domingo, 15 de mayo de 2022

LA GALLINA PITAGÓRICA

 Por Humberto Frontado



           La apacible y fresca brisa mañanera trajo consigo una vieja y larga embarcación, algo rara por esos lares. Atracó en el viejo muelle de madera de la Isla de Coche. De la añeja nave bajó un grupo de personas guiados por un hombre alto y fornido. Caminaron un rato por los alrededores de la salineta cerca del muelle, hablaron un rato cambiando algunas impresiones. Las personas regresaron a la gran nave y comenzaron a descargar con dos grandes carretas el material que traían; mientras tanto, el hombre de blanca tez fue directo al poblado de Valle Seco. Allí habló con los pueblerinos, buscaba quien le alquilara animales de carga con su arriero.

           Los visitantes venían de Chacopata y traían un circo andante, tenían planes de montar la carpa en la salineta durante una semana y presentar el espectáculo, luego seguir al resto de los pueblos. Buscaron ayuda con la gente del pueblo pregonando que se les pagaría bien y les darían comida. La voz se corrió como pólvora y en pocos minutos se presentaron algunos muchachos, porque el resto de los hombres estaban trabajando en la salina y otros comprometidos con la pesca. El grupo de jóvenes que asistió partió con el hombre de negocios hasta el saladar y unidos a los miembros del circo comenzaron a montar la gran carpa.

           Plantaron en todo el centro de la salineta un inmenso madero de diez metros. De la punta salía una pequeña bandera y ocho cuerdas que fueron utilizadas para izarlo y dejarlo vertical a punto de nivel. El dueño del circo después de consultar una vieja libreta, tomó una cuerda y trazó con ella una circunferencia de diez metros partiendo del obelisco. Con una particular maestría se desplazó alrededor del círculo dividiéndolo en ocho partes iguales, en cada punto marcado clavaron estantillos de cuatro metros de altura, formando un octágono. Las ocho cuerdas del mástil central fueron atadas a los estantillos y luego sujetadas a tierra con fuertes estacas. Antes de caer el sol ya habían colocado la gigantesca lona blanca encima de las ataduras. Desde lo lejos se podía ver el resplandor albino de la enorme estructura. El trabajo fuerte había finalizado y los trabajadores del pueblo regresaron contentos con su paga y una entrada para asistir a la presentación. Solo quedó un muchacho contratado por toda la semana como limpiador. El resto de los empleados del circo continuó trabajando, todavía en la noche seguían bajando muchas más cosas del barco, debían tener preparado todo para el día siguiente.

          En la mañana se escuchó un estruendoso ruido que rompía con el acostumbrado silencio matutino. Por la calle principal del pueblo un musculoso hombre tiraba una carreta pintada de todos colores. Traía en una jaula un negro chimpancé. A su lado venía un payaso con una bolsa repartiendo caramelos y algunas papeletas impresas concernientes al espectáculo circense. A voz en cuello iba invitando a la población para el estreno del gran espectáculo. Se iba a presentar la mujer con la barba más larga del mundo; Atlas, el hombre más fuerte levantando como una pluma hasta trecientos kilos; el saltimbanqui, traído de África; el domador de tigres; la increíble gallina matemática y mucho más. La presentación comenzaría a partir de las siete de la noche con electricidad propia. Las entradas tendrían un costo de un real para los niños y un bolívar para los adultos.

          Cumpliendo con la invitación, la gente fue llegando al circo a comprar las entradas pasando directamente a ocupar los puestos. Se fueron sentando en dos líneas de bancas distribuidas alrededor de un círculo pintado con cal que demarcaba el público del acto. El recinto se ocupó en poco tiempo. A las siete en punto se escuchó una imponente melodía que daba inicio al espectáculo, salió al compas de la música un simpático señor mofletudo con un sombrero de copa. Frente a un micrófono daba efusivamente la bienvenida a todo el público, especialmente a los niños. Inmediatamente anunció a magistral mujer barbuda, venida desde la India con su perro lampiño heredero de los Mayas. Ataviada con un majestuoso traje cubierto de lentejuelas y todo tipo de piedras preciosas caminaba altiva aquella blanca mujer. Se iba tongoneando al son de la sugestiva música y mirando a los presentes. Lucía una larga y espesa melena negro azabache, de su bello rostro se desprendía una extensa y larga barba negra, que iba a descansar en el antebrazo izquierdo. Atado a su mano llevaba de faldero un raro perro flaco y sin pelo que le relucía el cuero a la luz de las bombillas. Mientras la extraña mujer caminaba, la gente asombrada murmuraba sin dar crédito de lo que veían. Algunos se preguntaban sobre el tiempo que tendría la mujer dejándose crecer la barba, otros comentaban sobre lo difícil que sería bañarse y dormir con tanto pelo.

          La entrada abrupta del palanquín bailando una extraña música los sacó de sus pensamientos sobre la barbuda. Era el payaso saltimbanquis con su traje de colores y nariz bombacha dando saltos y haciendo amagos como si fuera a caer sobre los presentes, arrancando risas de todo tipo sobre todo en los niños. El anunciador decía que el esquelético hombre venía de una tribu de África donde era normal crecer a la altura de tres metros, era tan largo que en cuatro zancadas daba la vuelta a la carpa; se despidió caminando en retroceso a toda velocidad. La gente lo celebró con una fuerte ovación, imaginándolo bajar cocos de las matas y nadando una mañana hacia la Isleta con unas chapaletas.

          Pasó un rato y los presentes inquietos buscaban con la mirada la salida del presentador cuando de improviso se escuchó un estruendoso rugido. La gente quedó atónita buscando determinar de donde provenían aquellos gruñidos. Apareció de pronto una carreta empujada por dos corpulentos hombres, cargando una gran jaula cubierta de una manta roja. Uno de los hombres quitó la cubierta a la jaula dejando ver un feroz tigre. Con el micrófono en mano apareció nuevamente el hombre del sombrero anunciando al domador de tigre más valiente del mundo, quien hizo su aparición haciendo sonar su largo látigo de cuero. Era del Reino Unido y había estado desde pequeño en la India, su afición era cazar animales salvajes. El valeroso domador después de serpentear su látigo alrededor de la jaula dió indicaciones para que abrieran lentamente la armazón, la gente respondió con un grito de miedo. El anunciador tomó la bocina y pidió calma a los presentes, decía que todo estaba bajo control del domador. De un salto salió aquel animal rayado caminando sigiloso y gruñendo hacia el inglés; mirando hacia los lados rugió varias veces y fue calmado con un sonido seco del látigo. La gente nerviosa aplaudió con entusiasmo con la esperanza de que el domador cumpliera a cabalidad su cometido de mantener a raya al animal. Con cuatros fuetazos más aquel furioso animal reculó hacia la jaula, saltó y se introdujo nuevamente mientras profirió un par de rugidos más, raspando sus garras contra los garrotes.

          Nuevamente hizo la entrada el gordo presentador, esta vez trayendo algo debajo del brazo. Su ayudante colocó una pequeña mesa frente a él. Aquel hombre todo sudoroso se quitó el sombrero y se lo dió a la señorita, tomó el micrófono y dijo: “en esencia todas las cosas son números” y verán que es así. Tengo el gran honor de presentarles a ustedes algo nunca visto en ninguna parte. Será un acto fuera de orden, voy a presentar a Ana la gallina piroca más inteligente del mundo, fue enseñada con los antiguos catálogos pitagóricos en arabia y fue allí donde aprendió a sumar.

           Sobre la mesa había un pequeño semicírculo hecho con madera; tenía una hendija donde se colocaban diez cartas paradas, numeradas sucesivamente del uno al diez marcadas por ambas caras.  El señor mago colocó a su Anita detrás de las cartas. Con el micrófono en sus manos pidió silencio absoluto, recordando que era un trabajo de concentración para el plumífero animal. En voz alta preguntó a Anita: ¿cuánto son dos más dos? La obediente gallina sin titubear se dirigió a la carta con el cuatro y se la entregó a su tutor. La gente quedó impresionada por la capacidad desarrollada por la frágil gallina cuello pelado. Así continuó respondiendo a la suma de tres más dos, cinco más cuatro y otras más con excelente acierto. Los presentes con fuertes aplausos despidieron a la inteligente ave.  A la salida del espectáculo, la gente contenta describía todo lo grandioso que habían visto esa noche.

           Aquel pequeño circo había superado las ganancias que esperaban para ese día y así continuaron los días siguientes dando un balance positivo. El último día de presentación sucedió algo imprevisto. Temprano en la mañana después de desayunar, el dueño del circo se dirigió a la jaula para darle de comer maíz picado a su consentida Anita y notó su ausencia. Buscaron por todo el circo y no la consiguieron. Armaron unas cuadrillas de búsqueda por todo el vecindario preguntando si habían visto a la gallina matemática. El dueño del circo después de haber estado caminando un buen rato se detuvo de improviso en medio de la calle, en ese momento se le vino a la mente la imagen de alguien que podía ser el secuestrador. Se trataba de Benito, el popular Buchéperico, la persona que había contratado por esos días para hacer los quehaceres de limpieza en la carpa. El hombre mal humorado preguntó a los presentes sobre la residencia del muchacho, se fue raudo y veloz sospechando lo peor. Cuando llegó a la casa indicada inmediatamente percibió proveniente del fondo de la vivienda el aroma a sancocho de gallina. Casi llorando llamó al interior de la vivienda y le salió una señora a la que le preguntó.

          -        Buenos días, señora… aquí vive Benito.

         La señora asiente con la cabeza y le responde.

          -        ¿Qué se le ofrece señor?

          -        ¡Señora!... ¿su hijo dónde está? – pregunta angustiado el señor.

          -        ¡Ahitá!... en su hamaca… reposando el almuerzo.

           El enfurecido hombre se asoma al cuarto y encuentra aquel esquelético muchacho enchinchorrado. Por la cabuyera lo sacude violentamente y le pregunta.

          -        ¿Qué hiciste con Anita desgraciado?

           El muchacho se levanta como impulsado por un resorte y mirando hacia los lados, aun dormido, responde inocente.

          -        ¡Nolas comimos!

        -        ¡Pinche buey!… ¡hijo de la chingada!… te voy a mandar a meter preso… me vas a tener que pagar la gallina… así que anda buscando cincuenta bolívares.

          -        ¿cómo?... cincuenta bolívares… por una gallina más vieja quél carajo… y lo dura que estaba la condenada… desde la madrugada estaba llevando candela y nada.

          -        ¡No manches buey!… me la vas a pagar como sea.

        -     ¡Está bien!... te la voy a pagar… pero después que vaya abajo al pueblo y contarle a toda la gente que tu mujer con barba… resulta que es más lampiña que su perro… que la barba es pegada… y que el tal saltimbanqui tiene amarrada a las piernas unas patas de palo… además el bendito tigre lo que es un pichón de puma con unas rayas pintadas.

         El hombre casi ni escuchó la última parte que había dicho el astuto muchacho, salió vuelto una fiera vociferando cosas en un raro dialecto y caminando con unas zancadas más largas que las del africano saltimbanqui. Temprano en la mañana del otro día sólo había quedado en la salineta un círculo con ocho huecos, más uno central que miraban directo al despejado cielo; por meses quedaron como mudos testigos de aquella increíble visita que tuvo que partir de prisa a atender otros compromisos… cosas de los circenses.

 

15-05-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

Nota: Cualquier parecido con el nombre, el carácter o la historia de cualquier persona es pura coincidencia y no intensional.


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