Por Humberto Frontado
Hace muchos tiempo atrás, casi
cuatro años después de aquel desagradable momento que opacó el ambiente del espectáculo
en Cabimas, cuando la gente indignada tomó la justicia en sus manos destrozando
e incendiando las instalaciones del Cine Internacional. El desastre lo originó
la insípida y corta actuación del Zorzal del tango, el señor Carlos Gardel. Se
dice que todo comenzó cuando el argentino, sin decir nada, abandonó el local después
de cantar solamente cuatro canciones. La gente se había quedado esperando,
pensando que el artista se extendería cantando todas esas melodías que tenía en
su amplio repertorio. Más tarde los espectadores se enteraron de la misteriosa
partida del tanguero y se desató el infierno que dejó el local hecho
cenizas.
La sala de espectáculos estuvo
cerrada por un largo período, preocupando a las personas de negocio quienes veían
una oportunidad para recuperar las instalaciones y el dinero perdido. En ese establecimiento
habían desfilado artistas de talla nacional e internacional; también se habían exhibido
algunas peleas de alto calibre en el ranking nacional. Para esa época Cabimas
contaba con más de diez mil habitantes, lo cual la colocaba en una posición
privilegiada en el negocio del espectáculo para los empresarios. El objetivo
para el momento era recuperar el prestigio artístico que había tenido la ciudad,
así como las actividades que entretenían a la población.
El edificio en ruinas fue
remodelado y equipado por un consorcio maracucho. Le dieron por nombre Teatro
Cabimas. El dueño del remozado local quería iniciar los espectáculos con uno que
fuera económico y muy divertido; que lograra atraer la atención del cabimero, se
recuperaran las presentaciones con clase y aprovechar también ese momento para
presentar el programa de entretenimientos que tenía planificado para los
próximos meses.
El empresario había estado indagado
con sus amigos y buscaba ansioso algo que fuera llamativo para la población. Un
día mientras almorzaba sintonizó Ondas del Lago, la emisora predilecta de los
maracuchos y escuchó a Don Armando Molero hablar de los dos afamados embusteros
que estaban dando quehacer en Maracaibo, se trataba de Roñoquero y Mamblea; se
habían presentado en la emisora en el programa anterior y habían hecho reír con
sus locuras a toda la audiencia.
Al finalizar su comida el hombre de negocios se levantó lentamente de su asiento y apagó el radio. Se quedó un rato pensando y se dijo.
- ¿y por qué no podemos tener lo mismo en esta prospera ciudad? Buscaré el equivalente cabimero de esos dos personajes maracuchos.
Estuvo toda esa tarde averiguando cómo lograr su objetivo hasta que al fin apareció la idea en su convulsionada cabeza.
- Montaré un espectáculo tipo encuentro boxístico, en un ring con su campana. En vez de boxeadores pelearan los cuentacuentos, el mejor lo preparamos para llevarlo a Maracaibo y ponerlo a pelear contra Roñoquero y Mamblea.
Inmediatamente el ocurrente empresario
se fue a la corresponsalía de Panorama en la ciudad y pagó por un aviso, en el
que invitaba a todas las personas con dotes de cómico, cuentacuentos, chistoso y
embustero de la ciudad a presentarse en las instalaciones del nuevo teatro Cabimas.
El día pautado para la entrevista, una hora antes, había una larga cola de
gente frente al anfiteatro, muchos de ellos muy conocidos en el largo trajinar diario
en las calles más transitadas de la ciudad. Había comerciantes, buhoneros y
hasta locos, para el momento todos se veían poseídos por el dios Dionisio. Después
de un riguroso filtrado quedaron cumpliendo los requisitos sólo ocho personas. Reunieron
a los seleccionados y les explicaron todas las pautas del espectáculo.
Después de un sorteo previo, los
ochos cuentacuentos se batirían uno a uno contando sus cuentos y embustes hasta
que el jurado determinara el ganador. Cada uno tendría tres minutos para contar
su chiste. Los encuentros serían en un escenario boxístico, en cuatro peleas. Los
ganadores de la primera y segunda disputa se enfrentarían, así mismo los
triunfadores de la tercera y cuarta; por último, se medirían los dos finalistas
por el título de campeón. El victorioso se enfrentaría a futuro con el mejor de
Maracaibo donde estarían los favoritos Roñoquero y Mamblea. Para los chistologos
que quedaran eliminados habría un premio de consolación de cinco bolívares y
para el ganador una bolsa con veinte bolívares y dos entradas para el próximo evento
que se realizara en el teatro.
El entretenimiento se pautó para la siguiente semana en función vespertina, se logró un llenado total del teatro. Se inició el espectáculo con la actuación de la banda de músicos de la ciudad e inmediatamente comenzó el encuentro esperado. Una ensordecedora campana indicó el comienzo del programa boxístico. El anunciante le dió más emoción al encuentro al presentar a los luchadores con nombre, apodo y lugar de origen. Desde la primera pelea se notó la picardía de los contrincantes al llevar barras de apoyo para que les aplaudieran y así influir en la decisión de los jueces. Se fueron dando una a una las pugnas, se escuchó todo tipo de relatos, chistes y mitos impresionantes nacidos en esta prodigiosa tierra preñada de cultura ancestral. El gran desenlace se llevó a cabo entre Tierra Negra y Punta Icotea, se cerró el espectáculo con el triunfo, por nocaut técnico, de José el tierronegrense cuando echó su cuento: ¿Y los Perros?
- En mi casa había dos perros que los crió mi papá, ellos desde chiquitos siempre se estaban peleando. Ya grande los cachorros se odiaban a muerte y mi padre decidió amarrarlos y mantenerlos separados. Una noche uno de los perros se logró soltar y se abalanzó hacia el otro con toda su furia, mordiscos iban y dentelladas venían. Con tanto ruido me desperté y fui a ver lo que pasaba, cuando vi aquel altercado traté de apartarlos y no pude, sólo me quedó soltar al otro para que la pelea fuera pareja y me fui a dormir. Temprano en la mañana me desperté con el recuerdo de los dos perros, pero había un raro silencio. Al agudizar el oído escuché como si alguien golpeaba dos palitos. Sali rápido al patio y no logré ver a los perros, caminé hacia uno de los rincones y vi algo raro: eran dos pedazos de rabos jamaqueandose. “Los dos perros se habían tragado entre sí y sólo quedaban los rabos” … los vecinos decían que eso era obra del diablo.
27-02-2022
Correctora de estilo:
Elizabeth Sánchez.
Fuente consultada: El
Blog Crónicas de Cabimas de Rafael Rangel
Que interesante cosas que yo no sabia.
ResponderEliminarGracias
En maracaibo escuche el cuento de Candanga afamado limpiador de zapatos a la gente que asistía a echarse las cervezas debajo de una gran mata guasimo , habia un local con sillas y bancas pero mis primos les gustaba debajo e la mata y adoptaron como compañero de farras el traia las cervezas y por supuesto la suya , nos contó que boxeador , y nos daba demostración de filigranas , y una vez lo contrataron a bóxer en Cabimas el hormiguita era el nombre de guerra del cabimero , Candanga se decía esto es pan comio , pero al subir el rango y ver llegar aquella mole cuyos brazos pasaban las rodillas , y quien ganó Candanga , no pelee sali huyendo del rin , ese coño no era una hormiguita era un bachata hermano , para reforzarte tu cuento humberto , saludos y gracias por alegrarnos los domingos
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