domingo, 31 de enero de 2021

TIEMPO DE RABOLARGOS Y GUARAMES

 Cuentos de Malengo


Por Humberto Frontado



            Abre el telón la mañana para iniciar la escena; aparece el eterno lunar incandescente en toda su esplendorosa extensión esparciendo sus rayos de luz que se “infinituplican” al atravesar las diminutas gotas de agua, esparcidas por la nutritiva lluvia de la madrugada. Ese día se despertó Coche encandilada por los infinitos destellos amarillos de una conexión de bombillos de alto consumo. Aquel fenómeno hizo escalar momentáneamente un espléndido calor que fue sentido por toda la población; algunos viejos de la isla ya lo conocían como “sofoco mañanero”.

             Los pozos, al pie de los cerros dispersos por todos los pueblos, se atosigaron y calmaron su sed de meses, el agua los desbordó hasta llegar a la cerca de cardones, retamas y tunas que los resguarda. Esos pozos rebosantes del vital líquido eran los que podían calmar la sed de los pueblos. La lluvia también había saturado los abrevaderos de El Secreto en la punta. El escenario estaba preparado para darle la bienvenida a la esplendorosa llegada de un consuetudinario visitante, que con brío y mucho entusiasmo aparecía todos los años por esa fecha en agosto. El día específico de la aparición sólo lo sabía el conglomerado.

           Ya avanzada la mañana en Valle Seco por la calle de tierra corre de prisa un niño descalzo y entra en una de las casas diciendo.

           -         ¡Bendición tía Chon! …¿Dónde está Toño?

          -         Dios te bendiga mijo …¿y cómo amanecieron por tu casa? – contestó la señora secándose las manos en un pedazo de tela que tenía enrollado a la altura del abdomen, éste fungía de delantal protector y evitaba que la orilla del fogón le erosionara la tela de la falda.

          -         Tía … ¿Dónde está Toño? – repitió la pregunta el inquieto muchacho.

        -       ¡Qué sé yo mijo! … ¿y pá que quieres ver a Toño? – preguntó pícaramente la señora al mozo.

       -         Es que él me dijo que lo acompañara al cerro a hacer unas pozas y cebarlas – contestó el muchacho señalando con la mano hacia los cerros.

        -         ¡ay mijito! …ese diablo salió espitao después de tomarse el pocillo de guarapo – contestó la vieja con tono de pena y pasando su mano por la cabeza del niño.

          El mozalbete bajó la testa tristemente y salió de la casa casi llorando. Se detuvo y dió vuelta lentamente para mirar hacia los cerros, con la esperanza de encontrar alguna señal que le indicara hacia dónde había salido su primo. Sin respuesta precisa y sin esperanza se terminaron de desprender mejilla abajo dos gruesas e indecisas lágrimas. Enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano caminó hacia la casa de su abuela, se fue directo a la cocina donde estaba la canosa dama terminando de asar las arepas en las brasas. La abuela sin verlo supo que era él y presintiendo su preocupación le expresó.

          -         ¡Mi mai! … ¿qué haces tan temprano por aquí, muchacho?

      -         ¡Abuela! … ¡cuándo es que van a llegar los rabolargos – preguntó angustiado el niño rascándose la cabeza.

        -         ¡Ay mijo! … eso sólo lo saben ellos … ven cómete este bolito con esta media arepa … Lo que si te digo mijo es que el cardumen de pájaros está por llegar.

          El esperanzado niño cambió de semblante; después de comer lo ofrecido por su abuela se fue a su casa se y sentó en un taburete frente al cerro a esperar a su primo. Sacó del bolsillo del pantalón una pequeña china que su padre le había fabricado con una horqueta de guatapanare, unos tirantes de tripa de caucho y cuero de un viejo guante. Escogió un puñado de piedras del suelo y las colocó encima del taburete; comenzó a lanzarlas contra objetos tirados en la quebrada, buscando practicar la puntería.

          Cansado de lanzar guijarros se detuvo al escuchar el llamado de su madre para almorzar. Sentado a la mesa y mientras la mamá le sirve el plato de comida, pregunta inquisitivo.

          -         ¡Mamá! …¿cuándo es que llegan los guarames?

          -         ¡Yyy! … ¿para qué quieres tu saber eso? – preguntó la madre sonriendo.

         -         Para estar preparado y agarrar bastantes para comer – contestó el niño señalando hacia su plato de comida.

          La atareada mujer hace un alto a sus labores y se sienta a la mesa con el inquieto niño y le dice.

             -         ¡Mijo! … te voy a contar algo que sucedió aquí en Coche hace muchos años cuando yo tenía más o menos tu misma edad. Por esta fecha entre mayo y julio, después de amanecer, la gente empezó a escuchar un extraño ruido que provenía del norte desde los lados de Macanao. El cielo se oscureció de pronto y en minutos nos invadió una nube inmensa de pájaros de todo tipo y tamaños que chillaban y revoloteaban por encima de nuestras cabezas. Las pobres aves venían agotadas y sedientas de un largo viaje, se posaban sobre las matas, los techos de las casas buscando refugio de sombra y agua para calmar su sed. Había unos guarames rojizos, otros oscuros y hasta rosados del tamaño de un pollo; las potocas eran inmensas con una rara cola alargada, una sola bastaba para quedar satisfecho; los rabolargos y chulingas eran de casi un metro, parecían unos pavos. Los muchachos se dieron cuenta que no valía la pena poner los lazos. Cuando se hacía un lance de potocas y guarames en una poza de agua, las aves asustadas al levantar vuelo se llevaban de arrastre la red, era demasiado el tamaño de las aves. Era más fácil atraparlas en la noche mientras dormían, con una sábana o una atarraya. Con cinco guarames se llenaba fácil un saco, la gente construyó unos improvisados gallineros con redes de pesca y unas estacas. Otros decidieron matarlos y salarlos para conservar la carne, asoleándolos en latas de zinc o las cuerdas de tender ropa …. Fueron cinco días continuos llegando pájaros de todo tipo a la isla incluyendo paloma torcaz, collarito, codornices de varios colores, turpiales y gonzalitos. En tan sólo tres días el agua de los pozos de toda la isla fue menguada por la inmensa camada de plumíferos. El Secreto no era tan secreto para la bandada de aves nómadas que cayeron en picada y se fueron directo a ese misterioso oasis a calmar la sed. Las mujeres, que llevaban las latas de agua sobre su cabeza, se veían amenazadas del arrebato aéreo perpetrado por los sedientos voladores. En el segundo día de la invasión se vió por primera vez patos y gansos nadando y refrescándose en los pozos de mi tía Chica, Froilán y Ñaña; ese mismo día se fueron. También se logró avistar Gavilanes, Águilas y halcones volando por los cerros, persiguiendo y dándose banquete con todos esos suculentos manjares voladores. El quinto día ya por la tarde se observó la partida de los que se habían quedado pastoreando por los cerros. La ruta continuaba hacia tierra firme, buscando más alimentos para asegurar la supervivencia.

          Aquel niño quedó absorto al escuchar aquella impresionante revelación hecha por su madre. Se quedó más tranquilo y entendió que sólo le quedaba la misión de esperar tranquilo y preparado para la sorpresiva llegada de los consecuentes visitantes. “Sólo ellos sabían cuando iban a aparecer y hasta cuándo se quedarían”.

 

Venezuela, Cabimas, 30-01-2021.

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