domingo, 31 de enero de 2021

TIEMPO DE RABOLARGOS Y GUARAMES

 Cuentos de Malengo


Por Humberto Frontado



            Abre el telón la mañana para iniciar la escena; aparece el eterno lunar incandescente en toda su esplendorosa extensión esparciendo sus rayos de luz que se “infinituplican” al atravesar las diminutas gotas de agua, esparcidas por la nutritiva lluvia de la madrugada. Ese día se despertó Coche encandilada por los infinitos destellos amarillos de una conexión de bombillos de alto consumo. Aquel fenómeno hizo escalar momentáneamente un espléndido calor que fue sentido por toda la población; algunos viejos de la isla ya lo conocían como “sofoco mañanero”.

             Los pozos, al pie de los cerros dispersos por todos los pueblos, se atosigaron y calmaron su sed de meses, el agua los desbordó hasta llegar a la cerca de cardones, retamas y tunas que los resguarda. Esos pozos rebosantes del vital líquido eran los que podían calmar la sed de los pueblos. La lluvia también había saturado los abrevaderos de El Secreto en la punta. El escenario estaba preparado para darle la bienvenida a la esplendorosa llegada de un consuetudinario visitante, que con brío y mucho entusiasmo aparecía todos los años por esa fecha en agosto. El día específico de la aparición sólo lo sabía el conglomerado.

           Ya avanzada la mañana en Valle Seco por la calle de tierra corre de prisa un niño descalzo y entra en una de las casas diciendo.

           -         ¡Bendición tía Chon! …¿Dónde está Toño?

          -         Dios te bendiga mijo …¿y cómo amanecieron por tu casa? – contestó la señora secándose las manos en un pedazo de tela que tenía enrollado a la altura del abdomen, éste fungía de delantal protector y evitaba que la orilla del fogón le erosionara la tela de la falda.

          -         Tía … ¿Dónde está Toño? – repitió la pregunta el inquieto muchacho.

        -       ¡Qué sé yo mijo! … ¿y pá que quieres ver a Toño? – preguntó pícaramente la señora al mozo.

       -         Es que él me dijo que lo acompañara al cerro a hacer unas pozas y cebarlas – contestó el muchacho señalando con la mano hacia los cerros.

        -         ¡ay mijito! …ese diablo salió espitao después de tomarse el pocillo de guarapo – contestó la vieja con tono de pena y pasando su mano por la cabeza del niño.

          El mozalbete bajó la testa tristemente y salió de la casa casi llorando. Se detuvo y dió vuelta lentamente para mirar hacia los cerros, con la esperanza de encontrar alguna señal que le indicara hacia dónde había salido su primo. Sin respuesta precisa y sin esperanza se terminaron de desprender mejilla abajo dos gruesas e indecisas lágrimas. Enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano caminó hacia la casa de su abuela, se fue directo a la cocina donde estaba la canosa dama terminando de asar las arepas en las brasas. La abuela sin verlo supo que era él y presintiendo su preocupación le expresó.

          -         ¡Mi mai! … ¿qué haces tan temprano por aquí, muchacho?

      -         ¡Abuela! … ¡cuándo es que van a llegar los rabolargos – preguntó angustiado el niño rascándose la cabeza.

        -         ¡Ay mijo! … eso sólo lo saben ellos … ven cómete este bolito con esta media arepa … Lo que si te digo mijo es que el cardumen de pájaros está por llegar.

          El esperanzado niño cambió de semblante; después de comer lo ofrecido por su abuela se fue a su casa se y sentó en un taburete frente al cerro a esperar a su primo. Sacó del bolsillo del pantalón una pequeña china que su padre le había fabricado con una horqueta de guatapanare, unos tirantes de tripa de caucho y cuero de un viejo guante. Escogió un puñado de piedras del suelo y las colocó encima del taburete; comenzó a lanzarlas contra objetos tirados en la quebrada, buscando practicar la puntería.

          Cansado de lanzar guijarros se detuvo al escuchar el llamado de su madre para almorzar. Sentado a la mesa y mientras la mamá le sirve el plato de comida, pregunta inquisitivo.

          -         ¡Mamá! …¿cuándo es que llegan los guarames?

          -         ¡Yyy! … ¿para qué quieres tu saber eso? – preguntó la madre sonriendo.

         -         Para estar preparado y agarrar bastantes para comer – contestó el niño señalando hacia su plato de comida.

          La atareada mujer hace un alto a sus labores y se sienta a la mesa con el inquieto niño y le dice.

             -         ¡Mijo! … te voy a contar algo que sucedió aquí en Coche hace muchos años cuando yo tenía más o menos tu misma edad. Por esta fecha entre mayo y julio, después de amanecer, la gente empezó a escuchar un extraño ruido que provenía del norte desde los lados de Macanao. El cielo se oscureció de pronto y en minutos nos invadió una nube inmensa de pájaros de todo tipo y tamaños que chillaban y revoloteaban por encima de nuestras cabezas. Las pobres aves venían agotadas y sedientas de un largo viaje, se posaban sobre las matas, los techos de las casas buscando refugio de sombra y agua para calmar su sed. Había unos guarames rojizos, otros oscuros y hasta rosados del tamaño de un pollo; las potocas eran inmensas con una rara cola alargada, una sola bastaba para quedar satisfecho; los rabolargos y chulingas eran de casi un metro, parecían unos pavos. Los muchachos se dieron cuenta que no valía la pena poner los lazos. Cuando se hacía un lance de potocas y guarames en una poza de agua, las aves asustadas al levantar vuelo se llevaban de arrastre la red, era demasiado el tamaño de las aves. Era más fácil atraparlas en la noche mientras dormían, con una sábana o una atarraya. Con cinco guarames se llenaba fácil un saco, la gente construyó unos improvisados gallineros con redes de pesca y unas estacas. Otros decidieron matarlos y salarlos para conservar la carne, asoleándolos en latas de zinc o las cuerdas de tender ropa …. Fueron cinco días continuos llegando pájaros de todo tipo a la isla incluyendo paloma torcaz, collarito, codornices de varios colores, turpiales y gonzalitos. En tan sólo tres días el agua de los pozos de toda la isla fue menguada por la inmensa camada de plumíferos. El Secreto no era tan secreto para la bandada de aves nómadas que cayeron en picada y se fueron directo a ese misterioso oasis a calmar la sed. Las mujeres, que llevaban las latas de agua sobre su cabeza, se veían amenazadas del arrebato aéreo perpetrado por los sedientos voladores. En el segundo día de la invasión se vió por primera vez patos y gansos nadando y refrescándose en los pozos de mi tía Chica, Froilán y Ñaña; ese mismo día se fueron. También se logró avistar Gavilanes, Águilas y halcones volando por los cerros, persiguiendo y dándose banquete con todos esos suculentos manjares voladores. El quinto día ya por la tarde se observó la partida de los que se habían quedado pastoreando por los cerros. La ruta continuaba hacia tierra firme, buscando más alimentos para asegurar la supervivencia.

          Aquel niño quedó absorto al escuchar aquella impresionante revelación hecha por su madre. Se quedó más tranquilo y entendió que sólo le quedaba la misión de esperar tranquilo y preparado para la sorpresiva llegada de los consecuentes visitantes. “Sólo ellos sabían cuando iban a aparecer y hasta cuándo se quedarían”.

 

Venezuela, Cabimas, 30-01-2021.

domingo, 24 de enero de 2021

LA DIÁSPORA MARCHANTE

 Por Humberto Frontado



           -         ¡Mamá!… ¡mamá! – gritó el niño jadeante y despavorido después de haber corrido un buen trecho desde la otra calle. La madre que lo escucha angustiada le pregunta.

         -         ¿!Qué fue mijito!?… ¿qué pasó?

         -         ¡El señor Pelón! … ya viene por la otra calle y creo que te trae las dos sillas – contesta el niño satisfecho con su misión.

         -         Está bien, déjalo que venga … aquí lo esperamos – contesta tranquila la mujer, retornando de nuevo a la cocina donde preparaba las arepas para el almuerzo.

         Un rato más tarde se estacionó frente a la casa de la señora un camión que en la parte trasera tenía una armazón metálica cubierta de una verde lona, parecía una carreta sacada de las películas del viejo oeste. Un señor con una prominente calva y acento gocho bajó de aquel carruaje dos sillas corianas y una pequeña mesa cuadrada de madera y se la entregó a la señora. En una manoseada libreta, el curtido comerciante anotó el nuevo pago quincenal que había acordado con la Doña. Aquella voluminosa nave ambulante traía una buena cantidad de utilísima mercancía, entre ellas; utensilios de peltre para la cocina como olletas, jarras, cucharones y platos de todos los tamaños; sartenes, calderos y el mazo afloja carnes; también cubiertos, cuchillos para picar y el valiosísimo batidor manual hecho de madera y alambre. Para los quehaceres de la casa escobas, lampazos y tobos de latón, picos, palas, machetes, barretones, martillos y hasta clavos y tachuelas, toda una ferretería. Traía guindando de la lona las sillas y taburetes, algunas de mimbre y otras de madera y cuero de chivo.

           Seguidamente, con una hora intermedia como en automático, aparecía el señor Tobías; un hombre canoso y de mucha paciencia que se le notaba al hablar. Llegaba con su camionetica con cabina modificada donde traía variedad de mercancía: ropa, zapatos, botas y telas de todo tipo, para vestidos y cortinas. El viejo venía desde Maracaibo y se hospedaba en la incipiente Ciudad Ojeda por unos días, mientras salía de toda la mercadería.

            En esos días el comercio era muy pujante en los campos, debido a la gran actividad que se veía en la zona.

           -         ¡Señor Tobías! ...usted si es confiado …deja abiertas las ventanas de la camioneta, a ver si le roban – le comenta la señora viendo la tranquilidad de aquel hombre.

          El viejo mostrando un inocente gesto de inocencia en su cara le contestó.

         -         Mi señora yo tengo tanto tiempo en estos menesteres que con ver un rato a la gente sé quién me puede echar una vaina y quién no; si me la echa …esa sería la última vez, porque más nunca le fío. En estos campos hay pura gente honesta, pero siempre tengo presente que “entre las corvinas y los robalos puede venir coleada una resbalosa guabina”. Les obsequio la oportunidad de obtener fiao y en cómodas cuotas, sin tener que ir a ningún lado porque les traigo la mercancía hasta su casa; “qué más quieren por medio real”.

          A este par de comerciantes venezolanos emprendedores se le sumaron otros tantos con igual ímpetu de prosperidad, pero en otros ramos específicos como el caso del señor Herminio, quien en una camioneta ranchera traía de Valera materas de todo tipo, plantas ornamentales y abono. Todos ellos fueron pioneros del pujante desarrollo comercial en la zona petrolera.

          Transcurrían los últimos años de la década de los cincuentas ante un prominente auge petrolero y se mantenían los beneficios para los empleados de la industria. La paga semanal, aunado a la ayuda que representaba el comisariato y la clínica, rendía para mantener cómodamente una familia promedio de cinco integrantes.

          A inicio de los sesentas aquella intensa red de comercio instaurada por los venezolanos se vió amenazada de pronto por la intempestiva llegada de migrantes europeos y caribeños, que buscaban ilusionados el Dorado. Italianos, españoles, portugueses, trinitarios llegaron a nuestro territorio con una muda de ropa y un deseo inmenso de prosperar. Unos a recuperar el nivel de vida que habían dejado en su tierra y otros, la gran mayoría, ilusionados con iniciar su proyecto de vida en este rico país.

           Comenzaron a llegar a los campos petroleros como las marabuntas, parecía que se ponían de acuerdo para repartirse las calles intercalando su aparición cada hora. Unos venían a pie y otros más aventajados con una bicicleta de reparto modificada. Los italianos vendían pan en unas grandes cestas tejidas de eneas, otros con las mismas cestas traían flores plásticas, porta retratos, imágenes de santos con sus marcos y adornos de porcelanas; aparecían algunos con una cámara fotográfica, tomaban la foto de la persona y una semana más tarde traían el retrato enmarcado. Los españoles usaban las latas de aceite “los tres cochinitos” para vender sus embutidos, mantequilla, manteca y queso, otros llevaban la maloliente mercancía constituida por capirote y vísceras que vendían para hacer mondongo y guiso. Por último, en las tardes aparecían las trinitarias con sus dulces multicolores apilados en su cabeza. Con el servicio ofrecido por toda esta gente ya los reales no alcanzaban y la gente a veces se endeudaba más de lo que podían pagar.

           -         ¡Corti barato baisana! – se oyó a lo lejos, la gente no entendía aquella expresión y no fue hasta que estuvo bien cerca la persona cuando se le entendió. Vociferaba una corpulenta mujer blanca con un haz de cortes de tela arrumados en su cabeza en total equilibrio.

          Habían aparecido en la zona las turcas con sus cortes de telas estampadas de todo tipo; popelina, lino, lana, gabardina, sedas, satén, casimir, algodón, etc. El intercambio étnico y cultural se daba en todos los sentidos. Las turcas llegaron expeliendo su rancio olor a cebolla, mucho más fuerte que los exhalados por los italianos, españoles y portugueses juntos. Las trinitarias olían a un profundo y exagerado sazón a curry. La gente no dejaba de hablar y preguntarse por qué hedían tanto esos musiús, pero aun así les compraban su mercancía. Se dice que de ese intercambio comercial nació la expresión, ahora muy notoria, de “distanciamiento social”.

           La llegada de este contingente de marchantes desplazó por completo al comerciante venezolano que se sentía seguro en su propio terreno. A ese tropel militante de buhoneros también le tocó su turno, se fue disipando poco a poco al paso del tiempo y el progreso. Tomaron otro rumbo, estableciéndose en las zonas comerciales de la recién remozada Lagunillas, la naciente Ciudad Ojeda, la pujante Cabimas, la remota Bachaquero y la apartada Maracaibo.

           Todos estos marchantes tuvieron la prominente misión de establecer los cánones de moda y estilo en los campos petroleros. Eso se constataba con ver el interior de cada residencia. Era como un patrón calcado para todos sin excepción. En la sala, fiado por el turco Kansao de Lagunillas, un pequeño juego de muebles de madera, algunos tejidos y otros de semicuero; un comedor de cuatro puestos completado con un taburetico de cuero; el infaltable cuadro de la última cena en la pared central y el de la Mona Lisa en la lateral, el televisor a blanco y negro estaba por llegar. En el porche un juego de sillas de mimbre con su mesa con vidrio que apenas le duraba un mes, después era sustituido por un rectángulo de cartón piedra.

           En el cuarto principal una camita con semicolchón de suavespuma y un escaparate de madera; en el cuarto de los niños dos catres de lona y un chinchorro. El que podía le colocaba un abaniquito metálico corta dedos General Electric o Westinghouse a cada aposento. En la cocina una cocinita de dos hornillas conectadas al servicio de gas y la neverita Westinghouse para el agua fría y hielo. Afuera la apreciable batea para lavar la ropa que después fue acompañada por la chacachaca de Maytag. El transporte para ir al trabajo era una bicicleta último modelo, con cauchos banda blanca de Hércules o Phillips.

En aquella época toda la población petrolera se ajustaba imperiosamente a las medidas fijadas por el salario semanal, de tan solo cincuenta y seis bolívaritos.

 

Venezuela, Cabimas, 23-01-2021

domingo, 17 de enero de 2021

CRÓNICA DE UN CAZADOR DE GASOLINA


Por Humberto Frontado



          El viejo hombre buscador de gasolina hizo algunas llamadas y detenidamente revisó el whatsapp, buscando información sobre las estaciones que surtirían gasolina el siguiente día a los carros con placas terminadas en tres y cuatro. Colocó la alarma para levantarse a las tres de la madrugada y se acostó temprano, dejando todo preparado para descansar y levantarse sin problemas.

          Después de cinco horas de durmienda la alarma sonó, sin perder tiempo el sexagenario se incorporó de su lecho, entró al baño y en un dos por tres fue a la cocina a preparar café y un par de sándwiches. Viendo el reloj tomó su café a grandes sorbos y en dos mordidas acabó con uno de los panes. Salió de su casa y se montó en el carro, al prenderlo observó acucioso el nivel de gasolina para constatar que había suficiente para ir y regresar de la cacería de combustible.

          Antes era costumbre del conductor medir los niveles de fluidos del carro antes de encenderlo, ahora con solo estar pendiente de la aguja de la gasolina es suficiente; los recorridos son tan cortos que ni hace falta hacer esas mediciones.

          El añejo acechador de carburante se fue directo a la bomba Bello Monte, el sitio había sido confirmado a última hora y el dato rodó toda la noche. Llegó a la cola y estacionó el carro, según sus cálculos estimó que se encontraba entre los doscientos carros. Se decía que en ese sitio se acostumbraba surtir hasta ciento cincuenta y a veces se extendían hasta los doscientos y pico; aun así, el viejo tomó la determinación de quedarse y ver qué pasaba. Dentro del carro echó el cojín hacia atrás al momento que veía a otro carro estacionar detrás, eso le calmó un poco y le dió confianza para quedarse en el lugar, como pudo se acomodó en el asiento para dormir un rato más hasta el amanecer.

          Con los primeros rayos de luz se comenzó a zarandear buscando acomodo en el duro cojín para continuar dormitando hasta que escuchó voces muy cerca del carro que lo incomodaron y no le permitían seguir durmiendo. Eran tres fastidiosos tipos que se apostaron en el sitio y se recostaron a la cerca con barrotes de hierro, parecía que ese era el sitio acostumbrado de tertulia, era la entrada de un taller de mecánica y ellos al parecer eran empleados que esperaban que el dueño les abriera temprano el portón. Lo cuentos y anécdotas contadas por los jóvenes delataban su calaña de vagos y maleantes. Uno de ellos vanagloriándose a extremo contó de un robo que habían hecho años atrás diciendo.

        -         ¿Te acordáis chamo, cuando robamos el cable de CANTV desde la esquina caliente de la CVP hasta la Casa del Espagueti?

           -         Como no me voy a acordar, no joda – contestó el otro muchacho -  si de vaina no pasé pál otro lado. Me caí del poste ese después de recibir un corrientazo, que todavía no sé de dónde coño vino.

          -         ¡Que molleja! – volvió a comentar el primero - ese cable era tan largo y pesado que tuvimos que enrollarlo y llevárnoslos entre tres, como si fuera un caucho gigante.

          -         Ahora chamo eso no vale la pena – comentó el tercero en tono lastimero – pagan muy poquito, el metro de cable no vale nada y te expones a que te metan preso y luego tienes que pagarles a los pranes del retén o a los malayos del CICPC.

          Desde el interior del local alguien salió y les abrió la compuerta. Más aclarada la mañana la gente alrededor comenzó a moverse hacia la fogosa esquina representada por el cruce de la avenida “F” y la Intercomunal. En ese punto convergen las personas que van al trabajo y toman el transporte, que para esos días estaba escaso. De allí parten hacia las empresas ubicadas en la vía hacia lagunillas, el resto va hacia el centro de Cabimas.

           El buscador se bajó del carro y salió a obtener información, se hablaba que la gandola de gasolina había llegado y descargado a las cuatro de la madrugada y eso era buena señal. A las ocho de la mañana comenzaron a surtir combustible y no fue sino dos horas después cuando el veterano comenzó a mover su carro a paso de morrocoy. Eran tanto los automóviles que estaban colados en la parte delantera que la hilera atrás ni se movía. El desplazamiento era como de apenas tres carros cada media hora. A eso de las doce del mediodía se corrió la fatídica voz de que se había acabado la gasolina. El indagador quedó como a treinta carros de la gasolinera. Tenía que tomar una rápida decisión: seguir en la cola y esperar hasta el otro día con un puesto seguro o partir hacia otra bomba y correr un destino incierto. Tomó la primera opción y esperó hasta el otro día, yendo a su casa a comer y descansar, turnándose con un compañero de cola.

          En el sitio conoció a un joven apodado “el guajiro” que alquilaba puestos para los carros, tenía un local de reparación de alternadores justo donde había quedado su carro, el tipo decía que prefería alquilar el frente del local para los puestos de carros ya que le resultaba más productivo. Después de hablar con él un rato le tomó el número de teléfono para tenerlo presente para otra ocasión, el pago eran tres productos no repetidos o el equivalente en bolívares o dólares.

          Después de aplicar la técnica acostumbrada de pernoctar dentro del carro el pobre viejo se despertó todo tullido, salió y camino un rato estirando su adormecido cuerpo. A las ocho de la mañana se corrió la voz que la gandola cisterna no iba a proveer a la bomba Bello Monte, sino que iba hacerlo en la que está al lado del Reten. El viejo se pasó las manos por la cabeza pensando en lo incomoda y desconcertante que era la situación. Igual se puso a meditar, mientras de lejos algunas personas hacían bulla diciendo que iban a tomar el asunto por sus manos y secuestrar la unidad surtidora, así como otras cosas locas. Tomó nuevamente la decisión conjuntamente con el resto de sus socios de quedarse en la cola considerando el buen puesto que tenía.

           Hizo lo mismo del día anterior se turnaba con el compinche de fila, cada seis horas iba a su casa y venía a ver el carro. Al día siguiente casi a la misma hora sucedió lo inaudito, lo inimaginable; se repitió la siniestra y macabra acción de enviar, por orden expresa, la gandola surtidora a la estación del Reten. Ante tal situación el buscador desconcertado ve ciertos movimientos con los automóviles en hilera y comenzó a correr hacia el suyo y desistir del excelente puesto que tenía. Se montó en su carro y raudo tomó marcha hacia la cola contraria que iba hacia la bomba CVP, solo tenía que dar la vuelta en “U” en la Farmacia Mara Plus y hacer una nueva cola. En esa estación ya estaban surtiendo y la cola bien larga llegaba precisamente allí donde iba a dar la vuelta. Hizo la fila y tuvo que esperar hasta el otro día. Allí repitió la acción de días anteriores, pero con otro nuevo compañero.

           Llegó el tercer día y la gandola surtidora había llegado temprano y repartiendo en la estación CVP y luego para colmo en la aborrecida Bello Monte, ya no había nada que hacer ni siquiera lamentarse. Su mente se bloqueó por un instante pensando en una descomunal explosión que arrasaba con toda el área donde estaba la estación. Volvió en sí cuando vió moverse los carros delante de él en un buen trecho y rápido, así continuo un buen rato.

              Ya había avanzado alguna distancia quedando a más o menos cincuenta metros de un terreno baldío con cerca de bloques sin portón que la gente usaba para hacer sus necesidades emergentes. Salió del carro a tomar aire y a preguntar la hora en la que llegó la gandola de combustible. Conociendo ese dato se podía extrapolar y determinar si había chance o no de echar gasolina ese día. Según sus cálculos no tenía mucha oportunidad, era más de lo que en promedio resultaba; cuatro horas de atención por 10.000 litros en 200 carros. Si la gandola es compartida con otras bombas hay mucho menos chance de echar.

           Durante la larga espera mucha gente iba y venía, caminando por la acera y otros por el lado de la carretera intercomunal, vendiendo café, agua, chupetas, tetas de frutas, etc; otros pedían alguna limosna. El viejo cazador quedó sorprendido por el gran movimiento ese día, parecía que habían pagado la pensión y la gente había salido a comprar comida. Mientras miraba a las personas caminar observó suspicaz a una persona que venía arrastrando con desgano una pequeña carrucha, que parecía un bolso con ruedas modificado para carretear los botellones de agua. Llevaba sobre el carrito una bolsa negra mediana muy cargada, de esas que usan para la basura, la forma amorfa de aquella bolsa hacía que parte de la carga casi rozara con el cemento de la acera. El viejo intrigado lo siguió con su mirada por un momento.

          El curioso personaje se introdujo con su carga al terreno abandonado. Ya en varias ocasiones anteriores el viejo cazador veía entrar y salir gente por esa entrada del terreno. Al parecer la propiedad era paso obligado para las personas que vivían por la calle paralela a la intercomunal, y la usaban para cortar camino hacia ella. La cola seguía avanzando lentamente hasta que vió nuevamente al extraño individuo repitiendo la acción anterior. Salió de un callejón que desembocaba a la intercomunal arrastrando su carrucha con otra bolsa negra cargada, siguió observando su trayecto hasta que entraba al gran patio. Esperó un rato hasta que salió ya sin la bolsa negra. Se calmó al pensar que era uno de esos hombres desconsiderados que, en lugar de usar los servicios del aseo botan la basura en cualquier terreno abandonado.

          La cola avanzó un buen trecho quedando el carro del cazador a escasos metros de la desembocadura del callejón por donde salía el extraño carretero. El viejo intrigado esperó paciente recostado a su carro hasta que hizo su aparición nuevamente el sujeto.  Al pasar por su lado el sexagenario lo emplaza preguntándole.

          -         ¿Amigo que llevas allí?

         El hombre se detuvo frente al viejo, lo miró un instante y siguió caminando. Desconcertado la persona mayor queriendo recriminar su acción le dice.

      -   Amigo, eso que está haciendo está mal – no había culminado su advertencia cuando de pronto se paró y con su mano derecha hizo señas de que se acercara, y en voz baja le dijo.

         -         Es que ayer noche estrangule a mi mujer, hoy la corte en pedazos y ahora la estoy botando en la basura.

          El viejo ante la respuesta del orate quedó anonadado y si palabras. El carruchero retomó su viaje y siguió hasta el terreno de nadie.

          La cola siguió andando y la emoción de estar próximo a echar gasolina hizo que se olvidara del extraño ser. Transcurrieron aceleradamente los últimos minutos que completaban la cuarta hora, el ambiente fue arropado por un sudoroso y agitado misterio, de pronto se oyó a lo lejos faltando veinte carros.

          -         ¡Se acabó la gasolina!

           El cazador de combustible quedó impávido, lentamente se subió al carro, miró angustiado la aguja del nivel de gasolina, lo encendió y se marchó. Quería olvidarse de lo sucedido en esos cuatro días y nuevamente vino de pronto a su memoria la gran explosión que engullía abruptamente las dos estaciones de servicio, las gandolas, las colas de carro y a él también.

          Ya en su casa y descansado, el viejo cazador hizo una retrospectiva de lo que había sucedido esos días atrás y de pronto se acordó del señor de la carretilla con la bolsa negra. Para matar la curiosidad tomó su teléfono y llamó al susodicho Guajiro para preguntarle si había habido un crimen por esa zona. Casi se cae de bruces cuando el alquilador de puestos le cuenta que, efectivamente su compadre Julio había estrangulado a la mujer porque lo tenía obstinado recriminándole siempre que era un vago y no quería trabajar.  El CICPC encontró el cuerpo de la señora repartido en bolsas negras por todo el terreno baldío.

 

Venezuela, Cabimas, 16-01-2021.

domingo, 10 de enero de 2021

EL OSCURO ENCUENTRO DE TRES TIPOS

Por Humberto Frontado


           Érase una noche que según los connotados astrónomos iba a ser la más oscura observada en casi un siglo. Se concatenaban el efecto de un eclipse total de luna con la aparición transitoria de una extensa capa magnética, producto de la descomunal explosión sucedida en el sol muchas décadas atrás. Esa conjunción influiría en la opacidad del haz de luz de cada estrella debido a la distorsión momentánea del tiempo y el espacio. Sin embargo, todo ese espectacular y sinigual fenómeno no hubiese representado tanta oscuridad en la Isla de Coche a no ser porque ese día hubo una caída del suministro eléctrico desde la seis de la tarde hasta las seis de la mañana del otro día, por la falta de gasoil para la obsoleta planta.

          Una suave brisa se desplazaba silbando entre algunos árboles alrededor de las tumbas que urbanizaban el pequeño cementerio de la isla. Los lugareños comentan que esos árboles nacieron por su cuenta allí y habían sobrevivido en ese terreno tan árido porque se nutrían de las almas de los difuntos que allí reposan. Se hacían remolinillos de viento arrastrando hojas y flores secas que se desprendían de los viejos y deshidratados arreglos encima de las tumbas.

          A media noche, desde la profundidad de un largo pasillo de sepulcros se aproximaba caminando pausado un esquelético personaje. La batola negra que lo cubría, que era más hilachas que tela, se movía cadenciosa al ritmo de aquella cosa cadavérica. Miró hacia los lados buscando algo, luego de un rato se llevó sus huesudas manos a la boca y entrelazándolas emitió un extraño sonido parecido al canto de las potocas. Más tarde se escuchó a lo lejos, como un eco, la contestación. 

          El macabro personaje sacudió con su ruñida manta la tapa de una de las tumbas al momento que decía, refiriéndose al difunto.

        -         Permiso y disculpa Chemilo, voy a sentarme un rato en tu eterno aposento.

          Cruzó sus huesudas piernas y mientras esperaba paciente comenzó a golpear con la punta de sus dedos, en forma secuencial de meñique a índice cual tamborilero, la tapa de cemento. Casi a punto de accionar nuevamente su canto de tórtola apareció de pronto dirigiéndose a él desde uno de los contiguos callejones algo parecido a un enano de circo. Su atuendo lo componía un viejo paltó emparchado con remiendos multicolores, que en la penumbra más bien eran multigrises. Era El Chinamo y había hecho acto de presencia ante su pariente mayor La Chirigua.

          El pequeño tamaño de El Chinamo perpetuamente lo hace ver más joven, como el mismo dice: “burro chiquito siempre será pollino”. Después de mucho tiempo de constantes visitas a los pueblos de Coche, muchos de los viejos concluirían que El Chinamo es un ánima que tiene el síndrome de enanismo, y por eso la gente lo asoció a una leyenda equivocada; donde él fue un niño que murió en extrañas circunstancias y no fue bautizado. Más tarde su espíritu salía por las noches a echar vaina y a buscar sediento el agua que debió haber sido usada en su bautismo.

          -         ¡Muchacho! …¿dónde estabas metido?, que tengo tiempo esperándolos aquí en esta morada -  el seudo muchacho se arremangó el añejo saco de casimir y le contestó.

         -         Disculpa hermano, fue que me distraje un rato viendo que “alante” cerca de la entrada enterraron a alguien de allá arriba y dejaron todo eso echo un chiquero. Batieron cemento para pegar las tapas de la tumba y dejaron todo sucio, las pipas y bolsas de cemento las dejaron en el camino buscando que nos “golpiemos” una canilla con esa vaina.

          -         ¿Y no vistes al Pati por allí? – preguntó La Chirigua con desconcierto -  ese es otro que anda más perdido que el hijo de Lindbergh, no lo he visto desde hace tiempo.

          No había terminado su comentario cuando apareció apartando de las matas unas ramas que colgaban y exclamando animoso.

         -         ¡Epa mis paisanos! ¿cómo les va? ... “aquí estoy pá los que quieran correr y chorrearse del susto” … y después que vayan a contar al pueblo que pelearon con El Patiquín cuerpo a cuerpo …   ja ja ja …! quia, que porquería!

           -         ¿Tu cómo que estas rascao Pati? – le dice El Chinamo acercándose a él.

          -         Bueno estoy más bien picáo porque viniendo de arriba me eché cuatro dedos de ron de una botella de RY que me encontré. Alguien la dejó mal puesta en la calzada frente al bar de Chente, eso sí que es un milagro.

          -         Bueno muchachos – toma la palabra la vieja Chirigua - yo quería hablar con ustedes dos para plantearles algunas cosas en la que he pensado todos estos días. Es sobre nuestras existencias, nuestro propósito en este mundo y sobretodo qué vamos a continuar haciendo aquí en esta maltratada isla. Leí por allí y me llamó la atención que los artistas cuando quieren mantenerse vigentes tienen que renovarse periódicamente y es lo que nosotros tenemos que hacer de algún modo. Les cuento que hace unos días a eso de las dos de la madrugada me le acerqué a un Vallesequero que iba rascao y se paró a orinar al pie de un poste, me le fui acercando por detrás para asustarlo y el condenado se volteó sorpresivamente y me orinó la túnica gritándome  ”qué te pasa guevón”. Yo lo que hice fue bajar la cabeza y aguantar la risa para no “miarme”.

           -         Se acuerdan muchachos – comenta El Patiquín – cuando en las noches penumbrosas donde los miedos en la gente son más intensos y en las iglesias se convocaba a estar en una inmersión total bajo la unción del todopoderoso. Hasta nosotros mismos nos acobardábamos, ante el miedo a desaparecer por una rabieta que tomara el omnipresente. Pero la historia nos aclaró que todo eso era una estrategia de las iglesias para que todo el mundo estuviese tranquilo y bien portado en todos los terrenos. Ese miedo orientado a nuestra supervivencia es la que ha prevalecido y no debe morir nunca. Anteriormente la gente sentía miedo al paso del tiempo, pero ahora éste pasa tan rápido, sumiéndolos en tantos problemas, que ni bola les paran.  Los miedos ahora son más hacia las cosas materiales y no a lo emocional. Ya ni siquiera existe el miedo a perder el tiempo, éste es más un lujo que una necesidad. Siento que el año 2020 con todos los problemas que implicó a muchos les arrebató hasta el miedo; congeniar con él durante un largo periodo hace que la gente se sienta inmune, lo acepta y digiere apaciblemente. Los niños con la información que día a día tienen a través de la realidad del mundo y las películas de terror, definitivamente han perdido el miedo y la memoria hacia todos nosotros que hemos estado presentes en la mente de sus padres y ancestros. Los niños se han refugiado en el sentido del humor, sarcástico y divertido, que por lo menos en ellos es abundante para burlarse y olvidarse de nuestra presencia. Sinceramente el hombre actual llegará a dejarse atrapar por otro tipo de miedo, tan inabarcable y tan incierto que se devorará así mismo para crear un inmenso temor a la existencia. Por eso es muy probable que tengamos que tomar otras vías de existencia, considerando lo que propone La Chiri.

          -         Nuestra aparición por estos predios es esporádica y sin recompensas – exclama La Chirigua moviendo negativamente la cabeza con sus hilachadas greñas – ya tu Palanquín, cuando la gente te ve más bien se ríen de tu aspecto, dicen que pareces un muñeco de marionetero de pacotilla y de un solo acto, tu atuendo desaliñado y oscuro te hace ver como un veterano indigente y tu Chinamo, que te faltan el respeto apodándote el “Chuky reloaded”; que aquella jocosa aventura de jalarle los pies a la gente cuando los dejaban fuera de la cama mientras dormían ya no tiene gracia ni sentido, además de todos esa reguera de vasos inútiles que dejaban por toda la casa para calmar tu sed de dolor es una tremenda zoquetada.  Y yo, que me había ganado un prestigio y un reconocimiento por toda Latinoamérica junto a La Llorona, La Sayona, El Silbón y otros tantos, ya formamos parte de la cultura y tradición en un tiempo particular que parece estar llegando al final.

          -         No olvidemos – comenta El Chinamo en tono indeciso – que el coctel miedo e ignorancia han sido siempre la mejor combinación para nosotros poder subsistir en el tiempo, así que pudiéramos avanzar hacia esa opción. Irnos a otras latitudes donde haya menos información y tecnología, así tengamos que comenzar de nuevo.

          La altiva Chirigua se levantó de su improvisado asiento y alisándose los pocos pelos de su encanecida chiva les dijo.

          -         Me van a disculpar compadres, pero tengamos en cuenta lo que les voy a decir. Nosotros tenemos siglos aquí en la isla, y a través del tiempo buenos o malos hemos compartido con esta gente. Hemos sido líderes y consejeros de los que ya se han ido. No podemos echar por la borda tanta convivencia, hemos estado presentes por tantos años en la oscuridad de la noche en cada uno de sus hogares, hurgando en sus sueños y protagonizando sus temores. Prácticamente los conocemos a todos internamente y sabemos de lo que son capaces de lograr. Creo que ganamos más quedándonos en casa y buscar opciones para hacernos sentir, así sea en el plano tradicionalista y sentimental.

          Los tres oscuros personajes se miraron entre ellos asintiendo con la cabeza un sincero acuerdo trasnochado. Se abrazaron haciendo un oscuro torbellino que luego se hizo humo y desaparecieron.

 

Venezuela, Cabimas, 10-01-21

domingo, 3 de enero de 2021

LA ABUELA DE LIBROS

 Por Humberto Frontado



          Temprano en la mañana de ese sábado una brisa fresca cobijaba sutilmente al pequeño pueblo de El Dividive. Cual crisálida que abre y da paso a la salida de una bella mariposa, igual abrió aquel pequeño chinchorro multicolor donde apareció una blanca niña. Se bajó de su lecho, se calzó las sandalias de cuero y caminando, mientras los rayos del sol despertaban su aún dormido cuerpecito, cruzó el patio hasta llegar a la letrina séptica donde orinó. Regresó a un pequeño mesón hecho de rústica madera pegado a la pared de uno de los lados de la cocina. Esa tapia de barro y caña brava tenía tres huecos de ventilación donde se acostumbraba guarda el jabón azul y varios cepillos de dientes.

         La blanca niña se cepilló los dientes y se lavó la cara, tomó un pequeño trapo tendido sobre una cuerda y se secó la cara. Terminando de acicalarse notó que su madre estaba llegando al tendedero con una ponchera llena de ropa lavada para tenderlas al sol. La muchacha suspicaz miró hacia el fogón y estaba todo recogido, las arepas estaban envueltas en un trapo cerca de las brasas aún prendidas. Miró insistente hacia los lados y no vió a su padre en sus labores. El raro escenario indujo a la niña a dirigirse sobresaltada a su madre preguntándole.

          -         Mamá … ¿dónde está papá?

       -         Tu padre salió temprano hacia el Vigía – contestó la atareada mujer, pasándose la mano por la frente para quitarse el sudor.

          Aclarado el paradero de su padre la joven tomó una escoba que estaba apoyada en la cerca y comenzó a barrer el patio suavemente para no levantar polvo. La delicadeza con la que barría se hizo tan extrema que sacó de quicio a su madre quien le gritó.

          -         Elsita… ¿Qué te pasa? … ¿en qué piensas?

          La muchacha sacada abruptamente del letargo, soltó la escoba del susto, miró tímida a su madre diciéndole.

         -         Es que estoy pensando en mi papá…él me dijo que me iba a traer un nuevo libro, ojala sea tan bueno como el que me trajo el mes pasado …!ya lo he leído tres veces!

          -         Préstaselo a tus hermanos para que lo lean, de seguro a ellos les gustará también – señaló la mujer con tierna voz, mientras se acercó a la niña y comenzó a recogerle el pelo con su peineta – terminó diciéndole – Elsita…es posible que tu padre venga pasado mañana, ya que él fue a arreglar un negocio de unos terrenos que su compadre quiere vender.

          Al terminar de escuchar a su madre la muchacha hizo un gesto de decepción y dijo entre dientes.

          -         Bueno… ojalá no se le vaya a olvidar mi libro.

          La jovenzuela sabía claramente que esa ausencia de su padre representaba para ella más quehaceres y responsabilidades en la casa, era la ley ya que era la mayor. No tenía que consultar con su mamá o ver alguna anotación, simplemente tomaba los aperos y se ponía a laborar. Empezó a cortar algo de monte y arbustos con sus dos hermanos, lo redujeron de tamaño y se lo dieron a los dos burros, a las cuatro cabras y al cochino. A las gallinas y los patos les dió su ración de maíz. Tomó agua en un tobo y les repartió entre todos los animales. Jugó un rato con los burros, cogía un buche de agua y con presión les lanzaba un chorrito apuntando a las orejas, los equinos se sacudían eléctricamente cuando el líquido les hacía cosquillas.

           Corrían buenos tiempos para la actividad comercial en la zona andina de Venezuela.  Los pueblos cercanos a la larga carretera que atravesaba la cadena montañosa se veían favorecidos. El Dividive perteneciente al estado Trujillo fue uno de ellos. Estaba apostado justamente al lado de lo que sería, años después, un anexo del descomunal proyecto de la carretera panamericana, que atravesaría a toda América, desde Alaska hasta la Patagonia en Argentina.  

          Ejecutando los quehaceres podía estar muy concentrada hasta que se cruzaba por su mente la pregunta ¿qué libro me traerá papá? Después de estar casi tres días fuera de la casa estaba por llegar el bien esperado hombre. Elsita habiendo terminado temprano su oficio se había bañado y vestido para esperar a su padre, abría cada cierto tiempo una de las altas hojas de la puerta principal, se asomaba impaciente y miraba calle abajo donde suponía haría aparición su padre. Hasta que por fin en una de las asomadas vió a lo lejos a un hombre vestido de pantalón de caqui y camisa blanca con mangas arremangadas; traía debajo del brazo derecho una pequeña caja de cartón y en la mano izquierda una bolsa de papel. La muchacha no pudo contenerse y caminó un trecho a encontrarse con su padre, se abrazaron y caminaron juntos hasta la casa. Ya en la residencia el resto de los muchachos pidieron la bendición y acompañaron al estropeado y hambriento hombre hasta el comedor. Rápidamente fue atendido por su esposa quien le quitó los paquetes y sirvió la cena.

           Después de cenar y comentar algunas peripecias del viaje, ordenó a uno de los muchachos trajera la bolsa de papel. Raudo y en un santiamén tenía la marusa en sus manos. Lo primero que sacó fue un bello corte de tela que entregó a su esposa, luego un emboque de madera para el menor, para el segundo un yoyo también de madera y una navajita, y a la niña un libro. Cada uno tomó su regalo, contentos se pusieron a revisarlos. La niña se fue al cuarto e inmediatamente comenzó la lectura arrimando hacia su lado la vieja lámpara de querosén, estaba consciente del compromiso que tenía con su madre: leer solo hasta las ocho de la noche y a dormir. El texto era la novela recién escrita por Rómulo Gallegos titulado: “Pobre Negro” (1937). Los libros que consuetudinariamente le traía el padre no venían totalmente gratis, la forma de pago consistía en que ella tenía que leérselos poco a poco todas las noches.

            El periodo juvenil de aquella mujer transcurrió en la convulsionada época cuando ocurrió el mayor desplazamiento de las familias hacia las zonas donde se daban las mejores opciones de trabajo, como eran el estado Zulia y el oriente del país, con la incipiente y bien remunerada industria petrolera. Mucha gente migró hacia esas áreas quedando prácticamente abandonados cientos de caseríos o poblados. Eran zonas plantadas de casas muertas, hecho que luego inspiró a Miguel Otero Silva a escribir su soberbia novela (1955), sobre un poblado de los llanos que fue borrado por los muertos de paludismo y la migración de sus habitantes hacia la capital o zonas petroleras.

            La familia de Elsa, siguiendo lo que hacían la mayoría de las familias de todos estos pueblos, también se desplazó hacia el estado Zulia a finales de la década de los cuarentas. Ella vivió en Maracaibo  donde estudió secretariado comercial, sin abandonar su apego y amor hacia los libros. Aún continuaba devorando todo libro o novela que le pasara por el frente. Había mucho que leer, además de libros que provenían de escritores y editoriales venezolanas, estaban la revistas como Selecciones del Reader's Digest que venía de Cuba. Con la presidencia del General López Contreras se logró más libertad y apertura al acervo cultural, favoreciendo la adquisición de textos de España y el resto de los países latinoamericanos.

          Para Elsa se dió un periodo de declinación literaria, resulta que en el año 1951 la señorita contrae nupcias y a partir de allí tenía poco tiempo para dedicarle a la tan apasionada tarea de leer. Había que atender a los niños, los cuales fueron llegando uno a uno, en fila india, casi uno cada dos años, hasta tener diez. Le continuo un periodo de más calma ya que todos sus hijos estudiaron, se graduaron y se independizaron, este lapso permitió el deleite de otro tipo de escritos. Con la biblia bajo el brazo la lectura se limitó y se hizo más específica hacia el plano religioso.

          La apasionada lectora en sus setentas comenzó a notar que muchos de los escritos y versículos que había subrayado años atrás en la biblia ya no recordaba de cuándo y por qué los había marcado. Era como si leyera por primera vez el párrafo resaltado. Dicen los que saben que a esa edad comienzan a aparecer los episodios de ralentización de nuestros recuerdos y que muchas veces se presenta de facto, lo que se lee hoy mañana se olvida. Elsa Marina “la abuela de libros” sufrió hace cinco años una ACV que aceleró en forma progresiva el Alzheimer que ha mermado su capacidad de retención de la lectura. Esta enfermedad se apoderó totalmente de su conciencia, a tal punto que al tomar un libro para leerlo se queda retenida en la primera línea sin poder salir de ella.

“Cada palabra o frase que se lee, al igual que las ideas, genera en nuestro cerebro un intercambio neuronal que es pura energía. Si la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma, entonces debe haber en alguna parte de la mente de La abuela de libros una acumulación de energía aportada por todos esos libros que leyó en su tiempo y que ahora nos inspiran”


03-01-2021.

Correctora de estilo: Elizabeth Sánchez


Historia escrita en honor a la Señora Elsa Marina Pérez de Sánchez (QEPD). 

Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...