Por Humberto Frontado
Era una
mañana de hermoso esplendor de luces y de múltiples aromas que emanan de la
tierra mojada, las maracas de yaque caídas y otras aún en la mata, agradecida
por la garúa caída que se anticipó al amanecer. Sumidos en una cordial conversación
platónica estaba una pareja de chulingas que, aprovechando la frescura del
momento, se acariciaban y apechugaban. La aparición impertinente de dos descarnados
muchachos rompe aquel idílico romance.
Venían caminando buscando con la vista pichigüeyes que la humedad del
rocío había hecho brotar. Toda una exquisitez aquellas diminutas zanahorias hinchadas
de gustosos y ardientes colores que se desplazan desde un pálido rosado hasta
un intenso y brillante púrpura magentoso; colores que de seguro envidiaría tener
cualquier pintor en su obscena paleta. Los inquietos y bullangueros muchachos
además de hurgar los punzantes melones de monte tiraban piedras a todo lo que
se movía, haciendo un gran alboroto por toda la sinuosa cadena cerrosa cubierta
de retamas, cardones y tunas. De pronto se detiene el más inquieto de los
excursionistas e hizo una aguda inspección a un extraño montículo que había en
la parte alta de una grieta, a un costado del cerro de donde sobresalía un
tronco seco de un centenario yaque.
El
acucioso chico se dirigió directo y cauteloso hacia el lugar, ungido con la
picardía que le proveía su experiencia. Estaba presto por si salía un zarpazo
de algún malhumorado cascabel, siempre buscan camuflarse en esos espacios. Se
fue acercando, mirando fijo el curioso sitio para detectar el menor movimiento.
Hasta que detalló en el medio del hueco del tronco una pequeña bola amarilla.
Con una pequeña rama tocó aquella esfera y notó que de pronto se movió expeliendo
a presión un chorro de algo putrefacto. El bellaco muchacho reculó como un
resorte y esquivó aquel chirrete acuoso, el compinche notó lo sucedido y burlándose
se echó a reír.
Siguió moviendo insistente con la varilla aquella bola de pelusa amarillo hasta que se dieron cuenta que era un pequeño e indefenso pichón de alguna ave del lugar. El mayor de los muchachos sacó la cría del interior del tronco con sus manos y ambos se dirigieron raudos al pueblo para dar a conocer su descubrimiento. Después de bajar los cerros tomaron una calle y caminaron presurosos para llevarse a casa la criatura y cuidarlo. A mitad del camino estaba un hombre sentado en una silla recostada a la calichada pared de su casa con un pocillo de café. Después de tomarse un sorbo del caliente guarapo el hombre ve con extrañeza la rara entradade los dos niños y les llama la atención diciéndoles.
- ¡Hey!... que hacen… ¿qué traen allí?
Los dos muchachos que ya conocían aquel hombre, por su benevolencia en hacerles volantines y juguetes de madera, decidieron acercarse a él y contarle lo sucedido. Después de observar lo que traían entre sus manos el viejo les dice.
- Mijos… les voy a decir una cosa, ese pichón de no sé qué, está muy pequeño y delicado, si se lo llevan a su casa y no lo atienden bien se les va a morir en unos días.
Los dos muchachos se miraron entre sí y con cara de incertidumbre quedaron en silencio. El señor interpretó de inmediato aquel mutis y les dice.
- ¡Vamos a hacer una cosa!… denme acá el bendito polluelo, yo me hago cargo de cuidarlo… ustedes pueden venir a visitarlo cuando quieran… si no estoy aquí le dicen a Tarita que los deje pasar.
A
partir de ese día el oficioso hombre, como solían decirle los vecinos, tomó
aquel pichón de pájaro y se lo llevó al patio donde le ubicó un sitio debajo de
un frondoso guayacán. Tomó un cajón de madera que había fabricado años atrás
con su amigo y asesor en carpintería, el también compositor y músico Rafael González;
esa caja era un invento que serviría para tomar fotografías. Abdón muy
ingenioso y diestro en las manualidades estaba en el camino de emular, sin
conocerlo, al francés George Méliès uno de los creadores del cine.
Lamentablemente, por falta de recursos y materiales, desistió de su
proyecto. Su aguda perspicacia lo
encaminó a sacarle al oscuro cajón un uso práctico y rápido con la llegada de
su nuevo y peludo amigo. La cabina tenía una abertura frontal que servía de
entrada.
Antes
de introducir el pequeño animal a su nuevo aposento Abdón buscó con su hermana
Genara un poco de “agua e´mai” que luego espesó con un poco de masa para las
arepas. Esa mazamorra sería el primer bocao que recibiría el polluelo, de quien
sería su padre putativo. En primera instancia el polluelo miró, como gallina
que ve sal, aquello que tenía en frente a su pico y empezó a mover la cabeza de
lado a lado, como los muñequitos que colocan en el tablero de los carros por puestos.
Después de varios intentos de prueba, el pajarraco se decidió y comenzó sin
pausa a darle finiquito a lo que tenía aquel carapelado plato de peltre. Así, el
animalito comenzó a ajustar sus hábitos alimenticios; ya no eran las exquisitez
que le ofrecían sus padres biológicos del menjurje regurgitado de toda clase de
proteínas recolectadas.
En
poco tiempo el pichón empezó a desprenderse de aquel peludo abrigo amarillo
para dar paso a un pequeño plumaje grisáceo. Comenzó también a estirarse, la
cabeza desproporcionada con su cuerpo de largo cogote y patas. A medida que
transcurría el tiempo el emplumado pájaro se estiró paulatinamente, la cabeza
se mantuvo rapada como el cuello, pero el color de su plumaje cambio
rápidamente a un negro azabache brillante e intenso. Ese color confirmó la
sospecha que tenía desde hacía unas semanas su padre, apostaba a que su querido
hijo adoptado era descendiente de guaraguaos, pero ya era demasiado tarde; el
sensitivo hombre se había encariñado con el negro pajarraco, que luego bautizó
con el nombre de Atajua.
La
caja que le servía de casa le quedó pequeña, él mismo tomó la decisión de agarrar
como lugar de descanso una de las gruesas ramas del callado árbol. Con el pasar
del tiempo el adolescente pájaro se acostumbró a escuchar un singular chiflido que
le avisaba que estaba lista su comida. Salía agitando alegre las alas esperando
el bastimento que le traía su custodio. Para ese tiempo el negro emplumado ya
no comía los restos que quedaban en la cocina, tenía su plato aparte en el zaguán
donde deglutía en un momento su arepa con pescado como se lo pusieran; aunque prefería
si era guisado, en especial si era sapo, bailaba alrededor del plato dando
saltos de alegría; si había sancocho la verdura que le apasionaba era la auyama.
De vez en cuando su padre lo dejaba estar a su lado en el comedor, colocándole el
plato en el suelo con su ración. De postre lo que más le gustaba era el
triturado de coco con papelón rayado. Para el calor la señora Tarita le hacía pocicles,
especialmente de guanábana que era su sabor preferido.
Ya
grande y desarrollado aquel feo animal andaba por toda la casa detrás de la
gente, buscando atención como si fuera un perro faldero. Para donde se movía el
padre seguro iba como un pingüino de lado a lado, lo acompañaba a tomarse su pocillo
de guarapo caliente.
Una cálida mañana está el joven buitre montado en el asoleadero abriendo sus alas y tomando un baño de sol, cuando se dejó venir del cielo en picada un zamuro que lo estaba oteando desde arriba y se posó después de trastabillar un poco encima de la tapia muy cerca de su paisano. Al recoger sus alas en su lenguaje le dice.
- ¡Hey tú! ¿Qué haces ahí?
Atajua extrañado y un poco confundido se dió cuenta que podía entender por su naturaleza aquel extraño dialecto y contestó.
- ¡Aquí!… tomando un poco de sol.
- ¿y cómo te llamas?… si se puede saber – pregunta incisivo y desconfiado el extraño zopilote.
- ¡me llamo Atajua!
- ¡Miaarma! y quien te puso ese raro nombre – preguntó casi sonriendo el visitante.
- Mi padre - contestó secamente y molesto el joven alado.
- Seguramente debe estar volando cerca de aquí – comentó el extraño.
- ¿Y tú como te llamas? – se atrevió a preguntar el tímido joven.
- Me llamo Perla Negra Primera… porque soy la mayor de tres hermanas.
Cuando
escuchó la palabra hermana Atajua sintió algo que lo estremeció, quedó absorto
y empezó a echar memoria de una gran cantidad de preguntas que se había hecho
desde hacía tiempo y no había podido despejarlas. Los dos emplumados pajarracos
continuaron conversando por un rato más hasta que la extraña visitante vió que
se le había hecho tarde, se despidió rauda y emprendió su vuelo rápidamente.
Atajua quedó impactado por aquel encuentro y se acostó pensando fijamente en
aquella perla alada.
Al siguiente día el joven guaraguao entró en la casa muy lleno de energía y aleteando, buscando dar la noticia de aquel encuentro a su progenitor pero éste había salido; según escuchó a su tía Tarita había partido en la madrugada en un largo viaje hacia Caracas para una presentación folclórica. Tarita lo vió animado y le dió una ración de arepa pelá amasada con chicharrón. Después de comer el animal salió aleteando, casi volando y se posó en el asoleadero mirando al cielo de lado a lado por casi una hora, hasta el punto que le dolía el pelado cogote de tanto estiramiento y rotación. De pronto observó un punto negro en el claro cielo que venía desde el este a toda velocidad hacia él, era ella. Con más puntería y equilibrio que el día anterior se posó de una vez en la pared exclamando coqueta.
- Buenas tardes Atajua.
- El joven pajarraco todo atribulado y casi tartamudeando le contestó.
- Bu… bu… buenas.
- Vine hoy a verte porque quiero hacerte una pregunta… ¿tú sabes volar? – pregunta capciosa Perla Negra.
- Como lo haces tu… no – respondió apenado el emplumado mozalbete.
- Bueno ven conmigo que te voy a enseñar… primero coje impulso saltando y sube a la tapia.
Atajua
animado por lo que le pedía su esbelta amiga se envalentono y saltó desde las láminas
de zinc del asoleadero con un aleteo medio exagerado por los nervios. Ya encima
de la tapia la atrevida zamura se le acerca y le susurró largamente al oído. A
la cuenta de tres ambos plumiferos saltaron al unísono y rápidamente ganaron
altura pasando por encima de la casa, a medida que transcurría el tiempo las
dos aves se empequeñecían a la mirada. Esa fue la última vez que se supo de la
vida de Atajua.
Abdón
después de llegar orgulloso de su viaje a la Capital se encontró con la
sorprendente partida de su pequeña criatura. A partir de allí el dolido hombre
entró en una crisis depresiva y se encerró en un profundo desencanto y despecho;
no aceptaba que su muchacho se hubiese marchado sin despedirse siquiera. En las
tardes recostado a la blanquecina pared después de escurrirse el pocillo de
café tomaba su fiel guitarra y comenzaba, como era su costumbre, con el dilatado
ritual de afinamiento del instrumento; después de un rato de silencio entonaba su
triste canción.
I
Atajua malayo hijo mío
que de mi mano comiste
sin ver pa´tras te fuiste
como un vil malagradecido
que regreses a mi ansío
y a dios pido te arrepientas
las horas sin ti van lentas
me pregunto porque te has ido
II
Si tu partida fue por amor
espero ella sea una buena zamura
que la cubra gran hermosura
y te cocine como yo lo hice
con mucho gusto y sabor
y te colme de inmenso cariño
o te malcríe como a un niño
y que te quiera como yo te quise
III
No voy a esperar que regreses
porque esto es cosa del destino
tenerte conmigo fue un desatino
y debí pensar que esto pasaría
que seas amado con creces
y te deseo mucha felicidad
para que desaparezca mi ansiedad
y regrese con tus recuerdos mi alegría
IV
De seguro has probado una cosa
que aquí en mi casa no había
eso sólo dios lo sabía
y fue tanta dedicación pa´ na’
para que la perla guenamoza
te arrastrara a la negra sipa
pero zamuro con mucha tripa
se enreda y no come na´
Venezuela, Cabimas, 25-09-2021.
Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez
Fuentes de información: Ángel Guevara; Rangel del Valle Salazar Rojas (El
Rumor del Piache : Abdón Lozada).
Que gran contenido, excelente relato de experiencias vividas y traídas al presente con nostalgias de un pasado para quienes vivimos situaciones similares de encariñamiento con animalitos .Felicitaciones Humberto. Gracias Eliza por tu participación .
ResponderEliminarExcelente narrativa Humberto, tan bueno como las propuestas de Perforación que preparabas en los tiempos de Lagoven. Gracias por esa combinación de detalles y diálogos de los personajes. Que continúe la creatividad, saludos.. Jesús Ponce
ResponderEliminarSaludos y bendiciones
ResponderEliminarExitos sr Humberto saludos y bendiciones 🙏🤗
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