Por Humberto Frontado
Un sábado en la mañana, día en el
cual salen todo tipo de vendedores ambulantes y el pordiosero de turno, hizo
debut un joven adolescente pidiendo le ayudaran, ya que no tenía que comer.
Como todo principiante en las lides, el muchacho no consiguió mucha aceptación ya
que la gente lo miraba con cierto recelo. Cuentan los pueblerinos que lo vieron
registrando los contenedores de basura buscando algo de comida, situación que
no se había visto antes en los Campos petroleros. Esa mañana, un guardia
nacional que estaba saliendo de su casa para ir al comando a trabajar vió al
chico y le preguntó qué estaba haciendo por allí. El muchacho todo asustado
viendo aquel hombre uniformado contestó que solo pedía algo de comer. El militar,
contemplando la necesidad de aquel muchacho le prometió un desayuno a cambio de
la limpieza del patio de su casa; le dió instrucciones sobre lo que tenía que
hacer, además le pidió a su esposa que lo atendiera mientras él estaba trabajando.
Todos los sábados se veía pasar por la
calle al chico a cumplir el compromiso de trabajo que había adquirido con el
militar. Después de varias semanas de presencia activa extendió su servicio hacia
otros vecinos. Era muy servicial y cumplía a cabalidad los quehaceres. La gente
lo fue conociendo como el muchacho que limpiaba los patios. Más tarde se
enteraron de que su nombre era Ramón y lo apodaron Cachimba; tal vez por su
piel oscura y el pelo chicharrón como San Benito.
Más adelante el negrito amplió sus servicios según
los requerimientos de la gente. Además de la limpieza de patios, realizaba mandados
de todo tipo, llevaba y traía recados, hacía las compras en las bodegas. Ante tanta actividad buscó la forma de estar
siempre presente en el Campo para cumplir sus compromisos, así que encontró su
hospedaje en los techos de las casas. Allí pasaba las noches y si llovía bajaba
y se guarecía en algún garaje de los muchos que esperaban ser ocupados. Por eso
en ocasiones los habitantes lo veían saltando como un fantasma de un techo a
otro, buscando cobijo.
Una aciaga mañana varias vecinas despertaron
sorprendidas cuando vieron que había desaparecido toda la ropa que habían
dejado desplegadas en las cuerdas de tender. Algunas mujeres tenían la costumbre
de lavar la ropa por las tardes y dejarla tendida para que se secara durante la
noche. La noticia se propagó inmediatamente entre los habitantes de la urbanización.
Las mujeres afectadas armaron un comité y fueron al comando de la Guardia Nacional
a poner la denuncia. Cuando les preguntaron si sospechaban de alguien, contestaron
con una respuesta ya concebida; dijeron que estaban seguras de que el robo lo
había hecho Cachimba, un muchacho que tenía tiempo visitando el campo y merodeaba
por las noches los patios de las casas.
El militar encargado de recibir la
denuncia no disimuló su enojo ante lo que acababa de escuchar, se trataba del
mismo sargento que con toda confianza había permitido la entrada de aquel bandido
muchacho a su casa. Se sentía ofendido y defraudado, no podía creer que el chico
hubiese hecho tal maldad a los habitantes del Campo. Salió hecho una fiera en el Jeep de la
guardia a buscar al bellaco. Preguntó a varias personas hasta que una le informó
que había visto al chamo trabajando cerca en una de las casas.
El soldado llegó ante el muchacho
y sin reparo lo acusó de la fechoría. El joven sorprendido desmintió todo y en
su defensa argumentaba que ese día había estado en Lagunillas en casa de su tío.
El guardia molesto no creyó lo que decía y lo llevó detenido al comando hasta aclarar
la situación. El negro muchacho gimoteaba de rabia y jurando decía que él no había
cometido esa la mala acción. La gente que había presenciado el arresto indignada
decía "ve lo que resultó ser el condenado negrito", "se le dió
confianza y mira lo que hizo el muy desgraciado".
Pasaron dos días y nuevamente se
dispararon las alarmas, esta vez en otro de los campos vecinos; también se habían
robado durante la noche las ropas dejadas en las cuerdas. Pero en esta
oportunidad la camioneta de vigilancia llamada “la guachimanera” de la compañía
petrolera Shell, junto con la guardia nacional habían montado cacería y detuvieron
a dos personas que se desplazaban en la madrugada en bicicletas, llevando unas
bolsas con la ropa sustraída. El dúo de ladrones provenía de los nacientes poblados
aledaños a los campos.
El sargento al enterarse del hecho descargó su puño sobre el escritorio con toda su fuerza; fue un golpe donde se mezclaba su carácter andino que aún lo embutía, más su conmovedor gesto de alegría que le hizo lanzar al aire.
- ¡lo sabía nojoda!… sabía que no había sido Cachimba” … lo arrestamos sin suficientes pruebas… nos dejamos llevar sólo por los comentarios de la gente.
Inmediatamente dió la orden a un subalterno de liberar al joven y traerlo ante sí. El militar en posición firme estrechó la mano del joven y se disculpó apenado, comentó que todo había sido un error y los culpables habían sido encarcelados. Lo acompañó hasta el portón del comando y colocándole la mano sobre su hombro le confesó en voz baja.
- Mijo que pena contigo… que buena vaina… que al perro más flaco siempre se le pega la garrapata más grande… te espero mañana en la casa.
Cachimba dolido por lo sucedido no volvió
a ir más a los Campos. Comenzó a trabajar haciendo mandados en la zona
comercial de la vieja Lagunillas, lo último que se supo era que vendía Lotería
de Animalitos entre los barrios de Campo Mío y Párate Ahí. El pasaje anecdótico del negrito Cachimba
quedó plasmado en la memoria de los Cаmроs petroleros como una válida nota
moral sobre el prejuicio que muchas veces nos acompaña, distorsionando la realidad.
21-07-2022
Corrector de estilo:
Elizabeth Sánchez
Pobre cachimba, tristemente en la vida hay muchos así, y más de una vez hemos sido rápidos para juzgar sin importar las evidencias. Lo peor de todo es que no siempre se cuenta con el tiempo para corregir, cómo fue el caso del negrito
ResponderEliminarSiempre la cuerda se rompe por lo más delgado
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