Por Humberto Frontado
Después de haber recorrido
muchos lugares por todo el territorio venezolano, de ciudad en ciudad y de
pueblo en pueblo decide aterrizar en su tierra natal, la Isla de Coche, el
viejo Cándido Frontado. Lo de aterrizar es literal porque precisamente fue en
un terreno colindante al aeropuerto de la pequeña isla donde el anciano decidiría
luego instalar su pequeño rancho. Tomó en La Isleta, en la Isla de Margarita, la
lancha que lo devolvería a su terruño. Cuando llegó al muelle y ver su isla la
observó un poco extrañado, muchas cosas habían cambiado para él. Al bajar del
bote trastabilló y tuvo que requerir de la ayuda de uno de los jóvenes marinos.
Traía de equipaje, colgado al hombro, un pequeño bolso de tela con una muda de
ropa. Caminó parsimonioso por el muelle mientras divisaba su isla, se detenía
cada vez que veía algo que lo hacía dudar, no iniciaba el camino hasta tanto no
aclarara lo divisado, poco a poco se fue orientando.
Al llegar a la salida del camino del
muelle miró hacia los lados y no sabía hacia dónde ir. Lo que si sabía era que
para cualquier lado que decidiera tomar había familia que le podían dar cobijo
por unos días. Decidió tomar camino hacia arriba, hacia la casa de su prima
Quintina. Allí lo recibieron y lo atendieron hasta que recuperó fuerzas y centrara
un poco sus pensamientos hacia que rumbo y decisión tomar. Se fue actualizando
sobre los amigos que aún estaban con vida y los que ya habían desaparecido.
Algunos de ellos compañeros de faena y de farra durante sus años más mozos.
Se enteró de la merma en la
actividad de la pesca, cosa que notó cuando venía en la lancha que lo
transportaba; aquellas rancherías que en su mente bordeaban la playa habían
desaparecido por completo. Algunas tragadas por el mar, por su calmoso mascar
salitroso, y otras arrancadas de cuajo por alguna turbia y revoltosa manguera
de mala administración financiera.
Trabajó en la pesca y de allí nació
su deseo por conocer más allá de lo que le ofrecía su limitada isla. Estuvo
laborando en barcos que comerciaban haciendo recorrido por toda la costa
venezolana, lo que le permitió conocer muchos lugares.
Empezó a caminar su isla, salía
temprano y notaba que el ambiente salino le prestaba; sus piernas se fueron
fortaleciendo y lograba dar largas caminatas por los pueblos de abajo, hablando
con la gente que conocía y poniéndose a tono con los últimos acontecimientos en
su isla. Después de haber hecho un recorrido buscando información inmobiliaria
tomo la decisión de construir su propio rancho en Valle Seco, en un terreno que
escogió y que nadie quería por su proximidad a en la ruta de las avionetas que
aterrizaban en el aeropuerto. Comenzó a construir su casa con materiales que
conseguía en sus caminatas matutinas. La gente del pueblo lo ayudó con algunas
láminas y materiales que habían sustraído de la construcción del complejo
vacacional que nunca se concluyó por desidia de los gobiernos.
En sus continuas caminatas mañaneras, después de haberse establecido en su rancho, acostumbraba a peripatear con sus conterráneos, sobretodo los más viejos. En cada casa que veía se acercaba y saludaba, preguntaba por los presentes escudriñando una relación familiar. Buscaba armar el árbol genealógico de los cocheros, decía que esa labor le ayudaba a cosechar el mayor de todos los bienes: la amistad; y que además le servía de ejercicio mental para alejar la demencia senil. En una oportunidad visitando a su amigo Monchía le preguntó sobre su faena de pesca ese día. El veterano pescador confesó que le había ido mal en la calada, ya que el destino no le había preparado nada bueno ese día. Cándido sentado en la silla de mimbre, se echó un poco hacia delante para que su amigo lo escuchara mejor y le preguntó.
- ¡Paisano! ... ¿y usted cree en el destino?
- Claro que si Cándido… lo que nos toca hacer está escrito.
El viejo misántropo se sacó la tostada y salitrosa gorra de su cabeza, dejó al descubierto una docena de hebras de pelos que le quedaban y con vos calmada le dijo.
- Monchía… de tu destino creo que no haya nada escrito… y si lo hay, no se sabe dónde carajo está el cuaderno dónde está anotado. Pensemos…si dios es el que está escribiendo en tu cuaderno…. ¿tú crees que él, que todo el tiempo está pensando y buscando su perfección, va a tener tiempo para atender tu vida?... No es que yo no crea en dios, sino que no creo en las pendejadas que han inventado de él. Yo creo en algo más cercano e imperfecto, creo en la Virgen del Valle y en mi San Pedro que nos amparan y no nos abandonan nunca. Te digo que pensar en el futuro es “gastar pólvora en zamuro”, eso lleva al pobre a la mortificación y a vivir quejumbroso.
Monchía, devoto también de la virgen milagrosa y del apóstol, se vió un poco desarmado y decidió no seguir discutiendo sobre el tema. Ambos conterráneos continuaron tomando su café, hasta que surge una nueva pregunta sobre el propósito de vida. Monchía le reprochaba sutilmente al anciano, sobre su loca decisión de venirse a vivir solo en ese rancho y esperar la muerte. El viejo Cándido sereno le contesta como le contestaría un padre a su hijo.
- Mijo déjame decirte algo…con mi acción no estoy ofendiendo ni perjudicando a nadie. He tomado esa decisión porque está en mi hacerlo. Estoy viejo y no quiero ser una carga para nadie, tengo muchos amigos que hasta ahora me han tendido una mano y se los agradezco, y entre ellos estas tú. Allí en el rancho tengo para dormir y hacer mi comida, eso es lo único que necesito además de estar un rato con ustedes día a día. No me preocupa la muerte porque ella siempre ha estado acompañándome desde hace años, caminamos juntos agarrados de la mano a veces. He aprendido a respetar su decisión cuando ella convenga.
Aunque Cándido jamás negó la
existencia de dios, indicaba que las personas debían comprometerse con su
bienestar mediante su trabajo y fuerza física, sin esperar ayuda de dios. Decía
“a dios rogando, pero con el mazo dando”. Sugería también que pensar en el
futuro era “gastar pólvora en zamuro”, eso lleva al pobre a la mortificación y
a vivir quejumbroso.
Bajo ese mismo enfoque había pregonado
hace muchos siglos atrás el fenomenal griego llamado Epicuro, quien se
estableció en las afueras de la cosmopolita ciudad para profesar sabiduría y
aprecio hacia el buen vivir. Hasta el mismo Nietzsche, refirió como algo heróico
la propuesta epicúrea. La elogió al punto de comentar que “la filosofía no había
avanzado un paso más allá de Epicuro y con frecuencia había retrocedido muchos
miles de pasos”. En la actualidad hay una gran cantidad de filósofos y
pensadores que confiesan su acercamiento al hedonismo, con gran influencia de
los preceptos éticos y morales de Epicuro, en especial sobre las inquietudes acerca
de la amistad, la felicidad, la tranquilidad, la salud del cuerpo y mente.
En otra oportunidad dejó Cándido huella de su precepto epicureísta, cuando sacando fiado media torta de casabe al rancio Lolo en su bodega, éste le preguntó por cuál candidato le iba en esa ocasión de elección presidencial. El viejo que no le gustaba hablar sobre el particular le contestó.
- ¡Paisano! … ¡zapatero a su zapato! … ¡el que no conozca de hierbas, no debe meterse a brujo! … Ahora que soy más viejo, me cuido más de no meter mi cuchara en la política, eso es peligroso y contraproducente… De “moral y luces”, para mí, sólo Bolívar sabía, y a él no le gustaba para nada la política, por lo traicionera que era…el tiempo le dió la razón y murió por culpa de ella.
La experiencia vivida por el viejo anacoreta, sobre la política acontecida en su país, le dió suficientes argumentos para consolidar una posición reacia al respecto. Así como Epicuro buscaba por todos los medios distanciarse de la vida política para acercarse a la felicidad, según él no había concordancia entre los dos. En ese sentido, en su mismo humilde concepto profesaba el anciano Cándido, al decir.
- Los políticos sólo se empeñan en desarrollar una hermosa labia o retórica insustancial. Son muérganos que se recrean en la belleza del discurso bien entretejido a lo desabrido. Allí tienes los casos del faramallero Betancourt a diferencia de Jovito Villalba que era más resuelto, sólo que no tuvo su oportunidad.
Hablando una vez con otro viejo llamado Tello Cova, después que éste le obsequiara dos catalinas, mientras caminaban por la orilla de la carretera, le decía refiriéndose a la muerte.
- Tello…viejo amigo, mucha gente se equivoca al temerle a la muerte y vivin pensando en pendejadas que el destino les tiene guardadas … Preguntándose si valdrá la pena hacer esto o aquello, si la muerte está por llegar en cualquier momento; entonces no hacen nada ni logran nada por estar pensando esas pendejadas… ¡Pónganse a trabajar carajo! … y háganse hombres de bien, sin entregarse a la bebida y a las sinvergüenzuras… ¡ah! ... y así pretenden llegar a viejo… ¡no juegue!
Ya frente a la casa de Tello, bordeada por aquella majestuosa cerca entretejida de calcificados botutos, el viejo Cándido le da las gracias por las catalinas y le dice.
- Si nos llega a visitar la muerte, que nos encuentre ocupados, a lo mejor así se compadece de nosotros y nos deja tranquilos, quizás se marche a buscar algún otro mequetrefe por ahí.
Transcurrieron unos días y regresando de una de sus acostumbradas visitas a sus paisanos comentó a su prima Quintina, quien estaba sentada en el portal.
- ¡Quinta! …aquí voy purrulito…me acabo de comer a que Juana Pacheco, un corocoro asáo con arepa.
Esa fue la última vez que vieron
pasar a Cándido por el pueblo. Dos días después, la gente extrañando la
presencia del viejo sabido, ya que no había bajado al pueblo, decidieron
visitarlo en su rancho y se encontraron con una sorpresa. Cándido estaba yerto,
tirado boca abajo en el piso, besando la tierra que lo parió.
Buenos
Aires, Argentina, 22-05-2021
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