sábado, 31 de octubre de 2020

UN PREPSICÓTICO DE COVID-19

Por Humberto Frontado



            Envuelto en una cada vez más gruesa escafandra de prejuicios y temores sobre la enfermedad del Covid-19, comenzó a sentir de pronto un aumento paulatino de la temperatura corporal mientras dormía, su mamá diagnosticaría el evento como una simple fiebre de pollo. La angustia generada por un incipiente fogaje disparó una serie de alertas en su mente. Meditabundo en la penumbra fue introduciendo lentamente sus pies en los gélidos delirios de su banal inconsciencia. De pronto se ve en la necesidad de ubicarse en la mejor posición que le permitiese observar el transcurrir de los inverosímiles eventos del día a día, de estos convulsionados tiempos y lo hacía desde el Panóptico de Michel Foucault (1926 – 1984).

         Un panóptico es una edificación estructurada simétricamente con cubículos habitacionales alrededor de una torre de vigilancia central. Esto quiere decir que quien está vigilando puede observar todo lo que hacen los que están allí presentes. Sin embargo, el vigilante no es perceptible para los demás. Este recinto arquitectónico que fue tesis del sinigual filósofo francés Foucault y lo propuso como un concepto análogo, pero desde un punto de vista más simbólico y abstracto. A su parecer, en nuestra sociedad se da un proceso similar al del panóptico originario de Jeremy Bentham (1748 – 1832), que esencialmente correspondía a las instalaciones de una prisión.

           En ese preciso momento estaba situado en el nivel cuatro, el más bajo, el de los privados de libertad. Miraba a los prisioneros con la misma profunda mirada con la que el ilustre francés habría de verlos desde la torre central de vigilancia. Este cristalino polígono de simétricos propósitos y dimensiones permite que la traslucida luz atraviese hasta lo más lejano del complejo recinto, permitiendo controlar y estar al tanto de todos los movimientos reales e imaginarios de los faltos de libertad, todos bajo el control supremo omnipresente de la atalaya óptica.

          Se quedó atónito mirando por un rato la parsimonia de un prisionero viejo, de recién ingreso inspirado en el colosal papel protagonizado por Clint Eastwood en la película La Mula. Se trababa de un fanático cultivador de flores que por sus negocios, entregas y asistencias a convenciones había descuidado a la familia emocionalmente y había incurrido en un inocente hecho delictivo.

    Observó en su mente su desplazamiento entre las flores, tocándolas sutilmente en sus texturas, sus plácidos colores, unos naturales y otros entrando al limbo de lo aún por imaginar. Ve la dicotomía en lo profundo de lo trivial del cuido y dedicación en las sutiles flores y tener la recompensa de su increíble belleza, aunque esta fuese efímera, solo queda en la eterna presencia del tiempo, eso lo justifica así sea en un pinche día.

          Se concentró en él y buscó su calma y serenidad en la escena tierna de sus veteados lirios de día entre amarillo, rojo, naranja, tigresa y blanco para descifrar en qué había fallado y qué corregir. Comprobé que la rudeza de algunos personajes ante la muerte tierna y sentida muy emocionalmente no es nada, lo demás son quilos más quilos menos de coca o cualquier droga que pueda inundar algún cuerpo o un país, o a quien le quede al final.

          De pronto, movido por no sé qué, decidió subir al primer nivel tomando el elevador central del Panóptico; allí estaba el gran recinto de convenciones de los ilustres galenos. Estaban divididos en múltiples grupos con especialidades específicas, algunas pisando las fronteras de lo absurdo. En esos salones especiales había todo tipo de participación. No se dejaba nada al margen, había exposiciones donde se describía con todo lujo de detalle los diferentes eventos pandémicos ocurridos desde la época del medioevo, con sus azotes de extremas pandemias hasta la evolución trascendental del siglo XVIII de los aislamientos de cuarentena que sirvieron para aminorar la secuela de tantas enfermedades que hicieron aparición en esa época.

           En uno de los salones había una zona especial de proyección holográfica donde se podía ver la imagen de Descarte soportada por la concatenación de todo su legado de conocimiento y la información generada día a día de las enfermedades, especialmente el Covid-19. Un punto que sobresalió de esa extraña exposición fue el de la verdad hiperbólica que el paciente mantiene inconsciente sobre la presencia en su cuerpo en cualquier enfermedad, dispara una reacción en cadena sobre su psiquis que activa los medios para que esté allí presente.

         Descarte decía tener un problema ante sí, era el de congeniar su verdadero modo de proceder y su representación ideal de lo que constituía en el mundo el covid-19, eso no le cuadraba con su aún vigente método cartesiano universal cuasi-matemático, por eso no se pudo obtener de él una solución concluyente. Uno de los presentes tomo la palabra y dijo.

          -  No nos sorprende que después de tanta agua transcurrida en el río de las buenas intenciones de hallar soluciones prácticas, sencillas y contundentes a tantos problemas de salud, encontremos una gran represa de confusiones y de intensiones torcidas.

          Más allá en otro salón el joven aún trató de buscar asiento, pero todo el recinto estaba lleno de eruditos expertos, empecinados ese día en encontrar la definición más clara de lo que era el Covid-19. Por fin vió una banca algo retirada y decidió tomarla. Caminaba hacia ella cuando en eso vió que a medida que se acercaba al asiento otra persona más vieja también hacía lo mismo. El joven al ver a la persona mayor cedió el puesto y le respondió con una sonrisa.

          La persona mayor segura de su rango y posición decide sentarse, cuando toma la silla notó que se desprendía en dos secciones. Las volvió a colocar como un lego y pensó un momento en lo peligroso de sentarse, sin embargo, el joven le advierte diciendo desde lejos.

          -  No temas, con tal y no dudes de tu equilibrio existencial. Hasta tienes la oportunidad de enterarte y corregir si quieres. Solo tienes que sentarte y moverte hacia donde sientas más placer interno, siéntelo, búscalo en tu ser. Cierra tus ojos y siéntate con seguridad, tu mente se encargará de distribuir las cargas emocionales equitativamente. El viejo se sentó cerró sus ojos y siguió escuchando a la persona joven.

          -  ¿Y tú… de dónde vienes? – le preguntó.

       -   Yo vengo de una pequeña isla de humildes hombres. Partí de allí a estudiar Física Cuántica. Me he dedicado a desarrollar las nuevas teorías sobre los siete curricanes o guarales cuánticos que dominan la psiquis humana. Esto permite hallar fácilmente la representación universal de cualquier ente y determinar en él, con un rápido test, la intensidad del estado prepsicótico producido por el covid-19. Determinar y representar en la cuerda si fue por tensión continua o por un intempestivo o brusco templón. Las calenturas son claves y dejarlas pasar controladas e intermitentes desarrollan en la mente escenarios de autobúsqueda de la verdad, lo único posible en su descifrar es permitir, sin dejar que influya el entorno, que fluya la materia y que el mismo explique en un plácido preconsciente todo lo contenido en su esencia e importancia existencial.

          Respiró hondo porque sabía que estaba recibiendo una de las pocas bocanadas de aire purificado que podía lograr en esos días. El vital soplo venía desplazándose a través de unos cristalinos ductos que distribuían aquel flujo de vitalidad por todo el panóptico. Al aspirar aquel fresco elixir despertó como de una pegajosa pesadilla y se vió luchando contra la complejidad. Observó claramente que la gente actual se resiste a lo simple porque le teme o quizás porque no le conviene en el logro de su objetivo particular. Entendió que una idea sencilla y simple nos hace sentir desnudos, muy especialmente cuando vemos que estamos rodeados de personas que se ocultan en la complejidad para ocultar su ignorancia y excusarse del fracaso.

          La estrategia de éxito es entender el proceso de diferenciación entre el diagnóstico y lo que sucede en la evolución de la enfermedad que nos acosa, significa convertir ideas o procesos simples porque tenemos una sola cosa en la que enfocarnos, acabar con la pandemia.

          La decepción de no encontrar nada contundente en la repuesta que buscaba lo hizo tomar nuevamente el elevador de la torre y detenerse en el nivel dos de hospitalización, se vió obligado a observar la triste realidad de los traslucidos cubículos repletos de gente boca abajo, respirando artificialmente conectado a todo tipo de artilugios de nuevo y rebosante diseño que les permitieran respirar. Aquello era dantesco, en vez de estar en un nivel de atención médica en el panóptico, era más bien la escena del purgatorio del clásico tríptico de Bosco.

          En una singular conclusión diríamos que no ha perdido vigencia la tesis de Foucault cuando vemos que desde un remoto puesto de vigilancia apostado en el centro de la telaraña los poderes no dejan de controlarnos y dominarnos. Sigue en forma permanente gravitando sobre nuestra sociedad los mecanismos de control y vigilancia, ahora más sofisticados, imperceptibles, contundentes y agresivos.

           “No veo el vigilante, pero sé que está allí” Además de los tradicionales ingredientes de vigilancia y control para mantener   a nuestra sociedad disciplinada continúan aún las de exterminio con novedosos y sofisticados métodos, así como las de control económico ejercido por las potencias.

          Lo que está sucediendo hoy en día supera con creces lo que preveía el filósofo, historiador y psicólogo francés sobre el desarrollo de la tecnología en términos de control y vigilancia, el tema ha superado el alcance de sus temores. La obediencia de los habitantes de cada país a las normas y estatutos de control de la pandemia ya ha sido conducta aprendida y hoy día se refuerza con lo sucedido, sabemos que en este caso del covid-19 no hay escapatoria y debemos cumplir a cabalidad como un autocontrol, no es necesario el castigo como ha sido en algunos casos.

           La psiquis ante los cada vez más casos de covid-19 puede hacer suponer en muchos casos el nacimiento de reacciones de estrés e incluso episodios de ansiedad en personas que terminan inhibiéndose en exceso, siendo una especie de enorme autocontrol que conlleva rigidez conductual y malestar psíquico.

           Pareciera que los encargados de buscarle solución al inminente problema del Covid-19 tienen la firme misión de representar todo esto como si estuviera sumido en una ciencia oculta, como si estuviéramos en la edad media. Definitivamente la participación más importante de los responsables de lo que sucede con esta pandemia es la que llevan hacia la mutación de sus aptitudes.

 

Venezuela. Cabimas, 31-10-20.

 



domingo, 4 de octubre de 2020

UN ZAPATERO REMENDÓN DE AMORES

Por Humberto Frontado

 

           -  ¡Zapatero remendón! … !zapatero remendón!

          Ese era el slogan publicitario que voceaba aquel espigado y musculoso hombre de tez blanca quemada por el sol, que apareció caminando las calles anunciando los servicios de su incipiente empresa. Traía terciado al hombro un maletín de cuero y en una mano un pequeño y raro yunque. Recorría los caminos uno por uno todas las semanas en los diferentes campos petroleros en Lagunillas, siempre había alguien que necesitara de sus servicios. Las amas de casas y los chicos estaban siempre a la caza de su grito comercial, cuando estaba cerca sacaban la mercancía a reparar.

          Su maleta venía cargada con todas sus herramientas; había martillo, tenazas, tijera, navaja, tirabuzón, escofina, manopla, un pequeño mandil de cuero, un pote con cola para pegar y varios rollos de cuero. Su instrumento principal era el trípode o burro, era de acero con tres formas para el clavado o asentado del calzado. Los trabajos frecuentes iban de reparar el tacón o sustituirlo, coser el cuero abierto a poner media o suela corrida; por último, abrillanta y pulía los zapatos aplicándoles betún y cepillándolos antes de entregarlos al cliente. Los zapatos de la escuela de los muchachos eran su trabajo principal, siendo una mina inagotable.

          El remendón era un señor catire europeo muy amable y culto, sus ojos azules destilaban una mirada vivaz e intensa, su forma de hablar era como la de un arlequín desequilibrado o bufón, lo que lo hacía muy agradable. Expelía otras cualidades que solo lograban ver las mujeres en su imaginación, entre sus cuchicheos, vergüenzas y risas los intercambiaban entre ellas cuando lo veían venir.

          Se reía poco, pero hacía reír a la gente; se presentaba dando su nombre completo: Vittorio Cerutti, pero ya en confianza prefería que lo llamaran Vito. Mientras hacía sus reparaciones siempre le gustaba contar relatos e historias de Italia, su tierra natal. En una oportunidad mostró sus excelentes dotes de bailarín, cuando en una de las casas de estadía de trabajo escuchó en la radio uno de los tangos de Carlos Gardel, a veces también mientras remendaba entonaba melancólicas canciones de su tierra, tenía una imagen más pronto a la alegría que a la de enojo. A los muchachos que se le acercaban y le hacían ronda, les enseñaba palabras y expresiones cotidianas en italiano, inclusive, en confidencia entre ellos, las principales groserías equivalentes a las nuestras, con eso los entretenía un rato y se ganaba su amistad. En una oportunidad les enseñó algo de la liturgia católica en latín, ya que la misa se daba en esa lengua, les dijo.

         -  Muchachos, cuando estén en la iglesia y el cura inicie el saludo diciendo: ¡Dominus vobiscum!, ustedes en vez de contestar “Et cum spiritu tuo” le dicen: “Et culum te lo pelliscum”; total, él ni cuenta se va dar…ja ja ja

          El catire artesano se sentaba en el suelo y se colocaba el burro entre las piernas sujetándolo entre ellas y allí hacia su trabajo. A veces en las casas donde se estacionaba a trabajar vendían frescos y cervezas Zulia, se tomaba una en dos sorbos y decía.

          - ¡questa è la migliore birra del mondo!

         Nunca lo vimos tomarse más de una cerveza, por lo menos en un mismo sitio, decía que esa era la que podía pagar. Se comentaba que estas personas que semanalmente nos visitaban y que provenían de esos países lejanos venían con un switch mental de austeridad extrema. Ellos habían vivido por años miseria y horror por la primera y segunda guerra, se les veía almorzar con un pan francés y una coca cola, eso era suficiente hasta llegar a casa y cenar otro pan francés con un poco de salami que tenían en la caleta.

          Entre las anécdotas que contaba en confianza era que había nacido en plena dictadura de Mussollini y no vió otra cosa que guerra. Cuando murió el dictador muchos acaudalados terratenientes se mantuvieron con sus viñedos y olivares, así fue como él pudo comenzar con un trabajo más o menos remunerado, hasta que la crisis agobió toda la parte sur de Italia que era donde vivía. Allí tomó la decisión de venir a América a buscar nuevos horizontes. Esa era la época de la gran migración europea de la postguerra, todos los países estaban en crisis y Venezuela les ofrecía la luz al final del túnel que su país no les podía dar en esos momentos.

         Al transcurrir un mes de la reparadora visita a los campos apareció una mañana montado en una despampanante bicicleta de reparto gritando su slogan a todo pulmón, pero acompañándolo con el timbre de su bici. Continuaba con su labor de rutina, pero también comenzó a reparar carteras de damas, bultos para los libros; se llevaba parte del trabajo a su casa sobre todo los fines semana.

          Unos meses más tarde el italiano se transportaba en una flamante moto Vespa de cajón y en vez de pegar su acostumbrado grito el ruido de la moto y la peculiar corneta era suficiente para alertar a sus clientes de su presencia. Para ese momento su negocio se expandía y traía zapatos para la venta, le hacían el encargo y le pagaban semanalmente. Así paso unos meses más con su negocio prosperando hasta que de la noche a la mañana no se volvió a ver en el campo a Vittorio. El trabajo que había cultivado con creces fue dejado en bandeja de plata a otros conterráneos.

          Después de dos años de su supuesta desaparición los amigos y clientes dieron con su paradero, encontrando que Vittorio Cerutti había montado una de las mejores zapaterías de Ciudad Ojeda situada cercano a la Plaza Bolívar y la estaba atendiendo personalmente. Vito nunca había perdido su norte se hizo de su sueño: montar una hermosa y gran zapatería. Solo que cambió de reparación a vender los fabricados de última moda, especialmente para las mujeres. Ahora su especialidad era el calzado de damas, las mujeres estaban encantadas con el local, porque con Vito podían ponerse los zapatos que estaban de moda en Europa y Estados Unidos.

          Debido al auge petrolero para la época las mujeres de los Campos eran sus mejores clientes, así como las que vivían en la incipiente ciudad. En muchas oportunidades venían clientas de Maracaibo que no querían quedarse atrás con el último grito de la moda del calzado. El zapatero conocía muy bien su negocio y además atendía a su exigente clientela con mucho esmero y dedicación hasta verlas satisfechas. Su fructífero negocio le permitía viajar dos y hasta tres veces al año haciendo recorrido por las principales fábricas, tanto de Europa como de Estados Unidos.

          Aunque se le veía muy frecuentemente acompañado de lindas mujeres en fiestas y en restaurantes no se supo de un compromiso serio. Don Vito estuvo en la gloria del calzado durante cuatro fructíferos años hasta que otra vez desapareció sin dejar rastros.

          Detrás de aquella dócil y encantadora persona había una historia que poca gente conocía. Con el tiempo se fue develando y su contenido perturbó a mucha gente, sobre todo a aquellos que tuvieron un fuerte apego hacia él. Cuentan los que dieron con el misterio de Vittorio, que cuando joven, con apenas veinte años a lo sumo, en su Provincia de Cetraro el trabajo cesó azotada por la miseria imperante en aquellos momentos de la postguerra y él tuvo que migrar hacia el norte, donde se decía estaba mejor la situación, específicamente en Salermo y más tarde a Napoli.

           Allí comenzó a trabajar en lo que fuera en panaderías, restaurantes y de caletero en los muelles. Así estuvo trabajando varios años hasta que hizo amistad con otros jóvenes de su misma edad y lo animaron a incursionar en la prostitución trabajando como “Gigolo”.  Así lo hizo y comenzó a ganar algo de dinero, solo tenía que asistir a los sitios específicos de cita que había en toda la ciudad y encontrar la clientela, en su mayoría señoras ya mayores que buscaban compañía de tiernos jóvenes. Con unas semanas de trabajo llegó a pensar que ese era un trabajo transitorio y que cuando se arreglaran las cosas dejaría esa vida mundana y se dedicaría a un trabajo más serio.

          Pero no fue así, a medida que iba transcurriendo el tiempo la lista de usuarios fue creciendo y ascendiendo categoría en los estratos sociales. El trabajo le fue exigiendo más preparación y conocimiento, además de hacerse un experto en el arte de la seducción, aprendió a hablar español y francés, leía novelas, poemas y obligado la historia de la filosofía y sus protagonistas. Estos eran ingredientes básicos para atender a su clientela en todo su esplendor.

          Pero como cualquier cosa que se cree nunca va a acabar, su negocio acabó cuando se enredó con una damisela que resultó ser la esposa de un alto jefe de Los Carabinieri, quien logró descubrir el affaire; menos mal que la dama le advirtió a tiempo y pudo escapar ileso, del susto tomó la decisión de huir precipitadamente hacia América.

          Al parecer el negocio de los zapatos femeninos y la cercanía a los sutiles pies de las clientes azuzó nuevamente la estirpe de Casanova que había en Vito y comenzó a seducir a diestra y siniestra las chicas de la región.  Se dice que al parecer tropezó con la misma piedra cuando se dedicó a comer en un plato ajeno de una persona muy importante en el medio y al parecer conterráneo.

          Los que le han hecho seguimiento al caso de Don Vittorio comentan que él desapareció, sin dejar rastros, desde el preciso momento que encontró un pescado metido una bolsa de papel colocado en la entrada de su negocio. La policía no da ninguna información al respecto, solo están los rumores que comentan que se regresó a su pueblo natal; otros dicen que se fue a Argentina, bajo perfil y labura reparando calzados. Otros más extremistas dicen que el consentido Vito está entre los cimientos de uno de tantos edificios que se construyeron en el auge económico de Ciudad Ojeda.

 

Venezuela, Cabimas, 03-09-2020

Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...