Por Humberto Frontado
Esta simpática historia comienza con la llegada de un inocente niño a la nueva casa que le daría cobijo. Estaba ubicada en Puerto Nuevo, una de las tantas urbanizaciones pertenecientes a los campos petroleros de la compañía Shell en Lagunillas. La vivienda estaba hecha de unas láminas de acero machihembrada, esa era para los gringos petroleros una manera rápida y económica de construir casas. La mudanza se realizó en la tarde después de la llegada de su papá del trabajo, ya que estaba en la guardia de amanecer. Aquel traspaso fue bien rápido pues tenían pocos corotos.
Ese primer día le
sirvió para apreciar el frondoso árbol de merey
que estaba plantado justo en el frente de la casa. Después de cenar se durmió pensando
en aquella majestuosa mata; definitivamente había cautivado su azarosa atención.
Al otro día, bien temprano en la mañana y sin haber desayunado, el párvulo se dirigió al apacible árbol y lo detalló por todos lados. Buscó en su epidermis algunas irregularidades que pudiera aprovechar para subir al techo de la casa de lata (así la bautizaron cariñosamente).
El ascenso no fue fácil , le costó unos cinco intentos hasta que se dió cuenta que las alpargatas que tenía puestas le hacían resbalar. Se despojó de las molestas cotizas y escaló descalzo con mejor resultado. Abrazado al tronco del árbol fue subiendo lentamente hasta llegar a una gruesa rama con la que logró apoyo y le permitió, agarrado de otra, pasar hacia el techo metálico.
Se sentó lentamente en aquella
azotea percibiendo su tenue calor y en cámara lenta con los brazos ya
libres abrazó sus piernas mientras bajaba su cabeza y la apoyó en sus rodillas. Cerró sus ojos por un momento, como rindiéndole pleitesía a aquel
silencioso amigo que le había permitido aprovecharse de él para lograr su espectacular objetivo.
Sumergido en una profunda
quietud se sintió muy emocionado al lograr ver las casas vecinas, los pocos carros
que pasaban y algunos niños corriendo a la distancia. Desde aquella descomunal
altura podía divisar todas las cosas a su alrededor. Se dijo que esa sería la
atalaya de sus sueños, el puesto de observación y lugar donde se gestarían un
sinfín de grandes aventuras.
Sin darse cuenta ya había estado
una media hora inmerso en sus pensamientos, dándole rienda suelta a la imaginación hasta que volvió en sí al escuchar el llamado característico de su mamá, con unos decibeles más altos de lo normal, como indicativo de que tenía tiempo
haciéndolo.
Bajó como pudo, algo
temeroso y no contó lo ocurrido a nadie; aquel amigo le guardaría el secreto.
A partir de ese momento el árbol y él serían uno, era su confidente secreto.
En su piel dejaría escrito en jeroglíficos su fugaz historia de locas aventuras, ocurridas en esos maravillosos años.
07-05-17
Nota: Anacardium occidentale, también conocido como nuez de la india,
cajú, merey, anacardo, castaña de cajú, marañón, cajuil, caguil, llamado en
algunos países de Centroamérica pepa o merey es un árbol originario de
Venezuela y del nordeste de Brasil.
Hermano cada día te admiro más. Admiro tu narrativa de allí que siempre estabas callado y tú imaginación volaba.
ResponderEliminarMe encantan tus historias mi apreciado Humberto.
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