domingo, 19 de septiembre de 2021

EL HOMBRE DEL SACO

(INTROITUS MENTALES)

Por Humberto Frontado


            Hace muchos años atrás, entre finales del siglo XIX e inicios del XX en la España aldeana, se dieron dos aberrantes hechos: el primero protagonizado por Juan Díaz de Garayo un asesino serial, catalogado así luego por la CSI USA, quien dió muerte a media docena de mujeres, varias de ellas prostitutas. Años más tarde apareció Francisco Leona acompañado de tres personas más y asesinaron a un niño por cuestiones de brujería.  Esos dos malvados criminales con sus historias fueron convertidos en leyendas por los pobladores, llamándolos los sacamantecas. Lo cierto es que a partir de allí y aprovechando las macabras historias ocurridas, alguien más maquiavélico que los propios Juancho y Pancho se le ocurrió una brillante idea para mantener a los chicos controlados. Creó el mito de un hombre misántropo, huraño y misterioso que se llevaba a los niños desobedientes, metiéndolos en un saco que traía en sus hombros, los arrastraba a una cueva que tenía cerca del lugar y los devoraba uno a uno.

           Esta fue la formula rápida y segura de mantener a los chicos quietos y a raya mientras los mayores hacían los quehaceres de la casa y del huerto. En las noches aparecía nuevamente para llevarse a los niños que no se acostaban temprano y hacían berrinches. Así continuó la historia del sacamantecas. Este relato se exportó tal cual a todos los países del nuevo mundo cambiando sólo el nombre de “El sacamantecas” por el de “El hombre del saco”, “El viejo del saco, “El coco”, “El Silbón”, “El viejo de la bolsa”, “El viejo del costal”, “El hombre de la bolsa”, etc.        

           Una vez contó un niño ya viejo que cuando vivía en los campos petroleros de Lagunillas los visitaba consuetudinariamente todos los sábados “El hombre del saco”. Ese bendito día ningún niño lograba salir de su casa, únicamente podían asomarse por la ventana para ver pasar aquel monstruoso ser. Vestía con harapos viejos, usaba un sombrero negro todo ruñido; su inolvidable rostro todo sucio lo cubría una larga barba oscura hecha greñas y sus dientes todos cariados. Los pequeños vivían aterrados ante su presencia, ese día sus conductas eran intachables y en la noche se iban a dormir temprano, después de ver en el televisor Sábado Sensacional.

            El hombre del saco visitaba el sector buscando bastimento. Apenas entraba en la calle comenzaban a ladrar los perros. El malvado hombre golpeaba y rastrillaba con un palo la pequeña cerca de ciclón azuzando y enfureciendo a los perros por puro placer. Se iba deteniendo en cada portón gritando le ayudaran con cualquier cosa. Un día la benevolente madre del chico al oír ladrar a los perros esperó al indigente en el portón y le obsequió una bolsa de plátanos del comisariato. Al hacer la entrega la doña notó la cara de descontento del viejo y se retiró disimuladamente, escondida entre las matas del jardín le siguió con la vista. El condenado hombre tiró el paquete de plátanos en la pipa de la basura de la casa vecina. La señora salió a la calle hecha una fiera gritándole a toda voz.

     - ¡Mira desgraciado!... mañana vienes otra vez a pedir comida… malagradecido…un buen palazo es lo que te voy a dar cuando te vea por aquí otra vez…desgraciado, malacostumbrado.

           La señora molesta y desconcertada sacó la bolsa de plátanos, sin dejar de observar al malayo hombre que caminaba presuroso hasta la salida de la calle. Esa fue la última vez que se vió al “Hombre del saco” por los predios de esa calle, que luego se hizo famosa y recibió el nombre de Broadway. Desde esa vez muchos de los niños del sector se dieron cuenta que el hombre del saco no era tan fiero como lo pintaban y lograron disipar algunos miedos.

          Con el tiempo ese folclórico personaje continua presente en las mentes de nuestros niños, porque aún persiste en los mayores la costumbre malaya de manipularles sus inocentes miedos. Ahora bien, el hombre del saco se hace más trascendente cuando logra cedernos a cada uno de nosotros su mugriento y rullido saco. Ahora somos nosotros al igual que él zaparrastroso sacamantecas tener a cuestas el bendito saco, pero ahora conteniendo de nuestros miedos. El tamaño del saco será proporcional a las perturbaciones emocionales que nos envuelven, en él se irán sedimentando todos esos miedos que la sociedad y nuestro entorno nos imponen y exacerban sistemáticamente.

            Hoy en día el saco, además de acumular nuestros miedos particulares también está abierto a recibir los miedos colectivos. Eso lo podemos comprobar cuando vemos una noticia a través de los medios de difusión disponibles, como el de hoy de moda: el whatsapp. Que si el calentamiento global, las guerras de todo tipo, poder, religión, con razón o sin ella, etc; las muertes inesperadas de nuestros seres queridos, a manos del hampa, falta de atención hospitalaria, covid-19. La crisis de inseguridad debido a la criminalidad desatada, muchas veces producto de la situación económica en el país. Toda esta maléfica información va nutriendo nuestro saco a cuestas.

            El miedo pandémico ofrendado por el Covid-19 que deambula por nuestra ciudad y va arrasando con quien sea, irrespetando a los que tienen y a los que no. El miedo de vivir en Cabimas que hoy se ve casi desocupada, llena de casas y edificios muertos, sin colores, desteñidos y escarapelados. El miedo con el que manejamos los malabares de nuestra economía particular, que nos han impuesto los políticos permanentes cual sea el bando. El miedo hacia el sistema judicial que nos desampara e inclina su maleable brazo hacia el que ofrezca más verde o tenga pedigrí mafioso.  El miedo que provoca el hecho impactante de tener la ciudad abarrotada de delincuentes que días atrás estaban presos, pero que de la noche a la mañana, por arte de magia y por obra y gracia del espíritu santo quedaron todos libres y despachados a la calle, según y que había exceso de huéspedes en las habitaciones del retén.

          Este espectáculo de dantesco terror que ha sido nuestro desde hace dos décadas, prácticamente nos ha petrificado para ser testigos mutis de ello; cada sociedad, al igual que cada familia tiene sus propias facetas de miedos ocultos. Tal es el caso impresionante del municipio Santa Rita (Zulia) donde el acrecentado miedo colectivo ha logrado desbordar el saco hasta más no poder en su población. Cuentan que en ese sector la gente huyó despavorida abandonando sus bienes y residencias por extorsión y amenaza de muerte. Han dejado sus negocios para mudarse a otras regiones y comenzar de nuevo.

          La Rita es un lugar, muy al estilo de los vaqueros de antes, ausente de ley y orden. La Guardia Nacional presente vive un miedo constante, han tenido que anular el tránsito principal de la vía y acuartelarse por temor a ser atacados, meses atrás hubo un ataque y robo al parque de armas y municiones donde secuestraron a un funcionario que luego mataron. Igual sucede con el cuerpo policial, aunque dicen las malas lenguas que ellos son hampones con chapas de agentes. Las estaciones de servicio son privilegios otorgados a los conectados a la gran mafia, no hay participación para los simples mortales; si te atreves estarías a expensas de que te den unos tiros o te roben el automóvil por haber ingresado a predios del exclusivo club.

          Internarse a las aguas del lago de Maracaibo está prohibido para quien tenga una lancha e intente dar un paseo, menos aún si pretende pescar. Sólo está permitido el libre tránsito para los que están conectados a las grandes mafias de narcotraficantes. Santa Rita es un modelo a escala al que apunta el futuro de nuestro país.

          Es cierto que en la década de los sesentas y setentas Santa Rita era conocida en el territorio por su actividad clandestina de mercancías prohibidas como whiskies, cigarrillos y armas. La bravura de sus hombres, sus calles manchadas de sangre brotadas de orgullosas familias que se batían a tiros debido a viejas rencillas heredadas de sus ancestros. Notorios apellidos como Melean, Semprún, Gotera, etc. Destacaron personajes como el chino Pantoja que era un PTJ traído de la capital para limpiar de malandros a La Rita. La operación de contrabando magnificada por el archiconocido Pólvora. El sicariato protagonizado por el Guayacán, famoso por su intachable cumplimiento del deber.  Esta fue la historia dorada que se rodó a modo de película para esa época. Representó una situación que fue controlada en su momento por las autoridades que no se dejaron amilanar por el hampa, lamentablemente pareciera que el escenario actual desbordó su cauce y se ha convertido en un espeluznante monstruo.  

           Nuestros miedos son como la pizza, no la inventamos, pero la hemos adoptado tropicalizando su sabor, agregándole nuestra propia salsa tomatosa de roja angustia;  nuestros distintivos condimentos como cebollaceos temores, salados chorizos de inseguridades, picantes desconfianzas, mostazinos recelos, pavorosos salamis, sustos oreganosos, fileteadas amenazas, salteado de sobresaltos de horror, mucha sospechosa mozzarella, unos cuantos granos de negra pesadilla pimientoza, una pizca de agobiante turbación, una que otra desazón fóbica, etc, etc.

          Este particular miedo devora abruptamente cualquier ápice de persistencia que brote en nuestros ciudadanos. Cualquiera que pretenda emprender un negocio de alguna forma, al sacudir la cabeza y ver de frente la realidad resaltará en la mágica ecuación un factor determinante: enfrentar el miedo a la extorsión, el cobro de vacuna, al secuestro, al sicariato, etc. La explosión de una granada fragmentaria al pie de la Santamaría del negocio o en el portón de la casa de residencia será más que suficiente para amedrentar al emprendedor más recio y temerario. Ese es el idioma con el que ha estado hablando impunemente estos últimos años la delincuencia organizada, para someter a los cuerpos policiales y mantener en zozobra a la población de Santa Rita de Cascia.

 

El hombre es un cobarde, lisa y llanamente. Ama la vida demasiado. Teme demasiado a los demás – Jack Henry Abbott.

 

Venezuela, Cabimas, 19-09-2021.

  

Nota: Jack Henry Abbott (1944 – 2002) fue un criminal y escritor estadounidense – Wikipedia.

Corrector de estilo: Elizabet Sánchez.

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