domingo, 2 de mayo de 2021

LÓGICA HÍPICA

Por Humberto Frontado



      -         ¡Mamá! … allí está llamando el cabezón Freddy en el portón, preguntando si le vamos a agarrar la dupleta – llamaba exasperado el niño a su madre desde su cuarto.

          -         ¡Dile que sí! … agárrale un tique – contesta la mujer desde la cocina mientras lavaba los corotos del desayuno.

          -         ¿Cuál agarro? – pregunta desconcertado el cándido chiquillo.

          -         ¡Cualquiera mijo! … cualquiera que te guste – resuelve la ocupada mujer sin darle importancia por lo que decidiera su hijo.

          El inocente muchacho se encara, asistido por el dupletero, a una cuadrada cartulina blanca llena de números y raros nombres entrecruzados llamada dupleta. Su nombre provenía de dupla o par de aciertos que se debía cumplir en un juego para hacerse acreedor de un premio. Este juego era de azar y ofrecía la oportunidad, al que a ella se asociaba, a ganarse unos reales. Estaba asociado a las carreras de caballo del domingo en el hipódromo de la Rinconada pertenecientes al juego del 5 y 6. Había que escoger dos nombres de caballos en dos carreras que habían sido escogidas por la persona que generaba la dupleta.

           La dupleta fue un juego que se popularizo en Venezuela a finales de la década de los sesentas y daba la oportunidad de ganar hasta 120 bolívares exponiendo un bolívar, que era lo que valía el tiquete. Permitía que la gente de bajo recurso también pudiera jugar a los caballos, si no tenías los cuatro bolívares mínimos que costaba sellar el cuadro más barato.

          Ya de tarde en ese ansiado domingo llegó el muchacho después de darse la última carrera, con una expresión de alegría en su rostro, llamando a su madre.

           -         ¡Mamá! … ¡mamá!

          -         ¿Qué fue mijito? … ¿porque vienes con tanto aspaviento y alboroto? – pregunta sorprendida la madre al hijo desde su cuarto.

        -         ¡Mamá! … ¡ganamos la dupleta! … ahí viene el cabezón Macúma a traernos la plata que nos ganamos – responde el ansioso y agotado niño.

       -     ¡Se armó un limpio! - fue lo que alcanzó a decir entre dientes y persignándose la sorprendida mujer.

          Se entregaba lo recaudado y se mostraban los números de la colecta. Fueron recogidos noventa y cinco bolívares; a la banca le quedaban cinco y al ganador noventa. El chico también salió ganando ya que le dieron cinco bolívares por haber acertado los dos ganadores. Las dupletas llegaron para completar la semana del azar. Las damas apostaban durante seis días jugando animalitos y la Lotería del Zulia y el domingo a la dupleta.

          Dos años después, en un sábado cualquiera, ocurrió que un trabajador petrolero después de su almuerzo salió a trabajar con la guardia de tarde, dejándole a su esposa cuatro bolívares debajo del pote de café con instrucciones precisas para que fueran a sellarle un cuadrito de caballos. El cuadro del 5 y 6 de cuatro bolívares era famoso por ser el más económico. Había una forma sencilla de hacerlo. Se agarraban tres caballos a un bolívar cada uno, luego se acompañaban de tres favoritos que no tenían valor, más la compra del formulario y su sellada que valía un bolívar. El cuadro había que marcarlo bien ya que cualquier error era fatal, había que comprar otro formulario; así que si ibas fallo, con sólo los cuatro bolívares te regresabas a casa a aguantar los regaños. Había que rellenar los recuadros y hacerlo con firmeza, para que se copiara bien con el papel carbón que tenía entre las hojas. El original más la primera copia eran para el hipódromo y la última copia para el cliente.

          La experiencia que tenía el párvulo para escoger los caballos era mínima. Leía el nombre del caballo y si sonaba bonito o expresivo con eso bastaba. Los caballos con nombres en ingles eran los preferidos en seleccionar por ejemplo: Black Night o Water Star. A veces era por el nombre del jinete, porque era conocido por la radio y luego en la televisión (Juan Vicente Tovar, Gustavo Ávila o Balsamino Moreira).

 A medida que transcurría el tiempo aquel niño comenzó a codearse con el medio hípico dándose cuenta que muchas veces era preferible exponer unos bolívares más en el cuadro para aumentar las probabilidades de acertar los seis o cinco ganadores, así como estudiar detenidamente las estadísticas asociadas a cada caballo. Para ello se valía de la Fusta Hípica o del periódico Panorama del sábado, que incluía el suplemento y la página de los datos hípicos.

          El aficionado hípico se convirtió en un estudioso de los caballos, llegó a dominar las variables que había que tomar en cuenta para acertar más las carreras. Lo primero que tomaba en cuenta era la distancia, que podía estar entre 1000 y 1600; el número de apariciones que tenía el ejemplar y las que había ganado; la posición de partida que tenía el caballo y su desempeño por dentro y fuera de la pista; el jinete y sus escrutinios, especialmente con el caballo que montaba ese momento.

          Aquel muchacho había despertado y creía haber descubierto la fórmula secreta para hacerse de dinero. Bien lo decían los que estaban enviciados con las carreras y dejaban todo el dinero en ellas, además de jugar y conocer las estadísticas “había que arriesgar para ganar”. Ya los cuadros no eran de 4 bolívares, llegaban a costar ocho y hasta doce bolívares. Sin embargo, lo que vió el joven y lo desencantó al punto que dejó de jugar, fue que aun costando más los cuadros seguía teniendo los mismos resultados, máximo cuatro aciertos.

          Transcurrieron los años y aquel muchacho entró a la universidad, recordando nuevamente sus experiencias hípicas de niño. Durante una de las clases de estadísticas el profesor habló de las probabilidades, habló en forma sencilla y entendible lo más básico. La probabilidad de salir cara o sello cuando se lanzaba una moneda. Los ejemplos se iban haciendo más complejos cuando habló del dado y sus seis caras y la probabilidad de salir la cena o el uno.

          El bachiller no aguantó y apresurado por desentrañar el misterio pregunto cuál era entonces la probabilidad de acertar el cuadrito de cuatro bolivaritos en el 5 y 6. El profesor mareó al estudiante al hablar de las variables y la ponderación de efecto sobre los resultados. Se defendió como gata patas arriba y dijo que era un cálculo complejo y difícil de conseguir y que averiguaría un poco más sobre el asunto en particular y se los traería luego. No se volvió a escuchar más del asunto en clases y se pasó a otros puntos no tan impresionantes de la estadística.

          No había transcurrido mucho tiempo cuando de nuevo una tarde el joven universitario, acostumbrado a ir con sus colegas a un bar ubicado en una esquina detrás del módulo de la Universidad del Zulia en Cabimas, se topó con su destino hípico. El barcito se llamaba El Margariteño, atendido por Luis su propio dueño; era un oasis perfecto para celebrar la pasada de una materia o la calentura de haberla reprobado. También para curar un despecho o un rechazo de alguna chica pretenciosa. En el interior del bendecido barcito el bachiller escuchaba disimulado la conversación que llevaban a cabo dos personas en la barra, no parecían estudiantes más bien profesores. El oído del bachiller se agudizó cuando notó que los tipos hablaban de las carreras de caballo de esa semana y de los resultados de las pasadas. Lo cumbre y lo que hizo que interviniera en la conversación fue cuando hablaron de las sinvergüenzuras que se estaban suscitando en el hipódromo de la Rinconada durante las carreras que alteraban las posibilidades del triunfo.

          Los dos tipos hablaron sobre el dopaje de los caballos para ralentizarlos, los jinetes comprados que frenaban o castigaban sin compasión y a su conveniencia. Hablaron también de lo que ocurría en el establo minutos antes de entrar el caballo a la carrera, a manos del entrenador y el preparador en detrimento físico del equino. El joven no podía creer lo que los dos rematadores de oficio habían expuesto. Se preguntaba cómo era posible todo eso en el hipódromo cuando hay autoridades y fiscales que debían evitar eso. La respuesta de los señores derrumbó toda la estructura de credibilidad que tenía el chico en el mundo hípico. En su casa ya para dormir no podía conciliar el sueño pensando en la mala experiencia moral que había vivido, pensó en el engaño que había detrás de todo ese mundo, en las personas que habían perdido sus reales en esa vil trampa.

           Al día siguiente tenía clases de estadística, fue el primero en entrar; espero que el profe comenzara la clase y levantó la mano abruptamente. El profe sorprendido le señala con la mano que se exprese. El estudiante en tono recriminatorio le pregunta.

        -         Profesor, disculpe… ¿Qué pasó con lo que iba a conseguir sobre el resultado probabilístico de acertar un cuadro de caballo de cuatro bolívares? Usted nos prometió que lo iba a averiguar.

          -         Bachiller…- contestó el profesor sorprendido – yo les dije que ese era un cálculo difícil de realizar por las variables implícitas en él.

El joven impaciente le interrumpe diciendo.

 -         ¿Qué tal profesor …si decimos que el resultado del planteamiento va a depender directamente de la Lógica Hípica?

 -         ¿A qué se refiere usted bachiller con ese término? – increpa medio molesto el pedagogo – explíquese bachiller.

 -         Fácil profesor …en este caso el resultado no va a depender de las probabilidades estadísticas, ni a las abigarradas ecuaciones que podamos encontrar… De que vale evaluar un sinnúmero de variables probabilísticas para obtener el resultado de una determinada carrera si unos condenados sinvergüenzas drogan o lastiman al caballo favorito, además un desconsiderado y bandido jinete lo aplaca o lo tortura con la fusta para que no gane. Es una cosa que no tiene sentido. Esa misma Lógica Hípica la puede usted aplicar también para advertir quién ganará en unas elecciones presidenciales con una institución electoral amañada, y así en otros tantos escenarios donde se pueda filtrar la picardía de aquel que se vale de lo que sea con tal de ganar.

          

Argentina, Buenos Aires, 27-04-2021


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