domingo, 30 de enero de 2022

UN PEZ CON MALA CABEZA

Por Humberto Frontado



           “Llegando a Ciudad Bolívar me dijo una guayanesa que si comía sapoara le cortara la cabeza”

          Así comienza la icónica canción que representa el folclor del estado Bolívar. Este estribillo hace marco a un mito, una leyenda, una historia que nos relata que aquel viajero que ose llegar a Ciudad Bolívar y se coma la cabeza de la sapoara, quedará inevitablemente prendido a la belleza y alma de una cautivadora guayanesa.

            Muchos hombres han perdido la cabeza al desobedecer la pasional fábula, han pagado con matrimonio y yunta de por vida con una dama de esta región. La sapoara es un pez que aparece una vez al año por las riberas del río Orinoco, específicamente entre Caicara y Parital en el estado Bolívar. Se alimenta de microrganismos nadando contra corriente, los pobladores lo atrapan en su época con atarrayas. Tiene un ligero sabor a tierra y la preparan de muchas formas.

            Una gran cantidad de testimonios aseguran de la veracidad ancestral de esa leyenda en Guayana. Los viejos guayaneses cuentan que la región pantanosa donde se reproduce, crece y alimenta la sapoara tiene mezclado con el lodo componentes químicos afrodisíacos, que disparan en el hombre esa loca atracción hacia las guayanesas.

            Comenzamos esta breve historia enmarcándola en el particular interés de resaltar la importancia de la cabeza de los peces en la cocina venezolana; así como está el mito de la sapoara y las implicaciones que conllevan comerse su testa, igualmente en la Isla de Coche, aunque sin hacer ningún amago de leyenda sino la pura verdad, la gente ha desarrollado un gran gusto por comer una buena cabeza de pescado.

           Cuentan los expertos cochenses en la cata de dicho proceso, que esta sección particular tiene es una mezcla de exquisitos sabores a medida que se desplaza en la degustación. Muchas personas coinciden en que una de las mejores cabezas es la del corocoro. Comenzando por la succión del par de acuosos ojos, los flácidos pliegues de las barbas y quijadas, las blandas carnes entre los embrollados huesos de los cachetes. La exquisitez que representan los sutiles sesos. Todas esas partes ofrecen al comensal varias texturas de sabores entre tenues amargos, una gama de sinigual intensidad de salados y cerrar con la contrapuesta pizca de un pícaro dulzor que hace explotar en mil colores psicodélicos nuestras papilas gustativas. La mayoría de los degustadores dejan esta pieza de último para apreciarla a plenitud.

           En uno de los pasajes de la saga de películas de Hannibal Lecter, éste explicaba sobre el gusto extravagante que tenía por la carne de especial sabor y textura ubicada en los cachetes de algunos peces. Este comentario hecho por este famoso personaje demuestra los argumentos técnicos del por qué un cochero degusta con tanta pasión la succión de esta parte particular de los peces.

           Toda esta historia de cabezas da un vuelco cuando nos desplazamos de la zona Oriental de Venezuela a Occidente, específicamente la conformada por la zonas del estado Falcón, conocida por su buena y variada pesca de corocoro, roncadores, corvinas, pargos, lamparozas, picúas, entre otras; y la cuenca del lago de Maracaibo, con su tradicional pesca artesanal de corvinas, róbalos, carpetas, manamanas, bocachicos y bagres.

           Muchos años atrás los pescadores y residentes de las áreas aledañas a las costas de esta región también solían degustar una buena cabeza de pescado fresco, ya sea sancochado, guisado o frito. Eso quedó en el pasado, cuando la gente se enteró de lo perjudicial que era su consumo para la salud. Desde la década de los sesenta hasta los ochenta varios organismos se dedicaron a la tarea de investigar sobre la contaminación que se estaba suscitando en toda esta región, encontrando soluciones que luego el tiempo las engulló. Los dos grandes complejos refinadores ubicados en la península de Paraguaná estaban vertiendo mucho de sus efluentes sin ningún tratamiento a las aguas de la costa. Lo mismo sucedía en el lago de Maracaibo: la explotación petrolera, el desarrollo petroquímico y el poco o nulo tratamiento de las aguas residuales que venían de la población fueron dañando el gran estuario zuliano.

           Hoy en día el Lago de Maracaibo es un depósito de aguas salobres y contaminada con valores exagerados de toxicidad. La región zuliana que cuenta con una geografía privilegiada no ha sabido aprovecharla. Los mismos pobladores comentan que a veces están tentados de hincarle el diente a una de esas apetecidas cabezas de pescados, pero se detienen cuando recuerdan los altos porcentajes de mercurio, cobre, plomo, silicio, etc. que han encontrado en muchos peces y se concentran precisamente en la cabeza.

           El problema está en que si no nos agarra el chingo nos agarra el sin nariz, resulta que mucha de la pesca que se logra obtener en esta zona va a parar a empresas procesadoras de harinas de pescado; esa molienda es la que se utiliza para alimentar a otros animales, como son los pollos y el ganado. Tarde o temprano los residuos contaminantes han de llegar a nuestros cuerpos…

 

30-01-2022.

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.

domingo, 16 de enero de 2022

TRES EQUINOS EN EL PATÍBULO

Por Humberto Frontado



            Esta desgarradora historia se llevó a cabo en la década de los sesenta en la pujante Cabimas. La ciudad se abría al progreso como cualquier otra urbe que intempestivamente se dejaba ungir por la arrolladora ola negra del petróleo. En este caso la marea provenía del pozo Zumaque Dos. Dia a día ocurrían cambios en la población, sobre todo en la actividad comercial. En esa época circulaban por las incipientes calles asfaltadas los últimos carros importados de Estados Unidos; sin embargo, persistió por muchos años y de espaldas al progreso el transporte de mercancía o la prestación de algún servicio utilizando la fuerza de pacientes y obedientes burros.

          En el centro de la ciudad, en el sector llamado “Las Tierritas” había un popular sitio llamado La Burrera; allí se daban cita los dueños de los carretones que se usaban para transportar mercancía halados por burros o mulas. Era un centro de acopio de mercancía que luego era distribuida hacia toda la población. La Burrera estaba ubicada en las inmediaciones del pujante local comercial “Hielo el Toro”, donde la gente se abastecía de hielo y agua potable, la cual era vertida en grandes latas desocupadas de aceite y manteca. Una lata de agua costaba para ese entonces una locha.

          Los carretones estaban diseñados para cargar hasta treinta latas de agua y tirados por un equino sin problema. El vehículo tenía adaptado un par de cauchos de automóviles. Por décadas la actividad comercial se desarrolló en gran parte por este tipo de transporte, hasta que llegaron las camionetas y camiones importados que lo fue desplazando. Por otro lado, el agua que antes era potabilizada y vendida en la Planta el Toro ahora era distribuida por tubería hasta las casas.

           En una casa cercana al “Nuevo Teatro Internacional”, como lo llamaron en esos momentos por su remodelacion, se dieron cita tres curiosos personajes curtidos de sol y trabajo; eran conocidos en toda la ciudad debido a la actividad que desempeñaban. Repartían su mercancía a domicilio y ya eran parte de casi todas las familias cabimeras. El primero que se presentó fue el obediente Alí, “El Camarada”. Muchos lo tildaban de loco, pero en contraste no había nadie que le ganara en rapidez haciendo sumas y restas. Venía acompañado de su viejo burro y amigo Pancho, al que le prometió conseguirle en ese local un trabajo suave y tranquilo acorde con su edad. Ató su burro de un estantillo que había en un rincón del local, le pasó la mano por el lomo como una sutil caricia de despedida, se acercó a una de sus orejas y le susurró algo, el burro hizo una seña de agradecimiento moviendo su cabeza.

           Más atrás llegó José el carbonero, especialista en llevar a las damas cabimenses el mejor carbón para planchar, pregonaba que lo traía especialmente de Maracaibo. Su burro llamado Justino, también de avanzada edad se distinguía por su color negro intenso. El tiznado hombre se metió la mano en el bolsillo y sacó un caramelo de Vaca Vieja, al quitarle el papel hizo un sonido que sacudió al viejo asno, esa era la golosina que más le gustaba. Mientras el animal mascullaba el rompe muela, José se despidió de él. Le pasó la mano por su cabeza y le dijo que iba a estar en un sitio mejor, rápidamente se volteó para no mostrar las lágrimas que bajaban abruptas de sus ojos.

           Una hora más tarde apareció Juan que traía a Rufina, su vieja damisela equina con los ojos aguarapados. Igual que los anteriores, Juan también ató a su entrañable amiga y habló un rato largo con ella. Se despidió con una suave caricia por su costillar. La equina dejó correr sendas lagrimas por sus lanudos cachetes y agitó su cabeza, emitiendo un pequeño roznido con el que expresó toda su angustia. Juan se dió la vuelta para acortar su sufrir y se apresuró al encuentro de los otros dos colegas mercantes, mientras se enjugaba las lágrimas. Los tres verdugos, sin voltear la mirada, se dirigieron raudos hacia la pequeña oficina que estaba en la entrada del local de espectáculo para cerrar sus negocios.

           Allí quedaron atados y solitarios los tres equinos, ya sin sus dueños, esperando instrucciones de sus nuevos amos. Los tres animales, sumidos en la tristeza causada por la despedida, se saludaron y se dieron cuenta que ya se conocían, a diario se cruzaban en las calles que transitaban durante sus recorridos de trabajo. En otras ocasiones se veían cuando se concentraban en La Burrera. En ese sitio los machos equinos hablaban de su trabajo, de los tratos que les daban los amos y, el tema más común en ellos, hablar de su fortaleza y de sus dotes. Las burras en cambio conversaban sobre sus crías dejadas a la distancia y en el tiempo. A veces hacía acto de presencia algún mulo o mula y eran vistos por sus parientes como gallinas que miran sal. Decían que esos allegados se la tiraban de “gran cacao” por su prestancia y abolengo, de hecho, hacían honor a su trabajo por lo aguajeros que eran, de todas maneras, trabajan de sol a sol para ganarse su bocado.

           El sitio se prestaba para que la comuna de equinos mostrase sus cualidades histriónicas, al unísono comenzaban a hacerse notar emitiendo sus rebuznos y raros sonidos que demarcaban sin querer sus procedencia. Muchos tenían ascendencia gocha, otros coriana o guara, siempre destacaba la maracucha por lo escandalosa y arbolaria. Procedían de las provincias desde donde migraron hacia Cabimas para la búsqueda de trabajo.

          Después de estar un rato cada uno sumido en su particular pensamiento el primero en romper el silencio fue Justino, comenzó diciendo.

         -       ¡Muchachos!… yo pienso que lo que vayamos a hacer aquí en este nuevo trabajo no va a ser más fuerte o peor del que hayamos hecho durante tantos años. Yo tenía más de veintinueve años con José, él me trataba bien, aunque a veces me exigía demasiado, sobre todo cuando se iniciaba en algún nuevo empleo que quería asegurar. Muchas veces pienso que este color negro intenso que tengo se arreció más con tanto tiempo tiznándome con el carbón.

       -       ¿Es verdad que ese carbón venía de Maracaibo? – pregunta tímida Rufina.

          -       ¡No hombre!… ¡qué va!... que Maracaibo ni ocho cuartos… ese lo hacían en La Montañita. Era leña cortada de unos terrenos que se limpiaban para meter ganado, eso era por los lados de la Misión y desde allí yo mismo la carreteaba hasta el sitio donde hacían el carbón. Con José trasportaba los sacos por todos los barrios de Cabimas… Estoy de acuerdo que soy viejo y necesito otro trabajo menos agotador… además, mi amo José me dijo que las mujeres ya no quieren el carbón porque han comprado planchas eléctricas, son más livianas y dan una planchada más limpia. Por eso él me encontró este nuevo trabajo… y a ti Pancho, ¿cómo te fue con Alí?

        -       Bueno en verdad… Alí fue un padre para mí, cuando nací la mamá de Alí me encomendó a él. Al crecer y agarrar fuerzas me hizo su eterno acompañante. Por un lado, salía la madre de Alí con mi mamá a trabajar; y por el otro nosotros, a carretear cosas por todos lados. Después transportaba agua desde la Planta y la llevábamos a todas las poblaciones. Al llegar a casa, Alí me preparaba maíz y mucha paja que cortaba en pedazos pequeños para masticar con más facilidad y cuidar mis dientes. Nunca hubo un fuetazo, si quería que agilizara el paso sólo tenía que pedírmelo y lo obedecía. Una vez no ví una tronera que había en el camino y la carreta se volteó. Dos latas cayeron al suelo, él agarro una y se colocó delante de mí, se bañó de pies a cabeza riéndose, luego me baño a mí también. Aquello fue grandioso, ya que había un calor tan insoportable que hasta el cuero me ardía… al igual que Justino ya estoy viejo… mis hijos los veo de vez en cuando por los caminos, todavía me quedan fuerza para carretear unos años más.

          El burro Pancho con la voz quebrada hizo unos sonidos que parecían unos suspiros en seguidilla y luego pasó la palabra a la vieja Rufina, quien dijo.

      -       Bueno muchachos mi vida ha sido todo un rosario de venturas y desdichas con Juan. Comencé desde muy joven a cargar las cántaras de leche. Las transportaba muy temprano desde una hacienda en la Misión. Caminaba por toda la vereda del lago hasta llegar a la Burrera, allí repartíamos a otros comerciantes… estuve trabajando como lechera varios años hasta que me cambiaron por agüera. Repartía agua a domicilio por toda la ciudad, así pase otro poco de años hasta que el gobierno instaló las tuberías de agua potable y fue mermando la actividad de los agüeros. Juan estuvo buscando por todas parte algún trabajo donde me podía utilizar.  Pasaron muchos días hasta que mi amo encontró en qué ocuparme. En su casa, ubicada en Tierra Negra modificó una habitación y la convirtió en mi cuarto de citas nocturnas. Invitaba a los chicos que no tenían edad ni permiso para asistir a los burdeles que había en La Nueva Rosa. En pocos días el negocio de Juan iba viento en popa, hasta que de repente dió un vuelco inesperado. Uno de los clientes se había enamorado de mi locamente, a tal punto que echó a un lado a su novia. La pretendiente se enteró de lo que estaba sucediendo y amenazó a Juan en denunciarlo con la policía. Así que ante lo sucedido Juan para evitar problemas desistió de su injusta idea y me buscó un nuevo trabajo, aquí en este remozado teatro.

          Después de la trágica historia contada por Rufina los otros dos rancios borricos miraron con cierta compasión a su nueva compañera de trabajo y comenzaron a hablar de sus cosas, adivinando sobre lo qué harían en el supuesto circo andante chino que se montaría en el teatro.

          Lo cierto fue que el destino les tenía montado una obra macabra, de trágico desenlace. El trabajo prometido por los amos era sólo un cuento chino. Detrás del telón había un enorme tigre hambriento, que sin saberlo tenía un menú preparado que incluía arroz frito con tres suculentos equinos.

 

16-01-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez  

Fuente consultada: Crónica de Cabimas, Blog de Rafael Rangel.             

domingo, 9 de enero de 2022

EL NAUFRAGO CUBAGUENSE

Por Humberto Frontado

 

            Todo comenzó una cálida y soplada tarde polvorienta de un mes de enero, le hacía marco a un impertinente reboso marino que bañaba tempestuosamente a la pequeña Isla de Coche. Todavía en la madrugada se escuchaban los cantos sinusoidales provocados por las últimas bocanadas de viento. La gente se despertó con un agudo sobresalto provocado por algo raro en el ambiente, luego fueron apaciguados sutilmente y se dejaron engullir en un angustioso sueño en si bemol mayor, aún a sabiendas que no les estaba brindando un sosiego natural.

           Muy temprano en la mañana un hombre caminaba hacia la playa con la intensión de averiguar qué les había traído el sorpresivo reboso. Notó extrañado que la marea provocada por el mar de fondo había avanzado más de lo normal. El agua había invadido los patios de las casas que estaban cercanas a la costa, también había socavado una buena porción de la arena de la playa. Se apresuró a tomar el camino pensando en las sorpresas que podía haber traído la mar picada. En varias ocasiones le trajo cosas interesantes; una vez le regaló un pequeño cofre metálico que contenía un viejo y oxidado sextante marino. Después de escarapelarlo y quitarle la costra de óxido lo utilizó tanto que logró convertirse en un experto en orientación astral, cosa que después lo hizo un navegante experto sobre todo en las noches borrascosas.

          Caminó presuroso, revisando con los pies entre los montículos de algas, caracoles, ciriales y otros desechos marinos. Vio un temblador agazapado en uno de los montículos de arena y le pasó por un lado, esquivando su certero corrientazo. Continúo caminando hasta casi llegar a la punta, allí notó algo voluminoso alejado de la orilla. Estaba cubierto de limo, algas y un grupo de inquietas cangrejas que correteaban alrededor. El hombre al detallar aquel amasijo verde vió la silueta de un humano, rápidamente empezó a quitarle aquel enredado pegoste verde que le cubría.

           A medida que avanzaba en el esgulleo distinguía a una persona ataviada en un traje hecho de gruesa tela de velas de botes y acabados metálicos, los zapatos tenían una suela férrea de mucho espesor y la cabeza cubierta con una casco o máscara metálica. En cuclillas el angustiado hombre, mientras limpiaba, no dejaba de ver por encima de su hombro hacia el poblado para otear si alguien estaba cerca y pedirle auxilio. Al cabo de un rato observó a lo lejos un señor que venía caminando desde la Tua Tua, traía un niño montado en un burro. Esperó que estuviese más cerca y empezó a hacerle señas con las manos, vió que era alguien conocido y le soltó un explosivo llamado.

          -       ¡Mooojiiitooo!

          El viento arrastró telegrafiado aquel curioso nombre hasta que fue interceptado. El viajero advirtió en aquel raro llamado que había que atenderlo inmediatamente. Se desvió de su ruta, bordeó la salina y se encaminó hacia la playa. Al llegar a cierta distancia el conterráneo exclamó.

          -       ¿Qué fue Moco?... ¿qué vaina es esa?

          A medida que se acercaba el nuevo acompañante se iba invadiendo de una extraña sorpresa, exclamando.

          -       ¿Y ese hombre Moco?

         -       Lo conseguí recalao aquí cubierto de limo – contestó el viejo – me ayudas a llevarlo al pueblo.

          Los dos hombres como pudieron incorporaron aquel raro ser y lo montaron al lomo del joven burro que luego fueron arriando lentamente. Al paso del equino el uniformado hombre iba destilando agua, dejando una estela hedionda de un mar mucho más profundo que los conocidos. Se fueron bordeando la playa hasta llegar a la ranchería de Chico Malavé. Chico que estaba en sus labores se apresuró a atender a sus vecinos. Entre los tres, como pudieron, colocaron al naufrago boca arriba sobre un mesón de usos múltiples. Contemplando exhaustivamente al uniformado estaban los tres viejos hasta que Chico exclamó.

       -       !Un buzo!… eso es lo que es… ahora recuerdo… ese traje es una escafandra. Una vez en Puerto Cabello vi un hombre con una vestimenta parecida, pero con unas mangueras atadas a la cabeza. Se metía en el agua por ratos largos, decían que estaba haciendo unas pruebas… ¡vente Mónico!... ayúdame a quitarle el casco.

          Los tres osados hombres agarraron un martillo y un clavo grande de bronce y comenzaron a golpear los pasadores metálicos que se notaba estaban casi soldados por el óxido y caracolitos. Así tuvieron un rato, ante la expectativa de lo que se iban a hallar, hasta que al fin cedió y logró abrir la cerradura al nivel del cuello. Al quitar con cuidado se sorprendieron por la expulsión de una bocanada de un rancio y salitroso gas. Con cuidado quitaron el casco y los cundió una extraña sorpresa, la cabeza era de un joven de tersa piel morena con abundante cabellera negra. Continuaron con la parte que unía el casco con el traje, después de golpear un rato largo lograron   liberar al joven de aquella prisión de acartonada tela y bronce. Terminaron de secar y acicalar al extraño náufrago, que parecía estar sumido en un profundo sueño. Después de estar viéndolo un rato, el viejo Mónico pregunta a sus vecinos.

          -       ¿Y ahora qué vamos a hacer con este paquete?

         -       Me lo voy a llevar pá la casa… a esperar que despierte – contestó el viejo Moco seguro de su decisión.

          Nuevamente montaron al joven en el burro y lo llevaron a la casa de Moco, donde ya la gente se había enterado del extraño hallazgo y se acercaron a averiguar. Genara, la esposa de Moco, preparó uno de los catres que estaba desocupado y con la ayuda de los vecinos acostaron al nuevo huésped. Con un trapo húmedo con agua caliente la vieja Genarita frotaba la cara y el torso del joven mientras rezaba en silencio un padre nuestro, decía que él estaba viviendo un espasmo de sueño y su pecho estaba constreñido.

          Así estuvo ocupada Genara atendiendo aquel ser inerte, lo hacía como si fuera uno de sus hijos cuando llegaban con una rasca de varios días. La segunda noche, después de haberle hecho la sesión de frotas calientes, estando Genara en el fogón escuchó una pequeña tos que parecía provenir del cuarto donde estaba el joven acogido, corrió presurosa donde estaba el chico y confirmó el hecho. El chico tosía a intervalos, así pasó toda la noche hasta que al amanecer ya respiraba normal, pero aún sumergido en un profundo sueño. A mediodía se escuchó en toda la casa una profunda inspiración y luego una explosiva expiración untada de profundo y largo lamento, el cuarto quedó curtido de un penetrante olor salitroso, el muchacho había despertado.

          Genara comentaba después de lo sucedido, en forma de chiste.

        -       ¡Caras!... y cómo no se iba a despertar el muchacho…a lo que sintió el olor de los corocoros asados se le sacudió el alma.

          El joven tambaleando se incorporó y se sentó en la cama, miraba a su alrededor todo extrañado. Su cuidadora entró en silencio y cuando el extraño la vió ella le dijo suavemente.

         -       ¡Mijo!... quieres comer algo.

          El muchacho quedó absorto, como si no entendía lo que estaba sucediendo. La mujer movió una pequeña mesa hacia él y le colocó un plato de peltre con un corocoro y una arepa, se retiró discretamente para no importunarlo. El joven después de un buen rato movió sus manos hacia el plato y comenzó lentamente a comer. Al terminar la comida bebió agua en grandes sorbos, eructó vigorosamente y se volvió a acostar, parecía que lo dominaba una seria duda.

          Pasaron varios días de intermitente despertar, hasta que llamó la atención cuando pidió con señas lo ayudaran a salir, la angustia en su cara hizo pensar a Moco que el muchacho quería hacer sus necesidades; efectivamente, caminó hasta la letrina donde calmó su gran preocupación. Al retornar a la casa el joven logró decir.

          -       Gracias por la ayuda.

          Tomó asiento y se quedó mirando perplejo hacia la playa sin decir nada más. Moco se sentó frente a él y le preguntó.

          -       ¿Cómo te llamas mijo?

          El joven naufrago pasándose las manos por la cabeza, como si buscara con eso aclarar sus pensamientos, le responde.

-       Me llamo Juan Marcano… soy de la isla de Cubagua.

          Cuando el muchacho termina de contestar, el señor Moco sin entender nada le comenta.

          -       Mijo… como dices tú que eres de Cubagua, sí en esa isla no hay nada… solo hay cardones y tunas.

          El extraño miró al viejo y se quedó pensativo, seguro de lo que había dicho. Después de un rato continuó diciendo.

         -       Yo trabajo de buzo en la isla, me contrataron para sacar perlas con una máquina recolectora.

         -      Mijo… y cómo es eso, si el tiempo de la madre perla se acabó hace mucho tiempo – responde dubitativo y apenado el viejo Mónico.

       -       Lo último que recuerdo – comenta el joven seguro de lo que estaba diciendo – yo estaba trabajando para unos señores que habían ubicado un viejo galeón español hundido… yo me sumergí con la escafandra de buzo en la zona, en el fondo sentí que una fuerte corriente me arrastró y me vi atrapado debajo del galeón, hasta allí recuerdo.

          Moco y su mujer quedaron perplejos, mirándose el uno al otro, al escuchar la confesión de aquel joven que parecía ser un náufrago en el tiempo. Los dos viejos juraron ante él que lo llevarían a visitar su sitio de origen.

 

08-01-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

Nota: Cualquier parecido con nombres o personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia

domingo, 2 de enero de 2022

CONFESIONES DEL VIEJO AÑO 2021

 Por Humberto Frontado


            Aquí estoy, esperando desconcertado el último cañonazo para despedirme de ustedes. Se ha acordado mundialmente que la detonación que indica el final de este año será transmitida vía Whatsapp, en un video que muestra el estallido de un triste y pírrico trikitraki. La hora será ajustada dependiendo de cada país y la transmisión será monitoreada por expertos ingenieros de sonidos, asegurando que el cohete cumpla con los decibeles mínimos aceptables establecidos en los estándares para animales. Todo esto obedeciendo a la campaña de quejas y demandas que llevan a cabo las personas defensoras de perros, gatos y pajarracos. Según ellos se evitarían los traumas ocasionados a estos pobres animales y los costos que involucran los tratamientos de recuperación realizados por los psicozoologos.

            De todas maneras, la partida presupuestaria destinada a los fuegos artificiales y bebidas embriagantes de este año se había destinado previamente para la compra de los ingredientes de las hallacas y pan de jamón. Ni siquiera para la bebida quedó, ya que la cajita de polar negra llegó al poste de los catorce dolaritos. Si te animaras por algo más picante encontraras el desfile de un vainero de marcas nuevas de rones, que vienen en botellas plásticas con nombres muy inspiradores, como para volverse loco: Rumba Ron, Don Mencho, Cinco Estrellas, Superior, Canaima, Macondo, Dragón, etc. Menos mal que la gente que está en el exterior, por causas ajenas a su voluntad, nos pudieron enviar algo de dinero para subsistir en esta prolongada pelazón.

            Me llevo en mi golpeada y malograda maleta de semicuero todo un cúmulo de penurias y sufrimientos; que por cierto eran tan voluminosos que tuve que empacarlos en una bolsa de vacío para que ocuparan menos espacio, así tendría más para meter otras cosas. Recuerden que inicié mi periplo ya contaminado con la covid-19 y como buen paciente y previendo una recaída me tiré varias colas insoportables para las dos primeras dosis de las vacunas, después de vivir el tejemaneje de cual colocarme: que si la china, la rusa o la cubana; me marearon tanto que en verdad no supe la procedencia de las que me pusieron. A pesar de todo lo sucedido el mundo se siguió moviendo como tradicionalmente lo hacía y nos hizo presenciar y accionar temas de conversación de los cuales estábamos acostumbrados antes de la pandemia.

            En el plano de la política nacional salieron a relucir nuevos aspectos de corrupción, traiciones, dimes y diretes que en verdad no sorprendieron a nadie por el conocimiento que tenemos de la inmundicia y podredumbre en la que están inmersos todos nuestros políticos. No se sabe que fue peor, si la actuación de los políticos o el trauma de la pandemia. El primero se escudó del segundo para no hacer nada. Escuché algo en septiembre y no le presté mucha atención, porque pensé que era un tema político; resultó ser un problema con el país vecino de Colombia donde se salió de sus cabales un “mono maromero” o algo así, lo cierto es que los administradores del zoológico armaron un rebulicio y se fueron a las greñas, sacándose los trapitos al sol. Un mes después pasaron del caso del mono a uno de un pollo cantador y luego al de otro con problemas de memoria, decían que tenía aissami.

            Pensaba que cerraría el año dando la noticia sobre la derrota del virus de la Covid, pero el muy condenado se mutó y se convirtió en otra vaina peor. En el año 1987 Luis Herrera dijo al recibir la presidencia: estoy recibiendo un país hipotecado, yo también comenté que estaba recibiendo un panorama incierto y escabroso y nadie me hizo caso. Recibí un espectáculo digno de récord Guinness, una inflación anual del 3.713% y para diciembre de 21,2%. Aún continúa a millón las cuotas de los apagones de electricidad y lo más increíble el desabastecimiento del gasoil que ha hecho que el servicio de recolección de basura durante este periodo se suspendiera. Julio fue un mes de muchas lluvias sobre todo en la capital donde se vivió con pavor un tempestuoso chaparrón de balas de todo calibre.

            Quería despedirme y partir raudo a otro destino, pero el carro lo tengo en el garaje desde hace un mes porque no tiene gasolina. Las largas colas para echar me han hecho desistir de ese objetivo, además tiene dañado el tren delantero y no hay dinero para comprar repuestos. A finales del primer mes del periodo me llevaron preso al reten de la ciudad de Cabimas, caminé entre representantes de los cuerpos de seguridad y pranes extorsionadores en plena faenas, no se distinguía quien era quien. El abogado que me defendía me dijo que yo estaba allí porque se me acusaba de un montón de cargos y el más importante era el de “incitación al odio”, una vaina que según me dijeron, se le había ocurrido a alguien y servía para meter preso a todo el que se alebrestara en este país. Total, que soy el culpable porque se ha mantenido y multiplicado el Covid con sus variantes, porque la hiperinflación no se detuvo y alcanzó el segundo lugar más largo en todo el mundo. Me han culpado de todo, hasta llegué a pensar que también me achacarían la muerte de Consuelo, la que inspiró aquella vieja canción. Menos mal que la estadía en el retén terminó, ya que decidieron por fin tumbar ese lugar tan inhumano, en primer momento pensé que iban a acabar con nosotros al salir de aquel sitio. Tengo la maleta preparada con la intención de migrar a otro lugar, así sea para trabajar de consejero o asesor.

          Muchos me dicen que mi trascurrir fue más rápido que el acto sexual de un gallo zurdo, y en verdad así lo creo; todos los meses aparecía un escenario que se acoplaba como los viejos circos de ferias, aparecen de la nada y en un santiamén montan sus carpas para después de transcurrir varios días de tumulto desaparecen trasquiladas como si nada. Así mismo brotaron los acontecimientos políticos de este año, tan monótonos e impávidos que pasan desapercibidos. Si la luz se va de imprevisto nos preguntamos jocosamente, a qué animal que no sea la iguana, zamuro, Rabipelao, mapanare, etc, se le atribuirá esta vez el sabotaje terrorista.

          Escuché hace días, que alguien había dicho, que sí sucedió algo bueno durante mi periodo de vida. Fue algo referido al aporte de palabras en crisis. Resulta que ahora la magnitud de una crisis se mide por las nuevas palabras que se insertan a nuestro léxico cotidiano. La RAE incorporó este año las palabras relacionadas con la pandemia, tenemos así: Coronavirus, cubrebocas, confinamiento, antígenos, test, ómicron y otras más.

           Paseo con mi maleta en la mano, recordando la vieja tradición que nos dejaron los migrantes franceses para que se me dé un nuevo año con muchos viajes. Otros habrán de despedirme con tradiciones o rituales traídos de los pueblos que migraron hacia el nuestro: las doce uvas del tiempo de los españoles, usar ropa interior de colores intensos como amarillo o rojo, las lentejas italianas de la fortuna, etc. Ahora somos nosotros los que hemos invadido el mundo con nuestras tradiciones navideñas y de despedida del año viejo. Me despido esperanzado en que el año venidero se desarrolle una vacuna que haga desaparecer a todos esos desgraciados y con todas sus maléficas variantes, que se han hecho rico a costa de la salud del ser humano… Feliz Año 2022.

 

02-01-2022.

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

 

El filósofo alemán Friedrich Nietzsche dijo una vez: “lo que no me mata me hace más fuerte”. El populacho venezolano dice: “lo que no mata engorda”.

Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...