Por: Humberto Frontado
Muy cerca de las seis de la tarde como todos los días de
lunes a viernes, después de hacer todos sus oficios y tareas correspondientes,
aún tenían algo de tiempo para enviar algunos mensajes telegrafiados a la amiga
colindante a través de la pared. La casa de latas, como le decían, tenía un
delgado panel contiguo que los separaba de los vecinos. En él había unos
orificios que habían quedados de su construcción, que permitían enviar mensajes
hablados o por rollitos de correo.
Llegada la hora, prácticamente era un ritual, se sentaban los tres en el suelo; su madre lavando los últimos corotos escuchaba desde la cocina y el padre sentado en la silla de cuero releyendo el Panorama. Todos alrededor del omnipotente radio marca RCA Víctor, onda AM y FM, rectangular con cubierta de tela amarilla mimbrada sobre el altavoz. Como preámbulo aparecieron los anuncios comerciales de “La Maizina Americana” (gran producto nacional) y del predilecto jabón en polvo “ACE”( hace de todo), que esa semana los había premiado con un juego de cubiertos dentro de la caja. De inmediato se dejaba escuchar venir desde lejos el galopar de un brioso corcel negro de largas crines que revoloteaban al viento a medida que se desplazaba velozmente, detenerse, pararse en dos patas y lanzar un bufido que se escuchaba en toda la sala y la del vecino una vos recia y descomunal que anunciaba.
- El León de Francia…protector de los pobres y los desamparados.
"El León de
Francia" era un personaje que parecía inofensivo públicamente; pero,
secretamente, era un heroico paladín de la justicia. Era un jinete altivo,
vestido de negro con una capa y ancho sombrero. La voz varonil y recia. El
sonido que producían aquellas largas botas de cuero, con sus espuelas, a sus
pasos nos decía lo corpulento que era aquel hombre misterioso. Su amado y único
amor era María Inés de Loren, aunque el resto de las damas suspiraban sin vergüenza
ante su presencia. El villano era Felipe de Borgoña y en cada acto de maldad y fechoría
era aplastado sin compasión. La espada del León no tenía piedad ante los sin
razón.
Los jóvenes sabían que ese
día por ser viernes les depararía media hora de grandes emociones, se concentraban
en él un cúmulo de acciones que los dejaría todo el fin de semana en ascuas,
una estrategia radial muy efectiva, sobre todo para los niños.
La emisora de radio era la
potente Radio Continente en la década de los sesentas. Después de terminado
cada capítulo se quedaban un rato dilucidando sobre lo que había acontecido en
aquel segmento novelario, haciendo proyecciones para el próximo. Quedándoles
todavía algunos minutos los aprovechaban para montar y cabalgar un rato la
escoba o luchar usando unas largas y aceradas espadas imaginarias entre
hermanos antes de irse a dormir.
A medida que pasaba el tiempo
se fueron escuchando en el mismo horario otras novelas con nuevas historias
donde había distintos protagonistas, diferentes personajes, pero increíblemente
con las mismas voces, los caballos cabalgaban y relinchaban idénticos al de la
novela anterior. Las damas lloraban y gritaban de miedo casi con las mismas
expresiones. Se notaban cambios en las escenas en vez de dar oídos al rechinar
de espadas, ahora se oían estruendosos disparos de rifles y revólveres.
Nació un nuevo esquema de
novelas radial, dentro de un gran marco titulado “Cuando los hombres son
bestias”, se desarrollaron en él una serie de novelas cortas de todo tipo. El
destino trajo para quedarse la presencia de el gran héroe que hacía falta y era
criollo, no necesitaba caballo y se movía sigilosamente ocultándose en las
sombras de la noche. Aparecía de la nada y lo anunciaba a modo de fanfarria una
inspiradora melodía de fondo: Era “El Gavilán” con su epíteto de “Defensor de
desvalidos y desamparados”.
Vestido de negro con una
larga capa, cubría su rostro con capucha, en el medio del pecho tenía la figura
de un ave blanca. Traía consigo dos descomunales pistolas para su defensa. Sus
aventuras se desarrollaban en la urbe caraqueña, en los caminos del junquito
boscoso de la época, bajo las sombras del imponente Ávila. El marco principal
de escenografía lo ocupaba la gran Mansión de los Santos, donde los personajes
principales eran Julio Cesar, Miguel Ángel y Narciso, todos hijos de Doña
Elodia. Además, estaba la presencia de la delicada y dulce Azucena, la del
barrio Carpintero, y Verónica la de los ojos achinados.
Las principales armas de El
Gavilán era su impresionante capacidad para escapar de las mortales trampas y la
de aparecer en el momento oportuno para rescatar a las víctimas. El peligroso equipo
de villanos estaba conformado por asesinos en serie, monstruos nocturnos, locos
de remate, etc. Destacaban entre ellos la espeluznante Lechuza de la Muerte, el
fatídico Hombre de la Capa Roja, el macabro Doctor Calaveras, el sombrío Enano
Siniestro y sus guardaespaldas Macario y Candelario, dos descomunales negros.
Radio Continente, con esta
novela, llevó por un largo tiempo la delantera sobre las otras emisoras. El Gavilán
era de gran audiencia entre la población, lo transmitían en horario de 11:30 am
a 12:00 m. Los muchachos salían espitaos de la escuela a la hora de almuerzo y a
medida que caminaban, pasando por el lado de cada casa, iban escuchando intermitente
partes del capítulo. Al llegar a sus hogares empataban pedazo a pedazo las escenas
hasta completar el capítulo mientras comían.
En el regreso a la escuela por
la tarde hacían un recuento durante el recreo. Contestando, cual examen oral,
las preguntas que quedaban en el aire después de terminar el capítulo. Algo así
como: ¿Será cierto que Julio Cesar sea el Gavilán? ¿Podrá Doña Elodia salvarse
de las garras del enano siniestro? ¿Se tomará
Miguel Ángel la poción de veneno que le dio la malévola maestra de llaves?
Estas novelas eran
instrumentos sutiles de extorsión. Si no se hacían los oficios y tareas a la
hora indicada no había Gavilán. La inocencia parvuliana los llevó a concluir que
todos los protagonistas hombres y mujeres podían tener diferentes rasgos
físicos pero la voz no cambiaba, era igual para todos. Eran rasgos comunes que
identificaba a un verdadero héroe.
Dentro de los más
impactantes recuerdos de la novela estaban cuando el padre de los Santos,
esposo de Doña Elodia, enloqueció y fue enfrentado por el Gavilán, tenía un
apodo armado con algo de malabares. La mansión donde ocurría toda la trama estaba
ubicada en el Junquito y se cultivaban orquídeas negras en el jardín. El Asesino
de la cuerda de nylon, sigiloso personaje macabro que con un rápido y certero
movimiento asesinaba sin piedad, resultó ser para sorpresa de todos, la
mismísima Doña Elodia.
Fue una extraordinaria época en la que daba
gusto escuchar la radio, primero el Gavilán, también las aventuras de los 3 Villalobos,
El Santo el enmascarado de plata, Kaliman, Batman, Juan sin miedo, Juan Centella,
Martin Valiente que se transmitían por las más populares Radio Continente y Radio
Rumbos “el periódico impreso en la radio”. Eran para esa época las dos emisoras
de radio que se disputaban la audiencia, pues algunas otras emisoras que habían
llegado a transmitir ciertas novelas e historietas, comenzaron a abandonar esta
actividad al cambiarla por nuevos espacios radiales, ya que la competencia
entre emisoras de radio fue creciendo, a pesar de la incipiente aparición de la
televisión que empezaba a tener gran éxito.
Lo más curioso de la radio
es el haber desarrollado en las amas de casa un extraño poder extrasensoriales
asociadas a la audición y al armado de conjeturas de eventos en pausas
perdidas. En ocasiones mientras lavaban la ropa, botaban la basura o hacían
algo en el patio que las alejara unos cinco minutos del perímetro audible de la
radio, regresaban y se acercaban otra vez al encanto radial y de acuerdo con lo
que sucedía lo empataban inmediatamente y concluían mentalmente toda la trama
perfectamente.
El otro componente era el superdesarrollo del sentido auditivo. Una escena normal y jocosa era cuando un joven queriendo oír una de las canciones de moda en Radio Reloj, viendo que su madre estaba muy lejos tendiendo la ropa lavada, sin prestarle atención a la novela se atrevía a cambiar la emisora; no había cambiado el dial cuando oía el grito de su madre decir.
- ¡Hey! …no me cambien la novela.
El joven no creyendo en lo que estaba viendo le replicaba.
- ¡Mama! …pero si estas lejos y no escuchas nada.
- ¡Si estoy escuchando! …oí que Juan le confesó a Rosa que él era su hijo perdido – contaba foronda la mujer a su incrédulo hijo.
Ya las historias interesantes
de acción y suspenso de El Gavilán, Los tres Villalobos, Martin Valiente fueron
desapareciendo dándole cabida más bien a las perpetuas novelas de amor. Apareció amenazante
arropado en una plateada capa tecnológica el monstruo de la televisión que atacó
con fuerza y sin piedad a todos estos queridos héroes, con ello también
desaparecieron muchas emisoras de radio ahogadas en crisis económica, debido en
gran parte a que los anunciantes publicitarios prefirieron la televisión para
invertir comercialmente. La radio vivió un gran letargo en los años 80´s hasta
que, a comienzos de los 90´s se afianzaron las emisoras FM con transmisiones en
estéreo cautivando nuevamente la audiencia. Escuchar una gran dicción, sutileza
y pasión al hablar no tiene precio. Fueron, son y serán siempre los años
dorados de la radio.
Los más osados en escuchar la radio
en casa, se ponían a sintonizar emisoras de onda corta, sobre todo en las
noches, y así poder escuchar transmisiones de Radio Habana Cuba, la BBC de
Londres y La Voz de los Estados Unidos de América, entre otras. Buscar emisoras
de onda corta, en las noches, pasó a ser la nueva gran aventura.
Venezuela,
Cabimas, 13-09-2020.
Coño me voy enterando que doña elodia era la asesina de la cuerda de nylon , debe ser que el radio no tenía pilas , pues en coche no había electricidad , muy bueno ese recuento histórico
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