(Introitos Mentales)
Por Humberto Frontado
Hace unas semanas me contó un viejo amigo
que había visto en la cartelera de películas de Netflix una realizada en Argentina
llamada “Mi obra maestra”. La cinta describe crudamente y sin tapujo las
penurias por las que pasa un artista plástico, quien con ahínco se aferra a sus
arcaicas ideas y simbología, resistiéndose ferozmente a las imposiciones que le
establece el devenir del mercado artístico. El virtuoso pintor trabaja en un
ámbito donde la definición de arte ya no tiene que ver con lo emocional, el marketing
es dueño y señor de todo lo que circunscribe una obra de arte.
Cuenta el viejo también artista que en sus inicios, a fines de la década de los sesenta, fue invitado a exponer sus cuadros como telonero de un connotado acuarelista de la ciudad. La exposición se llevó a cabo en un conocido instituto de la ciudad de Lagunillas, estado Zulia. El joven mostraba orgulloso sus cinco cuadros al óleo enmarcados modestamente. Un poco nervioso caminaba entre sus obras esperando la presencia de algún interesado en ellas. Observó con atención como el viejo acuarelista se explayaba explicando el significado de sus obras con lujo de detalle. Adornaba con sutiles palabras la majestuosidad de sus rojas cayenas, de los blancos jazmines; casi se podía percibir su aroma con tanta perfección en la descripción. De repente el joven se ve sorprendido cuando un señor mayor lo tocó por el hombro y, refiriéndose a uno de sus oleos, le preguntó.
- ¡mijo!... ¿qué es eso?
- ¡Ah!... – el muchacho no hallaba que decir hasta que, imitando
al señor acuarelario, respondió carraspeando su garganta – es un melancólico bufón,
que jineteando su monociclo se mueve frenético buscando el equilibrio de su trastornada
vida.
El viejo preguntón quedó mirando con
curiosidad la obra y logró ver efectivamente el vaivén nervioso de aquel pintarrajeado
hombre, que a pesar de estar montando en aquella resbaladiza máquina lograba
hallar ponderación a su existencia y divertía sin prejuicio a los que lo
observaban. No habían transcurrido cinco minutos cuando se le acercó un
inocente niño tocándolo por el brazo y preguntándole secamente.
- ¿qué es eso?
- ¡Ah!... – nuevamente quedó estupefacto, pero al ver la
ingenuidad de aquel mocoso, se llenó de valor y su yo intrínseco sin muchos
adornos le disparó una odiosa repuesta – ¡pana… eso es un payaso!
Aquella inesperada experiencia le dió
al ingenuo joven una nueva visión de lo que sería el arte para él. Entendió que,
además de formas, trazos, texturas y colores el arte conforma su definición con
elementos literarios de contenido poético.
Hoy en día el arte se hace por
encargo de los que tienen y son ellos los que dictan las pautas de lo que
gustará en las galerías y exposiciones. El costo de las obras también es
determinado por los grandes devotos colectores. Igual que un experto en vino que
cataloga y define la bebida que fulgurará en los paladares exquisitos, así
también lo hacen los coleccionistas de arte. Como un licor guardan y añejan, macerando
las obras y todo lo que ésta envuelve. Al pintor le montan un biografía
maquillada que lo desfigura todo. Tienen tanto dinero que una buena porción la
invierten en arte y luego juegan a la bolsa con ellas, subastándolas. La muerte
del artista será un apetecido evento que celebrará en silencio el maquiavélico galerista.
El fenecer llega a constituirse la clave más importante en la cotización de una
buena y catalogada obra; que puede variar desde un mingitorio hasta una majestuosa
escultura, bien definida en color y textura, conformada por cagarrutas de perro
rottweiler vegetariano, expuesta en una marmoleada base.
El arte en su definición comparte con
la verdad ciertas malévolas similitudes. No tiene enunciación clara, es tan
ambigua que deja espacio para todo lo que se ve, escuche, imagine, sienta y
huela en todo su espectro. Para ser crítico de arte no basta con poseer un gran
conocimiento del arte, ni haberse preparado para conjugar una experta crítica que
le sirva para emitir una acertada opinión. Ahora es mucho más importante su
cultura etílica, el círculo social en el que se desenvuelve; y lo más
importante, sus recios conocimientos de economía, que le permitan trazar expectativas
de cuánto le va a quedar una vez que haya emitido su contundente y acertado
juicio crítico.
Al final, quienes deciden sobre la tendencia
e importancia del arte son los coleccionistas junto con los críticos del arte.
Los pintores, escultores y artistas afines les tocará trabajar en lo que se les
asigne. Para colmo de males ahora el arte está medido con una regla excepcionalmente
arbitraria, por un pequeño desliz o desacierto que cometa el artista en el
color, textura y forma de la obra será tildado de misógino, homófobo, antifeminista,
sexista, pedófilo, anti-animalismo, antinacionalista, ateo, nazi, separatista, proguerras,
semita, terrorista, antiaborto, o sea pro o anti de toda vaina.
Está claro que la originalidad del
arte siempre estará teñida de los primeros trazos del arte rupestre de
quienes en la prehistoria dibujaron o adornaron la Cueva de Lascaux en Francia.
Ningún artista puede escaparse de la influencia que en él estampan sus
antecesores, unos con sabiduría y otros con la perfección que caracterizaba sus
pinturas. Otrora era casi obligado ya que era sinónimo de dedicación y profesionalismo,
hoy en día es algo banal. La digitalización mermó en todos los sentidos (como
diría Carl Jung) la sincronicidad del autor y su obra. Una idea sinigual que crea
o representa una obra muchas veces no llega a ser tan importante como la idea
que aparece en la mente del que abarcará lo correspondiente a su
comercialización, el fin justificará todos los medios.
Hay quienes dicen que las plantillas
que conforman los críticos del arte alrededor del mundo la conforman un gran
porcentaje de especímenes nacidos del indómito rencor. Ese círculo de críticos
lo enmarca una falta de ego en ellos, que partió de lo que una vez soñaron ser
y no se dió. Ver que alguien logró lo que él no pudo será parámetro decisivo dentro
de los ítems que constituye su planilla de evaluación. Tanto el artista plástico
como los que los critican se mueve, en un medio donde la originalidad no existe
y la creatividad mucho menos.
La compleja creatividad se proyecta
hacia recónditas e irreales aristas que conforman la infinita extensión de las
ideas. El crítico estará siempre por debajo de esa línea de seuda razón que el
artista propone, es un espectador más que le costará muchas veces estar al
nivel emocional del autor.
El título del escrito está inspirado abiertamente
por un tipo muy peculiar, que además del arte critica todo lo que pase por sus
narices. Estas personas han sido dotadas por la providencia con una sabiduría
extrema, promovida por una búsqueda incesante de la perfección absoluta. Ellos
ven las cosas del día a día con unos espejuelos de diáfana definición; con
filtros fotocromáticos que ciernen todas las posibles gamas de objetivos perfectos.
Siempre encontrarán el detalle que faltaba y le agregarán unos cuantos más. No
se cansan de comentar sobre la vida de los demás porque no comulgan con su
forma estricta de vivir incólume y sin mácula.
08-05-2022
Corrector de estilo: Elizabeth
Sánchez
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