Por Humberto Frontado
Ese era el slogan publicitario que voceaba
aquel espigado y musculoso hombre de tez blanca quemada por el sol, que apareció
caminando las calles anunciando los servicios de su incipiente empresa. Traía
terciado al hombro un maletín de cuero y en una mano un pequeño y raro yunque. Recorría
los caminos uno por uno todas las semanas en los diferentes campos petroleros
en Lagunillas, siempre había alguien que necesitara de sus servicios. Las amas
de casas y los chicos estaban siempre a la caza de su grito comercial, cuando
estaba cerca sacaban la mercancía a reparar.
Su maleta venía cargada con todas sus
herramientas; había martillo, tenazas, tijera, navaja, tirabuzón, escofina,
manopla, un pequeño mandil de cuero, un pote con cola para pegar y varios
rollos de cuero. Su instrumento principal era el trípode o burro, era de acero
con tres formas para el clavado o asentado del calzado. Los trabajos frecuentes
iban de reparar el tacón o sustituirlo, coser el cuero abierto a poner media o
suela corrida; por último, abrillanta y pulía los zapatos aplicándoles betún y
cepillándolos antes de entregarlos al cliente. Los zapatos de la escuela de los
muchachos eran su trabajo principal, siendo una mina inagotable.
El remendón era un señor catire
europeo muy amable y culto, sus ojos azules destilaban una mirada vivaz e
intensa, su forma de hablar era como la de un arlequín desequilibrado o bufón,
lo que lo hacía muy agradable. Expelía otras cualidades que solo lograban ver
las mujeres en su imaginación, entre sus cuchicheos, vergüenzas y risas los intercambiaban
entre ellas cuando lo veían venir.
Se reía poco, pero hacía reír a la gente; se presentaba dando su nombre completo: Vittorio Cerutti, pero ya en confianza prefería que lo llamaran Vito. Mientras hacía sus reparaciones siempre le gustaba contar relatos e historias de Italia, su tierra natal. En una oportunidad mostró sus excelentes dotes de bailarín, cuando en una de las casas de estadía de trabajo escuchó en la radio uno de los tangos de Carlos Gardel, a veces también mientras remendaba entonaba melancólicas canciones de su tierra, tenía una imagen más pronto a la alegría que a la de enojo. A los muchachos que se le acercaban y le hacían ronda, les enseñaba palabras y expresiones cotidianas en italiano, inclusive, en confidencia entre ellos, las principales groserías equivalentes a las nuestras, con eso los entretenía un rato y se ganaba su amistad. En una oportunidad les enseñó algo de la liturgia católica en latín, ya que la misa se daba en esa lengua, les dijo.
- Muchachos, cuando estén en la iglesia y el cura inicie el saludo diciendo: ¡Dominus vobiscum!, ustedes en vez de contestar “Et cum spiritu tuo” le dicen: “Et culum te lo pelliscum”; total, él ni cuenta se va dar…ja ja ja
El catire artesano se sentaba en el suelo y se colocaba el burro entre las piernas sujetándolo entre ellas y allí hacia su trabajo. A veces en las casas donde se estacionaba a trabajar vendían frescos y cervezas Zulia, se tomaba una en dos sorbos y decía.
- ¡questa è la migliore birra del mondo!
Nunca lo vimos tomarse más de una
cerveza, por lo menos en un mismo sitio, decía que esa era la que podía pagar. Se
comentaba que estas personas que semanalmente nos visitaban y que provenían de
esos países lejanos venían con un switch mental de austeridad extrema. Ellos
habían vivido por años miseria y horror por la primera y segunda guerra, se les
veía almorzar con un pan francés y una coca cola, eso era suficiente hasta
llegar a casa y cenar otro pan francés con un poco de salami que tenían en la
caleta.
Entre las anécdotas que contaba en
confianza era que había nacido en plena dictadura de Mussollini y no vió otra
cosa que guerra. Cuando murió el dictador muchos acaudalados terratenientes se mantuvieron
con sus viñedos y olivares, así fue como él pudo comenzar con un trabajo más o
menos remunerado, hasta que la crisis agobió toda la parte sur de Italia que
era donde vivía. Allí tomó la decisión de venir a América a buscar nuevos
horizontes. Esa era la época de la gran migración europea de la postguerra,
todos los países estaban en crisis y Venezuela les ofrecía la luz al final del
túnel que su país no les podía dar en esos momentos.
Al
transcurrir un mes de la reparadora visita a los campos apareció una mañana
montado en una despampanante bicicleta de reparto gritando su slogan a todo pulmón,
pero acompañándolo con el timbre de su bici. Continuaba con su labor de rutina,
pero también comenzó a reparar carteras de damas, bultos para los libros; se llevaba
parte del trabajo a su casa sobre todo los fines semana.
Unos meses más tarde el italiano se transportaba
en una flamante moto Vespa de cajón y en vez de pegar su acostumbrado grito el
ruido de la moto y la peculiar corneta era suficiente para alertar a sus
clientes de su presencia. Para ese momento su negocio se expandía y traía
zapatos para la venta, le hacían el encargo y le pagaban semanalmente. Así paso
unos meses más con su negocio prosperando hasta que de la noche a la mañana no
se volvió a ver en el campo a Vittorio. El trabajo que había cultivado con
creces fue dejado en bandeja de plata a otros conterráneos.
Después de dos años de su supuesta
desaparición los amigos y clientes dieron con su paradero, encontrando que Vittorio
Cerutti había montado una de las mejores zapaterías de Ciudad Ojeda situada
cercano a la Plaza Bolívar y la estaba atendiendo personalmente. Vito nunca
había perdido su norte se hizo de su sueño: montar una hermosa y gran zapatería.
Solo que cambió de reparación a vender los fabricados de última moda,
especialmente para las mujeres. Ahora su especialidad era el calzado de damas,
las mujeres estaban encantadas con el local, porque con Vito podían ponerse los
zapatos que estaban de moda en Europa y Estados Unidos.
Debido al auge petrolero para la
época las mujeres de los Campos eran sus mejores clientes, así como las que vivían
en la incipiente ciudad. En muchas oportunidades venían clientas de Maracaibo
que no querían quedarse atrás con el último grito de la moda del calzado. El
zapatero conocía muy bien su negocio y además atendía a su exigente clientela
con mucho esmero y dedicación hasta verlas satisfechas. Su fructífero negocio
le permitía viajar dos y hasta tres veces al año haciendo recorrido por las principales
fábricas, tanto de Europa como de Estados Unidos.
Aunque se le veía muy frecuentemente
acompañado de lindas mujeres en fiestas y en restaurantes no se supo de un
compromiso serio. Don Vito estuvo en la gloria del calzado durante cuatro
fructíferos años hasta que otra vez desapareció sin dejar rastros.
Detrás de aquella dócil y encantadora
persona había una historia que poca gente conocía. Con el tiempo se fue
develando y su contenido perturbó a mucha gente, sobre todo a aquellos que
tuvieron un fuerte apego hacia él. Cuentan los que dieron con el misterio de Vittorio,
que cuando joven, con apenas veinte años a lo sumo, en su Provincia de Cetraro el
trabajo cesó azotada por la miseria imperante en aquellos momentos de la
postguerra y él tuvo que migrar hacia el norte, donde se decía estaba mejor la
situación, específicamente en Salermo y más tarde a Napoli.
Allí comenzó a trabajar en lo que
fuera en panaderías, restaurantes y de caletero en los muelles. Así estuvo
trabajando varios años hasta que hizo amistad con otros jóvenes de su misma
edad y lo animaron a incursionar en la prostitución trabajando como
“Gigolo”. Así lo hizo y comenzó a ganar
algo de dinero, solo tenía que asistir a los sitios específicos de cita que había
en toda la ciudad y encontrar la clientela, en su mayoría señoras ya mayores
que buscaban compañía de tiernos jóvenes. Con unas semanas de trabajo llegó a
pensar que ese era un trabajo transitorio y que cuando se arreglaran las cosas dejaría
esa vida mundana y se dedicaría a un trabajo más serio.
Pero no fue así, a medida que iba
transcurriendo el tiempo la lista de usuarios fue creciendo y ascendiendo
categoría en los estratos sociales. El trabajo le fue exigiendo más preparación
y conocimiento, además de hacerse un experto en el arte de la seducción,
aprendió a hablar español y francés, leía novelas, poemas y obligado la
historia de la filosofía y sus protagonistas. Estos eran ingredientes básicos
para atender a su clientela en todo su esplendor.
Pero como cualquier cosa que se cree
nunca va a acabar, su negocio acabó cuando se enredó con una damisela que
resultó ser la esposa de un alto jefe de Los Carabinieri, quien logró descubrir
el affaire; menos mal que la dama le advirtió a tiempo y pudo escapar ileso,
del susto tomó la decisión de huir precipitadamente hacia América.
Al parecer el negocio de los zapatos femeninos
y la cercanía a los sutiles pies de las clientes azuzó nuevamente la estirpe de
Casanova que había en Vito y comenzó a seducir a diestra y siniestra las chicas
de la región. Se dice que al parecer tropezó
con la misma piedra cuando se dedicó a comer en un plato ajeno de una persona
muy importante en el medio y al parecer conterráneo.
Los que le han hecho seguimiento al
caso de Don Vittorio comentan que él desapareció, sin dejar rastros, desde el
preciso momento que encontró un pescado metido una bolsa de papel colocado en
la entrada de su negocio. La policía no da ninguna información al respecto, solo
están los rumores que comentan que se regresó a su pueblo natal; otros dicen
que se fue a Argentina, bajo perfil y labura reparando calzados. Otros más extremistas
dicen que el consentido Vito está entre los cimientos de uno de tantos
edificios que se construyeron en el auge económico de Ciudad Ojeda.
Venezuela,
Cabimas, 03-09-2020
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