un emisor de sonido y la otra un receptor; con el tiempo de transito del sonido se determina la calidad de cemento. Mi papa estaba muy impresionado con la explicación, aunque no había entendido a cabalidad todos esos términos técnicos.
     Dijo que el musiú renunció a Welex después de trabajarle más de diez años, luego utilizando sus conocimientos desarrolló una de las variables de la herramienta, específicamente la de recepción del sonido, a la cual le amplificó su usó con el objetivo de escuchar el más mínimo ruido.
-         Bueno hermano, hasta aquí lo dejo con su curiosidad, lo veo la próxima semana.
     Intempestivamente el viejo galeno cortó el cuento mientras volvía a ver su reloj. Mi padre complacido agradeció el gesto de su hermano por la información, le extendió la mano y se marchó.
     Después de haber transcurrido la semana de espera papa regresó a verse con el médico nuevamente; llevaba más interés en continuar escuchando la historia sobre el doctor ruidólogo que en la de saber cómo iba lo de su brazo. Entró al consultorio de Charelys y lo saludó ya con más confianza, hablaron un rato mientras el doctor le pedía que estirara y encogiera el brazo derecho y luego que lo levantara y bajara varias veces. Después de la terapia el médico le preguntó a papa como sentía su brazo y él contestó.
-         ¡como una uva, doctor!
El cirujano movió su cabeza asintiendo mientras decía.
-         Bueno hermano esto está listo, será hasta la próxima, cuídese y úntese la crema, sobre todo cuando esté en la guardia de noche, el ungüento es mentolado y le dará calor al área afectada.
     Mi papa presintió que el doctor había olvidado lo del ruidólogo y sin pensarlo dos veces se lo recordó. Charelys se puso la mano en la cabeza y reconoció su olvido exclamando sorprendido.
-         ¡Si es verdad mi hermano! Le había dejado pendiente el resto de la historia. Habíamos quedado en… ah sí, ya me acorde -  dijo el médico mientras se acomodaba en la silla y encendía un cigarro.
     Comenzó diciendo que el nombre del ingeniero era Aurelius Kukass y no era americano sino noruego. Había venido a Venezuela hacía muchos años atrás trabajando con la compañía Welex. Era un hippie de pelo largo y se vestía siempre con unas extravagantes camisas hawaianas de todos colores. Vio la oportunidad de garantizar su futuro después de su renuncia, utilizando su invento para evaluar ahora el cuerpo humano. La técnica consiste básicamente en escuchar los sonidos que internamente produce el cuerpo humano. Dependiendo del órgano, él le determinó, que cada uno tiene una sonoridad y una frecuencia especifica. En estado de reposo cada órgano emite una frecuencia sonora de cierta intensidad y características constantes.
     En la pequeña habitación míster Kukass tenía cuatro cartulinas desplegadas por toda la pared del cubículo como una tabla explicativa. Cada órgano indicado en la tabla sinóptica tenía una breve descripción con datos y medidas en decibeles, frecuencias y algunas acotaciones escritas casi en el borde de la lámina. Esta información la iba obteniendo de todos los pacientes, que día a día, él auscultaba. Cuando los datos obtenidos se salían de los patrones, que él consideraba normales, tomaba notas, comparaba, sacaba conclusiones y recetaba.  
     Él decía, por ejemplo: para el caso de los intestinos si se sabía la hora de la última comida del paciente se podía determinar problemas de estreñimientos, ulceras e inflamación. Los ruidos que emiten las tripas durante su trabajo y movimientos son únicos y allí está toda la verdad de su funcionamiento. Lo mismo sucede con el estómago y su sonido, que permite dictaminar casos de ulceras, malformaciones del píloro en los niños, problemas de gastritis, acidez y reflujo.
     Aurelius con su invento ha atendido casos de esquizofrenia, epilepsia y Parkinson; somete a los pacientes a largas sesiones de tratamiento, muchos de ellos se han recuperado. Para estos casos ha elaborado una ilustración particular con muchos más datos. Él dice que los ruidos de una cabeza normal son tenues y sinuosos como los que emiten las olas de un mar tranquilo. Mientras que la de los trastornados suenan idénticos a un caudaloso y estrepitoso rio con muchos riscos y cascadas en su trayecto. En la sección con este tipo de pacientes les coloca, adheridos al cráneo, unos sensores que emiten sonidos imitando las tranquilas olas y, al cabo de unas horas logra estabilizar la conducta del desequilibrado paciente. El efecto de cura a lo sumo dura como unas ocho horas que para el enfermo y su familia es un tiempo formidable.
     Tiene una tesis que si una persona epiléptica, al levantarse, toma una hora de tratamiento sónico elimina los momentos de crisis en un 70%, ya lo ha demostrado en varias personas. En lo último que ha trabajado es en la determinación de las cuentas de espermatozoides en el hombre. Logró adaptar en su herramienta un amplificador de recepción ultrasónica (1). Ha llegado a captar sonido que ni los perros, ni los murciélagos pueden escuchar. En el examen seminal ha llegado a determinar las cuentas de espermatozoides activos en los testículos, sin tener que esperar que la persona los eyacule, lo cual ayuda a ser más eficiente en la evaluación o conteo seminal. Una vez entró a mi consultorio describiéndome muy emocionado la increíble intensidad y sonoridad que emiten los espermatozoides que están en constante agitación, decía que era prácticamente un rebullicio descomunal. Lo último que se supo del ingeniero Aurelius Kukass era que había viajado a Austria para trabajar en la ecografía.
     Con esto último contado por el doctor, mi padre quedó con más dudas que aciertos. Charelys le dio la mano a mi papá y le agradeció el interés que había puesto en todo lo que le había contado. Cerró diciendo que él se había apoyado innumerables veces del ingeniero Kukass cuando ya no podía hacer nada con pacientes que ni siquiera José Gregorio Hernández había podido ayudar. Cabimas siempre les estará agradecido a estos tres doctores por todos los milagros que han logrado en el campo de la salud.
     El conocimiento del doctor Charelys era una amalgama de influencias de astrología, magia blanca, homeopatía, alquimia, acupuntura y un largo etcéteras. Él decía que el conocimiento y estar inmerso en todas las religiones posibles le permitía llevar al paciente a un plano emocional necesario para que aceptara integrarse en pleno al tratamiento indicado.

Venezuela, Cabimas, 01-12-19

Notas:
(1)   Ultrasonido: Es el sonido que va más allá de lo que puede percibir el ser humano ya que está en una frecuencia más alta de lo que puede escuchar el oído. Nuestro límite se encuentra entre los 20 y 20,000 Hz. (10 y 20 KHz) Los animales en cambio, tienen la capacidad de escuchar sonidos que superan esa frecuencia.

lunes, 23 de marzo de 2020

LOS MALAYOS URUGUAYOS


Por: Humberto Frontado

     Llevaba varios días buscando un mecánico honesto, que no estuviera en la larga lista que tenía de tramposos e irresponsables. Lo necesitaba para reparar el aire acondicionado de mi carro. Un amigo me recomendó uno que era de su confianza, me dio la dirección diciendo que tenía el taller en su casa. Fui al sitio indicado, por cierto, bastante retirado; de la intercomunal tomé la calle “J” hasta llegar a la esquina del Cairo en la avenida 32, allí me vi obligado a preguntar a una señora que vendía pastelito en un pequeño local. Con las indicaciones de la doña continúe por la “J” hasta su final donde se convierte en calle Leonardo Ruiz Pineda, atravesé varias avenidas hasta llegar a la 53, en lo que llaman Barrio San José I. Después de pasar varios callejones sin asfaltar todavía tuve que preguntar par de veces hasta aterrizar en el sitio indicado.
     El taller estaba en el garaje de una pequeña casa de parcial construcción, tenía el techo de láminas de zinc, la pared que daba al garaje estaba aún sin frisar. La casa estaba ubicada en el centro de un gran terreno sin cercas; hacia el fondo se veía un amplio espacio sembrado con muchas matas de mango en pleno auge de carga. Vi que dos personas hablaban entre ellas mientras auscultaban un viejo carro que tenía la capota abierta, al escucharlos asumí por sus acentos que eran uruguayos. Saludé y pregunté por el encargado. El más viejo de ellos se acercó preguntándome; que se me ofrecía. Le conté los pormenores del aire acondicionado y, junto a su amigo y con el carro descapotado, hicieron un diagnóstico previo. Se quedó trabajando en mi carro el uruguayo joven, mientras que el veterano continúo atendiendo el otro vehículo.
      Me quedé un rato viendo lo que hacía el muchacho en el automóvil hasta que ya fastidiado decidí caminar un rato hacia los arboles buscando algo de fresco. Había un sol abrasador, no se movía ni una sola hoja del aquel pequeño bosque. Los mangos en el suelo atraen muchos zancudos y jejenes y eso no crea buen ambiente para la distracción, así que decidí después de un considerado periodo de ociosidad regresar al taller. Al llegar observé que habían terminado la reparación. Noté que además de los dos señores estaba presente una dama, que por su actuar presumí era la pareja de uruguayo mayor.
     Pregunté si estaba listo el vehículo y el dueño del taller asintió con la cabeza indicándome verificara su funcionamiento. Me subí al vehículo, lo encendí y comprobé que el aire enfriaba muy bien. Me dirigí entonces ante el propietario y le pregunté cuanto costaba la reparación. El señor sacó una vieja calculadora toda manchada de grasa y empezó a teclearla con movimientos algo bruscos hasta obtener un monto que luego anotó en un pedazo de papel con un pequeño lápiz que tenía detrás de su oreja. Me entregó aquella arrugada tira con unos números. Al ver la cifra no lograba entenderla, era una cantidad exagerada y opte por preguntarle suspicaz.
     - ¿Éste monto es en bolívares soberanos o pesos uruguayos, chilenos, argentinos; o guaraníes?
     La cifra no la entendía y quería que me la explicara. Le advertí que si la cuenta estaba en otra moneda extranjera me la convirtieran a bolívares soberanos. Los dos uruguayos se echaron a reír sarcásticamente ante mi solicitud; luego el encargado y su esposa hablaron entre ellos con unas lenguaradas gauchas que finalizaron con unas risitas que invadieron los linderos de la odiosidad. Me fui ofuscando y continúe requiriendo, de buena manera, me aclararan la situación. El dueño dejo de reírse, me miró y me dijo.
-         Usted tiene un problema de apotema en su hablar y debería evitarlo.
     Yo quedé peripatético preguntándome: ¿por qué ese carajo uruguayo me hizo esa observación tan absurda?  Peor aún, no me podía concentrar en el conflicto porque mi mente buscaba inconsciente el significado de la bendita palabra “apotema”. Deduje a priori que era algo que tenía que ver con alguna muletilla en mi hablar. De todas maneras, concluí que era una gran payasada de esas personas ponerse a hablar de correcciones gramaticales mientras discutíamos sobre el precio de la reparación del carro. Ya molesto y saliendo de mis cabales agarre al viejo por los hombros y lo llevé hasta la pared. Por un instante se presentó en mi cabeza la idea de cepillar el rostro de aquel antipático ser contra aquella rugosa pared sin friso. De inmediato volví en mí y me di cuenta que me había extralimitado y retrocedí soltando al señor. Moví la cabeza lamentándome por lo que había hecho, caminé despavorido a la arboleda.
     De frente a uno de los arboles respire profundo y sostenido hasta que retorne a la cordura, camine un rato más dando tiempo a que el cuerpo cogiera mínimo. Regresé al lugar del altercado para disculparme y finalizar la situación. Al llegar de nuevo al sitio me doy cuenta que los señores no estaban y tampoco mi carro. Miro hacia los alrededores y todo estaba en calma y silencio, no vi a nadie que pudiera darme información de lo acontecido. Me acerco a la casa, toco la puerta y comienzo a llamar a ver si alguien respondía sin ningún éxito.
     Presintiendo lo peor decido hacer algo y rápidamente camine alrededor de la casa dando la vuelta completa. Observé que había, hacia atrás del terreno, una trilla que lleva a un sitio despejado, con algunos ranchos de latas ocupados por grupos de mujeres que hablaban entre sí. Pregunté a una de las mujeres si había visto pasar un carro plateado por ese camino. Me miró y con descaro volteó su cara sin decirme nada, busqué con la mirada a ver si alguien me ayudaba y vi a una joven de color que movió la cabeza indicándome con su mirada hacia una dirección. Corro hacia el sitio y entro a una especie de callejón de poca luz, compuesto de cubículos abandonados sin puertas ni ventanas. Era un pasillo central que atravesaba las cuasi habitaciones, caminé sigilosamente entre aquel laberinto hasta que oí algunos murmullos, que se silenciaron ante mi presencia; en una de las pocilgas estaba una pareja en paños menores que trataba de llegar a un acuerdo de precio de algún negocio entre ellos. Más adelante caminé con cierto disimulo y vi una persona gorda, sentada en la orilla de la vieja cama, sin camisa y toda sudada, él también me miró sin alterar su destello perdido.
     Continúe la travesía hasta llegar a una tapia la cual subí apoyado de una media pared; ya encima del muro observé a unos guardias nacionales que escoltaban a un señor que daba de comer a una manada de cerdos. Me impresiono la voracidad que mostraban unos puercos de color rosado ante los desechos que le servía de alimentos. Noté que había un área cercada donde había tres lechones morados que mostraban ciertos defectos en sus ojos y orejas, la boca también era más pequeña y las patas delanteras más cortas. Me parecieron después de detallarlos que presentaban cierta mutación física. Observé que uno de los guardias me vio y antes de que me llamara la atención le pregunté por el precio de los porcinos. Ni corto ni perezoso me dijo al instante: los rosados están a trescientos cincuenta mil el kilo y doscientos ochenta el kilo del morado. Saludé al soldado y me despedí con un ademán militar. No quise perder saliva preguntándole a los guardias por los malayos uruguayos, ya los militares no son de fiar por estos días.
     Regresé por el pasillo lo más rápido que pude sin prestarle mucha atención a los personajes que había visto rato atrás. Noté que en una de las habitaciones que estaba al final se habían reunido varios hombres, por los movimientos que hacían me parecía que estaban consumiendo alguna droga. Regrese al sitio donde habían desaparecido los señores y mi carrito, aspirando encontrar alguna información que diera con su paradero, pero todo fue en vano. Seguí caminando un rato hasta encontrarme con un señor que me pareció guajiro. Le pregunté dónde quedaba por allí una caseta policial y, señalando hacia un área; me explicó en su dialecto como llegar; en verdad no le entendí ni una papa, el conjunto de señas que me hizo con sus manos en verdad fueron más explicitas. Me dirigí hacia el área que me había señalado el indígena y efectivamente allí estaba un módulo policial. Entré al local y me dirigí a un policía que estaba sentado detrás a un destartalado escritorio, había otros tres ocupados en sus celulares. Le conté todos los detalles de lo sucedido al policía, quien sin ninguna consideración se levantó de su silla dirigiéndose al resto de sus compañeros y como si fuera un director de una orquesta levanto la mano mientras todos movían sus cabezas negativamente exclamando lentamente al unísono.
     - ¡Otro más pa´ los uruguayos!.
 
Venezuela, Cabimas. 01-03-17
Notas:
Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe:

apotema
  1. f. geom. Perpendicular trazada desde el centro de un polígono regular a uno cualquiera de sus lados.
  2. geom. Altura de las caras triangulares de una pirámide regular.
    ♦ No confundir con 
    apotegma.
apotegma
  1. m. Dicho breve y sentencioso, generalmente proferido o escrito por un personaje célebre:
    el apotegma "caminante no hay camino, se hace camino al andar" lo escribió Antonio Machado.
    ♦ No confundir con 
    apotema.

domingo, 15 de marzo de 2020

LA TORTUNAVE



Por: Humberto Frontado


     Había estado lloviendo dos días corridos y no dejaba de pensar en la idea de que se acortaba el tiempo de vacaciones y no podía hacer nada. Con mi hermano mayor lo único que se nos ocurría era jugar a las carreras de botecitos navegando por el rio. Echábamos una hoja de árbol, una colilla de cigarro, un pedacito de madera cualquier cosa que flotara en la corriente de agua que pasaba por el frente de la casa de la abuela, y lo seguíamos con la vista hasta que se perdía en el torrente más fuerte y lodoso que bajaba del cerro, por los lados de la casa de Tello.
     Entretenido en la competencia no nos dimos cuenta cuando el sol abrupto apartó con sus incandescentes brazos las impertinentes nubes que lo atosigaban. Salió en pleno mostrando la perfecta redondez de su iris. Mi hermano y yo nos miramos las caras y una sonrisa iluminó el portal, más de lo que había hecho la enorme e incandescente esfera. Desayunamos en carrera y nos fuimos a buscar sorpresas en la orilla de la playa. Días atrás habíamos encontrado un temblador varado, que creímos ya muerto; sin saberlo mi hermano lo tocó con el pie descalzo y le dió un corrientazo que lo hizo caer de fondillo en la arena. El pícaro torpedo se sacudió y con sinuosos movimientos se metió al agua, nos reímos un rato y la eléctrica anécdota quedó para nunca olvidar.
     Caminamos por la orilla un buen rato recogiendo caracoles que luego lanzábamos al mar. A la distancia observamos algunos señores que estaban bajando de un bote de pesca. Nos acercamos y vimos al señor Pacheco sacando unas enormes mantarrayas y las iba apilando en la orilla de la playa. Nos miró y nos dijo sonriendo.
     - ¡Hey! …les tengo de regalo varios látigos.
     El obsequio se trataba de los rabos de los chuchos; mientras estaban frescos se podía manipular por su flexibilidad; ya secos se vuelven rígidos y se pierde la emoción de látigo, pasan a ser una varilla para puyar locos como decía mi abuela. Mientras esperábamos que cortaran y nos dieran el obsequio miramos hacia un lado del bote donde tenían algo muy grande que parecía media pipa cortada a lo largo. Me acerque a detallar aquella cosa toda llena de limo y hedionda a profundidad marina, cuando escuche a Pacheco decir.
     - Es un carapacho de una tortuga, fue sacada del fondo por el mandinga, ya tiene días que la lanzaron al mar. Tiene algo curioso pegado a un lado, parece una pequeña placa metálica.
     Mi hermano y yo nos fuimos acercando más, metiéndonos hasta la cintura en el agua para poder ver mejor aquel enorme caparazón, imaginándolo completo nadando majestuoso y tranquilo en el mar sereno. La voz ronca de Pacheco nos sacó del sueño cuando nos dijo.
     - ¿Si la quieren se la llevan?... yo se las regalo…No quiero llevar más mosca pá la casa. Tengan cuidado cuando la carguen, debe medir como metro y pico de largo.
     Nuevamente nuestras caras se iluminaron de una alegría inmensa, hasta que se fue degradando paulatinamente, cuando empezamos a pensar cómo íbamos a llevarnos aquella cosa, todavía llena de pedazos de carne descompuesta.
     Como pudimos volteamos aquella totuma gigante y con agua de la playa, arena y unas conchas le fuimos quitando todo el sucio de la superficie. Dos de los pescadores nos ayudaron a ponerla sobre nuestras cabezas. Lentamente la fuimos llevando, los primeros pasos fueron algo torpe debido a que la canoa era pesada, al cabo de un rato lo hacíamos al unísono. Así seguimos un largo trecho hasta que decidimos hacer algunas escalas antes de llegar a la casa. La primera que se sorprendió por la capota náutica fue nuestra madre, que desde el tendedero de ropa nos preguntó.
     - ¿Dónde consiguieron eso?
     Rápidamente antes de que sacara absurdas conclusiones y nos regañara, le contamos todos los detalles. Ya calmada con la aclaración nos preguntó.
     - ¿y que van hacer con eso? ...eso se les va a podrir y va a traer moscas para la casa.
     Les respondimos en coro.
     - Pacheco nos dijo que la pusiéramos en el sol, con bastante sal, para que se secara.
     Con la explicación mama se quedó tranquila y siguió tendiendo la ropa lavada. Nosotros nos avocamos raudos a componer aquella cóncava estructura ósea. Le echamos suficiente sal, que aquí en coche hay sin fin, y la colocamos encima de dos viejas vértebras de ballenas que había en el patio, que hacían las veces de taburete. El inclemente sol hizo el resto; secó completamente aquel caparazón en pocos días.
     Después de comprobar su sequedad le dimos vuelta y con un trapo húmedo la fuimos limpiando. Al llegar a su pate frontal tenía una protuberancia formada por caracolitos (percebes). Buscamos un martillo y un formón y comenzamos a desbastar aquella deformidad en la simétrica estructura. A primera vista notamos un pedazo rectangular metálico. Con un cepillo de alambres quedó al descubierto era una cinta de bronce con un grabado. Haciendo palanca con el formón logramos desprender la pequeña placa y se la entregamos a nuestro padre.
     Terminado el proceso de acicalado de aquella estructura marina quedó al descubierto todo su esplendor y colorido; era un color marrón casi verdoso con figuras simétricas parecida a un rompecabezas. Lo primero que se nos vino a la mente fue introducirnos en ella. Era espaciosa y cabíamos fácil mi hermano y yo, parecíamos dos marinos dentro de su nave. En medio del sol jugamos un rato haciendo ver que aquella estructura cóncava era un pequeño esquife. Con un pedazo de tabla hacíamos la mímica de que era un canalete y nos desplazábamos por la mar tranquila. Ya teníamos bastante rato hasta que me quedé absorto mirando fijo hacia donde estaba el cerro que está en el frente de la casa, llamado el cerro El Faro; es el más alto de Coche y por eso debe su nombre. Un pensamiento rápido paso por mi cabeza; me veía deslizándome cerro a bajo con el caparazón de tortuga. Mi hermano que notó mi ausencia por un instante me preguntó.
     - ¿Qué te pasa que te hablé y no me paraste?   
  - ¡ah sí¡… ¿qué pasó? – volví en mí y le contesté preguntando – se me está ocurriendo una idea fenomenal. ¿Qué te parece si nos subimos al cerro hasta el tope y nos tiramos cerro abajo? … Sería una emocionante aventura.
     A mi hermano se le pusieron los ojos inmensos con la idea y se volteó a ver el cerro y a imaginarse aquel violento recorrido. Regreso a la realidad moviendo su cabeza, como una iguana, y con una pícara sonrisa de oreja a oreja me dijo.
     - Y si lo hacemos mañana mismo.
     Le asentí con la cabeza y volteé a mirar nuevamente la trayectoria, mientras le decía.
     - ¡Si mano!, mañana lo haremos a eso de las diez de la mañana. Llevamos el carapacho por los lados del cerro Pelón que es menos empinado, y subimos por un lado el cerro El Faro.
     Nos acostamos hablando de nuestro plan e imaginándonos el desenlace de aquel loco viaje nunca visto. En la oscuridad se oyó la voz de nuestra madre que decía.
     - ¡hey! …cállense la boca cará y acuéstense…que ya es tarde.
     Mi hermano y yo nos levantamos temprano y el desayuno nos lo comimos en un santiamén. Fuimos al fondo de la casa y le dimos los últimos toques a la flamante embarcación. Con un trapo húmedo sacudimos y quitamos el resto de sal reseca.
     Ya sobre la hora acordada nos apresuramos a bajarla y la volteamos para terminar de limpiarla internamente. Le hice una seña a mi hermano y él, acostumbrado a esos códigos de comunicación entre hermanos, se dirigió a uno de los lados de aquel pequeño bote. Lo levantamos por encima de nuestras cabezas y comenzamos a caminar. Esta vez menos torpes que la vez que lo hicimos desde la playa. Sin embargo, se hizo más complicado cuando nos tocó pasar entre espinosas retamas, cardones y tunas; también tuvimos que esquivar piedras y pequeñas zanjas. Poco a poco fuimos escalando aquel empinado cerro. Nos tomó como una hora hacer el viaje hasta llegar a la cima.
     Desde arriba pudimos contemplar en pleno a todo Valle Seco. Estábamos tan acostumbrados a esa escena; por lo menos la veíamos tres veces por semana y hasta más si no había mucho que hacer, que era la mayoría de las veces. Buscamos el mejor punto de arranque; acordamos salir desde el comienzo de la quebrada, era un surco labrado por la erosión de las lluvias. Pensamos que esa vía nos mantendría nivelados y dentro de una guía hasta el final. Colocamos la tortunave en la hendidura del cerro, me introduje en ella ocupando la parte delantera, mi hermano con más tamaño se colocó en posición. Con sus dos manos sobre el borde comenzó a empujar mientras caminaba, cuando notó que bajaba sola dio un brinco y se metió dando algunos tumbos en el interior.
     Aquel patín marino iba tomando cada vez más velocidad, con el miedo a flor de piel, nos agarramos fuerte del aún carrasposo borde. A mitad del cerro, la velocidad era mayor, nos lo decían las retamas que pasaban raudas por ambos lados de aquel loco proyectil. A medida que nos acercábamos al final toda la embarcación se estremecía, moviéndose de lado a lado y dando brincos como una zaranda. A partir de allí nuestros rostros tomaron una almidonada sardónica expresión, nuestros ojos solo veían un triste final. De pronto aparece, como brotada de la tierra, una inmensa e intrépita roca en el medio del surco. La veloz nave impactó violentamente con aquella hinchada espinilla, parecía como si hubiésemos sido cimbrados por una gran ola; ese impulso descomunal nos elevó por los aires durante unos eternos segundos. Vimos los cardones y tunas muy por debajo de nosotros. Aquellos segundos de ingravidez se interrumpieron cuando volvimos a caer sobre la guía, ya erosionada como un delta y seguimos desplazándonos hasta detenernos en una estera de gravillas y piedras de heterogéneos tamaños, a unos cincuenta metros separados de nuestra casa.
     Mis padres que habían visto los últimos momentos de aquel periplo cerro abajo corrieron a nuestro auxilio. Alarmados y con las manos en la cabeza mi mama alcanzó a decir.
     - ¡Muchachos ércarajo! …siempre están inventando vainas…ah.     
     Salimos de aquella nave intergaláctica, todavía mareados y trastabillando al caminar. Mi hermano y yo nos intercambiamos una mirada cómplice de satisfacción, contentos de que habíamos finalizado el viaje sin raspones y abolladuras. Los regaños, los cocotazos y la jalada de orejas que nos dieron a medida que caminábamos hacia la casa no fueron suficientes para mermar la alegría que sentíamos por dentro. Unos días después de aquel insólito viaje volví a ver aquel majestuoso vestido de carey, guindado del tronco de la mata de uva de playa en la casa de mi abuela, esperando por más acción.

Venezuela, Cabimas, 19-01-20

Notas:
§  Mi padre viajó un año después a Margarita, Punta de Piedra y visitó el Centro Cooperativo de Formación Pesquera INCE-LA SALLE. Allí dio detalles sobre el caparazón de la tortuga y entregó la placa metálica. Los instructores responsables informaron que se trataba de una tortuga verde de más de quince años y provenía de Estados Unidos.

§  ¿PARA QUÉ MARCAR TORTUGAS MARINAS?
El objetivo principal es identificar cada tortuga individualmente. El marcado es usado para conseguir información sobre tendencias poblacionales, residencia en determinado hábitat, patrones de movimiento (incluyendo movimientos internacionales entre los países).
 Los métodos físicos para identificación de tortugas marinas incluyen marcas únicas o pintadas, tatuajes, marcas o huecos hechos en el caparazón, marcas externas, chips codificados, marcas “vivas” y PITs (Transmisores Pasivos Integrados). Tomado de Eckert & Beggs (2006) Marcado de Tortugas Marinas - Manual de Métodos Recomendados WIDECAST - Informe Técnico No. 2.

viernes, 13 de marzo de 2020

LA SINGAPURENSE


Por: Humberto Frontado


     Hace unos días me encontraba, una patucosa mañana, en la cola del banco Venezuela para cobrar la bendita pensión. Allí me tocó escuchar obligado a uno de esos amigos comunes que hablan hasta por los codos. Y lo hacen para que todos los que estemos cerca y no tan cerca los escuchemos. Son especialistas en llamar la atención y tanto fue así que cautivo mi curiosidad en el momento que comenzó una historia particular.

      El tipo hablaba de un señor, amigo de él, que trabajaba en los barcos mercantes; más tarde aclaro que era un barco petrolero de esos que llevan petróleo hacia otros países. Según cuenta el amigo del señor navegante, éste le dijo que había visitado, en uno de sus tantos viajes, a Singapur y estuvo allí durante varios meses debido a que el buque requirió de mantenimiento en dique seco.

      Contó que esa ciudad era de exuberante belleza y había extraordinario movimiento comercial donde se cumplían las leyes a cabalidad. Menciono con mucha admiración la forma como prestaban servicio los “mototaxistas” a lo largo de la gran ciudad. Detalló sobre la lealtad y responsabilidad que tenían estos servidores públicos hacia los clientes que los ocupaban. El servicio podía ser una simple y rápida carrerita o estar disponible todo un día o durante un tour para visitar diferentes lugares, dependiendo del requerimiento del usuario. Si era turista lo ocupaban solicitando servicio para visitar los lugares de interés cultural como templos, museos, el casco histórico, etc. Si los clientes eran marinos preferían visitar los bares y las casas de cita. En este punto se detuvo y bajo un poco la voz, creando un ambiente de complicidad con los que estábamos escuchándolo.

      Conto que había visitado varios sitios donde se podía solicitar la asistencia de unas mozas que hacían un servicio muy especial, donde se incluía la limpieza corporal profunda, masaje en todo el cuerpo y uno especial envuelto en lo erótico - exótico. Ya entrando en confianza el hombre comenzó a dar detalles del exquisito servicio. Habló de la forma sensual y apacible que las bellas y flacas damiselas expoliaban los sudorosos cuerpos. Untaban unos aceites de colores y olores de todos tipos que calentaban y luego enfriaban los desprovistos cuerpos. Había un masaje diferente y específico para cada parte del cuerpo.

     De pronto el hombre detuvo su narración, diciendo que lo que continuaba a los rituales de iniciación y los masajes, o sea el resto, lo dejaba a la imaginación de los oyentes. La gente que estaba escuchando la narración comenzó a pedir molesta que siguiera con la historia. En ese momento, cuando todos solicitaban, por lo menos un cierre más interesante del cuento, sorpresivamente mi mente se trasladó a una época de mi adolescencia, cuando vivía en casa de una tía. Me acordé que mi tío político también trabajaba en los barcos petroleros y se ausentaba por períodos largo de tiempo de la casa. Recordé momentos de inmensa alegría de mi tía cuando él retornaba a casa. Traía cosas para la casa y algunos obsequios; luego hablaba un rato de los sitios de interés que había visitado en la travesía. Por mi parte, después de escucharlo un rato y respetando el momento del rencuentro de la pareja me introducía a mi cuarto a estudiar. Al rato escuchaba decir a mi tía, en voz baja.

    - Mijo, ven al baño que te voy a quitar todo ese petróleo que tienes embadurnado en el cuerpo.

     Ahora entiendo a esos pobres navegantes petroleros que llegaban a los puertos de la cosmopolita Singapur. Bajaban al muelle desesperados, buscando también a alguien que les limpiara, de alguna forma, el pegajoso y negro alquitrán que se impregnaba en sus cuerpos durante esos peregrinajes marinos.


                                Venezuela, Cabimas. 14-05-17

Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...