domingo, 31 de julio de 2022

LAS ORDALÍAS DE JAIMITO

 Por Humberto Frontado



            Jaime, un niño de diez años, caminaba nervioso entre el resto de los estudiantes; había planificado ese día escaparse y no asistir a la escuela. Con cautela se fue desprendiendo del grupo donde venía acompañado de sus hermanos mayores, aceleró el paso y se metió por uno de los callejones llamado Calle de los Ingleses; allí esperó un rato hasta que pasara la hora de la entrada a los salones. Sintiéndose seguro, caminó hasta la avenida Andrés Bello y se dirigió resuelto hacia el recién inaugurado Centro Cívico de Cabimas. El cuaderno que llevaba lo enrolló y se lo colocó en el bolsillo trasero del pantalón. Desde la distancia contempló aquella moderna estructura de cemento que tenía unos toboganes gigantes en el techo. Por un momento quedó absorto buscando en su pensamiento cómo subir allí y deslizarse por las contorsionadas y sinuosas lomas.

            Esperó el momento preciso para atravesar la convulsionada calle y evitar ser atropellado por los carros. Dentro del perímetro comercial iba caminando rápido viendo hacia todos lados, esquivando a la gente hasta llegar al área central, sitio en el cual estacionaban las diferentes líneas de porpuestos y camionetas de transporte. Continuó desplazándose entre los pasillos donde había todo tipo de negocios: carnicerías, verdulerías, ferreterías, frutos secos y especies, etc.

            El muchacho se encontraba maravillado al ver concentradas en un solo sitio tantas actividades diferentes. Después de cruzar el terminal de pasajeros levantó la vista y divisó una zona que parecía una orilla de playa. Veloz caminó hacia el área y quedó extasiado al ver el lago en todo su esplendor. Desde allí podía ver las instalaciones petroleras pertenecientes a La Salina, vió estacionado un inmenso tanquero surtiéndose de crudo. Por la orilla de la playa caminó lanzando piedras al agua y bordeando algunos mangles. En cuclillas frente al estuario, cerró por un momento los ojos para escuchar el chapotear del marullo.

          Después de un buen rato de estar merodeando por el malecón decidió echar un vistazo a un lugar que lo atrajo por su particular olor, era la zona de las pescaderías. Recorriendo entre los pasillos veía con curiosidad los diferentes pescados que se exhibían para la venta.  Sin noción del tiempo se quedó por un momento observando los detalles de los armadillos, hasta que sintió por detrás la proximidad de una mano que se posó en su cabeza. Era su abuela que lo había divisado desde el área de los paileros y lo estaba siguiendo. Antes de que el muchacho se diera vuelta para averiguar quién era, su abuela desplazó su mano en un sutil y rápido movimiento y le agarró por una oreja diciéndole.

          -       ¡Muchacho el carajo!... ¿qué haces tú por aquí?... ¿tú no tenías que estar a esta hora en el colegio?

          A medida que la señora hablaba le iba retorciendo el pabellón de la oreja, se lo llevó de remolque hasta uno de los árboles alrededor de la pescadería. Después de hacerle una retahíla de preguntas y darle un par de cocotazos con los nudillos de la mano, lo tomó por una mano y se lo llevó caminando hasta su casa. El muchacho iba llorando por el camino, pensando en la paliza que le iban a echar, primero su mamá y después su papá al regresar del trabajo.

          Cuando entraron a la casa la madre, que estaba ocupada haciendo sus quehaceres, lo tomó inmediatamente por un brazo y se lo llevó para la salita y con un rejo de cuero que tenía detrás de la puerta le dió tres certeros azotes por las posaderas diciéndole.

           -       ¡Esto es para que agarres escarmiento!

          El muchacho todo marcado lloraba desconsolado en su cuarto.  Después de un buen rato y ya calmada la situación la abuela hizo entrada en el aposento y en plan de consolarlo se sentó en el borde de la cama y le dijo.

           -        Mijo te voy a contar algo que hace mucho tiempo me contó tu abuelo Jaime... que en paz descanse.... cuando él tenía tu edad... era igual de inquieto y andariego como eres tú ahora... un día jugando y corriendo en la salita de su casa en un descuido le tumbó y rompió un radiecito que recién había comprado su papá. Era lo más preciado que tenía ese hombre al momento, allí escuchaba todos los mediodías las canciones de Molero... ese día a tu abuelo le echaron una pela de dios y federación… para que escarmentara… después de aquella paliza pensando que la desobediencia del muchacho era cosa del diablo lo llevaron por la tarde a la Iglesia Principal para hablar con el padre y buscar una solución… al culminar la misa el cura se dirigió a nosotros para hablar. Una vez enterado el padre de lo que estaba sucediendo con el niño, solicitó lo dejaran hablar a solas con Jaimito... El cura habló con el chico, le dijo que él personalmente iba a platicar con Dios para preguntarle sí lo que hacía era obra del diablo o era solo su rebeldía… si el todopoderoso no daba con la respuesta entonces utilizarían las Ordalías establecidas por él mismo;… éstas consistían en unas pruebas que ayudaban a evidenciar la incidencia de satanás en el acusado... Una prueba consistía en atar a la persona y hundirla en el Lago… si flotaba era culpable y si se ahogaba era inocente, ya que el agua tiene la virtud de acoger a los honestos y repeler a los culpables… lo malo con esta prueba es que el acusado absuelto moría… Otra prueba era meter la mano del difamado en una olla con agua hirviendo para que agarrara una piedra en el fondo; si tomaba la piedra y no tenía marcas visibles de quemaduras entonces era inocente, de lo contario era culpable… También había una prueba más sencilla, la cual consistía en hacer que el inmoral comiera un trozo de queso de año con pan rallado… si la persona era culpable entonces Dios enviaba uno de sus ángeles para que apretara el pescuezo de la persona y le impidiera tragar la combinación de pan con queso… el abuelo salió de la iglesia ese día todo cambiado y no dijo nada a nadie sobre lo que le había dicho el cura… a partir de ese día tu abuelo tuvo una conducta intachable, hacía caso a sus padres y hasta sacó su sexto grado.

La vieja se persignó y le echó la bendición al niño diciéndole.

-       Espero te haya gustado la historia sobre tu abuelo.

           Jaimito callado se despidió de su abuela y se metió a la cama. Decidió copiar la conducta de su abuelo y comportarse a la altura. Lamentablemente esa determinación apenas le duró tres días; retomó su inescrupulosa vida con más ahínco, olvidando por completo las infames ordalías de su difunto abuelo.

 

31-07-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.

domingo, 24 de julio de 2022

CACHIMBA

Por Humberto Frontado


           Un sábado en la mañana, día en el cual salen todo tipo de vendedores ambulantes y el pordiosero de turno, hizo debut un joven adolescente pidiendo le ayudaran, ya que no tenía que comer. Como todo principiante en las lides, el muchacho no consiguió mucha aceptación ya que la gente lo miraba con cierto recelo.  Cuentan los pueblerinos que lo vieron registrando los contenedores de basura buscando algo de comida, situación que no se había visto antes en los Campos petroleros. Esa mañana, un guardia nacional que estaba saliendo de su casa para ir al comando a trabajar vió al chico y le preguntó qué estaba haciendo por allí. El muchacho todo asustado viendo aquel hombre uniformado contestó que solo pedía algo de comer. El militar, contemplando la necesidad de aquel muchacho le prometió un desayuno a cambio de la limpieza del patio de su casa; le dió instrucciones sobre lo que tenía que hacer, además le pidió a su esposa que lo atendiera mientras él estaba trabajando.

         Todos los sábados se veía pasar por la calle al chico a cumplir el compromiso de trabajo que había adquirido con el militar. Después de varias semanas de presencia activa extendió su servicio hacia otros vecinos. Era muy servicial y cumplía a cabalidad los quehaceres. La gente lo fue conociendo como el muchacho que limpiaba los patios. Más tarde se enteraron de que su nombre era Ramón y lo apodaron Cachimba; tal vez por su piel oscura y el pelo chicharrón como San Benito.

             Más adelante el negrito amplió sus servicios según los requerimientos de la gente. Además de la limpieza de patios, realizaba mandados de todo tipo, llevaba y traía recados, hacía las compras en las bodegas.  Ante tanta actividad buscó la forma de estar siempre presente en el Campo para cumplir sus compromisos, así que encontró su hospedaje en los techos de las casas. Allí pasaba las noches y si llovía bajaba y se guarecía en algún garaje de los muchos que esperaban ser ocupados. Por eso en ocasiones los habitantes lo veían saltando como un fantasma de un techo a otro, buscando cobijo.

          Una aciaga mañana varias vecinas despertaron sorprendidas cuando vieron que había desaparecido toda la ropa que habían dejado desplegadas en las cuerdas de tender. Algunas mujeres tenían la costumbre de lavar la ropa por las tardes y dejarla tendida para que se secara durante la noche. La noticia se propagó inmediatamente entre los habitantes de la urbanización. Las mujeres afectadas armaron un comité y fueron al comando de la Guardia Nacional a poner la denuncia. Cuando les preguntaron si sospechaban de alguien, contestaron con una respuesta ya concebida; dijeron que estaban seguras de que el robo lo había hecho Cachimba, un muchacho que tenía tiempo visitando el campo y merodeaba por las noches los patios de las casas.

           El militar encargado de recibir la denuncia no disimuló su enojo ante lo que acababa de escuchar, se trataba del mismo sargento que con toda confianza había permitido la entrada de aquel bandido muchacho a su casa. Se sentía ofendido y defraudado, no podía creer que el chico hubiese hecho tal maldad a los habitantes del Campo.   Salió hecho una fiera en el Jeep de la guardia a buscar al bellaco. Preguntó a varias personas hasta que una le informó que había visto al chamo trabajando cerca en una de las casas.

             El soldado llegó ante el muchacho y sin reparo lo acusó de la fechoría. El joven sorprendido desmintió todo y en su defensa argumentaba que ese día había estado en Lagunillas en casa de su tío. El guardia molesto no creyó lo que decía y lo llevó detenido al comando hasta aclarar la situación. El negro muchacho gimoteaba de rabia y jurando decía que él no había cometido esa la mala acción. La gente que había presenciado el arresto indignada decía "ve lo que resultó ser el condenado negrito", "se le dió confianza y mira lo que hizo el muy desgraciado".

          Pasaron dos días y nuevamente se dispararon las alarmas, esta vez en otro de los campos vecinos; también se habían robado durante la noche las ropas dejadas en las cuerdas. Pero en esta oportunidad la camioneta de vigilancia llamada “la guachimanera” de la compañía petrolera Shell, junto con la guardia nacional habían montado cacería y detuvieron a dos personas que se desplazaban en la madrugada en bicicletas, llevando unas bolsas con la ropa sustraída. El dúo de ladrones provenía de los nacientes poblados aledaños a los campos.

             El sargento al enterarse del hecho descargó su puño sobre el escritorio con toda su fuerza; fue un golpe donde se mezclaba su carácter andino que aún lo embutía, más su conmovedor gesto de alegría que le hizo lanzar al aire.

           -       ¡lo sabía nojoda!… sabía que no había sido Cachimba” … lo arrestamos sin suficientes pruebas… nos dejamos llevar sólo por los comentarios de la gente.

           Inmediatamente dió la orden a un subalterno de liberar al joven y traerlo ante sí. El militar en posición firme estrechó la mano del joven y se disculpó apenado, comentó que todo había sido un error y los culpables habían sido encarcelados.  Lo acompañó hasta el portón del comando y colocándole la mano sobre su hombro le confesó en voz baja.

         -       Mijo que pena contigo… que buena vaina… que al perro más flaco siempre se le pega la garrapata más grande… te espero mañana en la casa.

          Cachimba dolido por lo sucedido no volvió a ir más a los Campos. Comenzó a trabajar haciendo mandados en la zona comercial de la vieja Lagunillas, lo último que se supo era que vendía Lotería de Animalitos entre los barrios de Campo Mío y Párate Ahí.  El pasaje anecdótico del negrito Cachimba quedó plasmado en la memoria de los Cаmроs petroleros como una válida nota moral sobre el prejuicio que muchas veces nos acompaña, distorsionando la realidad.

 

21-07-2022


Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez


domingo, 17 de julio de 2022

JUSTO TUERTO

 Por Humberto Frontado


               -         ¡Que que que..cará!... uuun trooompo chachaavao… uuun coco cordel de de media vida… ti tiró el trooompo y le le le sacó el ojo.

          Este fue el gagueado parlamento que utilizó el curioso niño para resumir el fatal desenlace que había tenido aquel fausto combate entre los dos titanes del juego de metras y trompo.

          Temprano en la mañana, después de desayunar con su pocillo de tibio guarapo y un pedazo de casabe, el joven Justo caminó raudo atravesando toda la casa hasta desembocar en la polvorosa calle. Ese día tenía pendiente enfrentar a Moncho su socio de travesuras.  Acordaron encontrarse frente a la bodega del señor Lolo para jugar pichas. Ese lugar ofrecía fresca sombra durante buena parte de la mañana, las casas daban cobijo y el terreno era óptimo para jugar ya que la señora Chón, la esposa del bodeguero barría todo el frente en las mañanas antes de despuntar el sol.

         Presente los dos muchachos y con los bolsillos llenos de coloridas metras comenzaron a jugar. Iniciaron con la sencilla hueca, después cambiaron a la categoría del tribilín y por último se internaron en el reglamentario rayo. Estuvieron jugando por casi tres horas, demostrando ambos su extraordinaria puntería, a la vez que respetando las normas que habían establecido antes de comenzar y cuya aplicación solventaba discusiones sobre obstáculos que iban apareciendo durante la jornada. Fueron muchos los momentos que discutían y a sabiendas del carácter de Lolo bajaban la voz y pactaban acuerdos. Con el sol a cuesta los dos muchachos establecieron una tregua y se sentaron en la calzada a contaron sus pichas, al no ver ganancia se declararon empate.

         Sin resultados con las metras los dos muchachos decidieron cambiar de juego. Ambos se fueron a buscar sus trompos. Primero apareció Moncho con uno que había heredado de su hermano mayor, quien ahora estaba dedicado al trabajo de pesca. El desesperado muchacho viendo que su contrincante no aparecía   decidió llamarlo con un agudo y codificado chiflido al aire buscando respuesta. Al rato apareció Justo, molesto porque su madre le había encomendado comprar medio centavo de papelón. Viendo que su oponente estaba calentando con el trompo decidió jugar primero y dejar la compra para después, total el papelón era para el guarapo de la tarde.

          Calentaron un rato tirando y cogiendo puntería con algunas piedras del camino hasta que Justo tomó el centavo de la compra y lo tiró en medio del terreno para que sirviera de diana y comenzar el juego. Con magistral movimiento comenzaron los dos oponentes a hacer sus lanzamientos. Uno tras otro iba golpeando aquella lucia y frágil moneda, hasta que se fueron caldeando los ánimos; se decían cosas buscando sacar de concentración al oponente. Fue Moncho quien por una mínima diferencia pierde el combate y tiene que dejar el trompo en el suelo para que se cobre el verdugo. Con certera puntería Justo se cobró y le sacó canela al trompo rival, aquello fue como si una lanza hubiese atravesado a Moncho partiéndole el corazón. La burla y expresiones soeces fueron caldeando los ánimos hasta que más tarde cambió el panorama. En un nuevo lance fue Moncho quien sacó la delantera y ganó la partida. Justo desconcertado colocó su trompo en la tierra para que se cobraran.

          Moncho con cínica parsimonia amarró con fuerza su trompo con la intención de asegurar el más certero tiro. A medida que su amigo ataba su trompo Justo buscó desequilibrarlo vociferando cosas, hasta en rima le dijo.

           -         tira, tira, tira peo / que después me toca a mi / partiré en dos a Lucía / que se echará un peo por ti /

          Aquella expresión retumbó en los oídos del chico y le hizo cambiar de color. Justo se había enterado días atrás que Moncho llamaba a su trompo Lucía, en honor a una bella muchacha que había visto abajo en el pueblo y se había enamorado perdidamente de ella. El muchacho con rabia por dentro tomó puntería y levantó el brazo con impulso para cobrarse la ofensa. El lanzamiento llevaba la intención de partir las entrañas de aquel rancio trompo.

          Y sucedió algo inexplicable: mientras se desenrollaba el cordel del trompo se rompió e hizo que éste saliera disparado hacia otro lado. El artefacto fue a dar directamente al ojo de Justo. Se escuchó un impacto hueco, inmediatamente se dejó escuchar un agudo grito de dolor; al llevar sus manos a la cara observó sangre. Corrió rápido y tambaleando hasta su casa.

           Moncho quedó un rato sin reaccionar, miraba sin profundidad el pedazo de cabuya que le había quedado en su mano derecha. Los vecinos al escuchar los gritos se agolparon frente a la casa del herido. Se enteraron de lo sucedido por boca de Cucho, el niño gago. El pequeño cronista había presenciado todo aquel encuentro de principio a fin, sentado en su sillita recostada a la pared. La angustia vivida ese fausto momento exacerbó su problema de tartamudez. Ubicado en la entrada de la casa del accidentado iba contando a todo el que entraba preguntando por lo sucedido. A medida que hablaba y transcurría el tiempo la lengua se le torcía como una culebra dentro de la boca hasta que explotó diciendo.

       -         ¡co co cooño!... buuusquen aaa oootro que que que eeche el el cucucuento… ¡nononooojoda!

          Montaron a Justo con su mamá en un carro que pasaba y lo trasladaron a toda velocidad hasta la medicatura. Después de una profunda limpieza e inspección el médico dictaminó que el impacto del objeto había sido tan fuerte que el muchacho había perdido el ojo. Pasaron los días y ya recuperado el joven Justo comenzó a integrarse a su rutina. Pensaba que, igual como a otras personas del pueblo con algún defecto físico, tarde o temprano le iban a cambiar su nombre; en su caso lo más seguro era que lo llamaran “Justo Tuerto”.

          Un día en la tarde aparece el padrino de Justo para saber el estado de salud de su ahijado y visitar a sus compadres. Al momento de ver a su amparado, el padrino buscando disminuir el sufrimiento de aquel muchacho le comentó

             -         ¡Que buena vaina Justico!.. ¡como viniste a perder ese ojito!

          Y el muchacho en su inocencia le respondió.

           -         ¡No jombre padrino!.. ¡pá lo que hay que ver aquí en Coche!.. con un ojo me basta y sobra.

 

 

14-07-22.

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.

Nota: Cualquier parecido con el nombre, el carácter o la historia de cualquier persona es pura coincidencia y no intencional.

domingo, 10 de julio de 2022

¿ERES LIBRE?

 Por Humberto Frontado



            Hace días un hombre viejo se aproximaba caminando a la panadería en donde acostumbraba a comprar su apetecido pan dulce. Antes de entrar al negocio se detuvo frente a una blanca pared que tenía el local lateralmente y leyó, escrito en un negro profundo, la frase hecha pregunta: ¿Eres libre? El hombre quedó pensativo un momento releyendo la escueta línea hasta que el sol ya despuntando calentó su espalda y decidió entrar al negocio a cumplir su cometido. Compró su ración de pan y al salir del negocio volvió a ver aquel sardónico grafiti que lo aguardaba. Se preguntó: ¿Qué pretensión tendría el atrevido personaje para escribir esa incomoda frase?

           El sexagenario llamado José llegó a su casa y tomó una taza de café que su esposa le había dejado sobre la mesa en el lugar de siempre. Tomó un pedazo del pan azucarado y lo introdujo en la taza. Embebió el mendrugo con aquella tinta negra mientras sucumbía inconsciente en la anchurosa bendita frase que no podía sacar de su cabeza. Durante el tiempo en que se comía su acuosa migaja cerró sus ojos para disfrutarla a plenitud, de repente apareció en su mente una imagen donde él se acercaba a los barrotes de una alta ventana, entretanto agudizaba los oídos para poder escuchar a lo lejos el canto de unas gaviotas. Levantó su cabeza e inhaló profundamente el aroma salino que provenía del mar cercano. Perturbado se retiró lentamente de la ventana y al voltear su rostro recordó que se encontraba en un calabozo. Detalló lentamente aquel recinto y notó que en una de las salitrosas paredes había algo tallado. Los tenues rayos de sol que lograron colarse entre las oxidadas vigas iluminaron por un momento aquel jeroglífico permitiendo descifrarlo; allí estaba, era la misma expresión: ¿Eres libre?

          José, de 27 años, había trabajado bajo las órdenes de su padrino Nicolás transportando mercancía entre los pueblos costeros que se encontraban desde el centro hasta el oriente del país. En uno de los arribos a Puerto Cabello la Seguridad Nacional les incautó el bote donde comerciaban y ellos fueron detenidos. La Seguridad Nacional era un cuerpo policial que actuaba bajo lineamientos directos de la presidencia y su objetivo primordial era buscar y mantener al margen a los disidentes del régimen. Durante varios meses el ahijado y su padrino cumplieron la injusta condena, encerrados en los calabozos de la cárcel de Puerto Cabello.

          Frente a su casa, el viejo jubilado sentado en una silla de mimbre y bajo la sombra de un frondoso mango daba rienda suelta a su cabeza, con la seguridad de que encontraría la respuesta a la gloriosa pregunta. Comenzaron a desfilar por su mente toda una serie de situaciones y eventos, y consideró que combinándolos podía obtener una respuesta favorable a la ambigua pregunta de la panadería. Recordó con regocijo tiempos de su niñez, cuando después de subir los cerros se venía sudoroso con sus amigos a la playa y corrían salpicando al paso por toda la orilla para llegar al lugar acostumbrado, donde se bañaban hasta que el hambre les exigiera. No se pensaba en miedos ni preocupaciones, ¿estaría allí el significado de ser libre?

          Desde las inocentes escenas de su niñez saltó a un más reciente recuerdo ideológico, cuando vió una entrevista que le hacían a un viejo exilado político hablando de su foránea libertad. El leguleyo hombre hacía hincapié en el impacto que había tenido durante su destierro la famosa frase del filósofo Sartre que decía: “El hombre está condenado a ser libre”. Sartre era ateo y rechazaba la idea de un ser superior que determinara su existencia; por tanto, veía la libertad como una penitencia. La existencia nuestra, comentaba el repatriado, se debe a la sumatoria de las acciones y decisiones a lo largo de nuestras vidas; sin embargo, estamos obligados a elegir permanentemente con responsabilidad dentro de esta libertad.  

          Otra retahíla de recuerdos apareció y se preguntó: ¿si he nacido sin haber escogido a mis padres, tampoco la fecha de mi nacimiento y mucho menos mi nombre, entonces he sido libre? Pareciera que comencé mal. Si soy partidario de creer en un ser supremo al que le voy a deber por siempre todo lo que hago y, además me otorga un libre albedrío que se ciñe a sus designios, tampoco ésto me hace libre. Todo este panorama enturbia la búsqueda de mi repuesta.

          El hombre entró sigiloso a su casa, ya en la sala fue directo a una vieja enciclopedia que tenía en un estante y empezó a buscar información. Encontró que la libertad estaba definida por la capacidad que tenemos de actuar, pensar y sentir sin estar condicionado. Siempre hemos de estar condicionado se dijo decepcionado y cerró el gran tomo. El viejo después de recapacitar un rato se fue al fondo de su casa y revisó unos trastes que había en el depósito. Transcurrido unos minutos salió portando en su mano derecha una pequeña brocha impregnada de pintura negra, que dejaba caer algunas gotas en el piso de la casa mientras la atravesaba. Abrió el portón y dejándolo abierto siguió caminando hasta la esquina donde estaba la panadería. Se acercó a la pared lateral del local y escribió un rotundo “NO” al lado derecho del ávido grafiti. Regresó de nuevo a la casa y se encontró con su esposa que le pregunta sorprendida.

          -       ¡José!… ¿Qué haces con esa brocha en la mano?

        -       ¡Estoy haciendo honor a la poca libertad que tengo! – contestó el anciano tomando nuevamente asiento y dejando caer a un lado el pincel.

10-07-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez.

Resumen de la ultima entrega

MAMA MÍA TODAS

Por Humberto Frontado         M ama mía todas, en secreto compartías nuestra mala crianza y consentimiento; cada uno se creía el m...