domingo, 30 de mayo de 2021

ESCUELITAS DECANAS

 Por Humberto Frontado



           Aquel diminuto ser contaba apenas con cuatro añitos y asistía con sus dos hermanos a la emocionante escuelita. El pequeño instituto llevaba el nombre de sus fundadores: la escuelita de la señora Antonia y el Tío Cucho, ubicada en el campo Rancho Grande en Lagunillas. Aquella pareja de migrantes orientales les envolvía un manto de vocación hacia la enseñanza. En el fondo de su casa y bajo la sombra de un lánguido árbol de cedro había una banqueta de madera que servía de asiento a los alumnos. La maestra iba atendiendo a los niños uno a uno enseñando la lectura y escritura, mientras el tío impartía las necesarias matemáticas.

          Al igual que en el pensum de estudio de los modernos Kindergarten o Jardines de infancia, en las escuelitas también tenían un tiempo del día para jugar en el patio. En caso de esta incipiente guardería todos los juegos recreativos se llevaban a cabo sobre una pipa vacía recostada al piso de tierra.  Ese tonel de acero se usaba para una amplia gama de juegos; servía de barco pirata, avión de guerra, carro de bomberos y el camión de limpieza, recién inaugurado, que barría rociando agua y rastrillando la carretera. Aquella barrica maravillosa también le servía al niño como un escondite o burladero para evitar el “bullying” que le ocasionaba un blanco e impertinente gallo marote.  Cuando se escapaba del gallinero el terrible plumífero perseguía a cualquiera que osara invadir su territorio, ofreciéndole a diestra y siniestra picotazos y aletazos.

            No había uniformes que vestir, pero aquel niño tenía un desteñido pantalón rojo que amaba con toda su fuerza. Era tanto su apego a aquel pantaloncito que cada vez que su mamá se lo lavaba, salía corriendo desde dentro de su casa hacia las cuerdas del tendedero. De cada rato impaciente, desnudo y envuelto en una toalla, iba a tocarlo para ver si ya estaba seco y ponérselo otra vez. Lo curioso era que el niño no sabía decir rojo sino amarillo, y así era que le decía: “mi pantalón amarillo”.

          El primer libro que se usaba era la cartilla española para aprender las vocales y consonantes. El obediente párvulo, además de repetir hasta el cansancio las susodichas letras, escuchaba a su hermano del otro lado machacar como un loro: m…a…ma…m…a…ma…mamá. En momentos de recreo se quedaba viendo con asombro un curioso libro. La maestra Antonia le decía con jactancia: “con ese grueso libro aprenderás a leer y escribir rápidamente, en menos de lo que cante un gallo”. Unos meses más tarde se le dió la oportunidad de tocar y hojear rápidamente sus ochenta y cuatro páginas de lecciones, escritos y dibujos. Era el libro Silabario Hispanoamericano del chileno profesor Adrián Dufflocq Galdames, publicado en el año 1945 y fomentaba la alfabetización en toda Latinoamérica. Utilizaba palabras de fácil comprensión y fonética, asociando imágenes y textos.

         Muchos años más tarde el libro se criticó por su parcialidad hacia la matrona España. En su interior se encontraba de colofón un escrito que decía refiriéndose a España … “Esta gran nación se encuentra en Europa, y es nuestra Madre Patria.” …nombraba a todos los países de Latinoamérica y recalcaba que …”son hijos de España. A España le debemos el descubrimiento de América, hecho por el navegante Cristóbal Colón en el año 1492. A la madre patria le debemos todo: el suelo en que vivimos, la sangre que llevamos en nuestras venas, el hermoso idioma que hablamos y el valor de nuestros héroes. Ningún idioma en el mundo se habla en tantos países como el idioma español” (1).

          Los padres de los chicos iban comprobando el avance que tenían en la diminuta academia. El Tío Cucho daba periódicamente informe de su actuación; y ellos rogaban a dios que fuese positivo el reporte. En ocasiones si alguno llegaba a su casa llorando diciendo que le habían dado un coscorrón o azotado con una regla en la mano, era mejor callarse y no contar nada, porque si no, recibían otra cueriza del padre. Una vez llegó llorando el niño desde la escuelita y la madre le pregunta suspicaz.

         -         ¿Por qué estas llorando mijo?

        -         Porque mi tío Cucho me jaló las orejas – decía el niño, hipando y todo lleno de moco.

               La madre moviendo afirmativamente su cabeza le decía.

         -         ¡que bien! … algo malo debiste haber hecho…tu tío no te va a pegar por gusto.

          A veces el maestro enviaba al muchacho a su casa con un papelito donde traía un mensaje.

         -         comai, le tuve que jalar las orejas al muchacho porque se portó muy mal.

          Regresaba a la casa con la tarea por hacer y era casi de inmediato que tenía que hacerla, sólo daba tiempo para pedir bendición y orinar. La comida venía después y podía esperar. En la diminuta casa no había mucho espacio para tantas cosas, había que salir al patiecito trasero para sentarse en un ladrillo y hacer la tarea en un pedazo de tabla sobre un cuñete metálico. El movimiento de la ropa tendida en las cuerdas distraía al chico a veces y no se lograba concentrar. Era muy disperso, dirían los psicólogos modernos, que poseía “el síndrome de déficit de atención”. El hambre y el olor de la arepa recién sacada del horno con mantequilla era suficiente para retornarlo a los quehaceres y finalizarlos en un santiamén. No había televisión, Tablet o teléfono del padre para entretenerse.

           Fue una bendición para el niño tener un vecino como el señor Chilo, quien trabajaba en la compañía Shell en el departamento de mantenimiento de oficinas, la escuela, el club y cancha de golf del campo Carabobo. El viejo Chilo tenía la oportunidad de traerle obsequios a los muchachos como tizas y creyones de colores de medio uso, así como hojas de papel y cuadernos reciclados. Entre lo más destacado estaban las pelotas de tenis y golf que les traía, las encontraba cuando le tocaba hacer servicio a las áreas verdes del club.

          Siempre había una bella sorpresa, a veces se aparecía con unas metras grandes que se llamaban bolombolas, o matecitos de varios colores; aquel señor margariteño de Juan Griego y su esposa Carmen eran todos unos santos para los vecinos. Esa oportunidad de tener creyones y hojas de papel permitió desarrollar en aquel niño su pasión por el dibujo y la pintura. El adiestramiento lo complementaron los migrantes de turno que se iban rotando a medida que se incorporaban al trabajo y se establecían en la región. Esa corta presencia de conterráneos le permitía variado esparcimiento, había expertos haciendo volantines, fabricando trompos, jugando metras (pichas), construyendo y poniendo en órbita un cohete propulsado por pólvora. Había un terreno baldío al lado del estadio 5 de julio que servía de zona de prueba para la variedad de volantines y cohetes.

          La cama que era una fina esterilla colorida hecha de varillitas de caña, parecía hecha en china, le servía de sitio de dibujo antes de dormir. Una vez cayó un chaparrón de agua y la casa se les anegó, las esterillas con sus tripulantes quedaron a la deriva. Esa vez amanecieron todos amuñuñados en los catres de lona de los padres. La casa se hizo chica y hubo que mudarse a otro campo. La misión de tío Cucho y su señora se cumplió a plenitud. Cambiados de casa los padres ubicaron inmediatamente otra escuelita, sus hermanos se desprendieron comenzaron en la escuela Antonia Esteller administrada por la compañía Shell y supervisada por el Ministerio de Educación.

           La nueva escuelita se encontraba a una calle de donde se habían mudado y estaba ubicada en el fondo de una casa grande de latas o machihembrado metálico en Puerto Nuevo. El nuevo recinto lo rodeaban unas matas de mango que en época de carga se aprovechaban para la merienda. La escuelita la atendía la maestra Rosario. Allí en la nueva escuela se usaban pequeños pupitres que una vez comprados se dejaban en la escuela. Había una población de ocho chicos y cinco más con tareas dirigidas que venían de primero y segundo grado. Con seis años el estudiante ya leía corrido y se sabía las tablas de sumar y restar. Dependiendo de la aplicación del estudiante para ese momento, podía iniciarse con las tablas de multiplicar y sus complejidades. En una oportunidad María la hermana menor de la maestra se integró a trabajar como su auxiliar, el párvulo que estaba en ese momento en la comodidad del aprendizaje rítmico de la tabla del cinco quiso aprovechar la ocasión. Se suscitó que la maestra superior le pregunta al chico sobre la tabla le tocaba correspondía contestar en ese momento y contesta.

          -         La del cinco maestra – la maestra comenzó a preguntarle.

         -         ¡Cinco por una! – y el muchacho le contesta una por una rápidamente, siendo felicitado por la docente.

          El día siguiente durante el interrogatorio de las tablas le tocó por rotación a la auxiliar, ella le pregunta inocente al bellaco.

        -         ¿Qué tabla te toca hoy mijo? – y el pícaro muchacho sabiendo que la maestra venía perdida y no sabía cuál le tocaba, le contesta sin vacilación.

        -         ¡La del cinco maestra! – y raudo respondió casi cantando la tabla del cinco, la auxiliar impresionada felicita al astuto muchacho.

          Un día después el sagaz chico pensó que la maestra Carmen no se debía acordar, con un día de por medio, sobre cuál tabla le tocaba. Llegó el momento y la maestra le preguntó.

          -         ¿Cuál tabla te toca hoy? – a lo que el chiquillo contestó rápidamente.

        -         ¡La del cinco maestra! - la educadora se lo queda viendo dubitativa y alzando la vos le pregunta a su hermana que estaba haciendo oficio en la cocina.

          -         ¡María! …¿cuál tabla le preguntaste ayer a este muchachito?

          -         ¡La del cinco! … ¿Por qué?

         -         Porque este condenado muchacho ya tiene días con la misma tabla del cinco.

          A partir de allí el resto de las tablas de multiplicar fueron para el bellaco un suplicio que duró hasta tercer grado.

            Muchas escuelas y sus maestros de antaño tenían prestancia por la forma en que se dedicaban a su trabajo. ¿Qué ha pasado? ¿qué ha cambiado?

           Encontramos extractos del pensamiento de Michel Onfray, filósofo francés (1959) refiriéndose a lo que representaron las escuelas básicas y lo que ha significado el aporte de esos viejos maestros… “Desde hace años, el gran transformador de las conciencias ya no son las escuelas…se ha vendido al mercado y a los ideólogos…la televisión, la red, el tuit”(2)

          Muchos cambios, demasiados cambios han trillado nuestra educación buscando mejorarla, pero se le perdió el rumbo. Hoy se ve con más ahínco que el progreso de un país está en los estudios que la profesa. Países como Finlandia, Singapur y otros hacen gala de su economía y su progreso haciendo énfasis en su sistema de educación, especialmente la escuela primaria y las fases que le anteceden. En una entrevista que hizo A. Oppenheimer a la presidenta de Finlandia, Tarja Halonen le preguntó sobre el secreto para conseguir ubicar a su país en un estatus económico sobresaliente, la mandataria le contesto … “El secreto es muy sencillo y se puede resumir en tres palabras: Educación, educación, y educación” .... Cuándo lograremos que los países latinoamericanos tomen algo de ese secreto y encontrar el rumbo correcto, también habrá que buscar nuevamente al Tío Cucho.

 

Argentina, Buenos Aires, 28-05-2021.

 

(1) “Silabario Hispanoamericano”, Adrián Dufflocq Galdames, p. 75

(2) “Pensar el Islam”, por Michel Onfray, p. 54

(3) “!Basta de Historias! : La obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro”, por Andrés Oppenheimer, p 66

sábado, 22 de mayo de 2021

CÁNDIDO Y SU EPICUREISMO

 Por Humberto Frontado


      Después de haber recorrido muchos lugares por todo el territorio venezolano, de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo decide aterrizar en su tierra natal, la Isla de Coche, el viejo Cándido Frontado. Lo de aterrizar es literal porque precisamente fue en un terreno colindante al aeropuerto de la pequeña isla donde el anciano decidiría luego instalar su pequeño rancho. Tomó en La Isleta, en la Isla de Margarita, la lancha que lo devolvería a su terruño. Cuando llegó al muelle y ver su isla la observó un poco extrañado, muchas cosas habían cambiado para él. Al bajar del bote trastabilló y tuvo que requerir de la ayuda de uno de los jóvenes marinos. Traía de equipaje, colgado al hombro, un pequeño bolso de tela con una muda de ropa. Caminó parsimonioso por el muelle mientras divisaba su isla, se detenía cada vez que veía algo que lo hacía dudar, no iniciaba el camino hasta tanto no aclarara lo divisado, poco a poco se fue orientando.

          Al llegar a la salida del camino del muelle miró hacia los lados y no sabía hacia dónde ir. Lo que si sabía era que para cualquier lado que decidiera tomar había familia que le podían dar cobijo por unos días. Decidió tomar camino hacia arriba, hacia la casa de su prima Quintina. Allí lo recibieron y lo atendieron hasta que recuperó fuerzas y centrara un poco sus pensamientos hacia que rumbo y decisión tomar. Se fue actualizando sobre los amigos que aún estaban con vida y los que ya habían desaparecido. Algunos de ellos compañeros de faena y de farra durante sus años más mozos.

            Se enteró de la merma en la actividad de la pesca, cosa que notó cuando venía en la lancha que lo transportaba; aquellas rancherías que en su mente bordeaban la playa habían desaparecido por completo. Algunas tragadas por el mar, por su calmoso mascar salitroso, y otras arrancadas de cuajo por alguna turbia y revoltosa manguera de mala administración financiera.  

          Trabajó en la pesca y de allí nació su deseo por conocer más allá de lo que le ofrecía su limitada isla. Estuvo laborando en barcos que comerciaban haciendo recorrido por toda la costa venezolana, lo que le permitió conocer muchos lugares.

           Empezó a caminar su isla, salía temprano y notaba que el ambiente salino le prestaba; sus piernas se fueron fortaleciendo y lograba dar largas caminatas por los pueblos de abajo, hablando con la gente que conocía y poniéndose a tono con los últimos acontecimientos en su isla. Después de haber hecho un recorrido buscando información inmobiliaria tomo la decisión de construir su propio rancho en Valle Seco, en un terreno que escogió y que nadie quería por su proximidad a en la ruta de las avionetas que aterrizaban en el aeropuerto. Comenzó a construir su casa con materiales que conseguía en sus caminatas matutinas. La gente del pueblo lo ayudó con algunas láminas y materiales que habían sustraído de la construcción del complejo vacacional que nunca se concluyó por desidia de los gobiernos.

           En sus continuas caminatas mañaneras, después de haberse establecido en su rancho, acostumbraba a peripatear con sus conterráneos, sobretodo los más viejos. En cada casa que veía se acercaba y saludaba, preguntaba por los presentes escudriñando una relación familiar. Buscaba armar el árbol genealógico de los cocheros, decía que esa labor le ayudaba a cosechar el mayor de todos los bienes: la amistad; y que además le servía de ejercicio mental para alejar la demencia senil. En una oportunidad visitando a su amigo Monchía le preguntó sobre su faena de pesca ese día. El veterano pescador confesó que le había ido mal en la calada, ya que el destino no le había preparado nada bueno ese día. Cándido sentado en la silla de mimbre, se echó un poco hacia delante para que su amigo lo escuchara mejor y le preguntó.

          -         ¡Paisano! ... ¿y usted cree en el destino?

          -         Claro que si Cándido… lo que nos toca hacer está escrito.

           El viejo misántropo se sacó la tostada y salitrosa gorra de su cabeza, dejó al descubierto una docena de hebras de pelos que le quedaban y con vos calmada le dijo.

          -         Monchía… de tu destino creo que no haya nada escrito… y si lo hay, no se sabe dónde carajo está el cuaderno dónde está anotado. Pensemos…si dios es el que está escribiendo en tu cuaderno…. ¿tú crees que él, que todo el tiempo está pensando y buscando su perfección, va a tener tiempo para atender tu vida?... No es que yo no crea en dios, sino que no creo en las pendejadas que han inventado de él. Yo creo en algo más cercano e imperfecto, creo en la Virgen del Valle y en mi San Pedro que nos amparan y no nos abandonan nunca. Te digo que pensar en el futuro es “gastar pólvora en zamuro”, eso lleva al pobre a la mortificación y a vivir quejumbroso.

            Monchía, devoto también de la virgen milagrosa y del apóstol, se vió un poco desarmado y decidió no seguir discutiendo sobre el tema. Ambos conterráneos continuaron tomando su café, hasta que surge una nueva pregunta sobre el propósito de vida. Monchía le reprochaba sutilmente al anciano, sobre su loca decisión de venirse a vivir solo en ese rancho y esperar la muerte. El viejo Cándido sereno le contesta como le contestaría un padre a su hijo.

         -         Mijo déjame decirte algo…con mi acción no estoy ofendiendo ni perjudicando a nadie. He tomado esa decisión porque está en mi hacerlo. Estoy viejo y no quiero ser una carga para nadie, tengo muchos amigos que hasta ahora me han tendido una mano y se los agradezco, y entre ellos estas tú. Allí en el rancho tengo para dormir y hacer mi comida, eso es lo único que necesito además de estar un rato con ustedes día a día. No me preocupa la muerte porque ella siempre ha estado acompañándome desde hace años, caminamos juntos agarrados de la mano a veces. He aprendido a respetar su decisión cuando ella convenga.

          Aunque Cándido jamás negó la existencia de dios, indicaba que las personas debían comprometerse con su bienestar mediante su trabajo y fuerza física, sin esperar ayuda de dios. Decía “a dios rogando, pero con el mazo dando”. Sugería también que pensar en el futuro era “gastar pólvora en zamuro”, eso lleva al pobre a la mortificación y a vivir quejumbroso.

        Bajo ese mismo enfoque había pregonado hace muchos siglos atrás el fenomenal griego llamado Epicuro, quien se estableció en las afueras de la cosmopolita ciudad para profesar sabiduría y aprecio hacia el buen vivir. Hasta el mismo Nietzsche, refirió como algo heróico la propuesta epicúrea. La elogió al punto de comentar que “la filosofía no había avanzado un paso más allá de Epicuro y con frecuencia había retrocedido muchos miles de pasos”. En la actualidad hay una gran cantidad de filósofos y pensadores que confiesan su acercamiento al hedonismo, con gran influencia de los preceptos éticos y morales de Epicuro, en especial sobre las inquietudes acerca de la amistad, la felicidad, la tranquilidad, la salud del cuerpo y mente.

            En otra oportunidad dejó Cándido huella de su precepto epicureísta, cuando sacando fiado media torta de casabe al rancio Lolo en su bodega, éste le preguntó por cuál candidato le iba en esa ocasión de elección presidencial. El viejo que no le gustaba hablar sobre el particular le contestó.

          -         ¡Paisano! … ¡zapatero a su zapato! … ¡el que no conozca de hierbas, no debe meterse a brujo! … Ahora que soy más viejo, me cuido más de no meter mi cuchara en la política, eso es peligroso y contraproducente… De “moral y luces”, para mí, sólo Bolívar sabía, y a él no le gustaba para nada la política, por lo traicionera que era…el tiempo le dió la razón y murió por culpa de ella.

          La experiencia vivida por el viejo anacoreta, sobre la política acontecida en su país, le dió suficientes argumentos para consolidar una posición reacia al respecto. Así como Epicuro buscaba por todos los medios distanciarse de la vida política para acercarse a la felicidad, según él no había concordancia entre los dos. En ese sentido, en su mismo humilde concepto profesaba el anciano Cándido, al decir.

        -         Los políticos sólo se empeñan en desarrollar una hermosa labia o retórica insustancial. Son muérganos que se recrean en la belleza del discurso bien entretejido a lo desabrido. Allí tienes los casos del faramallero Betancourt a diferencia de Jovito Villalba que era más resuelto, sólo que no tuvo su oportunidad.

          Hablando una vez con otro viejo llamado Tello Cova, después que éste le obsequiara dos catalinas, mientras caminaban por la orilla de la carretera, le decía refiriéndose a la muerte.

          -         Tello…viejo amigo, mucha gente se equivoca al temerle a la muerte y vivin pensando en pendejadas que el destino les tiene guardadas … Preguntándose si valdrá la pena hacer esto o aquello, si la muerte está por llegar en cualquier momento; entonces no hacen nada ni logran nada por estar pensando esas pendejadas… ¡Pónganse a trabajar carajo! … y háganse hombres de bien, sin entregarse a la bebida y a las sinvergüenzuras… ¡ah! ... y así pretenden llegar a viejo… ¡no juegue!

      Ya frente a la casa de Tello, bordeada por aquella majestuosa cerca entretejida de calcificados botutos, el viejo Cándido le da las gracias por las catalinas y le dice.

          -         Si nos llega a visitar la muerte, que nos encuentre ocupados, a lo mejor así se compadece de nosotros y nos deja tranquilos, quizás se marche a buscar algún otro mequetrefe por ahí.

          Transcurrieron unos días y regresando de una de sus acostumbradas visitas a sus paisanos comentó a su prima Quintina, quien estaba sentada en el portal.

        -         ¡Quinta! …aquí voy purrulito…me acabo de comer a que Juana Pacheco, un corocoro asáo con arepa.

          Esa fue la última vez que vieron pasar a Cándido por el pueblo. Dos días después, la gente extrañando la presencia del viejo sabido, ya que no había bajado al pueblo, decidieron visitarlo en su rancho y se encontraron con una sorpresa. Cándido estaba yerto, tirado boca abajo en el piso, besando la tierra que lo parió.

 

Buenos Aires, Argentina, 22-05-2021

viernes, 14 de mayo de 2021

EL EXCREMENTO DEL DIABLO Y SUS DELICIAS

Por Humberto Frontado



            Cuenta la historia que hace muchos siglos atrás, sobre las planicies de nuestro bello y tropical paraíso llamado país, aparecieron los primigenios habitantes libremente haciendo caminos con su andar. Iban construyendo una intrincada red de caminos que los llevaba a sitios asombrosos de deslumbrante belleza. Se fueron estableciendo en lugares estratégicos formando sus tribus. Esas localidades se encontraban generalmente cerca de zonas donde podían recolectar frutas y vegetales, así como cazar algunos animales. Se dice que fueron muchas las tribus que se establecieron por todo el territorio,   hasta que se dió el fatídico encuentro que las diezmó, casi desapareciéndolas de la faz de la tierra.

             Una de esas tribus, ubicadas en los bordes frailejoneados de las montañas de los Andes, resultó ser responsable de un suceso muy particular que daría inicio a un inimaginable acontecimiento catastrófico. Ocurrió cuando caminaban sigilosos un par de nativos por los faralaos empinados de los cerros con sus pequeñas lanzas y hondas buscando algún conejo o paloma para comer. Después de haber andado un buen trecho, sin poder encontrar nada que llevar, apartando arbustos y maleza quedaron sorprendidos por el bullicio de un grupo de perdices que volaron abruptamente en estridentes estampidas al verse descubiertas con la presencia de los dos incipientes y extraños personajes.

           El par de nativos recularon al verse espantados por aquellas asustadizas aves y se miraron entre sí, no les quedó otra cosa que reírse hasta más no poder ya que se dieron cuenta que sumidos en su cobardía no pudieron ni siquiera tirar una piedra al mogote de aves. Al levantar la mirada y ver hacia dónde habían partido las alocadas perdices se quedaron absortos al observar una larga planicie calva sin nada de vegetación que parecía había sido rajada por un certero y descomunal machetazo, de algún enojado dios geológico. En el sitio se respiraba un raro olor de estiércol acumulado de muchos animales, parecía el recinto del cagadero público de los animales que por allí merodeaban. Observaron que la grieta se prolongaba cierta distancia y que de la sección más abierta  manaba una sustancia pastosa, como la chicha fermentada que ellos hacían para emborracharse, más negra y verdosa que la bilis del cochino de monte. Vieron hipnotizados salir cadenciosas unas grandes y continuas burbujas que reventaban emanando  un penetrante olor que parecían eructos putrefactos.

            Con el tiempo los indígenas lograron amansar la bestia pútrida y comenzaron a hallarle aplicación a la negruzca baba en las diferentes actividades que ejecutaban. Esa oscura melcocha la utilizaron en su farmacopea; como cataplasma caliente para quitarle los dolores de rodillas y coyunturas a los ancianos, también la usaban para curar heridas abiertas y aliviar las picaduras de algunos insectos. 

          Muchos años después aquella profunda tranquilidad y paz que envolvía aquel edén quedó interrumpida cuando arribaron a sus costas unas extrañas e inmensas embarcaciones ataviadas de unas mantas blancas agarradas de un estantillo mayor que nacía en el medio de la gorda canoa. De aquellas naves bajaban seres blancos altos y barbudos con el imperativo propósito de conquistar y apropiarse de todo el territorio que habían considerado propio. Con su poderío en armas los nuevos visitantes lograron acometer su legado: doblegar y desplazar las tribus hacías otras zonas más inhóspitas.

         Transcurrieron unos doscientos años y nuestros indígenas pasaron de oeste a este buscando menos conflictos con los invasores. Durante las sucesivas incursiones de estos belicosos hacia las zonas montañosas de los Andes, siguiendo los trazados caminos de los indígenas, dieron con los manantiales bituminosos. Vieron las diferentes aplicaciones que habían desarrollado los nativos con el bitumen, pero ellos vieron una muy particular. Esa brea la podían usar para algo muy importante y especial. Preguntaron a los nativos sobre el nombre que tenía la negra argamasa y en su dialecto lo describieron como “caca de la serpiente maligna”. Los invasores rápidamente le encontraron una traducción y la comenzaron a llamar “mierda del diablo”. Los corsarios comenzaron a recoger en unos barriles el bitumen para llevárselo a la costa. La novedosa adquisición la utilizaron para calafatear sus naves. En ese momento se dió la primera acción de exportación de petróleo en ese país. El asfalto logró sustituir las resinas vegetales que se usaban frecuentemente, además en estas tierras no había plantas que produjesen la savia o resina que se necesitaba para tal fin.

           Desplazándonos un poco más atrás en la historia vemos lo importante que ha sido el uso de las resinas en el calafateo de las naves. En el Genesis bíblico aparecen varios relatos sobre el uso de la sustancia, siendo el más importante  el calafateo de aquella mítica y misteriosa embarcación que salvó a todas las especies del planeta de un gran cataclismo. Se sabe que, mediante la destilación y transformación de algunas maderas resinosas, petróleo, hulla y turba, se obtiene el alquitrán y éste se ha usado desde hace varios milenios.

          Muchos años después de ese connotado uso de la nueva resina de hidrocarburo se fueron encontrando nuevos brotes superficiales de petróleo por la misma zona. En 1878 se reunieron cinco emprendedores compadres que se interesaron en la comercialización de negro betún. Se fueron al gran país del norte y se encontraron con la forma de destilar el petróleo hallado y convertirlo en varios productos. Instalaron la primera refinería de hidrocarburo, era básicamente un alambique que podía procesar diariamente unos barriles de nafta, querosén y grasas. El querosén era el más utilizado,   llenando las lámparas de alumbrado.

           Obtener beneficios fáciles por sacar de la tierra ese preciado y fétido líquido disparó la ambición de muchas personas en todo el mundo. La fiebre por las riquezas cambio de color, de oro amarillo pasó a oro negro. La aparición del “excremento del diablo” activó toda una avasallante convulsión que conllevaba cautivadoras delicias. Los gobiernos vieron la inmensa ventaja que ofrecía a la nación explotar los hidrocarburos. En algunos países la redacción de sus constituciones les favorecía ampliamente ya que establecían que la nación era dueña de lo que se encontraba en el subsuelo. El estado y sus instalados dictadores   de turno se dieron a la tarea de establecer a su conveniencia la repartición de concesiones. La economía de los países se apuntaló y significó grandes avances en su desarrollo y políticas sociales. Una de las grandes repercusiones representó el fenómeno del desplazamiento de la población rural hacia los centros petroleros, la gente se fue en búsqueda de mejores oportunidades de vida. Los países quedaron desprevenidos y quedaron sin planes concretos de agricultura y cría.

           Los países latinoamericanos favorecidos por la providencia tuvieron un auge económico sin precedentes dándoles estatus de prosperidad y desarrollo. El precio del petróleo en la década de los 70´s envolvió a esos países en una burbuja mágica. Se bailaba la danza de los petrodólares a manos llenas. La infraestructura y comercio se vieron fortalecidos aun con una administración sin control certero.

          En nuestro emporio apareció Juan Pablo Pérez Alfonzo (1903-1979), el padre de la OPEP, dándole más proyección de potencia mundial al país. Las guerras en tierras lejanas favorecieron el precio del petróleo. Todo esto se juntó para que más aún se descuidaran las amenazas que se tejían sobre nuestro territorio. Juan Pablo, así como otros pocos sensatos políticos nos advirtieron sobre lo que se avecinaba y las medidas que se podían tomar para contrarrestar el negativo efecto de lo antes ejecutado. Estos personajes nos machacaban enfáticamente y hasta el cansancio que el derroche y la forma parasitaria de nuestra economía nos llevaría al desastre. Entendimos tarde que todo el aluvión de divisas que entraba al país era consecuencia de los altos precios del petróleo, los cuales se movían aleatoriamente en una montaña rusa que desembocaba en un negro precipicio.

          En un escueto resumen, Pérez Alfonso recomendó al presidente Caldera pagar la deuda pública e invertir en el exterior los excedentes de ingresos petroleros, en lugar de gastarlos y no hizo caso. El sucesor de Caldera, Carlos Andrés Pérez, se gastó la plata y se apalancó en los ingresos petroleros para endeudarse aún más. Cuando la Reserva Federal de EE.UU. indujo una recesión para frenar la inflación, subió la tasa de interés y cayó el precio del crudo. Esta acción hizo quebrar a Venezuela, México y Ecuador. “Mejor hubiera estado Venezuela sin petróleo”, concluyó una vez Pérez Alfonzo. Los siguientes cuatro gobiernos no pudieron remontar el desastre y pasamos de una escabrosa montaña rusa a la ruleta rusa.

           Mas tarde la historia se repitió dándonos una segunda oportunidad cuando el precio del petróleo subió en el periodo 2006 hasta 2014. No nos sirvió para nada la experiencia vivida años atrás. Tanto Venezuela como Ecuador incurrimos en el mal manejo administrativo e incluso lo hicimos peor, endeudándonos más. Ya nadie duda a estas alturas que la tragedia venezolana y de otros países encuentra muchas explicaciones en esta dependencia del “excremento del Diablo”, como lo definían los indígenas, utilizándolo  posteriormente Juan Pablo. 

           La experiencia vivida en nuestro país da la razón a estos premonitorios personajes que advirtieron el desastre que augura la dotación natural del “excremento del diablo”, como que si esta dotación natural fuese una maldición que nos condenaría eternamente al subdesarrollo social y la corrupción política. Si eso fuese así por qué no les cayó la marabunta a Noruega. Ellos consiguieron erradicar la pobreza, tener un codiciado sistema de asistencia social y educación, infraestructura vial y transporte, a pesar de su compleja geografía y clima. El excremento en ese país ha existido por años, pero al parecer menos hediondo. Sus valores se centralizan en igualdad, moderación y amor a la naturaleza, que le han permitido una explotación seria de su “maldición” a partir de una compañía estatal que fue parcialmente privatizada pero cuyos dividendos no sólo han servido para reinvertir en su crecimiento, sino también para la creación del fondo soberano de inversión más grande del mundo que asegura el bienestar de la población de hoy y sus futuras generaciones. Los Emiratos Árabes Unidos también fueron castigados con la “Mefistófele ñoña” y al igual que Noruega ha logrado triunfar.

          El “excremento del diablo” cubrió lentamente a Venezuela, desde su aparición, su viscosidad y pegajoso cuerpo se fue adhiriendo a todo aquel engranaje que movía su incipiente economía hasta el punto de trabarlo todo. Un viernes tan negro como su entraña hizo que se viniera abajo todo el telón del teatro financiero que mantenía perplejo a propios y extraños.

 

Buenos Aires, Argentina, 14-05-2021

domingo, 2 de mayo de 2021

LÓGICA HÍPICA

Por Humberto Frontado



      -         ¡Mamá! … allí está llamando el cabezón Freddy en el portón, preguntando si le vamos a agarrar la dupleta – llamaba exasperado el niño a su madre desde su cuarto.

          -         ¡Dile que sí! … agárrale un tique – contesta la mujer desde la cocina mientras lavaba los corotos del desayuno.

          -         ¿Cuál agarro? – pregunta desconcertado el cándido chiquillo.

          -         ¡Cualquiera mijo! … cualquiera que te guste – resuelve la ocupada mujer sin darle importancia por lo que decidiera su hijo.

          El inocente muchacho se encara, asistido por el dupletero, a una cuadrada cartulina blanca llena de números y raros nombres entrecruzados llamada dupleta. Su nombre provenía de dupla o par de aciertos que se debía cumplir en un juego para hacerse acreedor de un premio. Este juego era de azar y ofrecía la oportunidad, al que a ella se asociaba, a ganarse unos reales. Estaba asociado a las carreras de caballo del domingo en el hipódromo de la Rinconada pertenecientes al juego del 5 y 6. Había que escoger dos nombres de caballos en dos carreras que habían sido escogidas por la persona que generaba la dupleta.

           La dupleta fue un juego que se popularizo en Venezuela a finales de la década de los sesentas y daba la oportunidad de ganar hasta 120 bolívares exponiendo un bolívar, que era lo que valía el tiquete. Permitía que la gente de bajo recurso también pudiera jugar a los caballos, si no tenías los cuatro bolívares mínimos que costaba sellar el cuadro más barato.

          Ya de tarde en ese ansiado domingo llegó el muchacho después de darse la última carrera, con una expresión de alegría en su rostro, llamando a su madre.

           -         ¡Mamá! … ¡mamá!

          -         ¿Qué fue mijito? … ¿porque vienes con tanto aspaviento y alboroto? – pregunta sorprendida la madre al hijo desde su cuarto.

        -         ¡Mamá! … ¡ganamos la dupleta! … ahí viene el cabezón Macúma a traernos la plata que nos ganamos – responde el ansioso y agotado niño.

       -     ¡Se armó un limpio! - fue lo que alcanzó a decir entre dientes y persignándose la sorprendida mujer.

          Se entregaba lo recaudado y se mostraban los números de la colecta. Fueron recogidos noventa y cinco bolívares; a la banca le quedaban cinco y al ganador noventa. El chico también salió ganando ya que le dieron cinco bolívares por haber acertado los dos ganadores. Las dupletas llegaron para completar la semana del azar. Las damas apostaban durante seis días jugando animalitos y la Lotería del Zulia y el domingo a la dupleta.

          Dos años después, en un sábado cualquiera, ocurrió que un trabajador petrolero después de su almuerzo salió a trabajar con la guardia de tarde, dejándole a su esposa cuatro bolívares debajo del pote de café con instrucciones precisas para que fueran a sellarle un cuadrito de caballos. El cuadro del 5 y 6 de cuatro bolívares era famoso por ser el más económico. Había una forma sencilla de hacerlo. Se agarraban tres caballos a un bolívar cada uno, luego se acompañaban de tres favoritos que no tenían valor, más la compra del formulario y su sellada que valía un bolívar. El cuadro había que marcarlo bien ya que cualquier error era fatal, había que comprar otro formulario; así que si ibas fallo, con sólo los cuatro bolívares te regresabas a casa a aguantar los regaños. Había que rellenar los recuadros y hacerlo con firmeza, para que se copiara bien con el papel carbón que tenía entre las hojas. El original más la primera copia eran para el hipódromo y la última copia para el cliente.

          La experiencia que tenía el párvulo para escoger los caballos era mínima. Leía el nombre del caballo y si sonaba bonito o expresivo con eso bastaba. Los caballos con nombres en ingles eran los preferidos en seleccionar por ejemplo: Black Night o Water Star. A veces era por el nombre del jinete, porque era conocido por la radio y luego en la televisión (Juan Vicente Tovar, Gustavo Ávila o Balsamino Moreira).

 A medida que transcurría el tiempo aquel niño comenzó a codearse con el medio hípico dándose cuenta que muchas veces era preferible exponer unos bolívares más en el cuadro para aumentar las probabilidades de acertar los seis o cinco ganadores, así como estudiar detenidamente las estadísticas asociadas a cada caballo. Para ello se valía de la Fusta Hípica o del periódico Panorama del sábado, que incluía el suplemento y la página de los datos hípicos.

          El aficionado hípico se convirtió en un estudioso de los caballos, llegó a dominar las variables que había que tomar en cuenta para acertar más las carreras. Lo primero que tomaba en cuenta era la distancia, que podía estar entre 1000 y 1600; el número de apariciones que tenía el ejemplar y las que había ganado; la posición de partida que tenía el caballo y su desempeño por dentro y fuera de la pista; el jinete y sus escrutinios, especialmente con el caballo que montaba ese momento.

          Aquel muchacho había despertado y creía haber descubierto la fórmula secreta para hacerse de dinero. Bien lo decían los que estaban enviciados con las carreras y dejaban todo el dinero en ellas, además de jugar y conocer las estadísticas “había que arriesgar para ganar”. Ya los cuadros no eran de 4 bolívares, llegaban a costar ocho y hasta doce bolívares. Sin embargo, lo que vió el joven y lo desencantó al punto que dejó de jugar, fue que aun costando más los cuadros seguía teniendo los mismos resultados, máximo cuatro aciertos.

          Transcurrieron los años y aquel muchacho entró a la universidad, recordando nuevamente sus experiencias hípicas de niño. Durante una de las clases de estadísticas el profesor habló de las probabilidades, habló en forma sencilla y entendible lo más básico. La probabilidad de salir cara o sello cuando se lanzaba una moneda. Los ejemplos se iban haciendo más complejos cuando habló del dado y sus seis caras y la probabilidad de salir la cena o el uno.

          El bachiller no aguantó y apresurado por desentrañar el misterio pregunto cuál era entonces la probabilidad de acertar el cuadrito de cuatro bolivaritos en el 5 y 6. El profesor mareó al estudiante al hablar de las variables y la ponderación de efecto sobre los resultados. Se defendió como gata patas arriba y dijo que era un cálculo complejo y difícil de conseguir y que averiguaría un poco más sobre el asunto en particular y se los traería luego. No se volvió a escuchar más del asunto en clases y se pasó a otros puntos no tan impresionantes de la estadística.

          No había transcurrido mucho tiempo cuando de nuevo una tarde el joven universitario, acostumbrado a ir con sus colegas a un bar ubicado en una esquina detrás del módulo de la Universidad del Zulia en Cabimas, se topó con su destino hípico. El barcito se llamaba El Margariteño, atendido por Luis su propio dueño; era un oasis perfecto para celebrar la pasada de una materia o la calentura de haberla reprobado. También para curar un despecho o un rechazo de alguna chica pretenciosa. En el interior del bendecido barcito el bachiller escuchaba disimulado la conversación que llevaban a cabo dos personas en la barra, no parecían estudiantes más bien profesores. El oído del bachiller se agudizó cuando notó que los tipos hablaban de las carreras de caballo de esa semana y de los resultados de las pasadas. Lo cumbre y lo que hizo que interviniera en la conversación fue cuando hablaron de las sinvergüenzuras que se estaban suscitando en el hipódromo de la Rinconada durante las carreras que alteraban las posibilidades del triunfo.

          Los dos tipos hablaron sobre el dopaje de los caballos para ralentizarlos, los jinetes comprados que frenaban o castigaban sin compasión y a su conveniencia. Hablaron también de lo que ocurría en el establo minutos antes de entrar el caballo a la carrera, a manos del entrenador y el preparador en detrimento físico del equino. El joven no podía creer lo que los dos rematadores de oficio habían expuesto. Se preguntaba cómo era posible todo eso en el hipódromo cuando hay autoridades y fiscales que debían evitar eso. La respuesta de los señores derrumbó toda la estructura de credibilidad que tenía el chico en el mundo hípico. En su casa ya para dormir no podía conciliar el sueño pensando en la mala experiencia moral que había vivido, pensó en el engaño que había detrás de todo ese mundo, en las personas que habían perdido sus reales en esa vil trampa.

           Al día siguiente tenía clases de estadística, fue el primero en entrar; espero que el profe comenzara la clase y levantó la mano abruptamente. El profe sorprendido le señala con la mano que se exprese. El estudiante en tono recriminatorio le pregunta.

        -         Profesor, disculpe… ¿Qué pasó con lo que iba a conseguir sobre el resultado probabilístico de acertar un cuadro de caballo de cuatro bolívares? Usted nos prometió que lo iba a averiguar.

          -         Bachiller…- contestó el profesor sorprendido – yo les dije que ese era un cálculo difícil de realizar por las variables implícitas en él.

El joven impaciente le interrumpe diciendo.

 -         ¿Qué tal profesor …si decimos que el resultado del planteamiento va a depender directamente de la Lógica Hípica?

 -         ¿A qué se refiere usted bachiller con ese término? – increpa medio molesto el pedagogo – explíquese bachiller.

 -         Fácil profesor …en este caso el resultado no va a depender de las probabilidades estadísticas, ni a las abigarradas ecuaciones que podamos encontrar… De que vale evaluar un sinnúmero de variables probabilísticas para obtener el resultado de una determinada carrera si unos condenados sinvergüenzas drogan o lastiman al caballo favorito, además un desconsiderado y bandido jinete lo aplaca o lo tortura con la fusta para que no gane. Es una cosa que no tiene sentido. Esa misma Lógica Hípica la puede usted aplicar también para advertir quién ganará en unas elecciones presidenciales con una institución electoral amañada, y así en otros tantos escenarios donde se pueda filtrar la picardía de aquel que se vale de lo que sea con tal de ganar.

          

Argentina, Buenos Aires, 27-04-2021


Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...