domingo, 26 de septiembre de 2021

LA MASCOTA DE ABDÓN

Por Humberto Frontado


           Era una mañana de hermoso esplendor de luces y de múltiples aromas que emanan de la tierra mojada, las maracas de yaque caídas y otras aún en la mata, agradecida por la garúa caída que se anticipó al amanecer. Sumidos en una cordial conversación platónica estaba una pareja de chulingas que, aprovechando la frescura del momento, se acariciaban y apechugaban. La aparición impertinente de dos descarnados muchachos rompe aquel idílico romance.

            Venían caminando buscando con la vista pichigüeyes que la humedad del rocío había hecho brotar. Toda una exquisitez aquellas diminutas zanahorias hinchadas de gustosos y ardientes colores que se desplazan desde un pálido rosado hasta un intenso y brillante púrpura magentoso; colores que de seguro envidiaría tener cualquier pintor en su obscena paleta. Los inquietos y bullangueros muchachos además de hurgar los punzantes melones de monte tiraban piedras a todo lo que se movía, haciendo un gran alboroto por toda la sinuosa cadena cerrosa cubierta de retamas, cardones y tunas. De pronto se detiene el más inquieto de los excursionistas e hizo una aguda inspección a un extraño montículo que había en la parte alta de una grieta, a un costado del cerro de donde sobresalía un tronco seco de un centenario yaque.

            El acucioso chico se dirigió directo y cauteloso hacia el lugar, ungido con la picardía que le proveía su experiencia. Estaba presto por si salía un zarpazo de algún malhumorado cascabel, siempre buscan camuflarse en esos espacios. Se fue acercando, mirando fijo el curioso sitio para detectar el menor movimiento. Hasta que detalló en el medio del hueco del tronco una pequeña bola amarilla. Con una pequeña rama tocó aquella esfera y notó que de pronto se movió expeliendo a presión un chorro de algo putrefacto. El bellaco muchacho reculó como un resorte y esquivó aquel chirrete acuoso, el compinche notó lo sucedido y burlándose se echó a reír.

            Siguió moviendo insistente con la varilla aquella bola de pelusa amarillo hasta que se dieron cuenta que era un pequeño e indefenso pichón de alguna ave del lugar. El mayor de los muchachos sacó la cría del interior del tronco con sus manos y ambos se dirigieron raudos al pueblo para dar a conocer su descubrimiento. Después de bajar los cerros tomaron una calle y caminaron presurosos para llevarse a casa la criatura y cuidarlo. A mitad del camino estaba un hombre sentado en una silla recostada a la calichada pared de su casa con un pocillo de café. Después de tomarse un sorbo del caliente guarapo el hombre ve con extrañeza la rara entradade los dos niños y les llama la atención diciéndoles.

          -       ¡Hey!... que hacen… ¿qué traen allí?

           Los dos muchachos que ya conocían aquel hombre, por su benevolencia en hacerles volantines y juguetes de madera, decidieron acercarse a él y contarle lo sucedido. Después de observar lo que traían entre sus manos el viejo les dice.

       -       Mijos… les voy a decir una cosa, ese pichón de no sé qué, está muy pequeño y delicado, si se lo llevan a su casa y no lo atienden bien se les va a morir en unos días.

          Los dos muchachos se miraron entre sí y con cara de incertidumbre quedaron en silencio. El señor interpretó de inmediato aquel mutis y les dice.

         -       ¡Vamos a hacer una cosa!… denme acá el bendito polluelo, yo me hago cargo de cuidarlo… ustedes pueden venir a visitarlo cuando quieran… si no estoy aquí le dicen a Tarita que los deje pasar.

          A partir de ese día el oficioso hombre, como solían decirle los vecinos, tomó aquel pichón de pájaro y se lo llevó al patio donde le ubicó un sitio debajo de un frondoso guayacán. Tomó un cajón de madera que había fabricado años atrás con su amigo y asesor en carpintería, el también compositor y músico Rafael González; esa caja era un invento que serviría para tomar fotografías. Abdón muy ingenioso y diestro en las manualidades estaba en el camino de emular, sin conocerlo, al francés George Méliès uno de los creadores del cine. Lamentablemente, por falta de recursos y materiales, desistió de su proyecto.  Su aguda perspicacia lo encaminó a sacarle al oscuro cajón un uso práctico y rápido con la llegada de su nuevo y peludo amigo. La cabina tenía una abertura frontal que servía de entrada.

          Antes de introducir el pequeño animal a su nuevo aposento Abdón buscó con su hermana Genara un poco de “agua e´mai” que luego espesó con un poco de masa para las arepas. Esa mazamorra sería el primer bocao que recibiría el polluelo, de quien sería su padre putativo. En primera instancia el polluelo miró, como gallina que ve sal, aquello que tenía en frente a su pico y empezó a mover la cabeza de lado a lado, como los muñequitos que colocan en el tablero de los carros por puestos. Después de varios intentos de prueba, el pajarraco se decidió y comenzó sin pausa a darle finiquito a lo que tenía aquel carapelado plato de peltre. Así, el animalito comenzó a ajustar sus hábitos alimenticios; ya no eran las exquisitez que le ofrecían sus padres biológicos del menjurje regurgitado de toda clase de proteínas recolectadas.

          En poco tiempo el pichón empezó a desprenderse de aquel peludo abrigo amarillo para dar paso a un pequeño plumaje grisáceo. Comenzó también a estirarse, la cabeza desproporcionada con su cuerpo de largo cogote y patas. A medida que transcurría el tiempo el emplumado pájaro se estiró paulatinamente, la cabeza se mantuvo rapada como el cuello, pero el color de su plumaje cambio rápidamente a un negro azabache brillante e intenso. Ese color confirmó la sospecha que tenía desde hacía unas semanas su padre, apostaba a que su querido hijo adoptado era descendiente de guaraguaos, pero ya era demasiado tarde; el sensitivo hombre se había encariñado con el negro pajarraco, que luego bautizó con el nombre de Atajua. 

          La caja que le servía de casa le quedó pequeña, él mismo tomó la decisión de agarrar como lugar de descanso una de las gruesas ramas del callado árbol. Con el pasar del tiempo el adolescente pájaro se acostumbró a escuchar un singular chiflido que le avisaba que estaba lista su comida. Salía agitando alegre las alas esperando el bastimento que le traía su custodio. Para ese tiempo el negro emplumado ya no comía los restos que quedaban en la cocina, tenía su plato aparte en el zaguán donde deglutía en un momento su arepa con pescado como se lo pusieran; aunque prefería si era guisado, en especial si era sapo, bailaba alrededor del plato dando saltos de alegría; si había sancocho la verdura que le apasionaba era la auyama. De vez en cuando su padre lo dejaba estar a su lado en el comedor, colocándole el plato en el suelo con su ración. De postre lo que más le gustaba era el triturado de coco con papelón rayado. Para el calor la señora Tarita le hacía pocicles, especialmente de guanábana que era su sabor preferido.

          Ya grande y desarrollado aquel feo animal andaba por toda la casa detrás de la gente, buscando atención como si fuera un perro faldero. Para donde se movía el padre seguro iba como un pingüino de lado a lado, lo acompañaba a tomarse su pocillo de guarapo caliente.

          Una cálida mañana está el joven buitre montado en el asoleadero abriendo sus alas y tomando un baño de sol, cuando se dejó venir del cielo en picada un zamuro que lo estaba oteando desde arriba y se posó después de trastabillar un poco encima de la tapia muy cerca de su paisano. Al recoger sus alas en su lenguaje le dice.

          -       ¡Hey tú! ¿Qué haces ahí?

           Atajua extrañado y un poco confundido se dió cuenta que podía entender por su naturaleza aquel extraño dialecto y contestó.

          -       ¡Aquí!… tomando un poco de sol.

         -       ¿y cómo te llamas?… si se puede saber – pregunta incisivo y desconfiado el extraño zopilote.

          -       ¡me llamo Atajua!

          -       ¡Miaarma! y quien te puso ese raro nombre – preguntó casi sonriendo el visitante.

          -       Mi padre - contestó secamente y molesto el joven alado.

          -       Seguramente debe estar volando cerca de aquí – comentó el extraño.

          -       ¿Y tú como te llamas? – se atrevió a preguntar el tímido joven.

          -       Me llamo Perla Negra Primera… porque soy la mayor de tres hermanas.

          Cuando escuchó la palabra hermana Atajua sintió algo que lo estremeció, quedó absorto y empezó a echar memoria de una gran cantidad de preguntas que se había hecho desde hacía tiempo y no había podido despejarlas. Los dos emplumados pajarracos continuaron conversando por un rato más hasta que la extraña visitante vió que se le había hecho tarde, se despidió rauda y emprendió su vuelo rápidamente. Atajua quedó impactado por aquel encuentro y se acostó pensando fijamente en aquella perla alada.

          Al siguiente día el joven guaraguao entró en la casa muy lleno de energía y aleteando, buscando dar la noticia de aquel encuentro a su progenitor pero éste había salido; según escuchó a su tía Tarita había partido en la madrugada en un largo viaje hacia Caracas para una presentación folclórica. Tarita lo vió animado y le dió una ración de arepa pelá amasada con chicharrón. Después de comer el animal salió aleteando, casi volando y se posó en el asoleadero mirando al cielo de lado a lado por casi una hora, hasta el punto que le dolía el pelado cogote de tanto estiramiento y rotación. De pronto observó un punto negro en el claro cielo que venía desde el este a toda velocidad hacia él, era ella. Con más puntería y equilibrio que el día anterior se posó de una vez en la pared exclamando coqueta.

          -       Buenas tardes Atajua.

-       El joven pajarraco todo atribulado y casi tartamudeando le contestó.

               -       Bu… bu… buenas.

              -       Vine hoy a verte porque quiero hacerte una pregunta… ¿tú sabes volar? – pregunta capciosa Perla Negra.

               -       Como lo haces tu… no – respondió apenado el emplumado mozalbete.

            -       Bueno ven conmigo que te voy a enseñar… primero coje impulso saltando y sube a la tapia.

           Atajua animado por lo que le pedía su esbelta amiga se envalentono y saltó desde las láminas de zinc del asoleadero con un aleteo medio exagerado por los nervios. Ya encima de la tapia la atrevida zamura se le acerca y le susurró largamente al oído. A la cuenta de tres ambos plumiferos saltaron al unísono y rápidamente ganaron altura pasando por encima de la casa, a medida que transcurría el tiempo las dos aves se empequeñecían a la mirada. Esa fue la última vez que se supo de la vida de Atajua.

           Abdón después de llegar orgulloso de su viaje a la Capital se encontró con la sorprendente partida de su pequeña criatura. A partir de allí el dolido hombre entró en una crisis depresiva y se encerró en un profundo desencanto y despecho; no aceptaba que su muchacho se hubiese marchado sin despedirse siquiera. En las tardes recostado a la blanquecina pared después de escurrirse el pocillo de café tomaba su fiel guitarra y comenzaba, como era su costumbre, con el dilatado ritual de afinamiento del instrumento; después de un rato de silencio entonaba su triste canción.

 

 I
Atajua malayo hijo mío
que de mi mano comiste
sin ver pa´tras te fuiste
como un vil malagradecido
que regreses a mi ansío
y a dios pido te arrepientas
las horas sin ti van lentas
me pregunto porque te has ido
 
   II
Si tu partida fue por amor
espero ella sea una buena zamura
que la cubra gran hermosura
y te cocine como yo lo hice
con mucho gusto y sabor
y te colme de inmenso cariño
o te malcríe como a un niño
y que te quiera como yo te quise
 
  III
No voy a esperar que regreses
porque esto es cosa del destino
tenerte conmigo fue un desatino
y debí pensar que esto pasaría
que seas amado con creces
y te deseo mucha felicidad
para que desaparezca mi ansiedad
y regrese con tus recuerdos mi alegría
 
 IV
De seguro has probado una cosa
que aquí en mi casa no había
eso sólo dios lo sabía
y fue tanta dedicación pa´ na’
para que la perla guenamoza
te arrastrara a la negra sipa
pero zamuro con mucha tripa
se enreda y no come na´

 

Venezuela, Cabimas, 25-09-2021.

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

Fuentes de información: Ángel Guevara; Rangel del Valle Salazar Rojas (El Rumor del Piache : Abdón Lozada).   

domingo, 19 de septiembre de 2021

EL DAGUERROTIPO INSPIRADOR

Por Humberto Frontado 



           En la década de los 80’s se dió un evento en la ciudad de Cabimas que luego se proyectó a nivel mundial. Había nacido una estrella que deslumbraba a cántaros con su musa e inspiración. Logró resurgir la cenicienta ciudad de Cabimas, que para el momento era la cuna de un gran e insigne pintor. Todo comenzó en una exposición colectiva regional donde logró ganar el primer premio y muchos elogios. El trabajo realizado fue llevado a otras exposiciones a nivel estadal e igualmente arrasó con todos los premios.

           Se fue a Caracas apoyado por un grupo de amigos que lo aconsejaron, también alcanzó grandes triunfos al punto de ponerse a trabajar por unos meses para acumular una buena cantidad de obras y exponerlas individualmente, el éxito obtenido lo catapultó. Logró vender todas sus obras a un coleccionista Francés, quien más tarde lo invitó a participar en la Bienal de Venecia. Fue entrevistado por una cadena televisiva y entre las preguntas que le hicieron estaba la de cómo encontraba inspiración para lograr aquellas exuberantes y hermosas obras. El joven Cabimero contestó.

-        Mi obra es el resultado de una mezcla de colores que tienen el objetivo intrínseco de transmitir todo lo que yo y mi entorno particular enuncian. Es cuando aflora el sudor del trabajo, el profundo ahogo del descontento que a veces invade mi mente y mi alma. Es el sobresalto y la alegría de encontrar lo que se ansía. Es la increíble emanación de energía que se convierte en una cantidad inmensa de sensaciones que luego trasciende en expresión. Insisto en que lo más importante y glorioso para un exponente del arte es que el espectador, estando frente a una obra, se conecte con toda esa majestuosidad de expresión con la que el artista se ha embadurnado. Está obligado a concentrarse al máximo para intentar desentrañar e interpretar su mensaje, es posible que a veces encuentre respuestas desconcertantes, en el buen sentido de la palabra.

          Aquellas declaraciones dadas por el afamado pintor recorrieron el ámbito artístico ipso facto haciendo tambalear viejos esquemas, tendencias y estilos que pedía a gritos cambios sustanciales. Fue tan abrumadora aquella declaración que los medios críticos comenzaron a comentar que se estaba gestando una nueva corriente, un nuevo movimiento plástico denominándolo “abstrasurreaipreclectisismo”. Muchos coincidían que era una mezcla del surrealismo “MiróDaliciano”, de un impresionismo “RenoirMoManetismo” y un abstracticismo “KandiPollockista”

           Uno de los afamados críticos llegó a definir su obra como: “una creación abstracta circunscrita en un surrealismo invadido por fortuitos trazos toscos, de coloridas pinceladas sinuosas untadas de un impresionismo que conlleva un momento de intensa luz; más allá de las formas que subyacen en éstas, extendidas en un enmarcado eclecticismo imperioso”.

          Después de tres años de extenuante gira y estadía por toda Europa exponiendo sus obras en afamados museos y galerías, el joven artista decide regresar a su tierra. Estuvo dos días en su casa en Cabimas descansando y sin atender a nadie. Una mañana temprano se acicaló y vistió para ir a visitar a su vieja madre que lo estaba esperando ansiosa, ya que tenía meses que no sabía nada de su muchacho. Al llegar a casa vió que ella lo aguardaba en la sala, observando uno de sus cuadros hecho en su adolescencia. El connotado pintor saluda a su madre pidiendo la bendición con un caluroso abrazo y un beso. La mujer con lágrimas en sus ojos le bendice. Después de un rato de amena conversación la matrona preguntó a su hijo.

-        Mijo, he oído que sigues pintando tus garabatos.

-        Si madre, ahora más que nunca y todo gracias a usted… he encontrado por fin lo que siempre había querido, ahora reconocen mis garabatos en todo el mundo.

-     ¡Ve pues!… quien lo iba a creer, y cómo hiciste para lograr eso – pregunta orgullosa y emocionada la vieja.

-        Mamá, todo eso lo logré leyendo e investigando sobre los artistas más famosos y sus obras, también preparé y me aprendí de memoria un parlamento lleno de pomposas palabras que no dicen nada, pero suenan bonitas, interesantes e impactantes. Está repleto de una cantidad de cosas incongruentes y sin sentido pero que logran captar la atención de gente importante en todo el mundo. En especial los críticos de arte y la gente que comercializa con él. Mamá te voy a contar un secreto…en verdad todo esto lo he logrado viendo “El Daguerrotipo Inspirador”.

-        ¡Miarma!... ¿y esa vaina qué es muchacho? – preguntó sorprendida la mujer.

-        Mamá, el susodicho Daguerrotipo del cual te hablo son todas las baldosas o granitos en los pisos, las paredes manchadas y desconchadas de las casas y edificios, el asfalto en las carreteras, etc. En todos existe un extenso e inagotable reservorio de trazos, relieves y formas; son un cúmulo de códigos y algoritmos que he logrado descifrar en intensidad y colores que me inspiran para luego trasladarlos en detalles al lienzo; les doy un nombre deslumbrante y… voilà … vienen las polillas atraídas por la luz.

 

 14-09-2021

Corrector de Estilo: Elizabeth Sánchez

EL HOMBRE DEL SACO

(INTROITUS MENTALES)

Por Humberto Frontado


            Hace muchos años atrás, entre finales del siglo XIX e inicios del XX en la España aldeana, se dieron dos aberrantes hechos: el primero protagonizado por Juan Díaz de Garayo un asesino serial, catalogado así luego por la CSI USA, quien dió muerte a media docena de mujeres, varias de ellas prostitutas. Años más tarde apareció Francisco Leona acompañado de tres personas más y asesinaron a un niño por cuestiones de brujería.  Esos dos malvados criminales con sus historias fueron convertidos en leyendas por los pobladores, llamándolos los sacamantecas. Lo cierto es que a partir de allí y aprovechando las macabras historias ocurridas, alguien más maquiavélico que los propios Juancho y Pancho se le ocurrió una brillante idea para mantener a los chicos controlados. Creó el mito de un hombre misántropo, huraño y misterioso que se llevaba a los niños desobedientes, metiéndolos en un saco que traía en sus hombros, los arrastraba a una cueva que tenía cerca del lugar y los devoraba uno a uno.

           Esta fue la formula rápida y segura de mantener a los chicos quietos y a raya mientras los mayores hacían los quehaceres de la casa y del huerto. En las noches aparecía nuevamente para llevarse a los niños que no se acostaban temprano y hacían berrinches. Así continuó la historia del sacamantecas. Este relato se exportó tal cual a todos los países del nuevo mundo cambiando sólo el nombre de “El sacamantecas” por el de “El hombre del saco”, “El viejo del saco, “El coco”, “El Silbón”, “El viejo de la bolsa”, “El viejo del costal”, “El hombre de la bolsa”, etc.        

           Una vez contó un niño ya viejo que cuando vivía en los campos petroleros de Lagunillas los visitaba consuetudinariamente todos los sábados “El hombre del saco”. Ese bendito día ningún niño lograba salir de su casa, únicamente podían asomarse por la ventana para ver pasar aquel monstruoso ser. Vestía con harapos viejos, usaba un sombrero negro todo ruñido; su inolvidable rostro todo sucio lo cubría una larga barba oscura hecha greñas y sus dientes todos cariados. Los pequeños vivían aterrados ante su presencia, ese día sus conductas eran intachables y en la noche se iban a dormir temprano, después de ver en el televisor Sábado Sensacional.

            El hombre del saco visitaba el sector buscando bastimento. Apenas entraba en la calle comenzaban a ladrar los perros. El malvado hombre golpeaba y rastrillaba con un palo la pequeña cerca de ciclón azuzando y enfureciendo a los perros por puro placer. Se iba deteniendo en cada portón gritando le ayudaran con cualquier cosa. Un día la benevolente madre del chico al oír ladrar a los perros esperó al indigente en el portón y le obsequió una bolsa de plátanos del comisariato. Al hacer la entrega la doña notó la cara de descontento del viejo y se retiró disimuladamente, escondida entre las matas del jardín le siguió con la vista. El condenado hombre tiró el paquete de plátanos en la pipa de la basura de la casa vecina. La señora salió a la calle hecha una fiera gritándole a toda voz.

     - ¡Mira desgraciado!... mañana vienes otra vez a pedir comida… malagradecido…un buen palazo es lo que te voy a dar cuando te vea por aquí otra vez…desgraciado, malacostumbrado.

           La señora molesta y desconcertada sacó la bolsa de plátanos, sin dejar de observar al malayo hombre que caminaba presuroso hasta la salida de la calle. Esa fue la última vez que se vió al “Hombre del saco” por los predios de esa calle, que luego se hizo famosa y recibió el nombre de Broadway. Desde esa vez muchos de los niños del sector se dieron cuenta que el hombre del saco no era tan fiero como lo pintaban y lograron disipar algunos miedos.

          Con el tiempo ese folclórico personaje continua presente en las mentes de nuestros niños, porque aún persiste en los mayores la costumbre malaya de manipularles sus inocentes miedos. Ahora bien, el hombre del saco se hace más trascendente cuando logra cedernos a cada uno de nosotros su mugriento y rullido saco. Ahora somos nosotros al igual que él zaparrastroso sacamantecas tener a cuestas el bendito saco, pero ahora conteniendo de nuestros miedos. El tamaño del saco será proporcional a las perturbaciones emocionales que nos envuelven, en él se irán sedimentando todos esos miedos que la sociedad y nuestro entorno nos imponen y exacerban sistemáticamente.

            Hoy en día el saco, además de acumular nuestros miedos particulares también está abierto a recibir los miedos colectivos. Eso lo podemos comprobar cuando vemos una noticia a través de los medios de difusión disponibles, como el de hoy de moda: el whatsapp. Que si el calentamiento global, las guerras de todo tipo, poder, religión, con razón o sin ella, etc; las muertes inesperadas de nuestros seres queridos, a manos del hampa, falta de atención hospitalaria, covid-19. La crisis de inseguridad debido a la criminalidad desatada, muchas veces producto de la situación económica en el país. Toda esta maléfica información va nutriendo nuestro saco a cuestas.

            El miedo pandémico ofrendado por el Covid-19 que deambula por nuestra ciudad y va arrasando con quien sea, irrespetando a los que tienen y a los que no. El miedo de vivir en Cabimas que hoy se ve casi desocupada, llena de casas y edificios muertos, sin colores, desteñidos y escarapelados. El miedo con el que manejamos los malabares de nuestra economía particular, que nos han impuesto los políticos permanentes cual sea el bando. El miedo hacia el sistema judicial que nos desampara e inclina su maleable brazo hacia el que ofrezca más verde o tenga pedigrí mafioso.  El miedo que provoca el hecho impactante de tener la ciudad abarrotada de delincuentes que días atrás estaban presos, pero que de la noche a la mañana, por arte de magia y por obra y gracia del espíritu santo quedaron todos libres y despachados a la calle, según y que había exceso de huéspedes en las habitaciones del retén.

          Este espectáculo de dantesco terror que ha sido nuestro desde hace dos décadas, prácticamente nos ha petrificado para ser testigos mutis de ello; cada sociedad, al igual que cada familia tiene sus propias facetas de miedos ocultos. Tal es el caso impresionante del municipio Santa Rita (Zulia) donde el acrecentado miedo colectivo ha logrado desbordar el saco hasta más no poder en su población. Cuentan que en ese sector la gente huyó despavorida abandonando sus bienes y residencias por extorsión y amenaza de muerte. Han dejado sus negocios para mudarse a otras regiones y comenzar de nuevo.

          La Rita es un lugar, muy al estilo de los vaqueros de antes, ausente de ley y orden. La Guardia Nacional presente vive un miedo constante, han tenido que anular el tránsito principal de la vía y acuartelarse por temor a ser atacados, meses atrás hubo un ataque y robo al parque de armas y municiones donde secuestraron a un funcionario que luego mataron. Igual sucede con el cuerpo policial, aunque dicen las malas lenguas que ellos son hampones con chapas de agentes. Las estaciones de servicio son privilegios otorgados a los conectados a la gran mafia, no hay participación para los simples mortales; si te atreves estarías a expensas de que te den unos tiros o te roben el automóvil por haber ingresado a predios del exclusivo club.

          Internarse a las aguas del lago de Maracaibo está prohibido para quien tenga una lancha e intente dar un paseo, menos aún si pretende pescar. Sólo está permitido el libre tránsito para los que están conectados a las grandes mafias de narcotraficantes. Santa Rita es un modelo a escala al que apunta el futuro de nuestro país.

          Es cierto que en la década de los sesentas y setentas Santa Rita era conocida en el territorio por su actividad clandestina de mercancías prohibidas como whiskies, cigarrillos y armas. La bravura de sus hombres, sus calles manchadas de sangre brotadas de orgullosas familias que se batían a tiros debido a viejas rencillas heredadas de sus ancestros. Notorios apellidos como Melean, Semprún, Gotera, etc. Destacaron personajes como el chino Pantoja que era un PTJ traído de la capital para limpiar de malandros a La Rita. La operación de contrabando magnificada por el archiconocido Pólvora. El sicariato protagonizado por el Guayacán, famoso por su intachable cumplimiento del deber.  Esta fue la historia dorada que se rodó a modo de película para esa época. Representó una situación que fue controlada en su momento por las autoridades que no se dejaron amilanar por el hampa, lamentablemente pareciera que el escenario actual desbordó su cauce y se ha convertido en un espeluznante monstruo.  

           Nuestros miedos son como la pizza, no la inventamos, pero la hemos adoptado tropicalizando su sabor, agregándole nuestra propia salsa tomatosa de roja angustia;  nuestros distintivos condimentos como cebollaceos temores, salados chorizos de inseguridades, picantes desconfianzas, mostazinos recelos, pavorosos salamis, sustos oreganosos, fileteadas amenazas, salteado de sobresaltos de horror, mucha sospechosa mozzarella, unos cuantos granos de negra pesadilla pimientoza, una pizca de agobiante turbación, una que otra desazón fóbica, etc, etc.

          Este particular miedo devora abruptamente cualquier ápice de persistencia que brote en nuestros ciudadanos. Cualquiera que pretenda emprender un negocio de alguna forma, al sacudir la cabeza y ver de frente la realidad resaltará en la mágica ecuación un factor determinante: enfrentar el miedo a la extorsión, el cobro de vacuna, al secuestro, al sicariato, etc. La explosión de una granada fragmentaria al pie de la Santamaría del negocio o en el portón de la casa de residencia será más que suficiente para amedrentar al emprendedor más recio y temerario. Ese es el idioma con el que ha estado hablando impunemente estos últimos años la delincuencia organizada, para someter a los cuerpos policiales y mantener en zozobra a la población de Santa Rita de Cascia.

 

El hombre es un cobarde, lisa y llanamente. Ama la vida demasiado. Teme demasiado a los demás – Jack Henry Abbott.

 

Venezuela, Cabimas, 19-09-2021.

  

Nota: Jack Henry Abbott (1944 – 2002) fue un criminal y escritor estadounidense – Wikipedia.

Corrector de estilo: Elizabet Sánchez.

Fuente:

sábado, 11 de septiembre de 2021

MI INTRÍNSECO PETER PAN

(INTROITUS MENTALES)

Por Humberto Frontado



           Estaba una vez en la casa de mi abuela todo nervioso, recibiendo una retahíla de instrucciones que tenía que llevar a cabo en los próximos días. Las órdenes eran emitidas por un imperativo viejo amigo que nunca perdía su forma altanera de pedir las cosas, parece que hubiese pertenecido a algún regimiento militar. Su apariencia y conducta denotaban que debía estar trabajando en una agencia internacional de eventos y reuniones. La asignación impuesta consistía en reunir en la casa de la nana los integrantes de cinco selecciones de las más grandes religiones en el mundo.

            Había que distribuir los grupos por toda la casa siguiendo los preceptos del antojoso señor, debía colocar el grupo de católicos italianos en la cocina respetando su adicción a la comida y los católicos cristianos evangélicos nativos, dejarlos ocupar la amplia sala por lo numeroso y escandaloso del conjunto. La necesidad de ventilar un poco el olor a cebolla que expelen obligaba distribuir a los judíos kosher y los musulmanes árabes en la enramada y el porche. Los callados budistas e hinduistas prefirieron estar en dos cuartos separados. Hacer toda la logística para su comida y estancia en Cabimas era todo un reto para mí. 

          El inquisidor viejo después de darme todas esas disposiciones sobre la logística me pidió que se las repitiera palabra por palabra para así constatar y estar seguro de que le había entendido y no le iba a fallar. Yo respondía todo atribulado y por supuesto me equivoque varias veces. Ya al final volvió a repasar toda la logística, repitiendo uno a uno los pasos que había que tomar y se despidió. Quedé absorto y un poco angustiado ante la responsabilidad de tener a toda esa gente de cultura, creencias e idiomas diferentes y atenderlas. Se podía pensar que por mi edad cronológica iba a tener inconveniente en llevar a cabo ese trabajo, pero demostré lo contrario, porque yo tengo siempre la solución para todo y sé manejarme en todos los aspectos de la vida.

           La situación es que mi amigo vino un día después del evento a preguntar cómo habían quedado distribuidos los incompatibles religiosos y cómo había estado todo. Le dije concretamente que ese fin de semana había reunido a todos los huéspedes juntos en la cocina, allí comieron pabellón criollo y bebieron guarapo de limón con panela; compartieron alimentos y oraciones bajo el manto de un sólo y compasivo dios integral. Así fue como esa vez pude resolver algo dudoso de esa agria dicotomía entre las religiones. Mi edad, escasos dieciocho años, y experiencia en la vida, me han servido para hallarle solución a muchos problemas que se van presentado, por eso la gente comenta que tengo más vida que Matusalén.

           En verdad soy veterano de mil batallas, he estado presente en la guerra de Vietnam en la década de los 60´s. Allí perdí mi pierna derecha cuando al explotar una granada cerca del sargento Joe Carson lo cubrí con mi cuerpo, eso me valió la condecoración con el corazón púrpura. También estuve en el frente de batalla en la segunda guerra contra Hitler; igualmente me condecoraron varias veces por mi sobresaliente actuación. Los distintos gobiernos americanos y europeos me han dado apoyo incondicional y prácticamente me han adoptado en sus países. Recibo de ellos una jugosa pensión vitalicia que suman alrededor de diez mil dólares mensuales. Siempre estoy presto y es mi compromiso obedecer alguna peligrosa misión como mercenario experimentado.

           Hace unos días atrás mi bellaco amigo me quiso poner una trampa. Comenzó a cuestionarme y a poner en duda los distintos títulos de educación que tengo, llegó al punto de preguntarme.

          -    ¿Cómo es posible que hables de tener un título de ingeniero aeronáutico, obtenido con honores en la Universidad de Harvard si no has aprobado todavía la escuela primaria?

          Para rematar me preguntó algunas complicadas sumas como; cuánto era dos más uno y luego dos más dos, parecía una metralleta, no respiraba; quería además que le contestara rápidamente sin darme chance de pensarlo bien y ni usar papel y lápiz, así estuvo unos minutos interrogándome. Me sentí más nervioso que el día que me atraparon los nazis cuando el fuego antiaéreo derribó mi avión y me interrogaron torturándome durante dos semanas, pero no les dije nada. Intuí las intenciones de mi inquisitivo amigo y le aclaré que yo podía ser onírico fantasioso pero mentiroso eso jamás y el muy muérgano me dijo.

        -   Mañana te voy a llevar al CICPC para hacerte unas pruebas con el detector de mentiras, que te parece…así aclaramos todo esto y borramos todas esas dudas que hay sobre la información que manejas de tu grado educacional.

          El amigo pensaría que me iba a poner nervioso por esa invitación que me hacía, pero yo he recibido tanto entrenamiento militar que no veía problemas con esa bendita prueba, además el que no la debe no la teme. Le dije calmado.

             -        no hay problema a qué hora vienes a buscarme.

          Le pedí a mi mama que me levantara bien temprano para esperarlo frente a la casa, estuve esperando durante tres horas y no vino. Después el condenado me llamó y dijo que todo había sido una broma, que eso fue para ver si aguantaba presión; lo que él no sabe es que eso no es nada para mí, he pasado por tanto entrenamiento con la elite israelita que mi umbral de dolor es demasiado alto y puedo aguantar cualquier tortura, eso que había hecho por supuesto no iba a hace mella en mi cuerpo.

            Me pregunto cuantos de ustedes a mi alrededor no han deseado, ante la intensa presión y retos que nos exige nuestro sistema social, parar el tiempo o mejor aún regresarlo, para evitarlos por ser un inocente niño. Ante la cercanía de saltar a la adolescencia y enfrentar a las incertidumbres, miedos y todas esas grandes responsabilidades que hay que desafiar, como nos lo hacen ver o sentir nuestros hermanos mayores o nuestros padres; preferimos entonces quedarnos un rato más en nuestra niñez o considerarlo por el resto de nuestra la vida si en verdad somos muy miedosos. Habrá también quienes en el plano psicológico se escudan en el síndrome de Peter Pan porque los invade el miedo a crecer, así evaden las responsabilidades de la vida. No quieren dejar de ser niños o nunca dejan de ser hijos, mucho menos quieren ser padres. Lograrán ser incapaces de asumir sus responsabilidades, serán niños metidos en un cuerpo de adultos que se resisten a crecer.

            En mi caso soy un joven con un síndrome de Peter Pan diferente, no está impuesto porque tenga apego a desvincularme de los compromisos propios como mayor; mucho menos que se desprenda por haber tenido una infancia infeliz o carente de afecto y no quiero habitar en el mundo de nunca jamás. Soy un niño que efectivamente está cubierto por una piel de adulto. Soy lo que soy por una deficiencia en mi cerebro que se inició en el momento en que nací. Mi mamá me contó que ese día, horas antes de mi alumbramiento, ella estuvo conmigo del timbo al tambo buscando clínica u hospital para darme a luz. Esa demora convirtió mi nacimiento en un martirio, hubo una falta de suministro de oxígeno al cerebro que devino en una hipoxia cerebral. Esto hizo que se acortaran mis movimientos en extremidades, un problema de atrofia muscular en mis ojos y una reducida capacidad mental en manejo de razonamiento y lógica.

          Esto trajo como consecuencia que, a mis dieciocho años, yo Samy aún piense y actúe como un niño que vive en un mundo mágico e imaginario con una amplia cosmovisión, donde puedo inventar historias y personajes increíbles; puedo viajar en el tiempo hacia adelante y hacia atrás como me plazca, lo puedo hacer a velocidades astronómicas, atender dos o tres mundos paralelos a la vez con diferentes edades y en diferentes espacios.

         Hace unas semanas se dió un evento donde reunido con mi impertinente amigo, observó algo en la conducta de la gente que venía hacia mí, me saludaban y hablaban uno segundos conmigo y se iban. Se dió cuenta que me sacaban el cuerpo, me imagino que será porque se aburren de lo que yo les comento. La gente medio oye mis historias y se marcha, a veces me dejaban con las palabras en la boca. El viejo viendo eso me dijo.

          -  Samy… hasta cuando tu vas a estar hablando zoquetadas y en parábolas, diciendo cosas que inventas al momento, la gente está cansada de esas locuras que hablas. Ya tus amigos te sacan el cuerpo…tú tienes ya dieciocho años debes concentrarte y decir cosas congruentes para que la gente se sienta a gusto e intercambie contigo. ¿Entendiste lo que te acabo de decir Samy?

          Yo le dije que sí le había entendido, pero eso me molestó un poco, tanto así que salí rápidamente de la sala con mi silla de ruedas hasta un árbol ubicado frente a la casa, me agarré de una de sus ramas y comencé a hablar conmigo mismo, casi lloré en silencio. ¿Qué se pensará la gente?, me preguntaba, se creen con derecho a establecerme condiciones de vida, a mí que soy un niño sin malicia. Después de estar unos cuantos unos minutos frente al árbol mi viejo socio se levantó del rancio sofá y se dirigió a mi diciendo.

             -       ¡Samy!... te he estado viendo y noto que has cambiado de humor. Te pusiste a hablar con la mata, buscando respuestas de algo que no puedes ni podemos cambiar…ven conmigo otra vez a la sala que tengo que contarte algo.

          El viejo tomó las riendas de mi silla y me llevó al interior de la casa. Noté que el compañero se sentía mal por lo que me había dicho, se colocó frente a mí y me dijo.

             -       ¡Disculpa Samy!… lo que te dije estuvo mal… he pensado un rato y no debí haberte dicho lo que te dije… eso no tiene sentido… más bien yo debía estar reclamándole a los que han estado a tu lado y te han esquivado; decirles que si te aprecian y estiman tienen que poner de su parte y hacer un pequeño esfuerzo para nivelarse a ti y pedirte permiso para entrar a ese maravilloso y particular mundo que tienes a tu disposición… así que no te angusties y quédate tranquilo. Tú sigue siendo así como eres, cordial en el trato con los demás. Continúa viviendo en tu creado mundo, donde eres el príncipe preferido de la reina de gales, amigo incondicional de Trump; continúa sirviendo sin esperar tributos a mantener la estabilidad y paz en el mundo. Tu amigo el papa Francisco, como los altos rabinos judíos y monjes tibetanos y budistas, todos los líderes musulmanes te quieren tal como eres y yo te quiero así y siempre compartiré contigo tus locas aventuras.

          A veces siento que están presentes en mi los dos Peter Pan y se enfrentan, disputándose mi niño interior valiente y mágico con el otro Peter medio sinvergüenza y reposando en las amplias y tranquilas aguas de la psicología, que por temor e inseguridad aparece inconscientemente. A veces ni noto quien se lleva el triunfo, pero siempre salgo airoso en mil batallas. No es fácil llevar esta vida, la gente me ve crecer, pero ese volumen físico está alejado de la capacidad de movilidad y pensamiento. Quieren que me valga por mí mismo para hacer mis necesidades fisiológicas, estoy consciente de ello pero no puedo; mi mamá me ha enseñado para avisar a tiempo, ya medio se usar el patico para orinar. Se que por el camino que voy llegaré a limpiarme el fondillo cuando sea un anciano físico y ya para qué. Esa tarea si la quiero aprender porque quiero tener novia, cada vez que intento tener una me dicen: cómo vas a pensar en novias si ni siquiera te sabes limpiar el rabo. Tengo una familia que me quiere y estima ese es el primordial condimento que tengo para siempre estar de buen humor y querer compartir con todos.

           Mi reina querida, mi segunda madre, la reina Elizabeth siempre ha estado conmigo y me apoya a pesar de sus múltiples ocupaciones en los asuntos de Estado, saca tiempo donde no lo hay para atender mis llamadas; soy su príncipe adoptado y más querido, ésto influyó para que me haya considerado como uno de sus herederos.

           En casa de mi abuela tengo una responsabilidad que está por encima de mi minusválida condición. Tengo el peso en mis hombros de llevar la carga de las cinco mujeres que allí habitan, ya que soy el hombre de la casa que a diario da la cara por ellas.

        Días a tras mi amigo inquisitivo puso en dudas mi relación con el ministro de educación y de los representantes del gobierno con los que me he relacionado, hasta el punto de que he conseguido me donaran una silla de ruedas y una Canaima. Creyó que me había valido de esa relación para obtener prebendas con los títulos de estudio y se lo demostré con el que tengo en la pared de la cocina, me lo dieron con honores en el kínder. Soy médico ad honorem con título en parasitología otorgado por la serie de parásitos asesinos del cual soy asesor. También he tenido el honor de asesorar el prestigioso programa ER (Sala de Emergencias) en todas las temporadas. Me he desplazado y relacionado con tantos países y sus gobernadores que me enorgullezco de eso, sólo que algunas veces me ha salido el tiro por la culata como sucedió con Kim Jong Un el mandatario de corea del norte.

 

Venezuela, Cabimas, 11-09-2021.

 

Nota: El término Síndrome de Peter Pan fue acuñado por el psicólogo Dan Kiley en 1983 después de sacar su libro «El síndrome de Peter Pan, la persona que nunca crece». Este síndrome no se reconoce como una enfermedad y no aparece codificada en el Manual de diagnósticos y estadísticas de los trastornos mentales (DSM). 

Nota: Cualquier parecido con el nombre, el carácter o la historia de cualquier persona es pura coincidencia y no intencional.

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.

Fuente consultada: Eddy Sánchez y Samuel Sánchez.

domingo, 5 de septiembre de 2021

EL GALLO MADRE EMILIA

(CUENTOS DE MALENGO)

Por Humberto Frontado


Una vez el padre le encargó al hijo le cuidara celosamente su consentido canagüey, en su última pelea había salido con el ojo derecho malogrado. Ese gallo, para el momento, era la estrella en las galleras de la Isla de Coche, tenía cuatro peleas ganadas al filo y era el orgullo de su dueño. Aquel recio hombre iba a ausentarse por unos días, tenía planes de un largo recorrido con su nave El Favorable. Iría hasta Chacopata y luego seguir costeando tierra firme en una dilatada travesía que lo llevaría hasta Río Caribe y luego regresar; era casi una semana de navegación en bote de velas a tres puños. La misión era bordear la costa intercambiando mercancía mediante el trueque.

             Desde el mismo día de la partida el niño, que ya rondaba los catorce años y respondía por el remoquete de “el catire de Quintina”, se entregó con esmero y pasión a la faena de cuidarle los gallos de pelea a su progenitor. Le preparaba a los pollos más pichones su pico de maíz, que consistía en el grano molido con una piedra plana; a los más crecidos les daba maíz entero amarillo. Sacaba los emplumados de las jaulas uno por uno y los echaba al patio para que estiraran las patas, los revisaba y los zarandeaba entre sus manos para ejercitarles la estabilidad. Dependiendo del tamaño les daba una pequeña ración de polvo de maíz, ají chirel seco, pimienta molida y otras especies; esa era una pócima secreta que hacía que los gallos fuesen más fieros, aunque algunos versados en la materia decían que esa condición era innata en la raza del animal.

          Por último, trabajaba concienzudamente con Bebemiao, así se llamaba el gallo mimado de su padre. Había salido un poco malogrado en su última pelea y lo tenían en reposo absoluto para que se recuperara pronto. El chico le curaba un pequeño corte debajo del costillar derecho y una rozadura en el ojo izquierdo que lo hacía lagrimear. Por eso, la insistencia del padre en el cuido riguroso de ese ejemplar.

          Mientras el joven atendía las aves en aquel exclusivo patio, hizo entrada sigilosa el compadre de su papá diciendo.

          -       ¡epa catire!.. ¿cómo está la lavativa?... ¿y cómo sigue Bebemiao?

          -       ¡ahí!... recuperándose poco a poco – contestó tímido el muchacho.

        -       Mijo… mira, antes de que se fuera tu pai de viaje, yo le hablé para que me prestara a Bebemiao para este domingo, pá echarlo a pelea allá abajo.

      -       ¡Papa no me dijo nada de eso! – comentó el niño con un dejo de desconfianza.

          -       El compadre Benito me dijo que si, que podía venir a buscarlo… así que temprano lo vengo a buscar – apuntó el hombre casi en un tono amenazador.

           El muchacho continúo atendiendo los plumíferos con esmero, pensando en que, si era cierto lo dicho por el compadre de su papá, había que acelerar la cura del pobre Bebemiao.

           Llegó el domingo y bien temprano apareció como había dicho aquel ansioso hombre, entró al patio y se dirigió al sitio donde estaban las jaulas de los gallos, allí estaba el muchacho esperándolo y dándole los últimos toques al pupilo. Hablaron un poco de la actuación del Bebemiao, el niño le explicó que llevara la pelea pausada, que el gallo sabía cómo terminarla rápido. El hombre salió raudo con el gallo debajo del brazo hacia la gallera.

          Después del mediodía apareció el compadre con el gallo victorioso pero muy maltrecho. Traía un espuelazo profundo en el ala izquierda que casi le atravesaba y el ojo derecho cerrado totalmente. El hombre dió un real de propina al cuidador de gallos y se marchó a uno de los bares cercano. El niño con el sangrado ovíparo en sus manos lo colocó sobre una mesita y lo revisó minuciosamente evaluando su estado, inmediatamente calentó agua y con un trapo húmedo le frotó las magulladuras. Luego embadurnó cada una de las heridas de un ungüento negro que se usaba para curarle las peladuras a los burros. Observó que la herida en el ojo derecho se había hecho más grande, terminó de limpiarlo y alimentarlo. Camino hacia Valle Seco iba pensando en lo molesto que se iba a poner su papá cuando viera a Bebemiao en ese estado catastrófico, así que le quedaban tres días para recuperar al malcriado, antes de que su padre regresara del viaje.

           Las peleas de gallo en la Isla de Coche eran tan igual de tradicional como en el resto de los pueblos en toda Venezuela. En cada población siempre había en el patio trasero de algún bar una gallera o palenque donde se llevaban a cabo las riñas de gallos. Las aves se baten en un duelo mortal, esto es parte de la cultura general de nuestros pueblos traída por los españoles en tiempos de la colonia.

          Después de realizar el recorrido náutico previsto, regresa el viejo Benito a su casa, apenas llegó saludo a su mujer, comió algo y se fue al patio a ver a sus preciados gallos. Fue directo a la jaula del Bebemiao, quedó perplejo cuando vió hecho un guiñapo a su bendito pollo. Al otro día el viejo navegante se levantó temprano a esperar a su hijo, pero el muchacho no apareció en todo el día, pensó que la madre del joven seguro le había encomendado hacer alguna diligencia. Lo que no sabía aquel hombre era que su hijo regresaba del Cardón de comprar algunas cosas, pero buscaba rutas alternas para evitar se visto por él. El tercer día hizo el recorrido anterior esquivando la presencia del viejo, pero no le sirvió de nada, el hombre le conoció la trampa y lo sorprendió adentro de una de las bodegas donde le dijo molesto.

          -       ¡Mira!... ¿y tú no me vas a seguir cuidando los gallos?... necesito me ayudes que tengo que desencrestar y desparasitar algunos pollos.

           -       ¡si… si!... lo que pasa es que le estoy haciendo unos mandados a mama y a mi tío - dijo el joven excusándose ante su padre.

         -       ¡Ahhh!… mira, escuché ayer que Bebemiao, ¿y que, había peleado? -  comentó capcioso el padre.

            -       ¡no sé! – contestó secamente el niño ante la presión del papá.

        -       ¡No sabes, ahh!… un pajarito me dijo que peleó y ganó el domingo pasado.

           -       Papa… lo que pasa es que su compadre Nicolas Salazar vino aquí y me dijo que usted le había dado permiso para llevarse el gallo - comentó el niño en su defensa.

         -       ¡Yo te dije a ti bien claro!... que ese gallo tenía que reponerse y que lo cuidaras muy bien… no debiste permitir que lo llevara al matadero… – el viejo subió un poco la voz para decir – si el gallo se muere vas a ir tu a que Colas y se lo vas a cobrar.

          El muchacho se marchó llorando y muy enojado porque su padre lo había regañado sin razón y por culpa del embustero Colas. Se fue a Valle Seco y juró no volver a atender los gallos del padre. Pasaron dos días y el niño bajaba al Cardón y regresaba rápidamente para no toparse con su padre, a lo que lo veía se escondía. Un día el muchacho se descuidó y al meterse en una de las calles vió que su papá venía a su encuentro, no tuvo chance de recular, al llegar cerca a él le pidió la bendición, y éste le dijo.

           -       ¿Mira catire y dónde estabas metido?... te estaba esperando desde hace días para darte un regalo.

          Cuando aquel hombre había terminado de hablar los ojos del niño se le aguaraparon y lo inundó un hálito de miedo, quedó sumido en un desconcierto y duda.

           -       ¡Ven!... vamos a la casa – le dijo su padre.

          No le quedó otra cosa que obedecerlo. Siguió a su padre caminando cabizbajo pensando en ese regalo, que podía ser un par de correazos o un tablazo por el lomo. Entraron a la casa del viejo y fueron directo hasta el patio, llegaron hasta una de las jaulas donde había tres pichones de gallo. El papá le dijo.

          -       Agarra uno de los pollos, el que más te guste… esos pichones los trajes de tierra firme, son de raza.

          El joven emocionado agarró el que vió más aguerrido, el que tenía el plumaje cenizo y se lo llevó. Al llegar a su casa se lo enseñó a su mamá, ella no le dió muy buena acogida al emplumado.

         -       ¡Mijo!... Ahora si te acomodaste… vas a seguir los mismos pasos de tu pai, jugador de gallos – sentenció la madre presintiendo lo peor.

          El muchacho y su primo José consiguieron con los tíos el material y le construyeron una pequeña jaula al huésped. En las mañanas le trituraban maíz y lo sacaban al patio para que pateara y raspara tierra con las patas, según y que eso era bueno para el desarrollo de sus patas. Después de estar un buen rato alimentando y ejercitando con saltos y zarandeos al pichón de gallo, José observa a su primo y le pregunta.

           -       ¡Mira catire!… ¿y qué nombre le vas a poner al pollo?

           -       He estado pensando en eso… – contestó el muchacho - me gusta trueno blanco o rayo veloz.

           -       Y si lo llamamos… el come crestas o el traga sangre, ya que el de tu pai se llama… el Bebemiao.

          Así tuvieron los dos niños buscando el mejor nombre para el feroz animal con plumas. De pronto el catire se quedó pensando un momento y dijo.

           -       ¡Y si lo llamamos Madre Emilia! – José se quedó absorto diciendo.

           -       Y porque así, si ese es un nombre de mujer y él es macho.

           -       Eso no importa… esa virgen es muy milagrosa, según mama… imagina el gallo peleando, siendo cuidado por la virgencita… ese no va a perder nunca.

          Madre Emilia fue entonces el nombre con el que quedó el aguerrido pollo cenizo que ya comenzaba a despuntar las plumas principales. Una mañana estaba el blanco joven dedicado a su pollo, entrenando con sus saltos, los alzaba unos centímetros de suelo y los dejaba caer entre sus manos y cada vez que lo hacía decía.

           -       ¡Vamos Madre Emilia…vamos!

          La madre del muchacho que estaba tendiendo ropa en las cuerdas del patio, escuchaba a su hijo emocionado. Se queda viéndolo un rato y le pregunta.

        -       ¡Mira mijo!… ¿por qué mientas a la Madre Emilia cada vez que zarandeas al pobre pollo?

               - Es que así se llama - contesta el inocente muchacho a su madre.

               - ¡Mira carajo!… tú estás loco… tú no sabes que esa es una santa y te puede castigar… con eso no se juega – replica la madre desconcertada y molesta.

          El chico no hizo mucho caso a lo que le había dicho su madre. Metió el gallo a su jaula y se enfiló a trabajar con los gallos de su padre allá en El Cardón. Transcurrió el tiempo rápidamente y el gallo Madre Emilia ya estaba por cumplir un año, era todo un erguido espécimen, sus patas eran atléticas con sus espuelas aún sin tratamiento ni licencia para matar.

           Una madrugada mientras dormían, se oye un despavorido grito. El catire estaba sentado en la hamaca, llorando y con los ojos desorbitados, mirando fijo hacia una de las paredes. La madre que había escuchado el grito prendió la lámpara de querosén y al iluminar el cuarto de su muchacho lo encontró asustado, llorando y balbuceando algunas cosas.

            -       ¿Qué fue mijito?… ¿qué te pasó? – preguntó la madre angustiada.

          -       Mama la Madre Emilia se me apareció en esa pared del frente… y me dijo en secreto algunas cosas.

          La madre no perdió el tiempo y recriminó al asustado muchacho diciéndole.

            -       ¡Yo te lo advertí!... ¡qué necesidad ah!… eso fue un castigo de la virgen por el pecado de llamar al pollo como ella.

          En la mañana el muchacho después del desayuno fue al patio a ver a su cenizo y le cambió el nombre, le puso blanco cenizo. Transcurre imperturbable el tiempo en aquella isla de sempiternos gallos y galleros domingueros. Se dice que del secreto entre la Madre Emilia y el catire de Quintina debió haberse percolado algo, porque nunca más se volvió a colocar un nombre de santo o virgen a los gallos de pelea en Coche.

 

Venezuela, Cabimas, 05-09-2021.


Corrector de Estilo: Elizabeth Sánchez de Frontado.

Fuente de Información: Ángel Guevara

Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...