domingo, 5 de junio de 2022

UN APETITOSO CUENTO CHINO

Por Humberto Frontado



            Hace días un amigo me contó sobre un curioso encuentro que había tenido. Comentó que meses atrás, después de haber pasado casi un día en la inmensa cola de la estación de servicio de La Salina para poder echar gasolina, ya de regreso a su casa por la Avenida Carnevalli, después de pasar el restaurante chino observó que iba caminando lentamente un señor de edad. Al verlo se detuvo para darle la cola y en automático se colocó el tapabocas. El peatón se detuvo y escuchó al chofer cuando le ofreció llevarlo. Al saludarlo el conductor se dió cuenta que conocía al pasajero.

          Se trataba del dueño del restaurante chino que habían dejado atrás. El hombre emocionado se dirige al viejo.

      -       ¡Señor Luis soy yo José!… él que venía a China City, su negocio, casi todos los sábados a comprarle arroz chino y lumpias... ¿se acuerda?

          El viejo oriental ajustando sus lentes lo detalló y con agrado le respondió.

     -       ¡Hola José!… ¡claro que sí!... ahola si me acueldo… ¿cómo has estado?... tenía años que no te veía.

     -       Sí, es verdad don Luis… tenía muchos años que no venía por aquí… ¿y usted qué rumbo lleva?

     -       Voy pol aquí celca…  voy al negocio de mi hermano… está diagonal al banco Venezuela.

       -       ¡Ah sí!… ya sé, el restaurante Gran China.

          Después de hacer un breve recorrido, llegaron al destino del anciano oriental, quien antes de bajarse le dijo.

      -       Señor José glacias pol la cola… selía usted tan amable de acompañalme y tomalse un café conmigo… así hablamos un poco.

           José agradeció el gesto del longevo hombre y casi a punto de rechazar la invitación meditó unos segundos y la aceptó. Estacionó el vehículo y se dirigió al local. Hizo entrada al restaurante lentamente detrás del viejo. Atravesaron aquel despintado dintel soportado por dos roídos dragones dorados esculpidos que custodiaban aquel recinto. Se dirigieron hasta el fondo; mientras caminaba atravesando aquel lúgubre sitio José se acordaba de la similitud que tienen todos los restaurantes chinos.

           Al entrar no veía nada ya que estaba encandilado, pero ipso facto apareció en su memoria, atraído por el envolvente olor que había en el ambiente, las costillitas y el pollo en salsa agridulce, las lumpias y el arroz chino. Recordó las sencillas mesas de madera, cubiertas con manteles rojos y adornadas con un centro de mesa negro en diagonal. Cortinas rojas cubriendo toda las paredes y tapando las ventanas; una luz tenue que no deja ver a los comensales vecinos; en ocasiones un mural alusivo a la cultura oriental. Transcurridos unos segundos parpadeó sus ojos para recuperar claridad y corroboró todo lo que había pasado por su mente. Los dos amigos tomaron asiento en una de las mesas mientras salido de las rojas tinieblas se les acercó otro rancio señor a saludar. Se trataba del hermano de Luis casi tan viejo como él. Con un fuerte abrazo saludó a su hermano en un idioma quejitroso y sin sintaxis sonora. Fue hacia José y con un apretón de mano se presentó como Simón.

          José siguió con la mirada al reciente conocido hasta que la oscuridad lo engulló, regresó al encuentro con Luis y en un gesto de confidencialidad se le acercó y comentó.

-       Luis… te voy a contar una cosa y quiero que me perdones… desde muy joven siempre sentí curiosidad por ustedes los chinos… en Lagunillas muchos años atrás había también un restaurante chino ubicado en el nuevo centro comercial… por allí pasaba de regreso a la casa después de ir de la escuela técnica. Una vez, cansado y con sed decidí entrar al negocio y pedir agua. Dentro del local caminé unos metros en la penumbra y a mitad del camino sin encontrar a nadie grité saludando, dando los buenos días. Sorpresivamente salió un hombre achinado todo sudoroso en franelilla blandiendo un enorme cuchillo en la mano y gritando, diciendo un poco de cosas en tu idioma… Salí despavorido como alma que lleva el diablo, llevándome las mesas por delante… después de eso le tenía miedo y rabia al sitio y a los que allí estaban… lo más trágico es que a otros amigos le había sucedido algo similar… Más tarde vinieron a reforzar mi negativa percepción hacia ustedes todas las leyendas urbanas que se tejieron año tras año sobre los restaurantes chinos… decían que comían perros, gatos y hasta ratas… que vendían platos hechos con carne humana envuelta en rollitos de primavera.

-       ¡Es veldá, José! – responde el anciano con desgastada voz mientras se acomodaba en su asiento - a nosotlos nos ha costado desmentil todo eso, hemos tenido que plestal y mantenel un excelente selvicio en nuestlos lestaulantes; eso pelmitió que en cada sitio impoltante del mundo apaleciela uno.

-       La gente decía irónicamente que un restaurante chino guardaba más secretos y misterios que una hermética logia de masones… la gente se preguntaba cómo era posible que se mantuviera un negocio que casi no era visitado, preferían ir a McDonald´s, Arturo, KFC o Pizzas Hut.

-       José la mayolía no entiende que la folma en la que nosotlos tlabajamos es difelente a cualquiel otla… nosotlos tlabajamos con un sistema de negocio colabolativo. Estamos integlado en estluctulas familiales que son el núcleo del negocio, siempre nos socolemos ante alguna eventualidad… No hacemos pléstamos a ningún banco, pala eso está la familia. Cuando llega un nuevo Chino a cualquiel país lo plimero que hace es leunilse con su familia y ponelse a tlabajal… lamentablemente estos últimos años, en todas paltes del mundo, hemos vivido una veldadela clisis, ya que nuestlos hijos plefilieron estudial y hacelse plofesional pala liblalse de la esclavitud de la cocina… nosotlos vinimos a cocinal pala que nuestlos hijos no lo hicielan.

-       Luis y qué hay de cierto sobre lo comentarios que ustedes no entierran a sus muertos, sino que los congelan y se los van comiendo poco a poco… es raro oír aquí sobre un sepelio de un chino… se puede escuchar de un entierro de un árabe o de un italiano… pero nunca de un chino.

-       Ja, ja, ja – el anciano casi se desternilla de la risa cuando escuchó aquella confesión – tienes lazón José… pelo la lespuesta es sencilla… nosotlos tenemos la tladición de incinelal a nuestlos mueltos y envialos a su pueblo de oligen… igual cuando estamos muy viejos o plonto a paltil nos llevan de legreso a nuestla tiela… ja ja ja… pol eso es que no llegamos a ocupal sus cementelios.

-       Otra pregunta amigo Luis… y no es cuento chino… ¿por qué el arroz chino de Venezuela es tan bueno y no se consigue en otro restaurante chino de otro país?

-       Cada país tiene sus costumbles y gustos, nosotlos al inculsional en la cocina fuimos ajustando los platos a la aceptación de ustedes… pol eso no encontlalas el aloz chino venezolano en Algentina, España o México… no fue fácil en la década de los setenta cuando llegamos a difelentes legiones del país, íbamos poniendo nuestlos platos y fue todo desastloso. Al venezolano no le gusta el aloz blanco solo y menos comelo con palillo… ¿te digo un secreto?… la comida china venezolana no es veldadela comida china, es una tlopicalización que caló con el tiempo aquí… no fue fácil que aceptalan la salsa aglidulce… una pequeña dosis de glutamato tlansformó solprendentemente la apetencia hacia nuestlos platos… que en lealidad ya no son platos olientales, ahora son occidentales… así que amigo José… “tu aloz chino palece, pelo chino no es”.

04-06-2022

 

Colector de estilo: Elizabeth Sánchez

1 comentario:

  1. La ignorancia es atrevida, el desconocimiento de la verdad le de rienda suelta a mitos y leyendas.

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