domingo, 27 de marzo de 2022

EL MEMORIADO

Por Humberto Frontado



              Hace muchos años en la Isla de Margarita, por los lados de Boca del Río en Macanao, se dió un lamentable acontecimiento. Un muchacho llamado Félix trabajaba para llevar el sustento de ese día a su casa; se encontraba revolviendo en el fondo marino, en uno de los bajos de la costa, buceando al natural y a todo pulmón buscando caracoles. Utilizaba como apoyo de flotación una pequeña tripa de neumático inflada.

             Tenía toda la mañana bajando y subiendo, sacándole provecho a la gran oportunidad que le confería la extrema serenidad del mar en ese momento. En una de esas, al subir a la superficie para llevar lo que había recogido en el saco y recobrar el aire se encontró con un fatídico imprevisto. Una lancha a toda velocidad se dirigía hacia él sin que el abstraído marino se diera cuenta. No dió tiempo de evitar la colisión. La quilla del bote golpeó la cabeza del joven dejándolo inconsciente. El piloto de la nave percibió el raro golpe del bote, miró hacia la estela dejada y vió la pequeña boya negra. Detuvo la nave y en una sigilosa vuelta circundó el aro de caucho, allí observó el cuerpo del muchacho flotando boca abajo. Como pudo tomó al muchacho desmayado por un brazo y lo subió al bote donde le prestó los primeros auxilios; al ver que había reaccionado, pero aún inconsciente, se dirigió a toda velocidad al pueblo.

            El marino llegó a un pequeño muelle de madera donde atracó el bote. Agarró al lesionado, se lo echó al hombro y lo cargó hasta la carretera pidiendo auxilio a grito batiente. Las personas que estaban cerca al ver aquel alboroto se acercaron, hicieron señas a un señor que venía en su carro, lo detuvieron y lograron llevar al herido a la medicatura. El médico de guardia atendió la emergencia, el joven presentaba una fuerte contusión en la cabeza la cual ameritó catorce puntos de sutura.

            El muchacho estuvo inconsciente en la medicatura hasta la mañana del segundo día, despertó con un hambre atroz y balbuceando algunas cosas que no se entendían en el momento. Se incorporó bruscamente de la cama y empezó a mover la cabeza de un lado a otro como quien busca algo perdido. Preguntó angustiado.

          -       Dónde está el saco con las conchas que bucee… había una docena de vaquitas, trece cosa é perra, veintitrés pollitos y catorce pata é cabra.

          En el cuarto estaban la enfermera y la mamá quienes se miraron extrañadas por la pregunta del muchacho. Luego vino el médico a revisarlo nuevamente y viendo que se había recuperado lo dió de alta.

          En su casa Félix comió con un apetito desaforado. Al finalizar comenzó a sacudir la cabeza en una forma rara al ir viendo las cosas, era un movimiento zigzagueante. Miraba hacia un lado y regresaba nuevamente al mismo punto para reproducir el recuerdo de ese momento y regresar al segundo para recordarlo también; al ver un nuevo lugar lo integraba a la secuencia que había repetido e iniciaba nuevamente el zigzagueo de la cabeza. La madre lo observa y le pregunta.

           -       ¿Qué te pasa mijo?… pareces una chulinga buscando que comer.

          -       No se mamá… siento algo raro en la cabeza… la tengo toda revuelta… se me juntan todos los recuerdos – comenta el muchacho sin hallar explicación a lo que le sucedía.

          La madre angustiada, pero tratando de calmarlo le dice.

          -       Quédate tranquilo mijo y acuéstate… tienes que recuperarte… todavía tienes ese tremendo chichote en la cabeza y estas atolondrado.

          Pasaron los días y el joven empezó a notar que todo lo que percibía en el momento lo retenía en su máxima expresión de detalle; llegó a pensar que si seguía así en pocos días la cabeza le iba a estallar en mil pedazos por acumulación de datos.

          La madre para ocupar al muchacho en algo lo mandó a la bodega que tenían cerca; éste se tardó toda una eternidad en regresar. A cada paso que daba miraba a su alrededor moviendo abrupta y continuamente su cabeza. Cuando veía algo registraba la información en todos sus detalles e inmediatamente iniciaba el proceso de comparación con los recuerdos que tenía. La gente del pueblo empezó a verlo como algo trastornado, hasta se burlaban a sus espaldas comentando que se parecía a un tuqueque enamorado por el movimiento que hacía con su cabeza.

            Preocupada por el chico, la madre decidió llevarlo a la medicatura nuevamente para que lo evaluaran. El médico charló un buen rato con el mozo y llegó a la conclusión que en ese lugar no disponía de lo necesario para su recuperación. Le recomendó a la angustiada madre que llevara al muchacho lo más pronto a un sitio tranquilo donde pudiera vivir sin mucho agite.

            Según el médico el muchacho tenía el síndrome de “Funes” el memorioso. El término había surgido años atrás derivado de un relato ficticio contado por Jorge Luis Borges sobre un chico llamado “Ireneo Funes”, quien después de haberse caído de un brioso caballo y golpearse la cabeza adquirió la facultad o la maldición de memorizarlo todo; no podía olvidar ningún detalle de lo que veía, escuchaba, sentía o gustaba.

              El galeno compadeciéndose del chico acudió a sus amigos de promoción, le envió a cada uno una carta contándoles los pormenores del caso, esperando le pudieran ayudar. Al cabo de un mes recibió respuesta del doctor del Centro de Salud de la Isla de Coche. Se intercambiaron cartas nuevamente y decidieron entre los dos llevar al joven a la pequeña Isla. Pensaban que allí podía recuperarse ya que era un sitio más tranquilo, donde lo podían apartar de todo lo conocido. Era posible que tantos recuerdos los echara a un lado y lograra algo de calma.

           La mamá y el paciente se fueron en un bote a la pequeña isla, llevaban una maleta de cuero con tan sólo unas mudas de ropa, ya que tenían la esperanza de la pronta recuperación del muchacho. El doctor de la medicatura en la isla interesado en el caso los estaba esperando en el muelle. Los acompañó en el carro de un compadre hasta el poblado de La Uva. Habló con otro compadre que tenía una habitación anexa a su casa con todo lo necesario para que viviera allí el joven hasta que se recuperara.

            El joven llegó a la habitación cumpliendo las indicaciones del médico: los ojos bien tapados al igual que sus oídos y la cabeza toda cubierta con una bolsa de tela negra; allí el médico lo despojó de los supresores de sentido para que el chico fuese abriendo poco a poco los ojos. Quedaron instalados y la madre temerosa siguiendo las instrucciones al pie de la letra no lo dejaba salir del cuarto. Allí mismo le servía la comida, le ponía una ponchera para que se limpiara y le cambiaba la bacinilla.

             El caserío de La Uva para esa época, a inicio de los sesenta, contaba con pocos habitantes: había menos de una docena de casas bordeando la costa y dos rancherías en la playa. Uno de los habitantes de la pequeña comunidad se enteró de la llegada de los forasteros. Era un señor de edad, muy conocido en la isla por su característica de ser aprendido, conocer un sinnúmero de remedios o tratamientos para todo tipo de enfermedades. Era experto en la cura de fístulas de todo tamaño, aunque estuviesen ubicadas en los lugares más recónditos del cuerpo. Curaba en un santiamén puyadas de rayas, bagres, sapos, erizos y anzuelos. Sacaba los pelos de tunas usando un tratamiento con cera caliente. Era el odontólogo oficial de la isla y también atendía todos los partos.

             Un día el curandero intrigado decidió ir a visitar al chico memorioso. Ya había conocido a la mamá del chico en una de las dos bodegas del pueblo, le había comentado que él tenía la cura para el muchacho y le pidió lo dejara hablar con su hijo. El memorioso estaba sentado al borde de la cama mirando fijamente un clavo que había en la calichosa pared; en esa actitud sentía calma en su mente, entraba en una pausa. Días atrás se atrevió a detallar la marca que había dejado el cuadro que antes allí colgaba y se desató una tormenta de formas, degradación de colores y relieves que lo tuvieron mortificado por horas, hasta que retornó a quedarse fijo en el tachuela.

            Cuando hizo entrada el aprendido hombre se sentó a un lado del chico y le pidió en voz baja.

           -       Continúa viendo el solitario clavo que yo voy a hacer lo mismo.

          A medida que transcurría el tiempo ambas personas estaban en una hipnótica y unísona abstracción hacia la herrumbroso metal, el viejo le susurra al oído.

          -       Mijo la memoria es como los sueños: al despertar nos acordamos de todo lo soñado, al transcurrir el día se van borrando los episodios y ya en la noche sólo nos queda lo más importante del sueño” … Vas a salir lentamente del cuarto y caminar por el pueblo, eso servirá en tu cura.

          El muchacho como si estuviera esperando eso, se levantó rápidamente de la cama y ansioso se dirigió en silencio hacia la salida con la mirada fija en la puerta. Al abrir la puerta la claridad del sol lo encegueció momentáneamente, pero siguió caminando. Atravesó la calle de tierra y se dirigió hasta la orilla de la playa. Se quedó en silencio por un momento contemplando y absorbiendo en todo su esplendor aquel horizonte entre el despejado cielo y el tranquilo mar. El viejo miró a la mamá y asintiendo con la cabeza le confió que él se iba a recuperar.

           Antes de salir del cuarto, el anciano le había comentado al memoriado.

          -       Tú mismo encontrarás la cura en este lugar que desde tiempos remotos se aferró fuertemente a las crines de un perpetuo silencio. Serás absorbido por la vaciedad de las sinuosas y apacibles olas del mar: Te verás arropado sutilmente por el viento que sopla permanente e imperceptible en una sóla dirección. Los habitantes de este pueblo nos regimos ante la rigurosa cronometría del canto de los gallos. Todos hacen el café a la misma hora, también el desayuno. Salen a pescar todos al unísono… Llegará el momento que tu mente ante tanta repetición de los mismos eventos sin cambios se quedará quieta, abultada de información reiterada. No tendrá otra opción que espicharse o deslastrarse de todas las invocaciones innecesarias y tu podrás regresar a la calma.

          El joven se asió con fuerza a las palabras y fortalezas del viejo sabio, se prendió a la esperanza del tratamiento. Lo cierto es que después de tres meses de estadía en aquel apaciguado lugar de la isla, el muchacho retornó a su vida en Macanao, donde lo nombraron “felito el memorioso”.

 

27-03-2022

 

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

domingo, 20 de marzo de 2022

¡PÁ QUE MÁS!

Por Humberto Frontado



            Sentado plácidamente en uno de los bancos del parque, un señor aguarda la llegada de su nieto que tenía bastante rato subiendo y bajando las distintas opciones de juego que le ofrecía el lugar. Llegó el niño jadeando frente a su abuelo y después de beber agua pregunta.

           -         ¿Abuelo me prestas tu teléfono para ver you tube?

        -         ¡Queee!… no mijo… este perol no tiene internet – contesta el viejo desconcertado.

        -         ¡Nooo!… ¡que chimbo!... ¿cómo que no tiene internet? – exclama riéndose el decepcionado niño.

           -         Lo que pasa es que… - el hombre buscó responder sobre la deficiencia de su teléfono, pero quedó con la explicación en la boca mientras el sagaz muchacho desaparecía rápidamente internándose entre el tobogán y un intrincado pasadizo plástico multicolores.

          Sin prestar mucha atención a lo que acababa de suceder el anciano siguió con la vista al niño hasta que se incorporó nuevamente a su arduo trabajo de desgaste energético. En ese momento el viejo se transportó sutilmente al pasado y recordó cuando correteaba descalzo por una salitrosa calle, sedienta de asfaltado; cuando manejaba un rancio y desvencijado rin de bicicleta casi tan alto como él, con un pedazo de arepa del desayuno en la mano izquierda, y guiaba diestramente aquel artefacto utilizando una varilla pulida de madera de cují (yaque) semi curva, que según él era la que mejor se adaptaba a la horma de aquel aro talla veintiséis. Para ese entonces buscaba romper el récord de velocidad impuesto semanas atrás por su hermano mayor. Aquella abstracción durante el recorrido solamente la podía romper el grito de su madre llamado a comer o a cumplir con la tarea de la casa o de la escuela.

             Era toda una hazaña manejar esa bendita argolla toda cubierta de “guate é hierro” (óxido). Lo más difícil era echarla a andar: primero con las manos se le daba un fuerte impulso inicial, simultáneamente se insertaba la varilla en el surco ubicándola en la posición más alta del aro mientras se desplazaba; habiendo alcanzado algo de velocidad se deslizaba la vara de madera hacia la parte inferior para darle más impulso y celeridad. Toda la operación conformaba un conjunto de preceptos físicos del movimiento llevados a la práctica. Durante esa actividad no había custodia, estando en la calle sólo eran protegidos por los eternos guardianes de la galaxia: “dios y la virgen”.

          Recordaba que el estropeado rin tenía un desbalance que se agudizaba desquiciadamente cada vez que agarraba la curva para devolverse en la calle. Durante esa rotación se conjugaban varias acciones, además de concentración máxima se tenía que controlar la velocidad y posición del freno en la varilla que era crucial; cualquier descuido podía traer fatales consecuencias. Un  rinsazo en la rodilla de uno de los descuidados transeúntes valía la suspensión de las garantías por una semana.

             Se pasaba cerca del grupo de muchachos que jugaban metras (pichas) sin mucha seducción hacia esa actividad todavía, cada juego llegaba a su debido tiempo; a veces la contextura, habilidad manual y rapidez mental definía cuándo iniciarse en una nueva faena. Uno de esos juegos que requería alto nivel de competencia eran los volantines o papagayos. Se empezaba en una categoría de aeronáutica básica tratando de elevar un sencillo volantín hecho con una hoja de cuaderno, un corto rabo de fina tela y un pedazo de pabilo; si no había viento suficiente había que elevarlo a la fuerza en una carrera. Superada esta fase se pasaba a la categoría intermedia de los cometas de caña brava fabricados en varios modelos, era toda una ciencia. El tamaño y simetría de la figura de corte, largo y espesor de las varillas de caña, el armado y amarre. el papel de primera, fino y resistente, los ovillos de pita; la pega hecha con la fruta madura del caujaro, tenía que estar en su punto, ni muy verde ni muy madura para que pegara bien.

               El máximo nivel en el manejo de papagayos se lograba al alcanzar mayor altura, la cual se lograba con más extensión de pita con cera, hasta tres ovillos; hacerlas con rabo doble, uno largo y uno corto para lograr más estabilidad en las piruetas; colocarles tarabas con más resonadores o tira-peos para hacerse más notorio. El requisito más exigente para esa categoría era el de los cometas de pelea o guerra. Se basaba en preparar la nave para cercenar y derribar al oponente y salir airoso. En ese paso por la infancia la única gran preocupación que se tenía era definir cómo se podía instalar la hojilla en el rabo del volantín para cortar efectivamente al contrincante, o cómo trazar un sorpresivo plan de escape que los liberara del ataque del oponente.

          Meditativo, el anciano pensó en algo que no se le había ocurrido antes, quizás por no haberle prestado mucha atención; se preguntaba cómo todo había transcurrido tan rápidamente sin tantos aspavientos, sería porque todos hacían lo mismo. Veía que en un parpadeo habían transcurrido tantas cosas y se habían apretujado en la memoria, sin permitir oportunidad de detallarlas. Pensó en el cúmulo de juegos y diversiones locales, inventados o reformados; así como otros importados. Recordó su experiencia de intercambio cultural cuando en su región natal, en el oriente del país, se jugaban metras con otro nombre y otras costumbres; aprendió a hablar en los otros términos autóctonos sin ningún problema, sólo unos días de burla, cuando había que desaprender los términos maracuchos.

            Hizo una pausa a sus recuerdos para reflexionar en que la bonita niñez sólo la disfrutan los que son capaces de vencer el miedo a soñar, los que enfrentan día a día toda clase de obstáculos tomando decisiones propias.

            De vuelta a sus juegos, especuló sobre que no se necesitaba internet para sudar copiosamente y heder a zorro asoleado, después de echar una caimanera de pelota de gomita en la carretera; que el mismo par de botas Us Keds servía para jugar pelota, volibol, futbol y hacer todo tipo de actividades, sólo había una por año y si se rompían había que coserlas con pita o nylon, un hueco en la suela se solucionaba colocando un pedazo de cartón y a correr... ¡pá que más!

19-03-2022.

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.

domingo, 13 de marzo de 2022

MI YO SERIAL KILLER

 (Introitus Mental)

Por Humberto Frontado



           Hace una semana un hombre le comentaba a su mejor amigo lo cerca que ha estado de tomar la macabra decisión de envenenar a su suegra. Se encontraba consternado y muy preocupado por lo que le estaba sucediendo. Comentaba que días atrás afloró semejante idea en su mente cuando sentado en su butaca preferida, con una cerveza en la mano, encendió el televisor y estaba sintonizado en uno los episodios de ID Discovery. Llegó a pensar luego que era mucha casualidad y que su subconsciente lo había llevado intencionalmente, con el objeto de darle paz, a que viera el canal de ID.

             Cada capítulo de la serie ID describe en detalle la forma cómo el hombre es capaz de cometer crímenes atroces, que llegan a sobrepasar los límites de la imaginación. Muchos cometidos fríamente con premeditación y alevosía, sin una pizca de rencor. Pueden desplazarse desde un sencillo homicidio hasta un ramillete extenso de crímenes seriales. En su ejecución se utilizan todo tipo de armas hasta llegar a un simple e insignificante envenenamiento. Las víctimas pueden ser cualquier mortal, ya sea un familiar, amigo, vecino, jefe, etc, que se ubicó en el espacio y tiempo indebido.

            Si a la programación de ID se le añade La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales más la voluminosa lista de series policíacas con origen en las principales ciudades hollywoodense, tenemos una amplia gama de material didáctico que nos nutre en conocimiento, para auparnos a copiar y llevar a cabo el desenlace fatal de uno de estos inspiradores programas. Solamente falta que alguien frágil se sumerja en un momento de desequilibrio mental. Oportunidades va a tener a montón, considerando todos esos grandes espacios que nos presentan estos locos eventos de la actualidad que están abiertos de brazos para recibirlos y arroparlos.

           Los que confían en la fuerte cordura del hombre dirán que es difícil que la conversión a criminal le suceda; otros, apoyados en la religión lo apartaran orando un padre nuestro que los libere de toda tentación. Según Ted Honderich (1933) “cada uno de nuestros eventos o episodios mentales o conscientes, incluida toda decisión, elección y acción, es el efecto de una secuencia casual”. Basado en este pensamiento cualquier hecho será lo que tenía que suceder dado los antecedentes. Es posible que muchos disminuyan la responsabilidad de sus actos considerando que son tantos los ingredientes que lo llevan a tomar esa decisión. Hay quienes opinan que la naturaleza humana está en buscar su propio provecho; otros, aseveran que es conseguir el daño ajeno y disfrutarlo a plenitud.

             Ya nadie tiene que torturarse la mente buscando una buena razón para solucionar algún pasaje desagradable, tenemos a la mano una carta para escoger la mejor forma de satisfacer nuestros maquiavélicos deseos, lo encontraremos también en la extensa gama ofrecida en las series de Netflix.

            Comentaba el contertulio a su amigo que esa animadversión visceral hacia su suegra ha sido fomentada por ella misma y comenzó desde que se comprometió con su hija. A partir de ese momento en su mente esa señora ocupa más presencia que su propia novia. A partir de allí ha ido fomentando de forma constante un odio feroz y pueril hacia ella.

            Ha hecho lo humanamente posible para aceptarla y convivir con sus impertinencias, pero nada ha sido posible. Ha escuchado de sus amigos y familiares año tras años fórmulas mágicas de origen astrológico, ha leído libros de autoayuda de los más connotados autores, se ha sumergido en meditaciones trascendentales con consejeros religiosos budistas, taoístas, etc.

            Cansado de todo ha recurrido a las abominables series de televisión, donde hay recetas para todo tipo de altercado sin dejar rastros y pasar desapercibidos. Confiesa el amigo que él es consciente de su mal proceder, odiando a muerte a esa cristiana, por eso confiesa que ha llegado a odiarse por tener esa conducta. Bien decía Spinoza (1632 - 1677) que “el libre albedrío es una ilusión”, lo peor de todo es que el amigo se cree en sus cabales y dice que sus actos están justificados.

           Comenta el preocupado hombre que tiene una posesión diabólica, de la cual no se puede desprender y que lo aparta del mandato divino. Esa tentación del mal hoy por hoy se llama trastorno mental, que pueden ser influidos por diferentes formas. Sigo o me guío por el libre albedrío que dios me ha dado, se pregunta. Concluye que el mal que le ocupa viene por perturbación psíquica y lo demás es pura paja. Además, va a ser difícil que vean o descubran mi acto, mi suegra ya tiene un infarto en su haber y después con el Covid se complicó. Así que tiene los días contados; yo le voy a hacer un favor cuando la envenene, ni se va a notar.

              Pasaron los días y el hombre extrañado de no ver a su trastornado amigo nuevamente, preguntó por él a uno de sus compañeros de trabajo y se encontró con la infausta noticia que había muerto de un infarto una semana antes. Lo que nunca se sabría es que su amantísima suegra lo había envenenado antes que él lo hiciese con ella. La mujer había estado viendo días atrás un raro comportamiento en su yerno, lo que la llevó a sospechar algo trágico. Así que acordándose de uno de los capítulos visto en su adictivo programa ID Discovery, encontró allí una forma de librarse de la molestia que la perturbaba y… colorín colorao.

 

13-03-2022.

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.

 

 

domingo, 6 de marzo de 2022

UN PERIPLO INESPERADO

Por Humberto Frontado



            El Joven estudiante universitario había salido temprano desde la ciudad de Lagunillas en los buses de la Universidad del Zulia. Tenía que levantarse desde las cinco de la mañana, luego recorrer un largo camino hasta llegar a la vía principal y esperar, con otro grupo de estudiantes, la llegada del bus que provenía de Bachaquero. Por suerte ese día venían pocos ocupantes y pudo conseguir asiento; en muchas ocasiones había tenido que ir parado durante la travesía de casi una hora. El autobús se iba llenando a medida que pasaba por las diferentes localidades de la ruta, en especial Ciudad Ojeda y Tía Juana hasta llegar a R-5. A partir de allí la unidad se iba directo hasta Maracaibo, sin tomar más pasajeros; otras unidades se encargaban de llevar al resto de estudiantes pertenecientes a Cabimas.

           En las inmediaciones de la Ciudad Universitaria el bus empezó a hacer sus acostumbradas paradas en las facultades de Medicina, Ingeniería y Humanidades. Ese aciago día el joven estudiante de ingeniería se fue directo a los salones de clase, ya que el tiempo de viaje se extendió por retrasos ocurridos en las paradas. A mitad de la hora de clases escuchó un gran alboroto que venía desde las afueras de la instalaciones de la facultad. Escuchaba voces y gritos que entonaban algunas consignas. El profesor detuvo la clase considerando que el alumnado estaba distraído por la impresionante bulla que provenía del exterior de las instalaciones. Los estudiantes se fueron hacia la salida de la facultad, allí se enteraron que en ese momento se estaba llevando a cabo un golpe de estado en el país y las clases habían sido suspendidas hasta nuevo aviso. La guardia nacional se había desplazado a ocupar sitios estratégicos en todos los estados, haciendo cumplir el reciente decreto de suspensión de garantías.

            Lo primero que pensó el joven fue en apresurarse a ir al estacionamiento de los buses en el sector universitario de Grano de Oro y tomar el bus que lo llevaría de regreso a Lagunillas. Salió a la avenida para tomar el autobús o carrito porpuestos que lo trasladara al antiguo aeropuerto de Maracaibo. Después de esperar un buen rato se dio cuenta que las rutas de transporte habían suspendido el servicio. El muchacho se unió a otros más y comenzaron a pedir cola que los acercara al viejo aeródromo. Lograron moverse un tramo montados en un destartalado camión que manejaba un viejo samaritano. Cuando arribaron al gran estacionamiento se encontraron con una gran congregación de estudiantes exigiendo se les ayudara regresar a sus destinos. Todas las unidades permanecían resguardadas ante la orden estricta de suspensión de salida.

          El joven y otros cuatros compañeros lagunilleros se quedaron pasmados viéndose las caras hasta que a uno se le ocurrió que podía llamar a un amigo chofer de un porpuestos para ver si los llevaba, por lo menos hasta Cabimas o algún sitio cercano a su casa. Caminaron hacia las afueras del estacionamiento donde llegaron hasta un desvencijado teléfono público. El bachiller llamó a su amigo y le contó sobre los pormenores. La repuesta del taxista fue: “el puente sobre el lago estaba cerrado y la única manera que veía para movilizarse hacia la Costa Oriental era tomar desde San Francisco una lancha que lo llevara hasta La Rita”. Viendo la peligrosidad de aquella aventura los cuatro compañeros del joven declinaron su intención de trasladarse ese día a su casa. Dos encontraron acomodo con familiares y los otros dos en las residencias de compañeros de estudio. El joven lagunillense se vió abandonado, pero pensó en el tiempo que iba a estar del timbo al tambo mientras buscaba donde quedarse, sin saber cuánto se podía prolongar el problema. Sin pensarlo mucho le pidió al amigo que le dijera al chófer que lo buscara para ir a San Francisco.

           Camino a su destino el conductor iba con el radio a todo volumen, mientras le contaba con detalle todo lo sucedido hasta el momento; el joven sólo movía la cabeza sin escuchar nada, lo invadía la preocupación de cómo iba a pagar el periplo que se avecinaba. Tenía en su bolsillo lo que le habían dado para pasar el día y en la mochila tres cuadernos Cacique a medio andar y una calculadora de las sencillas. Al llegar al lugar señalado el chofer se metió por unas calles de tierra hasta llegar a una playa privada donde había una pequeña casa; llamó con un silbido y salió una vieja señora con una coloreada y vaporosa manta guajira, después de saludarla el señor del porpuestos le preguntó.

          -       ¿Está el chino?

        -       ¡No!… pero está por llegar – contestó la señora en un castellano todo machucado.

           El benevolente chofer dió unas instrucciones al estudiante, cobró su servicio y se marchó. Después de esperar casi dos horas apareció un vehículo del tipo “chirrinchera guajira” con varias personas. El muchacho, que esperaba impaciente en el fondo de la casa sentado en una curtida silla de mimbre, observó que hacia el muelle caminaban un señor achinado ensombrerado, con una niña y dos muchachos. El señor entró con unos paquetes y saludó moviendo la cabeza, los dos niños lo ayudaron a bajar varias cajas de la chirrinchera y las llevaron hacia el fondo de la casa. Luego de hablar con la guajira, el señor se dirigió al joven bachiller y se presentó. Le dijo que lo llevaría hasta La Rita después de hacer unas llamadas.

           Al regresar le hizo unas señas al joven para que lo acompañara, pasó por un lado de la casa y con un chiflido llamó a los tres chiquillos y caminaron hasta la playa donde estaba una lancha atada a un pequeño muelle de madera. El bote estaba cargado con cajas, cubiertas por una gruesa lona para evitar que se mojaran.

          El capitán tomó el mando del motor y ordenó a los cuatro pasajeros se sentarán en la parte delantera de la nave. Uno de los chicos desató el amarre y de un salto ocupó nuevamente su lugar. Una vez se movilizó la nave los pasajeros al unísono se aferraron a las líneas de madera que sobresalían. Los niños y el joven no parecían estar acostumbrados al bamboleo de la navegación y menos en una nave tan veloz y pequeña. El viaje estuvo tranquilo hasta que llegaron a la zona de turbulencia ubicada en el canal de navegación, que es la ruta por donde pasan los barcos de gran calado que transportan crudo provenientes de los terminales de las compañías Maraven, Meneven y Lagoven.

          Transcurrida una hora del viaje en bote llegaron a las riberas de La Rita. El bote fue amarrado a un pequeño muelle con loza y pilotes construido de concreto armado. La playa, también privada, daba a una gran casa de platabanda, pintada toda de celeste con detalles blancos. El joven y el capitán se ocuparon de descargar la mercancía y llevarla hacia un depósito ubicado en el fondo de la casa. Con el tiempo el joven se enteraría que esa era la ruta que por años tenían los contrabandistas de whisky, cigarrillo y queso de La Rita.

           El joven observó que el guajiro capitán llevó una porción de la carga hacia la parte trasera de una pequeña camioneta Ford. El guajiro le indicó que lo acompañara en la parte delantera del vehículo, mientras que a los otros tres pasajeros los dejó en el cojín trasero. Partieron siendo más del medio día, se fueron bordeando la costa pasando por Puerto Escondido y El Mene. Al llegar a Cabimas el chofer se enteró que la Avenida Intercomunal había sido tomada por las comunidades y habían colocado barricadas a lo largo de la vía. La única forma de desplazarse era ir por la carretera Lara–Zulia, con el riesgo que eso implicaba. El experimentado chofer se adentró cortando camino a través del laberinto de las barriadas; serpenteando polvorosos caminos fueron avanzando hacia su destino.

          Ya en confianza, después de la larga travesía, el joven le comenta al guajiro.

          -       Disculpe maestro… una pregunta… ¿esos muchachos son sus hijos?

        -       No mijo… esos son los tachones de mi tío. Yo soy el palabrero que transó el matrimonio entre la niñita y el dueño de una hacienda en Mene Grande – contesta el guajiro en fresco y entendible maracucho.

          -       ¿Y los niños? – pregunta de nuevo el joven bachiller. 

       -       Ah… los otros dos tachones vienen en el paquete, porque su madre murió el año pasado y ellos no quieren estar con su papá porque está muy viejo, ya él está para que lo cuiden; ellos prefieren estar con su hermanita. Ya estamos contra reloj, teníamos que haberlos traído hace dos semanas, pero se complicaron las cosas. El esposo ya canceló las dotes y todavía no ha visto a la novia, ni a los niños; que ya tenían que estar trabajando para él, cuidando el ganado, ordeñando y sembrando la tierra.

          El joven quedó pasmado al pensar en el destino que le esperaba a esas tres criaturas. Después de un rato de viaje, el guajiro comenzó a introducirse por un unos intrincados e inhóspitos caminos de singular simetría, donde cada carretera semiasfaltada estaba identificada con pequeños rótulos con números y letras. El hombre diestro comentó que esos eran los caminos que llevaban hacia los pozos o a estaciones de flujo de las compañías petroleras, eran poco conocidos ya que únicamente eran usados para esas actividades y no había localidades cercanas. Esas vías le permitieron al chofer dejar al joven muy cerca de su destino. Al bajarse el joven preguntó.

          -       ¿Cuánto le debo amigo?

         -       Nada… fue un placer para nosotros – le contestó el conductor sonriendo. Los niños también sonrieron ante el joven.

          El guajiro se bajó de la camioneta, se dirigió a la parte trasera, y metió la mano en una de las cajas de donde sacó una pelota roja que obsequió al estudiante; se trataba de un queso “gouda”. El joven llegó a su casa contando emocionado la gran aventura vivida ese infausto día y mostrando con orgullo su regalo.

 

04-03-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.

 

Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...