Por Humberto Frontado
Sentado plácidamente en uno de los bancos del parque, un señor aguarda la llegada de su nieto que tenía bastante rato subiendo y bajando las distintas opciones de juego que le ofrecía el lugar. Llegó el niño jadeando frente a su abuelo y después de beber agua pregunta.
- ¿Abuelo me prestas tu teléfono para ver you tube?
- ¡Queee!… no mijo… este perol no tiene internet – contesta el viejo desconcertado.
- ¡Nooo!… ¡que chimbo!... ¿cómo que no tiene internet? – exclama riéndose el decepcionado niño.
- Lo que pasa es que… - el hombre buscó responder sobre la deficiencia de su teléfono, pero quedó con la explicación en la boca mientras el sagaz muchacho desaparecía rápidamente internándose entre el tobogán y un intrincado pasadizo plástico multicolores.
Sin prestar mucha atención a lo que
acababa de suceder el anciano siguió con la vista al niño hasta que se incorporó
nuevamente a su arduo trabajo de desgaste energético. En ese momento el viejo
se transportó sutilmente al pasado y recordó cuando correteaba descalzo por una
salitrosa calle, sedienta de asfaltado; cuando manejaba un rancio y
desvencijado rin de bicicleta casi tan alto como él, con un pedazo de arepa del
desayuno en la mano izquierda, y guiaba diestramente aquel artefacto utilizando
una varilla pulida de madera de cují (yaque) semi curva, que según él era la que
mejor se adaptaba a la horma de aquel aro talla veintiséis. Para ese entonces buscaba
romper el récord de velocidad impuesto semanas atrás por su hermano mayor. Aquella
abstracción durante el recorrido solamente la podía romper el grito de su madre
llamado a comer o a cumplir con la tarea de la casa o de la escuela.
Era toda una hazaña manejar esa
bendita argolla toda cubierta de “guate é hierro” (óxido). Lo más difícil era echarla
a andar: primero con las manos se le daba un fuerte impulso inicial, simultáneamente
se insertaba la varilla en el surco ubicándola en la posición más alta del aro mientras
se desplazaba; habiendo alcanzado algo de velocidad se deslizaba la vara de madera
hacia la parte inferior para darle más impulso y celeridad. Toda la operación conformaba
un conjunto de preceptos físicos del movimiento llevados a la práctica. Durante
esa actividad no había custodia, estando en la calle sólo eran protegidos por
los eternos guardianes de la galaxia: “dios y la virgen”.
Recordaba que el estropeado rin tenía
un desbalance que se agudizaba desquiciadamente cada vez que agarraba la curva para
devolverse en la calle. Durante esa rotación se conjugaban varias acciones, además
de concentración máxima se tenía que controlar la velocidad y posición del
freno en la varilla que era crucial; cualquier descuido podía traer fatales
consecuencias. Un rinsazo en la rodilla de
uno de los descuidados transeúntes valía la suspensión de las garantías por una
semana.
Se pasaba cerca del grupo de
muchachos que jugaban metras (pichas) sin mucha seducción hacia esa actividad
todavía, cada juego llegaba a su debido tiempo; a veces la contextura,
habilidad manual y rapidez mental definía cuándo iniciarse en una nueva faena. Uno
de esos juegos que requería alto nivel de competencia eran los volantines o papagayos.
Se empezaba en una categoría de aeronáutica básica tratando de elevar un
sencillo volantín hecho con una hoja de cuaderno, un corto rabo de fina tela y un
pedazo de pabilo; si no había viento suficiente había que elevarlo a la fuerza en
una carrera. Superada esta fase se pasaba a la categoría intermedia de los cometas
de caña brava fabricados en varios modelos, era toda una ciencia. El tamaño y
simetría de la figura de corte, largo y espesor de las varillas de caña, el armado
y amarre. el papel de primera, fino y resistente, los ovillos de pita; la pega hecha
con la fruta madura del caujaro, tenía que estar en su punto, ni muy verde ni
muy madura para que pegara bien.
El máximo nivel en el manejo de
papagayos se lograba al alcanzar mayor altura, la cual se lograba con más
extensión de pita con cera, hasta tres ovillos; hacerlas con rabo doble, uno
largo y uno corto para lograr más estabilidad en las piruetas; colocarles tarabas
con más resonadores o tira-peos para hacerse más notorio. El requisito más
exigente para esa categoría era el de los cometas de pelea o guerra. Se basaba
en preparar la nave para cercenar y derribar al oponente y salir airoso.
En
ese paso por la infancia la única gran preocupación que se tenía era definir cómo
se podía instalar la hojilla en el rabo del volantín para cortar efectivamente
al contrincante, o cómo trazar un sorpresivo plan de escape que los liberara
del ataque del oponente.
Meditativo, el anciano pensó en algo
que no se le había ocurrido antes, quizás por no haberle prestado mucha atención;
se preguntaba cómo todo había transcurrido tan rápidamente sin tantos
aspavientos, sería porque todos hacían lo mismo. Veía que en un parpadeo habían
transcurrido tantas cosas y se habían apretujado en la memoria, sin permitir
oportunidad de detallarlas. Pensó en el cúmulo de juegos y diversiones locales,
inventados o reformados; así como otros importados. Recordó su experiencia de
intercambio cultural cuando en su región natal, en el oriente del país, se
jugaban metras con otro nombre y otras costumbres; aprendió a hablar en los
otros términos autóctonos sin ningún problema, sólo unos días de burla, cuando
había que desaprender los términos maracuchos.
Hizo una pausa a sus recuerdos para
reflexionar en que la bonita niñez sólo la disfrutan los que son capaces de
vencer el miedo a soñar, los que enfrentan día a día toda clase de obstáculos
tomando decisiones propias.
De vuelta a sus juegos, especuló sobre que
no se necesitaba internet para sudar copiosamente y heder a zorro asoleado, después
de echar una caimanera de pelota de gomita en la carretera; que el mismo par de
botas Us Keds servía para jugar pelota, volibol, futbol y hacer todo tipo de
actividades, sólo había una por año y si se rompían había que coserlas con pita
o nylon, un hueco en la suela se solucionaba colocando un pedazo de cartón y a
correr... ¡pá que más!
19-03-2022.
Corrector de estilo:
Elizabeth Sánchez.
Jajajaja Excelente Humberto, pa' que mas!!!. Mil saludos y que DIOS me los bendiga y proteja.
ResponderEliminarTrae a la memoria muy buenos recuerdos
ResponderEliminar