domingo, 22 de mayo de 2022

MI RANCIA MEMORIA

Por Humberto Frontado



           Una mañana con su costumbre cronometrada, el señor Cucho se dirigía en su bicicleta desde su casa ubicada en San Pedro hasta el pueblo de Valle Seco. Iba a ver a su madre y su abuela, además de atender el Bar Unión Fraterna y la bodega. Cruzando la salineta observó que desde la entrada del muelle un señor mayor, alto y gordo le hacía insistentes señas con un pañuelo en la mano. El hombre tenía rato esperando a alguien que lo ayudara. Había caminado con dificultad el vetusto muelle de madera, cargando una vieja maleta de grueso cuero, cubierta por todos lados de sellos y etiquetas. Hacía rato que había llegado en un bote rentado desde la isla de Margarita.

          El ciclista detuvo su marcha para atender al anciano, platicaron un rato y siguieron caminando hacia el pueblo. El visitante, todo sudoroso hablando un estropeado español, buscaba alojamiento en alguna casa del pueblo. El señor Cucho le alquiló un pequeño cuarto detrás de la bodega que él atendía. Consiguió que su mamá le cocinara las tres telas, todas acompañadas con pescado, y también el servicio de lavandería.

           El viejo comentó que venía de Francia y había llegado hacía una semana a Margarita. Conversando con la gente del pueblo obtuvo información sobre la Isla de Coche, decidió entonces que ese sería el lugar específico donde pasaría el resto de su tratamiento. Era el sitio que cumplía a cabalidad las recomendaciones impartidas por su médico, allí se recuperaría de su enfermedad de hipotiroidismo. Le había recetado el seco sol del caribe y la brisa yodada para poder recuperar su cabello, desprenderse de los continuos e intensos escalofríos, bajar el sobrepeso y aclarar la garganta. La humedad y frío de su ciudad natal, así como el sedentarismo en el que había estado tanto tiempo, habían hecho estragos en su condición física.   

           En su primera caminata matutina por la orilla de la playa el extranjero se encontró con el viejo Tello, un vecino del pueblo que diariamente hacía su recorrido costero. El viejo marino había adoptado desde hacía tiempo la misión de acicalar la orilla de la playa de cuantas cosas y objetos llegaran a ella. Decía “siempre me trae algo, así sea limo o sucias conchas”. El viejo Tello tenía su casa cerca de la costa, la cual estaba fortificada por una blanca pared hecha de conchas de Botutos; alrededor había toda clase esculturas marinas hechas de escombros que iba recolectando desde hacía mucho tiempo; decía que “cada una de esas cosas tiene su importancia de encuentro con la memoria del mar”.

          A medida que iba haciendo amigos, sobre todo los viejos, el francés iba estructurando una clara visión de la idiosincrasia del pueblo Vallesequero. Tomó la costumbre de los paisanos: por las tardes recostaba su silla a la pared de la bodega, se sentaba con una tasa de guarapo y esperaba a que alguien se le acercara para hablar de cualquier cosa. A veces se mudaba de sitio cuando veía que Chico, el vecino del lado, se arrecostada para entablar conversación mientras se iban agregando otros contertulios. En corto tiempo ya conocía a todos los viejos de Valle Seco.

         El francés advirtió que en la mayoría de los coloquios sólo se hablaba de cosas del pasado: de sus rancias vivencias, de sus antiguas aventuras, sobre su niñez y adolescencia; muy poco del período maduro y mucho menos de la actualidad teñida de complejas preocupaciones futuristas. Esa particularidad en el hablar de los viejos del pueblo le llamó la atención al punto que decidió investigarlo. Preparó un cuestionario referido a la pregunta obvia ¿Por qué al ser viejos recordamos tanto el pasado?

          Al primero que entrevistó fue al viejo Justo que estaba trabajando en la ranchería de su hermano Chico, calafateando un bote del Bichar. Al acercarse a él y preguntarle dónde y cuándo había aprendido ese oficio de constructor y reparador naval, el viejo dejó de trabajar, se secó el sudor de la frente y después de respirar profundamente comenzó a hablar. Parecía como si un hálito de gozo intenso lo hubiese poseído para contar sobre su vida pasada; le dijo que desde que él tenía uso de razón trabajó al lado su padre haciendo de todo.

         Así como lo hizo con Justo lo hizo con Tello, Cándido, Chico, Leocadia, Pastora, Quintina, Moco, Víctor, Joaquina, Julián, Taco, Simón, Silvino, Catalina, Genara, Chón, Ñaño, Nicolasa, Chica, Pedrito y otros tantos.

         Continuó día tras día, más de un mes, tomando notas de las experiencias vividas por hombres y mujeres mayores, haciendo hincapié en la respuesta que daban a la pregunta crucial. Sus paseos a la playa los hacía con pasos largos, ya no quedaba relegado al caminar de Tello quien fue su amigo mañanero. Formaron la dupla rastrilladora de la playa mientras charlaban. Lo acompañaba hasta su casa carreteando con él sus escombros. Con esas caminatas logró rebajar diez kilos; también la voz, que antes era ronca, se le había aclarado.

          Después de dos meses de la llegada de aquel francés a Valle Seco sorprendió a todos la noticia de su abrupta partida. Había dejado sobre la mesita de comer una nota de despedida, donde agradecía a Cucho y todos los viejos vallesequeros por todas sus atenciones. A un lado, sobre la silla, dejó una carpeta manila en la cual estaban sus notas escritas en francés, sobre las conversaciones que había sostenido con los viejos. Había además un lote de hojas escritas con letra más estilizada donde dejaba unas conclusiones de la investigación, también dejó una pequeña tarjeta de presentación donde reseñaba a Eugéne Minkowski (Psiquiatra – Filósofo).

          Los escritos encontrados partían de algunas preguntas básicas y sencillas, sólo que al abordarlas de acuerdo con su sensibilidad subyacente hacía que se desbordara abriendo un abanico sobre otras dudas y más complejidades. A cada pregunta le fue anexada una respuesta obtenida de la compilación de las opiniones de los entrevistados.

¿Por qué recordamos nuestro pasado?

          Todos tenemos inquietud por el pasado. Hacemos constantemente viajes a la memoria de un tiempo que fue y nos dejó un cúmulo de respuestas que hoy podemos aplicar a nuestra vida cotidiana. A veces esos recuerdos nos sirven para acurrucarnos en ellos, ya que son espacios de tiempos vividos.

            Está en nosotros algo intrínseco que nos incita a formar parte de algo, una comunidad o de un grupo. Por eso día a día nos rodeamos de recuerdos del pasado, que nos hace ser conscientes de lo que somos en el presente, hasta para darle sentido a nuestro comportamiento. “Recordar es vivir” como dice una vieja canción, tenemos la facilidad de recordar momentos muy especiales como ese primer beso, el juguete preferido, un olor especial, también recordamos momentos difíciles que marcaron nuestras vidas con experiencias dolorosas, pero al final serán recuerdos que ya superados servirán de alguna lección.

         Los recuerdos pueden pasar de toscos e insípidos momentos a eventos emocionales saturados de emotividad y pasión. Serán envueltos en un velo romántico, alumbrados por luces tenues provenientes de un arcaico candelabro. Habrá el personaje que siempre traeremos al presente cuando lo recordamos con su emotiva expresión. Diremos al aire: como decía Ñoquinto … !caras como arrimas la brasa pa tu sardina!

¿Debemos perpetuar la tradición de recordar el pasado?

            Muchos coinciden que es una necesidad que permite asegurar nuestra continuidad. Los viejos ancestros nos han enseñado siempre sobre la importancia que tiene nuestro pasado y debemos esforzarnos por preservarlo. Tiempo atrás los ancianos tenían el privilegio de la transmisión cultural. Hoy en un mundo de permanente cambio se cuestiona su papel: lo que era valido para nosotros ayer, es posible que para hoy no lo sea. Cada vez es más grande el abismo generacional entre padre e hijo, más aún entre abuelo y nieto.

             Dentro de las conclusiones tenía comentarios, tales como: “Los recuerdos son benévolos e inquietantes y parecen nutrirse de la luz de la conciencia como si estos constituyeran los elementos importantes para su vida”… “Los recuerdos aparecen como elementos autónomos en nuestras mentes y nos perfila hacia lo que seremos a futuro”… ” Con ellos tendremos un afloramiento permanente de las guías morales que nos impartieron nuestros padres y ancestros”… “Cercanos a la muerte, los recuerdos se acrecientan, quizás con el fin supremo de que caminemos con ella, pero con menos aflicción”… “Caer en los recuerdos constantemente dejará de ser un bien para la salud”…  “Dejar a un lado el imperativo que señala que debemos estar pensando sólo en lo que sucede y retraernos de los recuerdos, vivir la realidad absoluta”, “será nuestra propia valoración la que hará de nuestros pensamientos los correctos”

           Concluyó el francés que por la aceleración que tiene la historia de hoy, el papel de las personas mayores como guardianes de la memoria es ahora más importante. La meta es buscar el equilibrio, pues “para saber hacia dónde hay que ir, primero tenemos que saber de dónde venimos”.

 

22-05-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

 

“los recuerdos son un recurso psicológico que las personas emplean para contrarrestar las emociones negativas y los sentimientos de vulnerabilidad” (Revista: Scientific American).

“Los recuerdos están bien siempre y cuando nos sirvan para mejorar nuestras emociones actuales” (Olga Albornoz)

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