Por Humberto Frontado
El Joven estudiante universitario había
salido temprano desde la ciudad de Lagunillas en los buses de la Universidad
del Zulia. Tenía que levantarse desde las cinco de la mañana, luego recorrer un
largo camino hasta llegar a la vía principal y esperar, con otro grupo de
estudiantes, la llegada del bus que provenía de Bachaquero. Por suerte ese día venían
pocos ocupantes y pudo conseguir asiento; en muchas ocasiones había tenido que
ir parado durante la travesía de casi una hora. El autobús se iba llenando a
medida que pasaba por las diferentes localidades de la ruta, en especial Ciudad
Ojeda y Tía Juana hasta llegar a R-5. A partir de allí la unidad se iba directo
hasta Maracaibo, sin tomar más pasajeros; otras unidades se encargaban de llevar
al resto de estudiantes pertenecientes a Cabimas.
En las inmediaciones de la Ciudad
Universitaria el bus empezó a hacer sus acostumbradas paradas en las facultades
de Medicina, Ingeniería y Humanidades. Ese aciago día el joven estudiante de ingeniería
se fue directo a los salones de clase, ya que el tiempo de viaje se extendió por
retrasos ocurridos en las paradas. A mitad de la hora de clases escuchó un gran
alboroto que venía desde las afueras de la instalaciones de la facultad. Escuchaba
voces y gritos que entonaban algunas consignas. El profesor detuvo la clase
considerando que el alumnado estaba distraído por la impresionante bulla que provenía
del exterior de las instalaciones. Los estudiantes se fueron hacia la salida de
la facultad, allí se enteraron que en ese momento se estaba llevando a cabo un
golpe de estado en el país y las clases habían sido suspendidas hasta nuevo
aviso. La guardia nacional se había desplazado a ocupar sitios estratégicos en
todos los estados, haciendo cumplir el reciente decreto de suspensión de garantías.
Lo primero que pensó el joven fue en
apresurarse a ir al estacionamiento de los buses en el sector universitario de Grano
de Oro y tomar el bus que lo llevaría de regreso a Lagunillas. Salió a la
avenida para tomar el autobús o carrito porpuestos que lo trasladara al antiguo
aeropuerto de Maracaibo. Después de esperar un buen rato se dio cuenta que las
rutas de transporte habían suspendido el servicio. El muchacho se unió a otros
más y comenzaron a pedir cola que los acercara al viejo aeródromo. Lograron moverse
un tramo montados en un destartalado camión que manejaba un viejo samaritano.
Cuando arribaron al gran estacionamiento se encontraron con una gran congregación
de estudiantes exigiendo se les ayudara regresar a sus destinos. Todas las
unidades permanecían resguardadas ante la orden estricta de suspensión de salida.
El joven y otros cuatros compañeros
lagunilleros se quedaron pasmados viéndose las caras hasta que a uno se le ocurrió
que podía llamar a un amigo chofer de un porpuestos para ver si los llevaba,
por lo menos hasta Cabimas o algún sitio cercano a su casa. Caminaron hacia las
afueras del estacionamiento donde llegaron hasta un desvencijado teléfono público.
El bachiller llamó a su amigo y le contó sobre los pormenores. La repuesta del
taxista fue: “el puente sobre el lago estaba cerrado y la única manera que veía
para movilizarse hacia la Costa Oriental era tomar desde San Francisco una
lancha que lo llevara hasta La Rita”. Viendo la peligrosidad de aquella
aventura los cuatro compañeros del joven declinaron su intención de trasladarse
ese día a su casa. Dos encontraron acomodo con familiares y los otros dos en
las residencias de compañeros de estudio. El joven lagunillense se vió abandonado,
pero pensó en el tiempo que iba a estar del timbo al tambo mientras buscaba
donde quedarse, sin saber cuánto se podía prolongar el problema. Sin pensarlo
mucho le pidió al amigo que le dijera al chófer que lo buscara para ir a San Francisco.
Camino a su destino el conductor iba con el radio a todo volumen, mientras le contaba con detalle todo lo sucedido hasta el momento; el joven sólo movía la cabeza sin escuchar nada, lo invadía la preocupación de cómo iba a pagar el periplo que se avecinaba. Tenía en su bolsillo lo que le habían dado para pasar el día y en la mochila tres cuadernos Cacique a medio andar y una calculadora de las sencillas. Al llegar al lugar señalado el chofer se metió por unas calles de tierra hasta llegar a una playa privada donde había una pequeña casa; llamó con un silbido y salió una vieja señora con una coloreada y vaporosa manta guajira, después de saludarla el señor del porpuestos le preguntó.
- ¿Está el chino?
- ¡No!… pero está por llegar – contestó la señora en un castellano todo machucado.
El benevolente chofer dió unas instrucciones
al estudiante, cobró su servicio y se marchó. Después de esperar casi dos horas
apareció un vehículo del tipo “chirrinchera guajira” con varias personas. El
muchacho, que esperaba impaciente en el fondo de la casa sentado en una curtida
silla de mimbre, observó que hacia el muelle caminaban un señor achinado ensombrerado,
con una niña y dos muchachos. El señor entró con unos paquetes y
saludó moviendo la cabeza, los dos niños lo ayudaron a bajar varias cajas de la
chirrinchera y las llevaron hacia el fondo de la casa. Luego de hablar con la
guajira, el señor se dirigió al joven bachiller y se presentó. Le dijo que lo
llevaría hasta La Rita después de hacer unas llamadas.
Al regresar le hizo unas señas al joven
para que lo acompañara, pasó por un lado de la casa y con un chiflido llamó a
los tres chiquillos y caminaron hasta la playa donde estaba una lancha atada a
un pequeño muelle de madera. El bote estaba cargado con cajas, cubiertas por
una gruesa lona para evitar que se mojaran.
El capitán tomó el mando del motor y
ordenó a los cuatro pasajeros se sentarán en la parte delantera de la nave. Uno
de los chicos desató el amarre y de un salto ocupó nuevamente su lugar. Una vez
se movilizó la nave los pasajeros al unísono se aferraron a las líneas de
madera que sobresalían. Los niños y el joven no parecían estar acostumbrados al
bamboleo de la navegación y menos en una nave tan veloz y pequeña. El viaje
estuvo tranquilo hasta que llegaron a la zona de turbulencia ubicada en el
canal de navegación, que es la ruta por donde pasan los barcos de gran calado
que transportan crudo provenientes de los terminales de las compañías Maraven,
Meneven y Lagoven.
Transcurrida una hora del viaje en
bote llegaron a las riberas de La Rita. El bote fue amarrado a un pequeño
muelle con loza y pilotes construido de concreto armado. La playa, también privada,
daba a una gran casa de platabanda, pintada toda de celeste con detalles
blancos. El joven y el capitán se ocuparon de descargar la mercancía y llevarla
hacia un depósito ubicado en el fondo de la casa. Con el tiempo el joven se enteraría
que esa era la ruta que por años tenían los contrabandistas de whisky, cigarrillo
y queso de La Rita.
El joven observó que el guajiro capitán
llevó una porción de la carga hacia la parte trasera de una pequeña camioneta Ford.
El guajiro le indicó que lo acompañara en la parte delantera del vehículo, mientras
que a los otros tres pasajeros los dejó en el cojín trasero. Partieron siendo más
del medio día, se fueron bordeando la costa pasando por Puerto Escondido y El
Mene. Al llegar a Cabimas el chofer se enteró que la Avenida Intercomunal había
sido tomada por las comunidades y habían colocado barricadas a lo largo de la vía.
La única forma de desplazarse era ir por la carretera Lara–Zulia, con el riesgo
que eso implicaba. El experimentado chofer se adentró cortando camino a través del
laberinto de las barriadas; serpenteando polvorosos caminos fueron avanzando
hacia su destino.
Ya en confianza, después de la larga travesía, el joven le comenta al guajiro.
- Disculpe maestro… una pregunta… ¿esos muchachos son sus hijos?
- No mijo… esos son los tachones de mi tío. Yo soy el palabrero que transó el matrimonio entre la niñita y el dueño de una hacienda en Mene Grande – contesta el guajiro en fresco y entendible maracucho.
- ¿Y los niños? – pregunta de nuevo el joven bachiller.
- Ah… los otros dos tachones vienen en el paquete, porque su madre murió el año pasado y ellos no quieren estar con su papá porque está muy viejo, ya él está para que lo cuiden; ellos prefieren estar con su hermanita. Ya estamos contra reloj, teníamos que haberlos traído hace dos semanas, pero se complicaron las cosas. El esposo ya canceló las dotes y todavía no ha visto a la novia, ni a los niños; que ya tenían que estar trabajando para él, cuidando el ganado, ordeñando y sembrando la tierra.
El joven quedó pasmado al pensar en el destino que le esperaba a esas tres criaturas. Después de un rato de viaje, el guajiro comenzó a introducirse por un unos intrincados e inhóspitos caminos de singular simetría, donde cada carretera semiasfaltada estaba identificada con pequeños rótulos con números y letras. El hombre diestro comentó que esos eran los caminos que llevaban hacia los pozos o a estaciones de flujo de las compañías petroleras, eran poco conocidos ya que únicamente eran usados para esas actividades y no había localidades cercanas. Esas vías le permitieron al chofer dejar al joven muy cerca de su destino. Al bajarse el joven preguntó.
- ¿Cuánto le debo amigo?
- Nada… fue un placer para nosotros – le contestó el conductor sonriendo. Los niños también sonrieron ante el joven.
El guajiro se bajó de la camioneta,
se dirigió a la parte trasera, y metió la mano en una de las cajas de donde sacó
una pelota roja que obsequió al estudiante; se trataba de un queso “gouda”. El
joven llegó a su casa contando emocionado la gran aventura vivida ese infausto día
y mostrando con orgullo su regalo.
04-03-2022
Corrector de estilo: Elizabeth
Sánchez.
Muy bueno e interesante, una vez más demostrado que Dios siempre te pone en el camino correcto, siempre hay un ángel que nos ayuda!!!
ResponderEliminarMuy acertada la historia de cada estudiante de la costa oriental del lago que se aventura a una carrera universitaria en Maracaibo el dia a dia parece una aventura como esta que describe tio! Me hizo recordar unas cuantas de mi carrera en la Facultad.
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