domingo, 4 de octubre de 2020

UN ZAPATERO REMENDÓN DE AMORES

Por Humberto Frontado

 

           -  ¡Zapatero remendón! … !zapatero remendón!

          Ese era el slogan publicitario que voceaba aquel espigado y musculoso hombre de tez blanca quemada por el sol, que apareció caminando las calles anunciando los servicios de su incipiente empresa. Traía terciado al hombro un maletín de cuero y en una mano un pequeño y raro yunque. Recorría los caminos uno por uno todas las semanas en los diferentes campos petroleros en Lagunillas, siempre había alguien que necesitara de sus servicios. Las amas de casas y los chicos estaban siempre a la caza de su grito comercial, cuando estaba cerca sacaban la mercancía a reparar.

          Su maleta venía cargada con todas sus herramientas; había martillo, tenazas, tijera, navaja, tirabuzón, escofina, manopla, un pequeño mandil de cuero, un pote con cola para pegar y varios rollos de cuero. Su instrumento principal era el trípode o burro, era de acero con tres formas para el clavado o asentado del calzado. Los trabajos frecuentes iban de reparar el tacón o sustituirlo, coser el cuero abierto a poner media o suela corrida; por último, abrillanta y pulía los zapatos aplicándoles betún y cepillándolos antes de entregarlos al cliente. Los zapatos de la escuela de los muchachos eran su trabajo principal, siendo una mina inagotable.

          El remendón era un señor catire europeo muy amable y culto, sus ojos azules destilaban una mirada vivaz e intensa, su forma de hablar era como la de un arlequín desequilibrado o bufón, lo que lo hacía muy agradable. Expelía otras cualidades que solo lograban ver las mujeres en su imaginación, entre sus cuchicheos, vergüenzas y risas los intercambiaban entre ellas cuando lo veían venir.

          Se reía poco, pero hacía reír a la gente; se presentaba dando su nombre completo: Vittorio Cerutti, pero ya en confianza prefería que lo llamaran Vito. Mientras hacía sus reparaciones siempre le gustaba contar relatos e historias de Italia, su tierra natal. En una oportunidad mostró sus excelentes dotes de bailarín, cuando en una de las casas de estadía de trabajo escuchó en la radio uno de los tangos de Carlos Gardel, a veces también mientras remendaba entonaba melancólicas canciones de su tierra, tenía una imagen más pronto a la alegría que a la de enojo. A los muchachos que se le acercaban y le hacían ronda, les enseñaba palabras y expresiones cotidianas en italiano, inclusive, en confidencia entre ellos, las principales groserías equivalentes a las nuestras, con eso los entretenía un rato y se ganaba su amistad. En una oportunidad les enseñó algo de la liturgia católica en latín, ya que la misa se daba en esa lengua, les dijo.

         -  Muchachos, cuando estén en la iglesia y el cura inicie el saludo diciendo: ¡Dominus vobiscum!, ustedes en vez de contestar “Et cum spiritu tuo” le dicen: “Et culum te lo pelliscum”; total, él ni cuenta se va dar…ja ja ja

          El catire artesano se sentaba en el suelo y se colocaba el burro entre las piernas sujetándolo entre ellas y allí hacia su trabajo. A veces en las casas donde se estacionaba a trabajar vendían frescos y cervezas Zulia, se tomaba una en dos sorbos y decía.

          - ¡questa è la migliore birra del mondo!

         Nunca lo vimos tomarse más de una cerveza, por lo menos en un mismo sitio, decía que esa era la que podía pagar. Se comentaba que estas personas que semanalmente nos visitaban y que provenían de esos países lejanos venían con un switch mental de austeridad extrema. Ellos habían vivido por años miseria y horror por la primera y segunda guerra, se les veía almorzar con un pan francés y una coca cola, eso era suficiente hasta llegar a casa y cenar otro pan francés con un poco de salami que tenían en la caleta.

          Entre las anécdotas que contaba en confianza era que había nacido en plena dictadura de Mussollini y no vió otra cosa que guerra. Cuando murió el dictador muchos acaudalados terratenientes se mantuvieron con sus viñedos y olivares, así fue como él pudo comenzar con un trabajo más o menos remunerado, hasta que la crisis agobió toda la parte sur de Italia que era donde vivía. Allí tomó la decisión de venir a América a buscar nuevos horizontes. Esa era la época de la gran migración europea de la postguerra, todos los países estaban en crisis y Venezuela les ofrecía la luz al final del túnel que su país no les podía dar en esos momentos.

         Al transcurrir un mes de la reparadora visita a los campos apareció una mañana montado en una despampanante bicicleta de reparto gritando su slogan a todo pulmón, pero acompañándolo con el timbre de su bici. Continuaba con su labor de rutina, pero también comenzó a reparar carteras de damas, bultos para los libros; se llevaba parte del trabajo a su casa sobre todo los fines semana.

          Unos meses más tarde el italiano se transportaba en una flamante moto Vespa de cajón y en vez de pegar su acostumbrado grito el ruido de la moto y la peculiar corneta era suficiente para alertar a sus clientes de su presencia. Para ese momento su negocio se expandía y traía zapatos para la venta, le hacían el encargo y le pagaban semanalmente. Así paso unos meses más con su negocio prosperando hasta que de la noche a la mañana no se volvió a ver en el campo a Vittorio. El trabajo que había cultivado con creces fue dejado en bandeja de plata a otros conterráneos.

          Después de dos años de su supuesta desaparición los amigos y clientes dieron con su paradero, encontrando que Vittorio Cerutti había montado una de las mejores zapaterías de Ciudad Ojeda situada cercano a la Plaza Bolívar y la estaba atendiendo personalmente. Vito nunca había perdido su norte se hizo de su sueño: montar una hermosa y gran zapatería. Solo que cambió de reparación a vender los fabricados de última moda, especialmente para las mujeres. Ahora su especialidad era el calzado de damas, las mujeres estaban encantadas con el local, porque con Vito podían ponerse los zapatos que estaban de moda en Europa y Estados Unidos.

          Debido al auge petrolero para la época las mujeres de los Campos eran sus mejores clientes, así como las que vivían en la incipiente ciudad. En muchas oportunidades venían clientas de Maracaibo que no querían quedarse atrás con el último grito de la moda del calzado. El zapatero conocía muy bien su negocio y además atendía a su exigente clientela con mucho esmero y dedicación hasta verlas satisfechas. Su fructífero negocio le permitía viajar dos y hasta tres veces al año haciendo recorrido por las principales fábricas, tanto de Europa como de Estados Unidos.

          Aunque se le veía muy frecuentemente acompañado de lindas mujeres en fiestas y en restaurantes no se supo de un compromiso serio. Don Vito estuvo en la gloria del calzado durante cuatro fructíferos años hasta que otra vez desapareció sin dejar rastros.

          Detrás de aquella dócil y encantadora persona había una historia que poca gente conocía. Con el tiempo se fue develando y su contenido perturbó a mucha gente, sobre todo a aquellos que tuvieron un fuerte apego hacia él. Cuentan los que dieron con el misterio de Vittorio, que cuando joven, con apenas veinte años a lo sumo, en su Provincia de Cetraro el trabajo cesó azotada por la miseria imperante en aquellos momentos de la postguerra y él tuvo que migrar hacia el norte, donde se decía estaba mejor la situación, específicamente en Salermo y más tarde a Napoli.

           Allí comenzó a trabajar en lo que fuera en panaderías, restaurantes y de caletero en los muelles. Así estuvo trabajando varios años hasta que hizo amistad con otros jóvenes de su misma edad y lo animaron a incursionar en la prostitución trabajando como “Gigolo”.  Así lo hizo y comenzó a ganar algo de dinero, solo tenía que asistir a los sitios específicos de cita que había en toda la ciudad y encontrar la clientela, en su mayoría señoras ya mayores que buscaban compañía de tiernos jóvenes. Con unas semanas de trabajo llegó a pensar que ese era un trabajo transitorio y que cuando se arreglaran las cosas dejaría esa vida mundana y se dedicaría a un trabajo más serio.

          Pero no fue así, a medida que iba transcurriendo el tiempo la lista de usuarios fue creciendo y ascendiendo categoría en los estratos sociales. El trabajo le fue exigiendo más preparación y conocimiento, además de hacerse un experto en el arte de la seducción, aprendió a hablar español y francés, leía novelas, poemas y obligado la historia de la filosofía y sus protagonistas. Estos eran ingredientes básicos para atender a su clientela en todo su esplendor.

          Pero como cualquier cosa que se cree nunca va a acabar, su negocio acabó cuando se enredó con una damisela que resultó ser la esposa de un alto jefe de Los Carabinieri, quien logró descubrir el affaire; menos mal que la dama le advirtió a tiempo y pudo escapar ileso, del susto tomó la decisión de huir precipitadamente hacia América.

          Al parecer el negocio de los zapatos femeninos y la cercanía a los sutiles pies de las clientes azuzó nuevamente la estirpe de Casanova que había en Vito y comenzó a seducir a diestra y siniestra las chicas de la región.  Se dice que al parecer tropezó con la misma piedra cuando se dedicó a comer en un plato ajeno de una persona muy importante en el medio y al parecer conterráneo.

          Los que le han hecho seguimiento al caso de Don Vittorio comentan que él desapareció, sin dejar rastros, desde el preciso momento que encontró un pescado metido una bolsa de papel colocado en la entrada de su negocio. La policía no da ninguna información al respecto, solo están los rumores que comentan que se regresó a su pueblo natal; otros dicen que se fue a Argentina, bajo perfil y labura reparando calzados. Otros más extremistas dicen que el consentido Vito está entre los cimientos de uno de tantos edificios que se construyeron en el auge económico de Ciudad Ojeda.

 

Venezuela, Cabimas, 03-09-2020

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