Por Humberto Frontado
-
¡Que que que..cará!... uuun trooompo chachaavao…
uuun coco cordel de de media vida… ti tiró el trooompo y le le le sacó el ojo.
Este fue el gagueado parlamento que utilizó
el curioso niño para resumir el fatal desenlace que había tenido aquel fausto combate
entre los dos titanes del juego de metras y trompo.
Temprano en la mañana, después de desayunar
con su pocillo de tibio guarapo y un pedazo de casabe, el joven Justo caminó raudo
atravesando toda la casa hasta desembocar en la polvorosa calle. Ese día tenía
pendiente enfrentar a Moncho su socio de travesuras. Acordaron encontrarse frente a la bodega del señor
Lolo para jugar pichas. Ese lugar ofrecía fresca
sombra durante buena parte de la mañana, las casas daban cobijo y el terreno era
óptimo para jugar ya que la señora Chón, la esposa del bodeguero barría todo el
frente en las mañanas antes de despuntar el sol.
Presente
los dos muchachos y con los bolsillos llenos de coloridas metras comenzaron a
jugar. Iniciaron con la sencilla hueca, después cambiaron a la categoría del
tribilín y por último se internaron en el reglamentario rayo. Estuvieron
jugando por casi tres horas, demostrando ambos su extraordinaria puntería, a la
vez que respetando las normas que habían establecido antes de comenzar y cuya aplicación
solventaba discusiones sobre obstáculos que iban apareciendo durante la jornada.
Fueron muchos los momentos que discutían y a sabiendas del carácter de Lolo
bajaban la voz y pactaban acuerdos. Con el sol a cuesta los dos muchachos
establecieron una tregua y se sentaron en la calzada a contaron sus pichas, al
no ver ganancia se declararon empate.
Sin resultados con las metras los dos
muchachos decidieron cambiar de juego. Ambos se fueron a buscar sus trompos. Primero
apareció Moncho con uno que había heredado de su hermano mayor, quien ahora
estaba dedicado al trabajo de pesca. El desesperado muchacho viendo que su
contrincante no aparecía decidió llamarlo con un agudo y codificado chiflido
al aire buscando respuesta. Al rato apareció Justo, molesto porque su madre le
había encomendado comprar medio centavo de papelón. Viendo que su oponente
estaba calentando con el trompo decidió jugar primero y dejar la compra para después,
total el papelón era para el guarapo de la tarde.
Calentaron un rato tirando y cogiendo
puntería con algunas piedras del camino hasta que Justo tomó el centavo de la
compra y lo tiró en medio del terreno para que sirviera de diana y comenzar el
juego. Con magistral movimiento comenzaron los dos oponentes a hacer sus
lanzamientos. Uno tras otro iba golpeando aquella lucia y frágil moneda, hasta
que se fueron caldeando los ánimos; se decían cosas buscando sacar de concentración
al oponente. Fue Moncho quien por una mínima diferencia pierde el combate y
tiene que dejar el trompo en el suelo para que se cobre el verdugo. Con certera
puntería Justo se cobró y le sacó canela al trompo rival, aquello fue como si
una lanza hubiese atravesado a Moncho partiéndole el corazón. La burla y
expresiones soeces fueron caldeando los ánimos hasta que más tarde cambió el
panorama. En un nuevo lance fue Moncho quien sacó la delantera y ganó la
partida. Justo desconcertado colocó su trompo en la tierra para que se
cobraran.
Moncho con cínica parsimonia amarró con fuerza su trompo con la intención de asegurar el más certero tiro. A medida que su amigo ataba su trompo Justo buscó desequilibrarlo vociferando cosas, hasta en rima le dijo.
- tira, tira, tira peo / que después me toca a mi / partiré en dos a Lucía / que se echará un peo por ti /
Aquella expresión retumbó en los oídos
del chico y le hizo cambiar de color. Justo se había enterado días atrás que
Moncho llamaba a su trompo Lucía, en honor a una bella muchacha que había visto
abajo en el pueblo y se había enamorado perdidamente de ella. El muchacho con rabia
por dentro tomó puntería y levantó el brazo con impulso para cobrarse la ofensa.
El lanzamiento llevaba la intención de partir las entrañas de aquel rancio trompo.
Y sucedió algo inexplicable: mientras
se desenrollaba el cordel del trompo se rompió e hizo que éste saliera
disparado hacia otro lado. El artefacto fue a dar directamente al ojo de Justo.
Se escuchó un impacto hueco, inmediatamente se dejó escuchar un agudo grito de
dolor; al llevar sus manos a la cara observó sangre. Corrió rápido y tambaleando
hasta su casa.
Moncho quedó un rato sin reaccionar, miraba sin profundidad el pedazo de cabuya que le había quedado en su mano derecha. Los vecinos al escuchar los gritos se agolparon frente a la casa del herido. Se enteraron de lo sucedido por boca de Cucho, el niño gago. El pequeño cronista había presenciado todo aquel encuentro de principio a fin, sentado en su sillita recostada a la pared. La angustia vivida ese fausto momento exacerbó su problema de tartamudez. Ubicado en la entrada de la casa del accidentado iba contando a todo el que entraba preguntando por lo sucedido. A medida que hablaba y transcurría el tiempo la lengua se le torcía como una culebra dentro de la boca hasta que explotó diciendo.
- ¡co co cooño!... buuusquen aaa oootro que que que eeche el el cucucuento… ¡nononooojoda!
Montaron a Justo con su mamá en un
carro que pasaba y lo trasladaron a toda velocidad hasta la medicatura. Después
de una profunda limpieza e inspección el médico dictaminó que el impacto del
objeto había sido tan fuerte que el muchacho había perdido el ojo. Pasaron los días
y ya recuperado el joven Justo comenzó a integrarse a su rutina. Pensaba que, igual
como a otras personas del pueblo con algún defecto físico, tarde o temprano le iban
a cambiar su nombre; en su caso lo más seguro era que lo llamaran “Justo Tuerto”.
Un día en la tarde aparece el padrino de Justo para saber el estado de salud de su ahijado y visitar a sus compadres. Al momento de ver a su amparado, el padrino buscando disminuir el sufrimiento de aquel muchacho le comentó
- ¡Que buena vaina Justico!.. ¡como viniste a perder ese ojito!
Y el muchacho en su inocencia le respondió.
- ¡No jombre padrino!.. ¡pá lo que hay que ver aquí en Coche!.. con un ojo me basta y sobra.
14-07-22.
Corrector
de estilo: Elizabeth Sánchez.
Nota: Cualquier parecido con el nombre, el carácter o la historia de cualquier persona es pura coincidencia y no intencional.
Que bien relato, sobre todo por el inesperado final 🤣
ResponderEliminar