domingo, 1 de agosto de 2021

UNA AVENTURA LEÑACUOSA

Por Humberto Frontado



            Fue un día antes de las fiestas de San Pedro el patrono de la Isla de Coche. Semanas antes se habían puesto de acuerdo un grupo de mujeres vecinas que vivían en Valle Seco, un pueblo pequeño que según decían los habitantes tan viejos como él, no había ningún otro en el mundo que lo igualara haciendo tanto honor a su nombre. La idea de las damas era hacer un largo recorrido a través de la isla para buscar suficiente leña y agua, a fin de apertrecharse para los días posteriores a la fiesta. Estas provisiones serían también imprescindibles para preparar los reconstituyentes sancochos de pescado para los aguardientosos que iban a entrar pronto en acción.

              Temprano en la mañana de ese día fueron llegando al sitio acordado, justo al pie de cerro El Faro. Primero llegó Quintina Frontado la mayor y a la que le guardaban gran respeto, después aparecieron las hermanas Chón y Nicolasa Malavé con su par de burros. Traían un mapire con un poco de pescado salpreso, una torta de casabe y un mallugado piñonate. Luego llegaron las hermanas Juana Pacheco y Malengo con un burro que traía amarrado en el lomo una cesta con una tela de arepas, un gofio y unas huevas de lisa embojotadas en papel. Inmediatamente atrás apareció casi corriendo la pequeña Yiyo, hija de Chico Malavé. Reunidas todas las mujeres hablaron un rato del recorrido de la travesía y del tiempo que les tomaría hacerlo.

           La cruzada contemplaba pasar por La Tuatua de los Pérez, llegar a Zulica en la Cabecera y regresar antes del atardecer. Partieron jubilosas como la gran familia que eran, unidas por su condición natural de querer ayudarse mutuamente. Eran mujeres de arduo trabajo que se habían criado corriendo por los cerros buscando leña o pastoreando chivos como, era el caso de Chón y Juanita Pacheco; mientras que los hombres se encargaban de ir a la pesca en alta mar; arreglar las redes de pesca cuando había mal tiempo; o trabajar en el saque de sal en la Salina, cuando era temporada.

           Las chicas bordearon el cerro El Faro, que da frente al muelle, luego lo hicieron con el cerro Pelón, ya hoy extinto. Bajaron la ladera y circundaron la laguna de la Salina. Yiyo, más joven, tomó rápidamente la delantera con Rayo, el burro de Juanita; desprevenida siguió lo que parecía un camino ya trillado, cuando se oye el grito de advertencia de Chón.

          -        ¡Yiyo!... párate muchacha loca… ¿para dónde vas?... no ves que si sigues por ahí se te va a atollar el burro y no lo vas a poder sacar…eso por ahí es puro caliche pegajoso.

          Después explicarle a la joven sobre los cuidados que había que tomar prosiguieron el camino sobre terreno plano rumbo hacia La Uva. Desde allí pudieron observar a la gente trabajar en la Salina, llenando sacos de sal de los pillotes y llevarlos hasta la playa para embarcarlos en la gabarra.

           -        Vamos a darle más rápido, porque si no nos va a agarrar la noche por los cerros – comentó Quintina algo preocupada.

          Continuaron caminando por la ruta de la rivera de la costa. De vez en cuando echaban un vistazo hacia la orilla de la playa a ver si había recalado algo de madera traída por la marea. Llegaron rápidamente a la Uva, atravesaron las rancherías y saludaron a los pescadores que estaban ocupados arreglando pescado y reparando sus mandingas. Siguieron marchando pasando por los blancos arenales y atravesaron zigzagueando un seudo bosque de cardones, tunas, pringamozas y algunas maraqueadas matas de yaques, así como espinosos retamas. Iban deteniéndose en puntos estratégicos recogiendo ramas secas de yaque que amontonaban y las hacían haces, para luego atarlas a los burros; así siguieron su camino hasta llegar a El Coco.

            Hicieron un alto para comer allí lo que habían traído combinándolo con lo conseguido en el camino: pichigüeyes y algunos yagüereyes que mostraban sus rojas entrañas puntonegreadas.

          -        ¡Hey! …Vamos a echarnos un bañito en Catuche – exclamó emocionada la Yiyo – Juanita y Malengo asintieron con la cabeza.

             -        No señor…se nos va a hacer tarde – exclamó algo molesta Nicolasa.

             -        Vamos a hacer una cosa – comentó Quintina con toda su calma - nosotras tres vamos a seguir hasta Zulica a buscar el agua, ustedes terminan de recoger toda la leña que puedan, luego se pueden echar un baño y las pasamos buscando por aquí de regreso.

             Las mujeres más jóvenes se alegraron por la decisión y se pusieron rápidamente, con el sol de medio día a cuesta, a recoger la leña que había recalado en la playa. Estas jóvenes mujeres eran de armas tomar, Juanita estaba recién paría y su hermana estaba embarazada; Yiyo, que era su prima, fungía de fiel asistente y andaba con ellas por todas partes. Malengo con la barriga ya para explotar pedía a gritos entrar en la apacible playa para refrescarse. Estaba próxima a dar a luz; tenía según las comadronas un becerro en el vientre, ya que habían transcurrido casi once meses y no había parido. Ese era un caso clínico curioso que la gente comentaba era imposible pudiera suceder, ya que lo normal sería un embarazo de nueve meses. Decían que el galeno se había equivocado.

           Malengo, segura de sus cálculos, le explicaba a la gente que ella había ido, más o menos once meses atrás, a ver al médico porque sentía un dolor en el bajo vientre. El doctor al auscultarla descubrió que su dolor se lo estaba induciendo una hernia inguinal que requería operación. Él le explicó que la intervención sería posterior al parto ya que ella tenía una semana de embarazo según sus síntomas y la pérdida de la regla.  A partir de allí sacaron su cuenta y la barriga empezó a crecer. El papá de la criatura, luego de haber transcurrido nueve meses, se cansó de esperar para verlo y tuvo que tomar la dura decisión de irse al Zulia a buscar trabajo en la industria petrolera. Hasta ese momento las expertas en el asunto coincidían en que aún con el tiempo que había transcurrido le faltaba más o menos una semana para el alumbramiento.

           Después de dos horas de espera en el peladar de Catuche aparecieron las viejas vallesequeras con cuatro latas llenas de cristalina agua traídas desde Zulica. Se detuvieron un rato a comer el resto de pescado salado y casabe que les quedaba, bajo la sombra de un estoico viejo árbol de guayacán que mantenía su verdor a pesar de la sequía inclemente. Allí tomaron la decisión de cortar un poco el camino atravesando los cerros, siguiendo las trillas de los burros hasta reventar en la quebrada mayor, que desembocaba en la laguna de la Salina.

           Era increíble la fortaleza de esas valientes mujeres de la isla, desde temprano al levantar el alba comenzaban la brega para hacer el desayuno. En el fogón se iniciaba el fuego prendiendo con un fósforo unas briznas de paja y se le iban añadiendo algunos pequeños trozos de retama, ya prendido y constante la hoguera se colocaba en forma de abanico la leña más gruesa. Se dejaba arder por un rato para hacer la brasa que luego se extendía a lo largo de la parrilla metálica para asar las arepas.

           Para hacer las arepas era todo un proceso, primero había que sancochar el maíz en concha, eso se hacía la noche anterior; por la mañana a primera hora mientras ardía la brasa se pilaba el maíz, era una labor que se hacía más rápido con dos pilones danzando en forma simultánea y cronometrado al acorde sinuoso de:

                       -        Pilón…pilón

                            dale duro a ese pilón.


                       -        Ya la puerca está contenta

                             cuando escucha este pilón

                             siente que ya viene cerca

                             de agua é nepe su porción.


                       -        Los dos brazos ya me duelen

                            de darle tanto al pilón

                            tráiganme un pocillo lleno

                            de guarapo é papelón.


                      -        Tengo miedo que se rompa

                            porque está viejo el pilón

                            mañana le digo a papa

                            lo haga de palo é mamón.


                       -        Limpiecito queda el maíz

                            lo va mascando el pilón

                            las conchas blanditas salen

                            al golpe de esta canción.

           Al terminar la pilada venía la molienda con el primer ayudante de cocina, una piedra plana donde se colocaba un puñado de maíz que luego se trituraba con otra piedra en forma de rodillo. Esa fue una forma laboriosa de moler hasta que apareció, un poco tarde en Coche, la máquina de moler o molino marca Corona (*). Había que amasar, hacer las arepas y asarlas en las brasas. Mientras se iban cocinando se atendían los animales dándole su comida: a las gallinas maíz picado, a los burros y a los cochinos nepe con algo adicional de maíz para reforzar. A los puercos y chivos había que engordarlos rápidamente para luego venderlos o sacrificarlos y comerciar su carne. 

           La piel de estas amazonas se les iba sazonando con el sudor, salitre y sol a medida que envejecían. No había ninguna misericordia hacia ellas de aquel indolente tiempo que andaba campante en el seco y árido paraje. Las mujeres más longevas eran testigos de ese curtimiento, esa gruesa cortezas de epidermis agrietada llevaba tatuada en detalles las huellas de cada historia en particular. Cicatrices en todos los tamaño y formas, venidas de heridas mal curadas y llagas salitrosas, cada surco con su rastro de memoria y dolor en sí.

           Después de haberse desplazados por más de una hora por entre los cerros y con el sol encandilándolas y ya en mengua, decidieron detenerse un rato en medio de la quebrada para tomar en poco de agua y acomodar la carga en los burros. Yiyo cogió agua de las latas con una totuma y repartió, al llegar a Malengo la vió muy pálida y con síntomas de cansancio a lo que comentó.

          -        ¿Malengo…qué te pasa mujer?... ¿Qué tienes?

          -      Estoy mareada …tengo unos puyacitos en la barriga - contestó la fatigada mujer.

       -        Vamos a descansar un rato más, hasta que Malengo se reponga - dijo Chón mientras pasaba su mano suavemente por el vientre de su sobrina.

          Quintina, mientras esperaba la recuperación de su nuera, comenzó a percibir algo raro en el ambiente. Se quedó sigilosa agudizando sus sentidos, en eso levantó la mano e indico al resto, con un soplido de su boca, que hicieran silencio. Transcurrido un pequeño intervalo de absoluto silencio se escuchó un estruendoso estallido en la cabecera de la quebrada seguido de un ruido estrepitoso de piedras rodando quebrada abajo hacia ellos, la experimentada mujer grito desesperada.

           -        ¡Péguense al cerro! … !rápido! … !salgan de la quebrada!

          Aquel grupo de mujeres al unísono corrieron raudas logrando salir del espeluznante surco. De repente apareció despeñadero arriba, deslizándose sobre las piedras y el polvo que estas desprendían, una extraña figura negra que agitaba una gran capa oscura toda rasgada. Fue un espectáculo fugaz que inmediatamente desapareció y fue a desbocar su arremolinada polvareda y su sonoro soplido allá abajo en el delta de la salineta.

           -        ¡vieron eso! – logró exclamar la inocente Yiyo.

          Todas las mujeres quedaron petrificadas sin decir nada. Chón, segura de si misma, animó al resto comentando calmada.

          -        No se asusten, que no ha pasado nada…esa fue La Chirigua que pidió le dejaran libre la quebrada – parecía que ya Chón conocía parte de historia.

          -        Vamos pues…ya falta poco.

          Aupó Juanita al resto a emprender la marcha, ya que a ella la estaban esperando abajo en el pueblo para amamantar a su crío. Apoyando a su hermana terminaron todo el recorrido y allí mismo donde habían iniciado se despidieron agarrando cada una por su lado.

           Un día después de aquel arduo viaje se le presentaron los dolores de parto a Malengo y dio por fin a luz un varón en casa de Juanita. La gente comentaba que con los once meses que había tenido el bebé en la barriga de su madre se había pasado de cocción, y tenían razón porque los dos hermanos mayores eran catires y él había nacido moreno. La orgullosa mamá llevó al niño a casa de sus abuelas para que lo conocieran y le echaran la bendición.

           -        ¿Y cómo se llamará? – preguntó la abuela Leocadia capciosa.

           -        Todavía no sabemos – contestó Malengo.

          -        Deberías ponerlo Humberto Ramón, para que nos quede el nombre de uno por lo menos, por si acaso su pai no regresa de las minas de petróleo del Zulia.

 

Venezuela, Cabimas, 30-07-2021

 

 

           Nota: (*) La máquina de moler Corona llegó a inicio de los cincuentas, importada y distribuida por Jesús Mora, representante de Richard L. White, de Landers Fray & Clark, de Estados Unidos, fabricante de los productos Corona y Universal. En Colombia, Medellín, se fundó una empresa que las fabricó a partir del año 1956, esa máquina fue una gran protagonista de nuestra historia.

6 comentarios:

  1. En hora buena!!! Le esperábamos ! Felicitaciones ... no hay desperdicio!! Que vivencias!

    ResponderEliminar
  2. Muy buena entre las amigas el camino el recoger los palos seco y un embarazo de 11 meses ya uno se imagina el lugar.
    Muy bueno

    ResponderEliminar
  3. Son vivencias del autor .. felicidades

    ResponderEliminar
  4. Felicitaciones muy buena, sin desperdicios...

    ResponderEliminar
  5. Muy bueno, me recuerda a los cuentos y costumbres de mi gente..por acá le dicen pitiguey y magullado.

    ResponderEliminar

Resumen de la ultima entrega

MUSA ANFIBIA

Por Humberto Frontado        Busca atravesar los prolongados esquicios de la noche, donde los destellos de la incipiente luna llena ...