Por: Humberto Frontado
Temprano
en la mañana, ya sin electricidad; entró, no sé por dónde, una bulliciosa mosca
que buscaba por todos los medios llamar la atención. Al principio no le di
importancia hasta que se hizo insoportable.
Mientras
leía me acordé que ellas emiten ese estruendoso zumbido cuando buscan pareja.
Su revoloteo era rasante sobre mi cabeza. Lance un rápido y perdido manoteo
para ver si se aquietaba y fue peor. Con ese leve movimiento de mi mano generé
calor hacia el resto de mi cuerpo y preferí quedarme quietecito.
Seguí
inmutado leyendo y le perdí atención; creo que se fue por un momento o la
concentración en la lectura hizo que me olvidara de ella. De pronto apareció intempestivamente, era como
si de pronto se hubiese convertido en un chupaflor o colibrí. Revoloteaba
desaforado en zigzag, pero en seseo; haciendo tirabuzones elípticos de variadas
frecuencias. Parecía como si hubiese llegado la electricidad, después de un bajón,
y aceleró las revoluciones o parámetros de vuelo del díptero. Me pregunté
-
¿qué le pasará a esta loca?
Había
tanto sosiego en el ambiente que el aleteo de la bendita mosca estaba
abanicando imperceptiblemente la habitación. Cerré los ojos y disfruté por unos
momentos aquella sutil y gélida brisa que me arropaba.
Continué leyendo por momentos, pero la
irrespetuosa visitante me exaspero a tal extremo que decidí buscar el
matamoscas en la cocina para exterminarla. En esa corta acción volvió a subir
la temperatura de mi cuerpo y no me importó. Le monte cacería cual sapo
experimentado hace para conseguir su comida. Con un rápido swing – zúas - le di
un golpe en la cabeza y otro en la barriga hasta dejarla inconsciente, todo
sudado y mirándole a los ojos le dije.
– Colorín colorado ésta mosca se ha acabado.
Venezuela, Cabimas, 31-08-2019
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