(INTROITUS MENTALES)
Por Humberto Frontado
¡Dios mío! Ésta podría ser la exclamación más recurrente expresada por
la mayoría de las personas de este mundo, ya sean religiosas o no, usando su
equivalente en el idioma que sea. Es la forma más expedita o “express” para
invocar ayuda inmediata al supremo arquitecto del universo. Es un concentrado y
poderoso término coloquial que se utiliza en demasía para hallarle solución a
todos los problemas que nos abruman en este orbe digitalizado, globalizado y ultramoderno.
No
necesita de templos lúgubres, capillas “sin tinas” y obispoides acartonados
para ser escuchada. Puede ser lanzada a los cuatro vientos por unos labios
quejitrosos de algún mortal en problema, o por otro ser invadido de sublime
alegría y de agradecimiento.
Buscando
explicación sobre el origen de la distinguida expresión, encontramos relatos de
quienes la ven conectada a la creencia de que el hombre siendo un animal de dogmas
devino por lo tanto en un ser naturalmente religioso. Es frecuente que la
expresión aparezca en nuestra mente cuando enfrentamos algo que consideramos
está más allá de lo normal y no llegamos a entenderlo; es decir, de la misma
manera que consideramos a Dios en nuestra vida como algo que está más allá.
Aunado a lo anterior encontramos otra que se deriva de la explicación
que dió el Papa Benedicto XVI sobre la exclamación de Jesús durante su agonía,
recogida en los evangelios, “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. El
pontífice dijo que ese lamento no fue un grito de desesperación, sino el
comienzo de uno de los salmos más profundos del salterio. Por eso lo propuso
como un salmo de “oración sincera y conmovedora, de una densidad humana y una
riqueza teológica”.
El
salmo presenta la figura de un inocente perseguido y rodeado de enemigos que
quieren su muerte. Jesús recurre a Dios con una imploración que, en la certeza
de la fe, se abre misteriosamente a la alabanza; pide se escuche y se dé una respuesta, solicita un acercamiento,
busca una relación que pueda darle consuelo y salvación. Es una llamada
dirigida a Dios que parece lejano, que no responde al llamado y que parece
haberlo abandonado.
A
pesar de ello, hay esperanza y no puede creer que su relación con el Señor se
haya roto totalmente y afirma que Dios no puede abandonarlo. Ese será el hálito
de esperanza que implícito en la expresión nos anima siempre a manifestarla con
fe. Por eso continuamente será normal escuchar a alguien levantando la voz,
otros casi murmurando y otros silenciosos, diciendo mientras se persignan,
¡Dios mío! En resumen, tomando lo dicho por el Papa, la sobredicha expresión
nos coloca, en cada momento que la expresamos, ante la confianza y esperanza de
Dios.
Encontramos
también la interpretación basada en el lenguaje y su uso, donde aparecen
estereotipos que se han originado en creencias determinadas para luego
permanecer como eso: un conjunto de palabras que expresan estados emocionales
que no tienen por qué reflejar las creencias de quien las dice. Muchas veces
las expresiones han venido heredadas de nuestros ancestros y están instaladas
en nuestras mentes hasta que brotan automáticas ante los eventos, como estas otras
similares: Madre de Dios, Virgen Santísima, Virgen del Valle, Válgame Dios,
Aleluya Dios, etc.
A
continuación, una pequeña lista de complementos cotidianos que se agregan a la
expresión:
¡Dios mío! …
- …Ayúdame, …ten piedad de mí, …te necesito, …ponme frente a un cerro de billetes, …sácame de esta situación, …dame paz, …¿Por qué a mí?, …quítame ese carajo de enfrente, …quítame esa pava que tengo encima, …consígueme trabajo así sea de limpia platos, etc.
Ahora, sí estamos en Cabimas oiremos otros con más
sentimiento.
¡Dios mío! …
- …Que no se vaya la luz hoy, …¿cuándo irá a llegar el agua?, ….ojalá hoy pueda echar gasolina, …que el dolor se me vaya pronto y no tenga que ir al hospital o al CDI, …que me alcance la plata para comprar la verdura, …será verdad que nos van a dar lo del petro, …que no sea grave lo que tiene el carro, etc.
Por
otro lado, la expresión ¡Dios mío! baja algunas veces de su altar, y sin
cambios en su connotación se transforma en algo más banal y vulgar. Estas
equivalencias pueden sonar groseras tales como: ¡vergación!..., ¡carajo!..., ¡coño!...,
¡vaya pá la mierda!..., ¡coño é la madre!..., ¡mierda!..., ¡no joda!...,
¡maldición!..., etc.
En fin, la santificada expresión para bien o
para mal saldrá de nuestras bocas “per secula” como una confesión llena de fe y
generadora de esperanza para pedir sutilmente, algunas veces, ¡Dios mío! … ojalá lo parta
un rayo a ese desgraciado.
Venezuela, Cabimas, 05-02-2021
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