Por Humberto Frontado
Ocurrió una clara noche ya de
madrugada donde se habían dado cita todas las estrellas habidas y por haber. Como
invitada especial estaba una glamorosa e imponente luna preñada de equinoccio.
De repente se rompió el profundo silencio que envolvía aquel constelado
equilibrio nocturno. Un agudo e intenso sonido
macheteó la noche en dos y luego este se hizo intermitente, cada diez minutos y
pico se dejaba escuchar. Era un sonido diferente a cualquier otro que se había oído
por años en la Isla de Coche. Las mujeres y los niños lo percibieron como el
sinuoso silbido de una brisa intensa; pero extrañamente los hombres lo
escucharon diferente, lograron distinguir su gelidez y variados vaivenes.
Era un lánguido aullido que de pronto se convertía en estridente lamento
y más tarde en un ronco suspiro. Parecía ser expelido por un animal ardientemente
herido. Al principio la gente concibió que provenía de uno de esos grandes pájaros
de migración milenaria que acostumbran pernoctar por estos lares, deteniendo su
peregrinar por un instante y emitiendo sus chirridos de atención, como para
indicar a sus compañeros que había un sitio seguro para descansar un rato y
luego marchar.
El sonido era más intenso y ya tenía
mucho tiempo expuesto, la gente de sueño liviano atraídos en su sintonía
comenzó a inquietarse mientras lo escuchaba. Cada diez minutos y pico la multitud
agudizaba el oído para sentir el penetrante e hipnotizador eco. Parecía una bocina
haciendo un llamado a la alucinación perpetua. Algunos borrachos amanecidos
frente al bar de Pedrito se percataron de aquella extraña resonancia y acordándose
de algunos eventos que se habían suscitado años atrás, atribuidos a la inconciliable
Llorona, corrieron raudos con paso nervioso a resguardarse en sus casas.
Los más viejos y gechos del pueblo
percibieron aquel gélido ruido con mucha más intensidad y raros vaivenes. Echando
a un lado sus fallas de memoria, se perdieron en rancios sueños y recuerdos. Aclararon
el agua turbia del pozo de sus memorias con una gruesa penca de cardón neuronal.
Buscaron similitud, procedencia y significado en el espacio y tiempo sónico que
los había envuelto hasta ese momento.
Muchas personas acostumbradas a los recurrentes
fenómenos meteorológicos en la isla agudizaron sus oídos y notaron que los
aullidos provenían de la playa del bajo en Valle Seco, cerca de la ranchería de
Chico Malavé. Los vallesequeros no pudiendo conciliar el sueño comenzaron a
elucubrar sobre los inentendibles sonidos; unos pensaron que era algún barco fantasma
perdido, que estando a la deriva había encallado en el bajo; otros pensaron que,
en torno a la aparición de los pájaros, en vez de uno habían recalado varios de
los pájaros y se turnaban en su canto, uno por uno hasta que amaneciera para
luego retomar el vuelo.
Así hasta casi amanecer se escuchó lo
que fue el último clamor, se sintió más largo y desgarrador; a muchos les paró
el pelo por el ardor que representó, detrás de él el silencio total de la
indescriptible calma chicha, como decía la gente. El pueblo trasnochado por el sinigual
evento se iba despertando con el bendito lloriqueo todavía en la cabeza, con la
misma intermitencia y bemoles. Sólo los hombres eran los que continuaban escuchando
aquellos lamentos, mientras que a las mujeres no les había afectado en lo más mínimo.
A eso de las ocho de la mañana los habitantes del tranquilo pueblo
comenzaron a intercambiar impresiones del raro acontecimiento y se movilizaron
hacia donde creían habían salido aquellas extrañas sonoridades. Caminaron por
la playa y se toparon con el viejo Cándido Frontado, quien en su paseo matutino
por la ribera había encontrado restos de un animal varado en la arena. Era la
cola de un gran pez que había sido arrastrada hasta la orilla por la marea.
La gente conglomerada alrededor del amputado pez comenzó a dilucidar sobre sus características. Los pescadores más viejos coincidieron que el pez había sido cercenado por la propela de un gran buque. En lo que no se pudieron poner de acuerdo fue sobre el tipo de pescado que era. Unos decían que por su largo y tamaño podía ser un mero o un bebe de tiburón ballena; también podía ser un Bacalao o esturión que desorientado vino a parar por allí. Otros decían que por las escamas gruesas y su color verde azulado parecía que era familia del pez loro. La carne blanca y fibrosa los hizo pensar que era primo segundo de la lamprea, y que además por la distribución de sus aletas se asociaba a un pez espada. El viejo Cándido que ya tenía rato oyendo las disparatadas opiniones de los expertos forenses decide, por derecho, llevarse la posta de pescado ya que él se lo había encontrado. Se lo echó al hombro y carreteó con él hacia su casa diciendo.
- No sé qué pescao sea este,
pero
guisao o en sopa me lo como;
no
creo que extrañare su cabeza
y mucho
menos su lomo.
Ante aquel rebulicio ocurrido
temprano en la playa sólo una persona se había detenido a pensar sobre una
posible relación entre aquella extraña criatura encontrada y los alaridos
escuchados toda la madrugada. Fue el viejo Chico Malavé quien con su sapiencia
y experiencia marina llegó a la fatídica conclusión de que el pedazo de cola de
pescado encontrada en la playa pertenecía a una sirena. El longevo lobo de mar
estuvo todo el santo día analizando con hechos pasados, que los sonidos eran
lamentos emitidos por sirenas y lo que había recalado en la playa era un pedazo
de ella.
Chico habiendo consultado su sorprendente teoría con Tello Cova, otro veterano navegante, lo convido a ir a visitar a Cándido. Intrigados en saber lo que había hecho el viejo ermitaño con el pedazo de cola fueron a hablar con él. Ya en casa de Cándido, después de un corto saludo, Chico fue al grano y le preguntó sobre el destino del misterioso rabo. Ante la pregunta, el viejo se volteó señalando hacia un improvisado asoleadero, hecho con una vieja y seca retama, lo que quedaba de la sajada y salada cola, diciendo afligido.
- No hombre paisano, esa vaina no me la pude comer, tenía un sabor amargo como a cirial de la punta. Cuando empecé a cortar la carne se movía y contorsionaba como hace la carne del morrocoy recién muerto; era demasiado fibrosa, parecía que estaba comiendo revuelto de guaraguao con guanaguanare. Mientras más candela le daba más duro y engrinchado se ponía el condenado. Las escamas las tuve que sacar una por una con mi picoéloro porque estaban como entrecruzadas, primera vez que veo esa vaina; además, con el calor su color verdoso se volvió más azul intenso y brillante.
- Caras compai eso si está bien raro, porque ni la tonina es así de mala como dice usted – comentó Tello quien había tenido una experiencia previa tratando de cocinar otros animales exóticos.
- Ve que ni los perros se la comieron – volvió a tomar la palabra Cándido -, recularon ante el plato y se fueron espitaos. Tuve que enterrar lo que había cocinado porque le cayó un mosquero de las grandes y verdes.
Chico después de oír los comentarios de Cándido le confesó sobre la teoría que tenía sobre la misteriosa cola. El añejo misántropo se pasó las manos por la cabeza exclamando.
- ¡Carajo Chico! … si es verdad… tú tienes razón.
El viejo pescador experimentado que había
navegado por muchos años las costas venezolanas y Trinidad, había escuchado también
muchas historias sobre la aparición de extraños seres. Una decía que las
sirenas habían llegado a estos mares buscando encontrar sus amores perdidos en
la eternidad. Los piratas y navegantes mercantes que entregaron sus vidas a la navegación
perdieron su patria y se entregaron al mar. Muchas de sus esposas y amantes
desamparadas se lanzaron al mar también en busca de sus maridos y enamorados convirtiéndose
en sirenas.
En algunas islas utilizadas por los piratas para esconderse se daban
cita esas parejas y se juraban amor eterno, quedando unidas bajo las húmedas sombras.
A lo lejos se escuchaban quejidos y lamentos de amor. Es posible que una de
esas sirenas esperanzadas todavía en el limbo buscaba su amor perdido y encontró
su segunda muerte.
Después de transcurridos muchos años
de este insólito acontecimiento se trajo nuevamente a colación cuando se perdió
en el mar un jocoso y bonachón cochero. Se trataba de Justinito, alias Manicuare.
Justinito acompañando a Nicole, un joven vallesequero, hijo de Pedrito, que era
hijo de Pedrito Viejo, salieron un día en un bote a pescar por los lados de La Tortuguita
cerca del pueblo costero del Yaque en Margarita. Durante la faena de pesca los
tripulantes se dieron cuenta que el motor no encendía y el bote comenzaba a llenarse
de agua. Nicole le dice a Justinito que la única opción que tenían era
aferrarse al asiento de tabla y nadar hacia Coche. Justinito, que estaba amanecido
y enratonado, supo que era cuesta arriba la propuesta diciendo que no estaba en
condición de nadar, e insistió en quedarse a esperar el rescate. Ese fue el
último instante en que Nicole lo vió, mientras lentamente se hundía el bote.
Nicole recaló a las costas de Coche
por los lados de la Uva y fue atendido. Participó lo que había sucedido a los
pobladores y salieron comisiones de búsqueda para rescatar al desamparado Manicuare.
Esa noche regresaron los botes vacíos de esperanza. Al día siguiente salieron otros grupos esperanzados
de encontrarlo con la luz del día, pero igual todo fue en vano. La gente que conocía
a Manicuare, sobre todo los que a diario tomaban con él, decían que el muérgano
había logrado hacer realidad su deseo de “reunirse algún día con una sirena y
vivir con ella eternamente”.
Argentina,
Buenos Aires, 25-04-2021
Muy buena esa historia Humberto, algo se venía con esos cuentos de sirenas, porque esos misterios en semana sande que uno se podía convertir en sirena deben venir de este relato, de verdad muy bueno y de tratarse de coche es más interesante..
ResponderEliminarVeo que firma Buenos Aires, que casualidad tengo tres hijos, un nieto, un Yerno y mi ex esposa allá, mi hija tiene un emprendimiento con tequeños, arepas y empanadas al estilo margariteñas, si puede síguelo en instagram @caracolafood
Saludos hermano y gracias
He leído los artículos que usted les envía a Disraelys
Muy buen relato
ResponderEliminarExecelente y entretenida historia como siempre, abrazos
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