Por Humberto Frontado
Hace días un hombre viejo se
aproximaba caminando a la panadería en donde acostumbraba a comprar su
apetecido pan dulce. Antes de entrar al negocio se detuvo frente a una blanca
pared que tenía el local lateralmente y leyó, escrito en un negro profundo, la
frase hecha pregunta: ¿Eres libre? El hombre quedó pensativo un momento releyendo
la escueta línea hasta que el sol ya despuntando calentó su espalda y decidió
entrar al negocio a cumplir su cometido. Compró su ración de pan y al salir del
negocio volvió a ver aquel sardónico grafiti que lo aguardaba. Se preguntó: ¿Qué
pretensión tendría el atrevido personaje para escribir esa incomoda frase?
El sexagenario llamado José llegó a
su casa y tomó una taza de café que su esposa le había dejado sobre la mesa en el
lugar de siempre. Tomó un pedazo del pan azucarado y lo introdujo en la taza. Embebió
el mendrugo con aquella tinta negra mientras sucumbía inconsciente en la anchurosa
bendita frase que no podía sacar de su cabeza. Durante el tiempo en que se comía
su acuosa migaja cerró sus ojos para disfrutarla a plenitud, de repente
apareció en su mente una imagen donde él se acercaba a los barrotes de una alta
ventana, entretanto agudizaba los oídos para poder escuchar a lo lejos el canto
de unas gaviotas. Levantó su cabeza e inhaló profundamente el aroma salino que provenía
del mar cercano. Perturbado se retiró lentamente de la ventana y al voltear su
rostro recordó que se encontraba en un calabozo. Detalló lentamente aquel
recinto y notó que en una de las salitrosas paredes había algo tallado. Los tenues
rayos de sol que lograron colarse entre las oxidadas vigas iluminaron por un
momento aquel jeroglífico permitiendo descifrarlo; allí estaba, era la misma
expresión: ¿Eres libre?
José, de 27 años, había trabajado bajo
las órdenes de su padrino Nicolás transportando mercancía entre los pueblos
costeros que se encontraban desde el centro hasta el oriente del país. En uno de
los arribos a Puerto Cabello la Seguridad Nacional les incautó el bote donde comerciaban
y ellos fueron detenidos. La Seguridad Nacional era un cuerpo policial que
actuaba bajo lineamientos directos de la presidencia y su objetivo primordial era
buscar y mantener al margen a los disidentes del régimen. Durante varios meses
el ahijado y su padrino cumplieron la injusta condena, encerrados en los
calabozos de la cárcel de Puerto Cabello.
Frente a su casa, el viejo jubilado sentado
en una silla de mimbre y bajo la sombra de un frondoso mango daba rienda suelta
a su cabeza, con la seguridad de que encontraría la respuesta a la gloriosa
pregunta. Comenzaron a desfilar por su mente toda una serie de situaciones y
eventos, y consideró que combinándolos podía obtener una respuesta favorable a la
ambigua pregunta de la panadería. Recordó con regocijo tiempos de su niñez,
cuando después de subir los cerros se venía sudoroso con sus amigos a la playa y
corrían salpicando al paso por toda la orilla para llegar al lugar acostumbrado,
donde se bañaban hasta que el hambre les exigiera. No se pensaba en miedos ni preocupaciones,
¿estaría allí el significado de ser libre?
Desde las inocentes escenas de su
niñez saltó a un más reciente recuerdo ideológico, cuando vió una entrevista
que le hacían a un viejo exilado político hablando de su foránea libertad. El
leguleyo hombre hacía hincapié en el impacto que había tenido durante su
destierro la famosa frase del filósofo Sartre que decía: “El hombre está
condenado a ser libre”. Sartre era ateo y rechazaba la idea de un ser superior
que determinara su existencia; por tanto, veía la libertad como una penitencia.
La existencia nuestra, comentaba el repatriado, se debe a la sumatoria de las
acciones y decisiones a lo largo de nuestras vidas; sin embargo, estamos obligados
a elegir permanentemente con responsabilidad dentro de esta libertad.
Otra retahíla de recuerdos apareció y
se preguntó: ¿si he nacido sin haber escogido a mis padres, tampoco la fecha de
mi nacimiento y mucho menos mi nombre, entonces he sido libre? Pareciera que comencé
mal. Si soy partidario de creer en un ser supremo al que le voy a deber por
siempre todo lo que hago y, además me otorga un libre albedrío que se ciñe a
sus designios, tampoco ésto me hace libre. Todo este panorama enturbia la
búsqueda de mi repuesta.
El hombre entró sigiloso a su casa, ya en la sala fue directo a una vieja enciclopedia que tenía en un estante y empezó a buscar información. Encontró que la libertad estaba definida por la capacidad que tenemos de actuar, pensar y sentir sin estar condicionado. Siempre hemos de estar condicionado se dijo decepcionado y cerró el gran tomo. El viejo después de recapacitar un rato se fue al fondo de su casa y revisó unos trastes que había en el depósito. Transcurrido unos minutos salió portando en su mano derecha una pequeña brocha impregnada de pintura negra, que dejaba caer algunas gotas en el piso de la casa mientras la atravesaba. Abrió el portón y dejándolo abierto siguió caminando hasta la esquina donde estaba la panadería. Se acercó a la pared lateral del local y escribió un rotundo “NO” al lado derecho del ávido grafiti. Regresó de nuevo a la casa y se encontró con su esposa que le pregunta sorprendida.
- ¡José!… ¿Qué haces con esa brocha en la mano?
- ¡Estoy haciendo honor a la poca libertad que tengo! – contestó el anciano tomando nuevamente asiento y dejando caer a un lado el pincel.
10-07-2022
Corrector de estilo: Elizabeth
Sánchez.
Muy bueno compa.
ResponderEliminarNo somos libres porque la sociedad, nos corta las alas.
ResponderEliminarAhora sí lo entiendo. José, el ejemplar amigo y compadre.
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