Por Humberto Frontado
- ¿Qué llevas en el bolsillo del pantalón?... se te ve un bulto ahí – pregunta pícaramente la madre al hijo que estaba a punto de salir para la escuela.
- ¡No… Nada! – contestó apresurado y nervioso el muchacho.
- ¿Cómo que nada?... déjame ver – inquiere la mujer al momento de agarrar al niño por el brazo. Le dió media vuelta y al revisarle el bolsillo encontró un pequeño objeto, a lo que preguntó.
- ¿Qué es esto que tienes aquí?
- ¡Una honda! – responde tímidamente el niño.
- Ya te hemos dicho que no puedes llevar esto a la escuela… porque te van a llamar la atención.
- Es que yo no la saco en la escuela… la saco cuando estoy en las casas de solteros para matar lagartijas y machorros
Sin reparo y mucho menos consideración,
la madre le decomisó el arma al hijo, quien partió casi llorando sabiendo que
le habían truncado su pecaminosa diversión.
Esta pequeña
historia era común y se repetía frecuentemente en las casas a la hora de la disimulada
inspección que hacían las madres, más aún cuando tenían entre sus hijos alguno
medio aventurero e intrépido. Ellas mismas confesaban que era mejor solucionar
el inconveniente en la casa y no tener que ir a pasar vergüenza en la dirección
de la escuela por la desobediencia de uno de los muchachos. Era normal que un niño
atrevido se llevara escondido en el bulto un corta uñas o una pequeña navaja,
con el objeto de llamar la atención entre sus compañeros. Cuando estos objetos eran
detectados por los maestros se citaba al representante. Si ocurría algún uso
inadecuado contra otro alumno podía ser expulsado del Instituto. Muchos de
estos eventos se evitaban por la participación oportuna de los padres que,
pendientes de los hijos, detectaban en su conducta alguna alocada pretensión.
Esa
pequeña referencia histórica la podemos usar como un iluso punto de partida, que
luego el tiempo y nuestra volátil sociedad cambiaron y la hicieron desembocar en
un horripilante episodio. Ya es normal que los medios de comunicación nos
muestren aterradores momentos en las escuelas, donde jóvenes con armas de fuego
asesinan sin piedad a sus compañeros. También es normal que los líderes de
países salgan a declarar, le dan vuelta al asunto y no resuelven nada.
Después de
ocurrir los monstruosos eventos se debaten entre angustiosos argumentos de
responsabilidad. Unos dicen que todo se debe a la influencia de los maquiavélicos
videos juegos; otros a la espectacular cobertura que dan los medios de comunicación,
que hacen ver al fatídico evento como un espectáculo hollywoodense envuelto en
influyentes y adictivas luces, o peor aún hacerlo ver como una Netflitesca serie,
que en
cada capítulo nos depara nuevas sorpresas de lo que serán las interminables temporadas.
En un tira
y encoge los políticos hablan hasta el cansancio de lo influyente que son las armas
y lo permisiva que es la ley que acredita su tenencia. Eso dura hasta que las lágrimas
de dolor de los padres se sequen, unos días después pasa todo al olvido. Los más
psicoprácticos atribuyen todo al descuido de los padres o la persuasión de los
inesperados actos en los chicos.
Lo cierto
es que todo esto tiene demasiadas aristas que influyen en distintas y
aleatorias proporciones. Una primigenia podría ser darle más importancia a la conducta de
nuestros chamos. Pensar que está primero el consultar con un psicólogo sobre su
desvaríos de conducta que el ir al odontólogo para corregirle con un bracket un
diente desviado… pareciera que nos quedamos en el tiempo pensando en la inocente
honda.
29-05-2022
Corrector de estilo: Elizabeth
Sánchez.
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