viernes, 13 de marzo de 2020

LA SINGAPURENSE


Por: Humberto Frontado


     Hace unos días me encontraba, una patucosa mañana, en la cola del banco Venezuela para cobrar la bendita pensión. Allí me tocó escuchar obligado a uno de esos amigos comunes que hablan hasta por los codos. Y lo hacen para que todos los que estemos cerca y no tan cerca los escuchemos. Son especialistas en llamar la atención y tanto fue así que cautivo mi curiosidad en el momento que comenzó una historia particular.

      El tipo hablaba de un señor, amigo de él, que trabajaba en los barcos mercantes; más tarde aclaro que era un barco petrolero de esos que llevan petróleo hacia otros países. Según cuenta el amigo del señor navegante, éste le dijo que había visitado, en uno de sus tantos viajes, a Singapur y estuvo allí durante varios meses debido a que el buque requirió de mantenimiento en dique seco.

      Contó que esa ciudad era de exuberante belleza y había extraordinario movimiento comercial donde se cumplían las leyes a cabalidad. Menciono con mucha admiración la forma como prestaban servicio los “mototaxistas” a lo largo de la gran ciudad. Detalló sobre la lealtad y responsabilidad que tenían estos servidores públicos hacia los clientes que los ocupaban. El servicio podía ser una simple y rápida carrerita o estar disponible todo un día o durante un tour para visitar diferentes lugares, dependiendo del requerimiento del usuario. Si era turista lo ocupaban solicitando servicio para visitar los lugares de interés cultural como templos, museos, el casco histórico, etc. Si los clientes eran marinos preferían visitar los bares y las casas de cita. En este punto se detuvo y bajo un poco la voz, creando un ambiente de complicidad con los que estábamos escuchándolo.

      Conto que había visitado varios sitios donde se podía solicitar la asistencia de unas mozas que hacían un servicio muy especial, donde se incluía la limpieza corporal profunda, masaje en todo el cuerpo y uno especial envuelto en lo erótico - exótico. Ya entrando en confianza el hombre comenzó a dar detalles del exquisito servicio. Habló de la forma sensual y apacible que las bellas y flacas damiselas expoliaban los sudorosos cuerpos. Untaban unos aceites de colores y olores de todos tipos que calentaban y luego enfriaban los desprovistos cuerpos. Había un masaje diferente y específico para cada parte del cuerpo.

     De pronto el hombre detuvo su narración, diciendo que lo que continuaba a los rituales de iniciación y los masajes, o sea el resto, lo dejaba a la imaginación de los oyentes. La gente que estaba escuchando la narración comenzó a pedir molesta que siguiera con la historia. En ese momento, cuando todos solicitaban, por lo menos un cierre más interesante del cuento, sorpresivamente mi mente se trasladó a una época de mi adolescencia, cuando vivía en casa de una tía. Me acordé que mi tío político también trabajaba en los barcos petroleros y se ausentaba por períodos largo de tiempo de la casa. Recordé momentos de inmensa alegría de mi tía cuando él retornaba a casa. Traía cosas para la casa y algunos obsequios; luego hablaba un rato de los sitios de interés que había visitado en la travesía. Por mi parte, después de escucharlo un rato y respetando el momento del rencuentro de la pareja me introducía a mi cuarto a estudiar. Al rato escuchaba decir a mi tía, en voz baja.

    - Mijo, ven al baño que te voy a quitar todo ese petróleo que tienes embadurnado en el cuerpo.

     Ahora entiendo a esos pobres navegantes petroleros que llegaban a los puertos de la cosmopolita Singapur. Bajaban al muelle desesperados, buscando también a alguien que les limpiara, de alguna forma, el pegajoso y negro alquitrán que se impregnaba en sus cuerpos durante esos peregrinajes marinos.


                                Venezuela, Cabimas. 14-05-17

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