domingo, 27 de septiembre de 2020

UN CHOQUE INSÓLITO

Por Humberto Frontado

LOS CUENTOS DE MALENGO (II)

          Amaneció más temprano que de costumbre en la casa de los Coellos. Desde las dos de la mañana no dejaba de quejarse de un intenso dolor y escalofríos el sufrido Manuel. Una vergonzosa fístula anal lo estaba atolondrando en lo más profundo de su alma, hasta el punto de hacerlo llorar como una Magdalena.

          La atenta esposa ya no hallaba que hacer para socorrerlo y calmar su agonía. Le había colocado pequeños paños con agua tibia, pero el período de calma era muy poco, los trapos salían enchumbados de pus con sangre. La mujer no dejaba de recriminarle que por su terquedad había llegado a ese extremo, eso por supuesto exacerbaba más su sufrimiento.

          Como a las seis de la mañana, agotado por el dolor, pudo dormir un rato hasta que un trasnochado gallo montado en la tapia del fondo lo despertó cuando entonó su afónico quiquiriquí. Trataba de abrir los ojos, pero estaba sumido en un sueño en el que estaba acostado en un catre cubierto de cardones donde una larga espina se le clavaba allá mismo donde desembocaba la fístula. Soltó un despavorido grito maldiciendo al plumífero por haberlo despertado y exclamando.

         - Tuércenle el pescuezo a ese maldito gallo y me lo sancochan pál almuerzo.

        Trató de levantarse para ir a orinar pero no pudo; la mujer que había venido en su auxilio después de su alarido tuvo que sujetarlo por el brazo, allí se dió cuenta de la alta fiebre que tenía y lo ayudó a caminar mientras le decía.

         -  Mijo vamos a tener que traer al doctor para que te vea eso.

          No había terminado su comentario cuando el adolorido hombre exclamó.

         - ¡No señor, eso no! …! a mí nadie me viene a ver el culo!

        - Viejo es por tu bien – le comenta casi llorando su mujer -  ahí estas botando mucho pus y con sangre, además está todo muy hinchado.

          El hombre todo tembloroso pudo orinar en la bacinilla que le habían colocado en un rincón del pequeño cuarto. Volvió a la cama y retomo su posición fetal. No habían transcurrido unos pocos minutos cuando la mujer en la cocina escucha un grito sordo.

        - ¡Coño, no joda! …no aguanto más, estoy viendo al diablo y me quemo con él.

          La mujer sintiendo el desespero de su marido viene en carrera a socorrerlo y se sentó a su lado, al momento que le decía.

        -  Mijo le voy a decir a uno de los muchachos que agarre el carro y vaya a la Uva a buscar a Dolores Brito.

          La mujer después de pasarle la mano suavemente por la cabeza se levantó y se dirigió al hijo mayor, le ordenó lo que le había contado a su marido. El muchacho se cambió de camisa se subió al auto y raudo partió a buscar al doctor.

           Dolores Brito era un faculto sanador de la Isla de Coche que vivía en el pueblo de la Uva. Había adquirido sus dilatados conocimientos de sus padres y ancestros. Preparaba todo tipo de medicamentos, ungüentos, brebajes y cataplasmas con hierba, plantas, arcillas que conseguía en los sitios que visitaba. En la larga lista de sus pacientes tenía casos a los que les proveía curación por enfermedad mental, emocional, física y espiritual. Muchas veces lo convocaron hasta para una cura del maldeojo o algún despojo.

          El hijo del enfermo llegó a la Uva y fue directo a la casa del curandero, allí le dijeron que el sobador había salido en su burro a buscar pescado en las rancherías de Catuche, ya que esa mañana habían calado allí. El joven sin pensarlo dos veces se dirigió con el carro hacia el lugar sabiendo lo irregular del camino para llegar a ese intrincado lugar. Se internó sinuoso entre los cerros y llegó hasta donde pudo, se bajó del carro y se echó a correr por las lomas hacia las rancherías. Desde lo alto divisó las rancherías y también a Dolores. Bajó hasta la playa y se fue directo ante la presencia del curandero que hablaba amenamente con los pescadores. El joven interrumpió el coloquio y expuso el perentorio caso de su padre. De allí subieron hasta llegar al carro y regresaron a la casa del doctor donde se apertrechó con sus macundales y se vinieron al pueblo del Cardón.

        Mientras el muchacho se encargaba de traer al doctor, el enfermo continuaba delirando; los minutos le parecían horas y las horas siglos, tanto fue así que pegó otro alarido.

        - ¡Coño … no joda! …¿me van a dejar morir? …si me muero que sea por otra cosa y no por dolor de culo … ¿Qué pasó con Dolores Brito? ¿Por qué no lo han traído?

       - Tranquilo, tranquilo mijo que ya viene – le decía la angustiada mujer para calmarlo, pero igual estaba preocupada por la tardanza, pensando lo peor.

          La desconsolada mujer salió del cuarto del enfermo y buscó a su otro hijo, el menor, y le pidió que urgentemente fuese a la casa de su padrino para ir a la Uva y averiguaran que había pasado con su hermano y el doctor. Al rato se aparece el joven manejando el carro con su padrino de copiloto, tocó corneta avisando que iba a cumplir la diligencia.

         Los nuevos comendadores pasaron presurosos la salineta, atravesaron Valle Seco y entre Punta Blanca y Punta del Diablo se iba a dar un hecho que sobrepasaría la capacidad de asombro del cochero. Iban a encontrarse entre sí los dos únicos carros que había en toda la Isla.

           Efectivamente la dupla de hermanos novatos en el manejo chocó los dos carros de frente. Los choferes y sus tripulantes no salían de su asombro. Justo en el momento cuando los dos vehículos llegaban a la cima del cerro, donde se acortó la visibilidad, y sorpresivamente se encontraron, la impericia al volante hizo el resto. Los pasajeros compungidos se bajaron de los carros evaluaron los daños, que no fueron muchos, se montaron nuevamente y se encaminaron hacia el pueblo del Cardón donde los esperaban ansiosamente.

        Al llegar Dolores se dirigió rápido al interior de la casa buscando al paciente, al verlo le dice.

         - ¿vamos a ver qué se trae Manchu entre manos?

         - ¡Quera decir! … ¿que tengo entre nalgas doctor?

Dolores se echó a reír a carcajadas diciendo.

-  Usted siempre con sus ocurrencias paisano, no las piensa.

          El curandero una vez que se acercó a ver la zona afectada y abrir un poco las entretelas de su conterráneo, se retiró e hizo una fea mueca y levantó el entrecejo, miró a la angustiada esposa y dijo casi regañándolo.

         -  ¡Carajo paisano! … ¿por qué dejaron pasar tanto tiempo con esta vaina?

          La mujer apenada solo atinaba pasarse las manos por la cabeza mientras la movía negativamente. El sanador rápidamente giró instrucciones para que calentaran agua para hacer un baño de asiento. El agua tibia la echó en una ponchera que puso encima de una banqueta y le agregó unas cucharadas de un polvo blanco que sacó de un frasco, al tiempo que le decía al paciente.

        -  Paisano va a zambullir el fondillo en esa palangana con agua tibia; como usted está medio débil lo voy a agarrar por la espalda para que se siente poco a poco en ella; con sus manos agárrese las taparas para que no se le vayan a quemar.

       - Eso es lo único que falta …que se me cocinen los huevos – dijo entre dientes el esperanzado enfermo.

          Los paisanos se echaron a reír a mandíbula batiente mientras se iniciaba la remojaba de la retaguardia del adolorido Manuel y la espera de su efecto. El baño duró unos veinte minutos y fue suficiente para que el paciente sintiera mejoría y la fiebre cediera. Dolores le preparó además una cataplasma de hierba y barro para drenar la zona afectada.

          Ya calmado Manuel llamó al curandero y le hizo un comentario.

        -  Dolores, cuando yo era muchacho una vez me picó una raya que me hizo ver al diablo en toda su magnificencia; creía que ese era el dolor más grande, pero esta condenada fístula le ganó por tres cuerpos …ahora mi pregunta… ¿hay un dolor más grande que esta vaina?

        - ¡El de parir! …pendejo y ese no lo vas a sentir tu – replicó su mujer desde la cocina antes de que el curandero hablara.

 

Venezuela, Cabimas, 26-09-2020.

 

 

       

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