domingo, 9 de enero de 2022

EL NAUFRAGO CUBAGUENSE

Por Humberto Frontado

 

            Todo comenzó una cálida y soplada tarde polvorienta de un mes de enero, le hacía marco a un impertinente reboso marino que bañaba tempestuosamente a la pequeña Isla de Coche. Todavía en la madrugada se escuchaban los cantos sinusoidales provocados por las últimas bocanadas de viento. La gente se despertó con un agudo sobresalto provocado por algo raro en el ambiente, luego fueron apaciguados sutilmente y se dejaron engullir en un angustioso sueño en si bemol mayor, aún a sabiendas que no les estaba brindando un sosiego natural.

           Muy temprano en la mañana un hombre caminaba hacia la playa con la intensión de averiguar qué les había traído el sorpresivo reboso. Notó extrañado que la marea provocada por el mar de fondo había avanzado más de lo normal. El agua había invadido los patios de las casas que estaban cercanas a la costa, también había socavado una buena porción de la arena de la playa. Se apresuró a tomar el camino pensando en las sorpresas que podía haber traído la mar picada. En varias ocasiones le trajo cosas interesantes; una vez le regaló un pequeño cofre metálico que contenía un viejo y oxidado sextante marino. Después de escarapelarlo y quitarle la costra de óxido lo utilizó tanto que logró convertirse en un experto en orientación astral, cosa que después lo hizo un navegante experto sobre todo en las noches borrascosas.

          Caminó presuroso, revisando con los pies entre los montículos de algas, caracoles, ciriales y otros desechos marinos. Vio un temblador agazapado en uno de los montículos de arena y le pasó por un lado, esquivando su certero corrientazo. Continúo caminando hasta casi llegar a la punta, allí notó algo voluminoso alejado de la orilla. Estaba cubierto de limo, algas y un grupo de inquietas cangrejas que correteaban alrededor. El hombre al detallar aquel amasijo verde vió la silueta de un humano, rápidamente empezó a quitarle aquel enredado pegoste verde que le cubría.

           A medida que avanzaba en el esgulleo distinguía a una persona ataviada en un traje hecho de gruesa tela de velas de botes y acabados metálicos, los zapatos tenían una suela férrea de mucho espesor y la cabeza cubierta con una casco o máscara metálica. En cuclillas el angustiado hombre, mientras limpiaba, no dejaba de ver por encima de su hombro hacia el poblado para otear si alguien estaba cerca y pedirle auxilio. Al cabo de un rato observó a lo lejos un señor que venía caminando desde la Tua Tua, traía un niño montado en un burro. Esperó que estuviese más cerca y empezó a hacerle señas con las manos, vió que era alguien conocido y le soltó un explosivo llamado.

          -       ¡Mooojiiitooo!

          El viento arrastró telegrafiado aquel curioso nombre hasta que fue interceptado. El viajero advirtió en aquel raro llamado que había que atenderlo inmediatamente. Se desvió de su ruta, bordeó la salina y se encaminó hacia la playa. Al llegar a cierta distancia el conterráneo exclamó.

          -       ¿Qué fue Moco?... ¿qué vaina es esa?

          A medida que se acercaba el nuevo acompañante se iba invadiendo de una extraña sorpresa, exclamando.

          -       ¿Y ese hombre Moco?

         -       Lo conseguí recalao aquí cubierto de limo – contestó el viejo – me ayudas a llevarlo al pueblo.

          Los dos hombres como pudieron incorporaron aquel raro ser y lo montaron al lomo del joven burro que luego fueron arriando lentamente. Al paso del equino el uniformado hombre iba destilando agua, dejando una estela hedionda de un mar mucho más profundo que los conocidos. Se fueron bordeando la playa hasta llegar a la ranchería de Chico Malavé. Chico que estaba en sus labores se apresuró a atender a sus vecinos. Entre los tres, como pudieron, colocaron al naufrago boca arriba sobre un mesón de usos múltiples. Contemplando exhaustivamente al uniformado estaban los tres viejos hasta que Chico exclamó.

       -       !Un buzo!… eso es lo que es… ahora recuerdo… ese traje es una escafandra. Una vez en Puerto Cabello vi un hombre con una vestimenta parecida, pero con unas mangueras atadas a la cabeza. Se metía en el agua por ratos largos, decían que estaba haciendo unas pruebas… ¡vente Mónico!... ayúdame a quitarle el casco.

          Los tres osados hombres agarraron un martillo y un clavo grande de bronce y comenzaron a golpear los pasadores metálicos que se notaba estaban casi soldados por el óxido y caracolitos. Así tuvieron un rato, ante la expectativa de lo que se iban a hallar, hasta que al fin cedió y logró abrir la cerradura al nivel del cuello. Al quitar con cuidado se sorprendieron por la expulsión de una bocanada de un rancio y salitroso gas. Con cuidado quitaron el casco y los cundió una extraña sorpresa, la cabeza era de un joven de tersa piel morena con abundante cabellera negra. Continuaron con la parte que unía el casco con el traje, después de golpear un rato largo lograron   liberar al joven de aquella prisión de acartonada tela y bronce. Terminaron de secar y acicalar al extraño náufrago, que parecía estar sumido en un profundo sueño. Después de estar viéndolo un rato, el viejo Mónico pregunta a sus vecinos.

          -       ¿Y ahora qué vamos a hacer con este paquete?

         -       Me lo voy a llevar pá la casa… a esperar que despierte – contestó el viejo Moco seguro de su decisión.

          Nuevamente montaron al joven en el burro y lo llevaron a la casa de Moco, donde ya la gente se había enterado del extraño hallazgo y se acercaron a averiguar. Genara, la esposa de Moco, preparó uno de los catres que estaba desocupado y con la ayuda de los vecinos acostaron al nuevo huésped. Con un trapo húmedo con agua caliente la vieja Genarita frotaba la cara y el torso del joven mientras rezaba en silencio un padre nuestro, decía que él estaba viviendo un espasmo de sueño y su pecho estaba constreñido.

          Así estuvo ocupada Genara atendiendo aquel ser inerte, lo hacía como si fuera uno de sus hijos cuando llegaban con una rasca de varios días. La segunda noche, después de haberle hecho la sesión de frotas calientes, estando Genara en el fogón escuchó una pequeña tos que parecía provenir del cuarto donde estaba el joven acogido, corrió presurosa donde estaba el chico y confirmó el hecho. El chico tosía a intervalos, así pasó toda la noche hasta que al amanecer ya respiraba normal, pero aún sumergido en un profundo sueño. A mediodía se escuchó en toda la casa una profunda inspiración y luego una explosiva expiración untada de profundo y largo lamento, el cuarto quedó curtido de un penetrante olor salitroso, el muchacho había despertado.

          Genara comentaba después de lo sucedido, en forma de chiste.

        -       ¡Caras!... y cómo no se iba a despertar el muchacho…a lo que sintió el olor de los corocoros asados se le sacudió el alma.

          El joven tambaleando se incorporó y se sentó en la cama, miraba a su alrededor todo extrañado. Su cuidadora entró en silencio y cuando el extraño la vió ella le dijo suavemente.

         -       ¡Mijo!... quieres comer algo.

          El muchacho quedó absorto, como si no entendía lo que estaba sucediendo. La mujer movió una pequeña mesa hacia él y le colocó un plato de peltre con un corocoro y una arepa, se retiró discretamente para no importunarlo. El joven después de un buen rato movió sus manos hacia el plato y comenzó lentamente a comer. Al terminar la comida bebió agua en grandes sorbos, eructó vigorosamente y se volvió a acostar, parecía que lo dominaba una seria duda.

          Pasaron varios días de intermitente despertar, hasta que llamó la atención cuando pidió con señas lo ayudaran a salir, la angustia en su cara hizo pensar a Moco que el muchacho quería hacer sus necesidades; efectivamente, caminó hasta la letrina donde calmó su gran preocupación. Al retornar a la casa el joven logró decir.

          -       Gracias por la ayuda.

          Tomó asiento y se quedó mirando perplejo hacia la playa sin decir nada más. Moco se sentó frente a él y le preguntó.

          -       ¿Cómo te llamas mijo?

          El joven naufrago pasándose las manos por la cabeza, como si buscara con eso aclarar sus pensamientos, le responde.

-       Me llamo Juan Marcano… soy de la isla de Cubagua.

          Cuando el muchacho termina de contestar, el señor Moco sin entender nada le comenta.

          -       Mijo… como dices tú que eres de Cubagua, sí en esa isla no hay nada… solo hay cardones y tunas.

          El extraño miró al viejo y se quedó pensativo, seguro de lo que había dicho. Después de un rato continuó diciendo.

         -       Yo trabajo de buzo en la isla, me contrataron para sacar perlas con una máquina recolectora.

         -      Mijo… y cómo es eso, si el tiempo de la madre perla se acabó hace mucho tiempo – responde dubitativo y apenado el viejo Mónico.

       -       Lo último que recuerdo – comenta el joven seguro de lo que estaba diciendo – yo estaba trabajando para unos señores que habían ubicado un viejo galeón español hundido… yo me sumergí con la escafandra de buzo en la zona, en el fondo sentí que una fuerte corriente me arrastró y me vi atrapado debajo del galeón, hasta allí recuerdo.

          Moco y su mujer quedaron perplejos, mirándose el uno al otro, al escuchar la confesión de aquel joven que parecía ser un náufrago en el tiempo. Los dos viejos juraron ante él que lo llevarían a visitar su sitio de origen.

 

08-01-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

Nota: Cualquier parecido con nombres o personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia

1 comentario:

  1. Felicitaciones, es un cue to de la epoca cuando sacaban perlas, de las produndidades del mar, traido al presente, con personajes autenticos de la isla de coche.

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