domingo, 26 de septiembre de 2021

LA MASCOTA DE ABDÓN

Por Humberto Frontado


           Era una mañana de hermoso esplendor de luces y de múltiples aromas que emanan de la tierra mojada, las maracas de yaque caídas y otras aún en la mata, agradecida por la garúa caída que se anticipó al amanecer. Sumidos en una cordial conversación platónica estaba una pareja de chulingas que, aprovechando la frescura del momento, se acariciaban y apechugaban. La aparición impertinente de dos descarnados muchachos rompe aquel idílico romance.

            Venían caminando buscando con la vista pichigüeyes que la humedad del rocío había hecho brotar. Toda una exquisitez aquellas diminutas zanahorias hinchadas de gustosos y ardientes colores que se desplazan desde un pálido rosado hasta un intenso y brillante púrpura magentoso; colores que de seguro envidiaría tener cualquier pintor en su obscena paleta. Los inquietos y bullangueros muchachos además de hurgar los punzantes melones de monte tiraban piedras a todo lo que se movía, haciendo un gran alboroto por toda la sinuosa cadena cerrosa cubierta de retamas, cardones y tunas. De pronto se detiene el más inquieto de los excursionistas e hizo una aguda inspección a un extraño montículo que había en la parte alta de una grieta, a un costado del cerro de donde sobresalía un tronco seco de un centenario yaque.

            El acucioso chico se dirigió directo y cauteloso hacia el lugar, ungido con la picardía que le proveía su experiencia. Estaba presto por si salía un zarpazo de algún malhumorado cascabel, siempre buscan camuflarse en esos espacios. Se fue acercando, mirando fijo el curioso sitio para detectar el menor movimiento. Hasta que detalló en el medio del hueco del tronco una pequeña bola amarilla. Con una pequeña rama tocó aquella esfera y notó que de pronto se movió expeliendo a presión un chorro de algo putrefacto. El bellaco muchacho reculó como un resorte y esquivó aquel chirrete acuoso, el compinche notó lo sucedido y burlándose se echó a reír.

            Siguió moviendo insistente con la varilla aquella bola de pelusa amarillo hasta que se dieron cuenta que era un pequeño e indefenso pichón de alguna ave del lugar. El mayor de los muchachos sacó la cría del interior del tronco con sus manos y ambos se dirigieron raudos al pueblo para dar a conocer su descubrimiento. Después de bajar los cerros tomaron una calle y caminaron presurosos para llevarse a casa la criatura y cuidarlo. A mitad del camino estaba un hombre sentado en una silla recostada a la calichada pared de su casa con un pocillo de café. Después de tomarse un sorbo del caliente guarapo el hombre ve con extrañeza la rara entradade los dos niños y les llama la atención diciéndoles.

          -       ¡Hey!... que hacen… ¿qué traen allí?

           Los dos muchachos que ya conocían aquel hombre, por su benevolencia en hacerles volantines y juguetes de madera, decidieron acercarse a él y contarle lo sucedido. Después de observar lo que traían entre sus manos el viejo les dice.

       -       Mijos… les voy a decir una cosa, ese pichón de no sé qué, está muy pequeño y delicado, si se lo llevan a su casa y no lo atienden bien se les va a morir en unos días.

          Los dos muchachos se miraron entre sí y con cara de incertidumbre quedaron en silencio. El señor interpretó de inmediato aquel mutis y les dice.

         -       ¡Vamos a hacer una cosa!… denme acá el bendito polluelo, yo me hago cargo de cuidarlo… ustedes pueden venir a visitarlo cuando quieran… si no estoy aquí le dicen a Tarita que los deje pasar.

          A partir de ese día el oficioso hombre, como solían decirle los vecinos, tomó aquel pichón de pájaro y se lo llevó al patio donde le ubicó un sitio debajo de un frondoso guayacán. Tomó un cajón de madera que había fabricado años atrás con su amigo y asesor en carpintería, el también compositor y músico Rafael González; esa caja era un invento que serviría para tomar fotografías. Abdón muy ingenioso y diestro en las manualidades estaba en el camino de emular, sin conocerlo, al francés George Méliès uno de los creadores del cine. Lamentablemente, por falta de recursos y materiales, desistió de su proyecto.  Su aguda perspicacia lo encaminó a sacarle al oscuro cajón un uso práctico y rápido con la llegada de su nuevo y peludo amigo. La cabina tenía una abertura frontal que servía de entrada.

          Antes de introducir el pequeño animal a su nuevo aposento Abdón buscó con su hermana Genara un poco de “agua e´mai” que luego espesó con un poco de masa para las arepas. Esa mazamorra sería el primer bocao que recibiría el polluelo, de quien sería su padre putativo. En primera instancia el polluelo miró, como gallina que ve sal, aquello que tenía en frente a su pico y empezó a mover la cabeza de lado a lado, como los muñequitos que colocan en el tablero de los carros por puestos. Después de varios intentos de prueba, el pajarraco se decidió y comenzó sin pausa a darle finiquito a lo que tenía aquel carapelado plato de peltre. Así, el animalito comenzó a ajustar sus hábitos alimenticios; ya no eran las exquisitez que le ofrecían sus padres biológicos del menjurje regurgitado de toda clase de proteínas recolectadas.

          En poco tiempo el pichón empezó a desprenderse de aquel peludo abrigo amarillo para dar paso a un pequeño plumaje grisáceo. Comenzó también a estirarse, la cabeza desproporcionada con su cuerpo de largo cogote y patas. A medida que transcurría el tiempo el emplumado pájaro se estiró paulatinamente, la cabeza se mantuvo rapada como el cuello, pero el color de su plumaje cambio rápidamente a un negro azabache brillante e intenso. Ese color confirmó la sospecha que tenía desde hacía unas semanas su padre, apostaba a que su querido hijo adoptado era descendiente de guaraguaos, pero ya era demasiado tarde; el sensitivo hombre se había encariñado con el negro pajarraco, que luego bautizó con el nombre de Atajua. 

          La caja que le servía de casa le quedó pequeña, él mismo tomó la decisión de agarrar como lugar de descanso una de las gruesas ramas del callado árbol. Con el pasar del tiempo el adolescente pájaro se acostumbró a escuchar un singular chiflido que le avisaba que estaba lista su comida. Salía agitando alegre las alas esperando el bastimento que le traía su custodio. Para ese tiempo el negro emplumado ya no comía los restos que quedaban en la cocina, tenía su plato aparte en el zaguán donde deglutía en un momento su arepa con pescado como se lo pusieran; aunque prefería si era guisado, en especial si era sapo, bailaba alrededor del plato dando saltos de alegría; si había sancocho la verdura que le apasionaba era la auyama. De vez en cuando su padre lo dejaba estar a su lado en el comedor, colocándole el plato en el suelo con su ración. De postre lo que más le gustaba era el triturado de coco con papelón rayado. Para el calor la señora Tarita le hacía pocicles, especialmente de guanábana que era su sabor preferido.

          Ya grande y desarrollado aquel feo animal andaba por toda la casa detrás de la gente, buscando atención como si fuera un perro faldero. Para donde se movía el padre seguro iba como un pingüino de lado a lado, lo acompañaba a tomarse su pocillo de guarapo caliente.

          Una cálida mañana está el joven buitre montado en el asoleadero abriendo sus alas y tomando un baño de sol, cuando se dejó venir del cielo en picada un zamuro que lo estaba oteando desde arriba y se posó después de trastabillar un poco encima de la tapia muy cerca de su paisano. Al recoger sus alas en su lenguaje le dice.

          -       ¡Hey tú! ¿Qué haces ahí?

           Atajua extrañado y un poco confundido se dió cuenta que podía entender por su naturaleza aquel extraño dialecto y contestó.

          -       ¡Aquí!… tomando un poco de sol.

         -       ¿y cómo te llamas?… si se puede saber – pregunta incisivo y desconfiado el extraño zopilote.

          -       ¡me llamo Atajua!

          -       ¡Miaarma! y quien te puso ese raro nombre – preguntó casi sonriendo el visitante.

          -       Mi padre - contestó secamente y molesto el joven alado.

          -       Seguramente debe estar volando cerca de aquí – comentó el extraño.

          -       ¿Y tú como te llamas? – se atrevió a preguntar el tímido joven.

          -       Me llamo Perla Negra Primera… porque soy la mayor de tres hermanas.

          Cuando escuchó la palabra hermana Atajua sintió algo que lo estremeció, quedó absorto y empezó a echar memoria de una gran cantidad de preguntas que se había hecho desde hacía tiempo y no había podido despejarlas. Los dos emplumados pajarracos continuaron conversando por un rato más hasta que la extraña visitante vió que se le había hecho tarde, se despidió rauda y emprendió su vuelo rápidamente. Atajua quedó impactado por aquel encuentro y se acostó pensando fijamente en aquella perla alada.

          Al siguiente día el joven guaraguao entró en la casa muy lleno de energía y aleteando, buscando dar la noticia de aquel encuentro a su progenitor pero éste había salido; según escuchó a su tía Tarita había partido en la madrugada en un largo viaje hacia Caracas para una presentación folclórica. Tarita lo vió animado y le dió una ración de arepa pelá amasada con chicharrón. Después de comer el animal salió aleteando, casi volando y se posó en el asoleadero mirando al cielo de lado a lado por casi una hora, hasta el punto que le dolía el pelado cogote de tanto estiramiento y rotación. De pronto observó un punto negro en el claro cielo que venía desde el este a toda velocidad hacia él, era ella. Con más puntería y equilibrio que el día anterior se posó de una vez en la pared exclamando coqueta.

          -       Buenas tardes Atajua.

-       El joven pajarraco todo atribulado y casi tartamudeando le contestó.

               -       Bu… bu… buenas.

              -       Vine hoy a verte porque quiero hacerte una pregunta… ¿tú sabes volar? – pregunta capciosa Perla Negra.

               -       Como lo haces tu… no – respondió apenado el emplumado mozalbete.

            -       Bueno ven conmigo que te voy a enseñar… primero coje impulso saltando y sube a la tapia.

           Atajua animado por lo que le pedía su esbelta amiga se envalentono y saltó desde las láminas de zinc del asoleadero con un aleteo medio exagerado por los nervios. Ya encima de la tapia la atrevida zamura se le acerca y le susurró largamente al oído. A la cuenta de tres ambos plumiferos saltaron al unísono y rápidamente ganaron altura pasando por encima de la casa, a medida que transcurría el tiempo las dos aves se empequeñecían a la mirada. Esa fue la última vez que se supo de la vida de Atajua.

           Abdón después de llegar orgulloso de su viaje a la Capital se encontró con la sorprendente partida de su pequeña criatura. A partir de allí el dolido hombre entró en una crisis depresiva y se encerró en un profundo desencanto y despecho; no aceptaba que su muchacho se hubiese marchado sin despedirse siquiera. En las tardes recostado a la blanquecina pared después de escurrirse el pocillo de café tomaba su fiel guitarra y comenzaba, como era su costumbre, con el dilatado ritual de afinamiento del instrumento; después de un rato de silencio entonaba su triste canción.

 

 I
Atajua malayo hijo mío
que de mi mano comiste
sin ver pa´tras te fuiste
como un vil malagradecido
que regreses a mi ansío
y a dios pido te arrepientas
las horas sin ti van lentas
me pregunto porque te has ido
 
   II
Si tu partida fue por amor
espero ella sea una buena zamura
que la cubra gran hermosura
y te cocine como yo lo hice
con mucho gusto y sabor
y te colme de inmenso cariño
o te malcríe como a un niño
y que te quiera como yo te quise
 
  III
No voy a esperar que regreses
porque esto es cosa del destino
tenerte conmigo fue un desatino
y debí pensar que esto pasaría
que seas amado con creces
y te deseo mucha felicidad
para que desaparezca mi ansiedad
y regrese con tus recuerdos mi alegría
 
 IV
De seguro has probado una cosa
que aquí en mi casa no había
eso sólo dios lo sabía
y fue tanta dedicación pa´ na’
para que la perla guenamoza
te arrastrara a la negra sipa
pero zamuro con mucha tripa
se enreda y no come na´

 

Venezuela, Cabimas, 25-09-2021.

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

Fuentes de información: Ángel Guevara; Rangel del Valle Salazar Rojas (El Rumor del Piache : Abdón Lozada).   

4 comentarios:

  1. Que gran contenido, excelente relato de experiencias vividas y traídas al presente con nostalgias de un pasado para quienes vivimos situaciones similares de encariñamiento con animalitos .Felicitaciones Humberto. Gracias Eliza por tu participación .

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  2. Excelente narrativa Humberto, tan bueno como las propuestas de Perforación que preparabas en los tiempos de Lagoven. Gracias por esa combinación de detalles y diálogos de los personajes. Que continúe la creatividad, saludos.. Jesús Ponce

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  3. Exitos sr Humberto saludos y bendiciones 🙏🤗

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