Por: Humberto Frontado
Hace unos días me encontraba,
una patucosa mañana, en la cola del banco Venezuela para cobrar la bendita pensión.
Allí me tocó escuchar obligado a uno de esos amigos comunes que hablan hasta
por los codos. Y lo hacen para que todos los que estemos cerca y no tan cerca
los escuchemos. Son especialistas en llamar la atención y tanto fue así que
cautivo mi curiosidad en el momento que comenzó una historia particular.
El tipo hablaba de un señor,
amigo de él, que trabajaba en los barcos mercantes; más tarde aclaro que era un
barco petrolero de esos que llevan petróleo hacia otros países. Según cuenta el
amigo del señor navegante, éste le dijo que había visitado, en uno de sus tantos
viajes, a Singapur y estuvo allí durante varios meses debido a que el buque
requirió de mantenimiento en dique seco.
Contó que esa ciudad era de exuberante
belleza y había extraordinario movimiento comercial donde se cumplían las leyes
a cabalidad. Menciono con mucha admiración la forma como prestaban servicio los
“mototaxistas” a lo largo de la gran ciudad. Detalló sobre la lealtad y
responsabilidad que tenían estos servidores públicos hacia los clientes que los
ocupaban. El servicio podía ser una simple y rápida carrerita o estar
disponible todo un día o durante un tour para visitar diferentes lugares, dependiendo
del requerimiento del usuario. Si era turista lo ocupaban solicitando servicio
para visitar los lugares de interés cultural como templos, museos, el casco
histórico, etc. Si los clientes eran marinos preferían visitar los bares y las
casas de cita. En este punto se detuvo y bajo un poco la voz, creando un
ambiente de complicidad con los que estábamos escuchándolo.
Conto que había visitado varios
sitios donde se podía solicitar la asistencia de unas mozas que hacían un
servicio muy especial, donde se incluía la limpieza corporal profunda, masaje
en todo el cuerpo y uno especial envuelto en lo erótico - exótico. Ya entrando
en confianza el hombre comenzó a dar detalles del exquisito servicio. Habló de
la forma sensual y apacible que las bellas y flacas damiselas expoliaban los
sudorosos cuerpos. Untaban unos aceites de colores y olores de todos tipos que
calentaban y luego enfriaban los desprovistos cuerpos. Había un masaje diferente
y específico para cada parte del cuerpo.
De pronto el hombre detuvo su
narración, diciendo que lo que continuaba a los rituales de iniciación y los
masajes, o sea el resto, lo dejaba a la imaginación de los oyentes. La gente
que estaba escuchando la narración comenzó a pedir molesta que siguiera con la
historia. En ese momento, cuando todos solicitaban, por lo menos un cierre más
interesante del cuento, sorpresivamente mi mente se trasladó a una época de mi adolescencia,
cuando vivía en casa de una tía. Me acordé que mi tío político también
trabajaba en los barcos petroleros y se ausentaba por períodos largo de tiempo
de la casa. Recordé momentos de inmensa alegría de mi tía cuando él retornaba a
casa. Traía cosas para la casa y algunos obsequios; luego hablaba un rato de
los sitios de interés que había visitado en la travesía. Por mi parte, después
de escucharlo un rato y respetando el momento del rencuentro de la pareja me introducía
a mi cuarto a estudiar. Al rato escuchaba decir a mi tía, en voz baja.
- Mijo, ven al baño que te voy a quitar todo ese petróleo que tienes embadurnado en el cuerpo.
- Mijo, ven al baño que te voy a quitar todo ese petróleo que tienes embadurnado en el cuerpo.
Ahora entiendo a esos pobres
navegantes petroleros que llegaban a los puertos de la cosmopolita Singapur. Bajaban
al muelle desesperados, buscando también a alguien que les limpiara, de alguna
forma, el pegajoso y negro alquitrán que se impregnaba en sus cuerpos durante esos peregrinajes marinos.
Venezuela, Cabimas.
14-05-17
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