(INTROITUS MENTALES)
Por Humberto Frontado
Una temprana mañana entre semana; muy común sin aspavientos y mucho menos presunciones, sirvió de escenario para un hombre sesentón y pico, tan común como esa alborada que lo acogía. Se levantó de su cama y esperó un rato en el borde mientras se ajustaban sus coyunturas. Al pararse tuvo que abreviar y dirigirse al baño ya que la vejiga impía lo azuzaba. Vió de reojo que su esposa todavía dormía, con una sonrisa y una rascada de cabeza celebró su recompensa, se había imputado el primer logro del día: por haberse levantado temprano no tendría que arreglar la bendita cama, ya que eso le tocaba al último en salir de ella.
Va a
la cocina y pone a colar café, busca en la alacena algo que comer y no ve nada.
Decide desayunar liviano: pan con mermelada. Toma unos sorbos de café y se
calza las botas que las tiene con las trenzas anudadas pero holgadas para no
tener que amarrarlas. Mira el reloj que indicaba las ocho y media, toma otro
sorbo de café, se coloca su inseparable gorra y se marcha a la panadería.
Llegó
al local y vió sentado en la estéril jardinera a un señor, lo saludó con los
buenos días y entró a comprar algo de pan. Al salir vió que todavía estaba
sentado allí; al detallarlo se dió cuenta que lo conocía de vista, tenía tiempo
viéndolo por la urbanización. El hombre se llamaba Iván y lo había observado
haciendo algunas marañas de trabajo, entre las que estaban quitar el monte de
los alrededores de las casas y cortar árboles secos dañados por el comején. El
viejo volvió a saludarlo continuando su camino, de repente se detuvo y regresó
al encuentro de aquel ermitaño. Sacó de la bolsa un pan y se lo dió, le dijo
que lo esperara un momento. Entró de
nuevo al negocio y compró dos cafés; el viejo decidió desayunar con el extraño señor.
Nadie sabía
dónde vivía aquel hombre, sólo aparecía por las mañanas, se sentaba un rato
donde mismo estaba o se lo pasaba caminando por las inmediaciones de los locales
comerciales; la gente se compadecía y le obsequiaban pan o algo de comida. Allí
también lo podía encontrar quien estuviese interesado en ocuparlo para alguna
de las labores que hacía. No hablaba mucho, únicamente hacía su oficio, el cual
generalmente se lo pagaban con un desayuno o un almuerzo.
Sentados en la mesa el viejo buscó la manera de sacarle conversación al misántropo, lo primero que se le ocurrió saber fue dónde vivía, el hombre de mirada esquiva le contesta.
- Hay muchas casas abandonadas en la urbanización, yo me meto en ellas, les limpio el monte y las mantengo despejadas; ésta es la mejor forma de averiguar quién es el dueño. No tardan en aparecer, unos más agresivos que otros. Ese es el momento en el que hablo con ellos y les ofrezco mis servicios, les limpio la casa a cabio de permitirme dormir en el porche o en el garaje, no me meto en el interior.
- ¿Y tienes familia Iván? – pregunta el viejo escudriñando un poco en la vida de aquel hombre.
Ante la incómoda pregunta para el invitado, éste se quedó un rato mirando fijo el pequeño vaso de café, como tratando de encontrar en aquella superficie plástica algún argumento escrito o encriptado, que le permitiera dar una respuesta al impertinente inquisidor.
- ¡Tranquilo!... no tienes que contestar mis preguntas necias – exclamó el viejo, buscando calmar la angustia del ermitaño, que ya mostraba acuosidad en sus ojos –. De pronto abre tenue su boca y dice mascullando.
- Hace dos años yo deje de trabajar en CANTV allá en Maturín, era técnico de operaciones. Me casé y tuve un hijo. Mi felicidad duró muy poco, un accidente automovilístico en la vía hacia el Temblador los apartó de mí. Desde ese momento todo se me vino abajo, me entregué a este silencio y abandono; ahora ésto es lo que quiero ser, no necesito nada más.
El viejo cauto observó el desprendimiento al que había llegado Iván y quiso dejarlo tranquilo.
- Está bien Iván… gracias por compartir el café… quiero que mañana hagas algunas cosas en la casa, principalmente cortar el monte que está en la acera del frente. Mañana te vengo a buscar…ok.
Las
dos personas se despidieron, el viejo entró a la panadería a pagar la cuenta.
Aprovechó para hablar con el empleado, le preguntó sobre Iván y éste le hizo buenos
comentarios sobre la docilidad de aquel silencioso hombre, así como su responsabilidad
y obediencia.
Al otro día temprano, el viejo tomándose la primera taza de café observó por la ventana de la cocina la presencia de alguien frente a su casa. Al detallar vió que era Iván, quien estaba con un palín terminando de sacar el monte de la acera. Salió de la casa para atenderlo, llevándole una taza de café acompañada con una panqueca untada con mantequilla y queso. Abrió el portón y lo invitó a entrar al jardín ya que Iván había terminado su labor. Le ofreció asiento en una banca para que comiera. Mientras el hombre desayunaba el viejo acordándose de la conversación del día anterior le comenta.
- ¡Iván una pregunta!… ¿no crees tú, que joven como eres, aun te quedan muchas oportunidades gratas y llenas de vida?
- Esa palabra ya no existe para mí – dijo el hombre después de tragar el último bocado de comida, continuó diciendo – amigo la palabra vida tiene para mí un significado muy particular.
- ¿Cómo es eso?... ¿me puedes explicar? – pregunta el viejo intrigado por lo que su compañero decía.
- Para mí la vida la asemejo a un agujero negro – tomó la tasa de café y se escurrió lo poco que quedaba. Miró fijamente al viejo y continuó hablando – dentro del vientre materno la supernova vida en pleno apogeo y equilibrio se nutre absorbiendo rayos continuos de energía irradiada de felicidad. El momento más intenso de luz y éxtasis se da cuando nacemos, también ipso facto, cuando la fuente se rompe y se pierde el ansiado equilibro de vida, el líquido energético implosiona y deja de cobijar al nuevo ser; nace con él un agujero negro que lo acompañará hasta el fin de los tiempos. Inicia su acción cuando una nalgada odiosa e inesperada rompe el encantamiento. El llanto será el instrumento de inicio y fin para el sufrimiento y desesperanza que ha de mantenerse continuo por siempre. La separación abrupta de una amorosa seguridad te hará sensible al desconsuelo y al abandono. Antes el hambre era saciada al instante y en forma continua, ahora hay que esperar y para que venga rápido hay que llorar. Así se comienza y esos momentos de idílico goce irán desapareciendo poco a poco. En la niñez los momentos felices se hacen efímeros porque serán contrapuestos por la lluvia de miedos que día a día nos van inundando inconscientemente. Todo sentimiento de placer será arrastrado lentamente al horizonte de sucesos y a partir de allí no habrá marcha atrás, será consumido e irá a parar en lo profundo de nuestra singularidad. En un comienzo el calor de tu madre lo pierdes cuando te llevan a una fría cuna para luego darte un insípido biberón. En la adolescencia, igual se verá que te establecen una consecución de logros y éxitos, exponiéndote a más sacrificios y más angustias. En la adultez los pasajes de éxtasis son menos y los irás moviendo en el espacio tiempo de tu incredulidad; los vas dejando para otra ocasión mientras que el tiempo, aliado acérrimo del agujero, acelerara su caída hacia el vertiginoso centro oscuro del socavón. Cada etapa de tu vida va siendo succionada lentamente sin compasión. Esos eventos que constituyen tu azorada vida van incorporándose a ese monstruoso y gigante borde que constituye ese agujero negro. El horizonte de eventos se expande y va arrastrando, arremete con furiosa atracción cualquier indicio de alegría, de placer.
- ¡Iván un momento! – interrumpe el viejo, que lo había querido hacer desde hace rato, para decirle - debes entender amigo que todo esto que mencionas son ciclos comunes en nosotros.
- Claro que lo entiendo, pero quién lo establece así… por ejemplo los niños se hacen grandes aceleradamente; se casan, tienen hijos, se convierten en abuelos de un destello y a medida que crecen avanzan acercándose cada vez más al centro de la oscura matriz. Por más que rectifiquen sus actos, por más que se acojan a un dios o a una religión, cualquiera que sea no tendrán chance, los absorberá. Y dirán luego que ese dios así lo tenía planeado, porque sus actos y sus designios son justificados por su gloria y su tiempo perfecto. Todas sus acciones serán propias del destino que vivirán y se moverán misteriosamente por cordeles sobrenaturales. Buenas o malas actuaciones al agujero no le importan, serán absorbidos sin reparo. El tiempo se acelera y ni nos damos cuenta de que crecen sin recuerdos para nosotros los más viejos, se desvanecen y caen al vacío, en las negras fauces del comprimido abismo. Así que amigo eso es la vida y la felicidad para mí.
El viejo quedó sorprendido por la forma como aquel hombre le había detallado su analogía del significado de la vida comparándola con un galáctico agujero negro. El astrónomo hombre se levantó del asiento y comentó que debía irse para realizar otro trabajo que tenía pendiente con un vecino. Se despide y agradece por el desayuno y el café. El viejo se levantó y lo acompañó hasta el portón, recogió los platos y los llevó hasta la cocina. Mientras lavaba los utensilios pensaba en lo que le había explicado su contertulio. Notó que el tiempo estaba pasando lentamente, los escasos minutos se hicieron eternos dando paso a un concentrado y acelerado transcurrir de sus sesenta y pico de años que se proyectó vertiginosamente en su mente. Fue tanta su conmoción que sintió que lo que le había contado el taciturno Iván era la absoluta verdad. Terminó de limpiar la cocina y se fue a sentar en uno de los muebles de la sala en profundo silencio. La esposa que estaba en otro mueble lo observa extrañada y le pregunta.
- ¿Qué pasó viejo… en que piensas?
- A decir verdad, he rebobinado mi pasado y no cabe duda de que he sucumbido a un gran agujero negro – comentó pausado el viejo mientras miraba fijo un cuadro colgado en la pared, fue lo último que dijo.
La
mujer sorprendida no tenía la menor idea de lo que su marido le acababa de
decir. A partir de allí el viejo en absoluto silencio se lo pasaba sentado en
la sala sin decir nada, no respondía a las preguntas que le hacía su preocupada
mujer. Así pasó dos semanas, sumido en un mutis misterioso. Su familia
preocupada no entendía por qué actuaba así. Se quedaba viendo fijo las cosas
que tenía en frente, a veces balbuceaba algunas incongruencias. Los médicos diagnosticaron
que había entrado en un estado catatónico. Estaba paralizado mentalmente y sin
capacidad de respuestas. Posiblemente causado por una fuerte impresión, una
sorpresiva revelación o un gran cansancio psíquico.
Venezuela, Cabimas, 28-08-2021.
La vida es bella y complicada a la vez . Muy bueno esa historia tan real . Excelente reflexión
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