domingo, 30 de mayo de 2021

ESCUELITAS DECANAS

 Por Humberto Frontado



           Aquel diminuto ser contaba apenas con cuatro añitos y asistía con sus dos hermanos a la emocionante escuelita. El pequeño instituto llevaba el nombre de sus fundadores: la escuelita de la señora Antonia y el Tío Cucho, ubicada en el campo Rancho Grande en Lagunillas. Aquella pareja de migrantes orientales les envolvía un manto de vocación hacia la enseñanza. En el fondo de su casa y bajo la sombra de un lánguido árbol de cedro había una banqueta de madera que servía de asiento a los alumnos. La maestra iba atendiendo a los niños uno a uno enseñando la lectura y escritura, mientras el tío impartía las necesarias matemáticas.

          Al igual que en el pensum de estudio de los modernos Kindergarten o Jardines de infancia, en las escuelitas también tenían un tiempo del día para jugar en el patio. En caso de esta incipiente guardería todos los juegos recreativos se llevaban a cabo sobre una pipa vacía recostada al piso de tierra.  Ese tonel de acero se usaba para una amplia gama de juegos; servía de barco pirata, avión de guerra, carro de bomberos y el camión de limpieza, recién inaugurado, que barría rociando agua y rastrillando la carretera. Aquella barrica maravillosa también le servía al niño como un escondite o burladero para evitar el “bullying” que le ocasionaba un blanco e impertinente gallo marote.  Cuando se escapaba del gallinero el terrible plumífero perseguía a cualquiera que osara invadir su territorio, ofreciéndole a diestra y siniestra picotazos y aletazos.

            No había uniformes que vestir, pero aquel niño tenía un desteñido pantalón rojo que amaba con toda su fuerza. Era tanto su apego a aquel pantaloncito que cada vez que su mamá se lo lavaba, salía corriendo desde dentro de su casa hacia las cuerdas del tendedero. De cada rato impaciente, desnudo y envuelto en una toalla, iba a tocarlo para ver si ya estaba seco y ponérselo otra vez. Lo curioso era que el niño no sabía decir rojo sino amarillo, y así era que le decía: “mi pantalón amarillo”.

          El primer libro que se usaba era la cartilla española para aprender las vocales y consonantes. El obediente párvulo, además de repetir hasta el cansancio las susodichas letras, escuchaba a su hermano del otro lado machacar como un loro: m…a…ma…m…a…ma…mamá. En momentos de recreo se quedaba viendo con asombro un curioso libro. La maestra Antonia le decía con jactancia: “con ese grueso libro aprenderás a leer y escribir rápidamente, en menos de lo que cante un gallo”. Unos meses más tarde se le dió la oportunidad de tocar y hojear rápidamente sus ochenta y cuatro páginas de lecciones, escritos y dibujos. Era el libro Silabario Hispanoamericano del chileno profesor Adrián Dufflocq Galdames, publicado en el año 1945 y fomentaba la alfabetización en toda Latinoamérica. Utilizaba palabras de fácil comprensión y fonética, asociando imágenes y textos.

         Muchos años más tarde el libro se criticó por su parcialidad hacia la matrona España. En su interior se encontraba de colofón un escrito que decía refiriéndose a España … “Esta gran nación se encuentra en Europa, y es nuestra Madre Patria.” …nombraba a todos los países de Latinoamérica y recalcaba que …”son hijos de España. A España le debemos el descubrimiento de América, hecho por el navegante Cristóbal Colón en el año 1492. A la madre patria le debemos todo: el suelo en que vivimos, la sangre que llevamos en nuestras venas, el hermoso idioma que hablamos y el valor de nuestros héroes. Ningún idioma en el mundo se habla en tantos países como el idioma español” (1).

          Los padres de los chicos iban comprobando el avance que tenían en la diminuta academia. El Tío Cucho daba periódicamente informe de su actuación; y ellos rogaban a dios que fuese positivo el reporte. En ocasiones si alguno llegaba a su casa llorando diciendo que le habían dado un coscorrón o azotado con una regla en la mano, era mejor callarse y no contar nada, porque si no, recibían otra cueriza del padre. Una vez llegó llorando el niño desde la escuelita y la madre le pregunta suspicaz.

         -         ¿Por qué estas llorando mijo?

        -         Porque mi tío Cucho me jaló las orejas – decía el niño, hipando y todo lleno de moco.

               La madre moviendo afirmativamente su cabeza le decía.

         -         ¡que bien! … algo malo debiste haber hecho…tu tío no te va a pegar por gusto.

          A veces el maestro enviaba al muchacho a su casa con un papelito donde traía un mensaje.

         -         comai, le tuve que jalar las orejas al muchacho porque se portó muy mal.

          Regresaba a la casa con la tarea por hacer y era casi de inmediato que tenía que hacerla, sólo daba tiempo para pedir bendición y orinar. La comida venía después y podía esperar. En la diminuta casa no había mucho espacio para tantas cosas, había que salir al patiecito trasero para sentarse en un ladrillo y hacer la tarea en un pedazo de tabla sobre un cuñete metálico. El movimiento de la ropa tendida en las cuerdas distraía al chico a veces y no se lograba concentrar. Era muy disperso, dirían los psicólogos modernos, que poseía “el síndrome de déficit de atención”. El hambre y el olor de la arepa recién sacada del horno con mantequilla era suficiente para retornarlo a los quehaceres y finalizarlos en un santiamén. No había televisión, Tablet o teléfono del padre para entretenerse.

           Fue una bendición para el niño tener un vecino como el señor Chilo, quien trabajaba en la compañía Shell en el departamento de mantenimiento de oficinas, la escuela, el club y cancha de golf del campo Carabobo. El viejo Chilo tenía la oportunidad de traerle obsequios a los muchachos como tizas y creyones de colores de medio uso, así como hojas de papel y cuadernos reciclados. Entre lo más destacado estaban las pelotas de tenis y golf que les traía, las encontraba cuando le tocaba hacer servicio a las áreas verdes del club.

          Siempre había una bella sorpresa, a veces se aparecía con unas metras grandes que se llamaban bolombolas, o matecitos de varios colores; aquel señor margariteño de Juan Griego y su esposa Carmen eran todos unos santos para los vecinos. Esa oportunidad de tener creyones y hojas de papel permitió desarrollar en aquel niño su pasión por el dibujo y la pintura. El adiestramiento lo complementaron los migrantes de turno que se iban rotando a medida que se incorporaban al trabajo y se establecían en la región. Esa corta presencia de conterráneos le permitía variado esparcimiento, había expertos haciendo volantines, fabricando trompos, jugando metras (pichas), construyendo y poniendo en órbita un cohete propulsado por pólvora. Había un terreno baldío al lado del estadio 5 de julio que servía de zona de prueba para la variedad de volantines y cohetes.

          La cama que era una fina esterilla colorida hecha de varillitas de caña, parecía hecha en china, le servía de sitio de dibujo antes de dormir. Una vez cayó un chaparrón de agua y la casa se les anegó, las esterillas con sus tripulantes quedaron a la deriva. Esa vez amanecieron todos amuñuñados en los catres de lona de los padres. La casa se hizo chica y hubo que mudarse a otro campo. La misión de tío Cucho y su señora se cumplió a plenitud. Cambiados de casa los padres ubicaron inmediatamente otra escuelita, sus hermanos se desprendieron comenzaron en la escuela Antonia Esteller administrada por la compañía Shell y supervisada por el Ministerio de Educación.

           La nueva escuelita se encontraba a una calle de donde se habían mudado y estaba ubicada en el fondo de una casa grande de latas o machihembrado metálico en Puerto Nuevo. El nuevo recinto lo rodeaban unas matas de mango que en época de carga se aprovechaban para la merienda. La escuelita la atendía la maestra Rosario. Allí en la nueva escuela se usaban pequeños pupitres que una vez comprados se dejaban en la escuela. Había una población de ocho chicos y cinco más con tareas dirigidas que venían de primero y segundo grado. Con seis años el estudiante ya leía corrido y se sabía las tablas de sumar y restar. Dependiendo de la aplicación del estudiante para ese momento, podía iniciarse con las tablas de multiplicar y sus complejidades. En una oportunidad María la hermana menor de la maestra se integró a trabajar como su auxiliar, el párvulo que estaba en ese momento en la comodidad del aprendizaje rítmico de la tabla del cinco quiso aprovechar la ocasión. Se suscitó que la maestra superior le pregunta al chico sobre la tabla le tocaba correspondía contestar en ese momento y contesta.

          -         La del cinco maestra – la maestra comenzó a preguntarle.

         -         ¡Cinco por una! – y el muchacho le contesta una por una rápidamente, siendo felicitado por la docente.

          El día siguiente durante el interrogatorio de las tablas le tocó por rotación a la auxiliar, ella le pregunta inocente al bellaco.

        -         ¿Qué tabla te toca hoy mijo? – y el pícaro muchacho sabiendo que la maestra venía perdida y no sabía cuál le tocaba, le contesta sin vacilación.

        -         ¡La del cinco maestra! – y raudo respondió casi cantando la tabla del cinco, la auxiliar impresionada felicita al astuto muchacho.

          Un día después el sagaz chico pensó que la maestra Carmen no se debía acordar, con un día de por medio, sobre cuál tabla le tocaba. Llegó el momento y la maestra le preguntó.

          -         ¿Cuál tabla te toca hoy? – a lo que el chiquillo contestó rápidamente.

        -         ¡La del cinco maestra! - la educadora se lo queda viendo dubitativa y alzando la vos le pregunta a su hermana que estaba haciendo oficio en la cocina.

          -         ¡María! …¿cuál tabla le preguntaste ayer a este muchachito?

          -         ¡La del cinco! … ¿Por qué?

         -         Porque este condenado muchacho ya tiene días con la misma tabla del cinco.

          A partir de allí el resto de las tablas de multiplicar fueron para el bellaco un suplicio que duró hasta tercer grado.

            Muchas escuelas y sus maestros de antaño tenían prestancia por la forma en que se dedicaban a su trabajo. ¿Qué ha pasado? ¿qué ha cambiado?

           Encontramos extractos del pensamiento de Michel Onfray, filósofo francés (1959) refiriéndose a lo que representaron las escuelas básicas y lo que ha significado el aporte de esos viejos maestros… “Desde hace años, el gran transformador de las conciencias ya no son las escuelas…se ha vendido al mercado y a los ideólogos…la televisión, la red, el tuit”(2)

          Muchos cambios, demasiados cambios han trillado nuestra educación buscando mejorarla, pero se le perdió el rumbo. Hoy se ve con más ahínco que el progreso de un país está en los estudios que la profesa. Países como Finlandia, Singapur y otros hacen gala de su economía y su progreso haciendo énfasis en su sistema de educación, especialmente la escuela primaria y las fases que le anteceden. En una entrevista que hizo A. Oppenheimer a la presidenta de Finlandia, Tarja Halonen le preguntó sobre el secreto para conseguir ubicar a su país en un estatus económico sobresaliente, la mandataria le contesto … “El secreto es muy sencillo y se puede resumir en tres palabras: Educación, educación, y educación” .... Cuándo lograremos que los países latinoamericanos tomen algo de ese secreto y encontrar el rumbo correcto, también habrá que buscar nuevamente al Tío Cucho.

 

Argentina, Buenos Aires, 28-05-2021.

 

(1) “Silabario Hispanoamericano”, Adrián Dufflocq Galdames, p. 75

(2) “Pensar el Islam”, por Michel Onfray, p. 54

(3) “!Basta de Historias! : La obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro”, por Andrés Oppenheimer, p 66

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