Por Humberto
Frontado
El viejo hombre buscador de gasolina hizo algunas
llamadas y detenidamente revisó el whatsapp, buscando información sobre las estaciones
que surtirían gasolina el siguiente día a los carros con placas terminadas en
tres y cuatro. Colocó la alarma para levantarse a las tres de la madrugada y se
acostó temprano, dejando todo preparado para descansar y levantarse sin
problemas.
Después de cinco horas de
durmienda la alarma sonó, sin perder tiempo el sexagenario se incorporó de su lecho,
entró al baño y en un dos por tres fue a la cocina a preparar café y un par de sándwiches.
Viendo el reloj tomó su café a grandes sorbos y en dos mordidas acabó con uno
de los panes. Salió de su casa y se montó en el carro, al prenderlo observó acucioso
el nivel de gasolina para constatar que había suficiente para ir y regresar de
la cacería de combustible.
Antes era costumbre del
conductor medir los niveles de fluidos del carro antes de encenderlo, ahora con
solo estar pendiente de la aguja de la gasolina es suficiente; los recorridos
son tan cortos que ni hace falta hacer esas mediciones.
El añejo acechador de carburante
se fue directo a la bomba Bello Monte, el sitio había sido confirmado a última
hora y el dato rodó toda la noche. Llegó a la cola y estacionó el carro, según
sus cálculos estimó que se encontraba entre los doscientos carros. Se decía que
en ese sitio se acostumbraba surtir hasta ciento cincuenta y a veces se
extendían hasta los doscientos y pico; aun así, el viejo tomó la determinación
de quedarse y ver qué pasaba. Dentro del carro echó el cojín hacia atrás al
momento que veía a otro carro estacionar detrás, eso le calmó un poco y le dió
confianza para quedarse en el lugar, como pudo se acomodó en el asiento para
dormir un rato más hasta el amanecer.
Con los primeros rayos de luz se comenzó a zarandear buscando acomodo en el duro cojín para continuar dormitando hasta que escuchó voces muy cerca del carro que lo incomodaron y no le permitían seguir durmiendo. Eran tres fastidiosos tipos que se apostaron en el sitio y se recostaron a la cerca con barrotes de hierro, parecía que ese era el sitio acostumbrado de tertulia, era la entrada de un taller de mecánica y ellos al parecer eran empleados que esperaban que el dueño les abriera temprano el portón. Lo cuentos y anécdotas contadas por los jóvenes delataban su calaña de vagos y maleantes. Uno de ellos vanagloriándose a extremo contó de un robo que habían hecho años atrás diciendo.
- ¿Te acordáis chamo, cuando robamos el cable de CANTV desde la esquina caliente de la CVP hasta la Casa del Espagueti?
- Como no me voy a acordar, no joda – contestó el otro muchacho - si de vaina no pasé pál otro lado. Me caí del poste ese después de recibir un corrientazo, que todavía no sé de dónde coño vino.
- ¡Que molleja! – volvió a comentar el primero - ese cable era tan largo y pesado que tuvimos que enrollarlo y llevárnoslos entre tres, como si fuera un caucho gigante.
- Ahora chamo eso no vale la pena – comentó el tercero en tono lastimero – pagan muy poquito, el metro de cable no vale nada y te expones a que te metan preso y luego tienes que pagarles a los pranes del retén o a los malayos del CICPC.
Desde el interior del local
alguien salió y les abrió la compuerta. Más aclarada la mañana la gente
alrededor comenzó a moverse hacia la fogosa esquina representada por el cruce de la avenida “F” y la
Intercomunal. En ese punto convergen las personas que van al trabajo y toman el
transporte, que para esos días estaba escaso. De allí parten hacia las empresas
ubicadas en la vía hacia lagunillas, el resto va hacia el centro de Cabimas.
El buscador se bajó del
carro y salió a obtener información, se hablaba que la gandola de gasolina
había llegado y descargado a las cuatro de la madrugada y eso era buena señal.
A las ocho de la mañana comenzaron a surtir combustible y no fue sino dos horas
después cuando el veterano comenzó a mover su carro a paso de morrocoy. Eran
tanto los automóviles que estaban colados en la parte delantera que la hilera
atrás ni se movía. El desplazamiento era como de apenas tres carros cada media
hora. A eso de las doce del mediodía se corrió la fatídica voz de que se había acabado
la gasolina. El indagador quedó como a treinta carros de la gasolinera. Tenía
que tomar una rápida decisión: seguir en la cola y esperar hasta el otro día
con un puesto seguro o partir hacia otra bomba y correr un destino incierto.
Tomó la primera opción y esperó hasta el otro día, yendo a su casa a comer y
descansar, turnándose con un compañero de cola.
En el sitio conoció a un
joven apodado “el guajiro” que alquilaba puestos para los carros, tenía un
local de reparación de alternadores justo donde había quedado su carro, el tipo
decía que prefería alquilar el frente del local para los puestos de carros ya
que le resultaba más productivo. Después de hablar con él un rato le tomó el
número de teléfono para tenerlo presente para otra ocasión, el pago eran tres
productos no repetidos o el equivalente en bolívares o dólares.
Después de aplicar la técnica acostumbrada
de pernoctar dentro del carro el pobre viejo se despertó todo tullido, salió y
camino un rato estirando su adormecido cuerpo. A las ocho de la mañana se corrió
la voz que la gandola cisterna no iba a proveer a la bomba Bello Monte, sino
que iba hacerlo en la que está al lado del Reten. El viejo se pasó las manos
por la cabeza pensando en lo incomoda y desconcertante que era la situación.
Igual se puso a meditar, mientras de lejos algunas personas hacían bulla diciendo
que iban a tomar el asunto por sus manos y secuestrar la unidad surtidora, así como
otras cosas locas. Tomó nuevamente la decisión conjuntamente con el resto de
sus socios de quedarse en la cola considerando el buen puesto que tenía.
Hizo lo mismo del día
anterior se turnaba con el compinche de fila, cada seis horas iba a su casa y venía
a ver el carro. Al día siguiente casi a la misma hora sucedió lo inaudito, lo inimaginable;
se repitió la siniestra y macabra acción de enviar, por orden expresa, la
gandola surtidora a la estación del Reten. Ante tal situación el buscador
desconcertado ve ciertos movimientos con los automóviles en hilera y comenzó a
correr hacia el suyo y desistir del excelente puesto que tenía. Se montó en su
carro y raudo tomó marcha hacia la cola contraria que iba hacia la bomba CVP,
solo tenía que dar la vuelta en “U” en la Farmacia Mara Plus y hacer una nueva
cola. En esa estación ya estaban surtiendo y la cola bien larga llegaba
precisamente allí donde iba a dar la vuelta. Hizo la fila y tuvo que esperar
hasta el otro día. Allí repitió la acción de días anteriores, pero con otro
nuevo compañero.
Llegó el tercer día y la
gandola surtidora había llegado temprano y repartiendo en la estación CVP y
luego para colmo en la aborrecida Bello Monte, ya no había nada que hacer ni
siquiera lamentarse. Su mente se bloqueó por un instante pensando en una
descomunal explosión que arrasaba con toda el área donde estaba la estación. Volvió
en sí cuando vió moverse los carros delante de él en un buen trecho y rápido, así
continuo un buen rato.
Ya había avanzado
alguna distancia quedando a más o menos cincuenta metros de un terreno baldío
con cerca de bloques sin portón que la gente usaba para hacer sus necesidades
emergentes. Salió del carro a tomar aire y a preguntar la hora en la que llegó
la gandola de combustible. Conociendo ese dato se podía extrapolar y determinar
si había chance o no de echar gasolina ese día. Según sus cálculos no tenía
mucha oportunidad, era más de lo que en promedio resultaba; cuatro horas de
atención por 10.000 litros en 200 carros. Si la gandola es compartida con otras
bombas hay mucho menos chance de echar.
Durante la larga espera
mucha gente iba y venía, caminando por la acera y otros por el lado de la
carretera intercomunal, vendiendo café, agua, chupetas, tetas de frutas, etc;
otros pedían alguna limosna. El viejo cazador quedó sorprendido por el gran
movimiento ese día, parecía que habían pagado la pensión y la gente había
salido a comprar comida. Mientras miraba a las personas caminar observó suspicaz
a una persona que venía arrastrando con desgano una pequeña carrucha, que
parecía un bolso con ruedas modificado para carretear los botellones de agua. Llevaba
sobre el carrito una bolsa negra mediana muy cargada, de esas que usan para la
basura, la forma amorfa de aquella bolsa hacía que parte de la carga casi rozara
con el cemento de la acera. El viejo intrigado lo siguió con su mirada por un
momento.
El curioso personaje se
introdujo con su carga al terreno abandonado. Ya en varias ocasiones anteriores
el viejo cazador veía entrar y salir gente por esa entrada del terreno. Al parecer
la propiedad era paso obligado para las personas que vivían por la calle
paralela a la intercomunal, y la usaban para cortar camino hacia ella. La cola
seguía avanzando lentamente hasta que vió nuevamente al extraño individuo
repitiendo la acción anterior. Salió de un callejón que desembocaba a la intercomunal
arrastrando su carrucha con otra bolsa negra cargada, siguió observando su
trayecto hasta que entraba al gran patio. Esperó un rato hasta que salió ya sin
la bolsa negra. Se calmó al pensar que era uno de esos hombres desconsiderados que,
en lugar de usar los servicios del aseo botan la basura en cualquier terreno abandonado.
La cola avanzó un buen trecho quedando el carro del cazador a escasos metros de la desembocadura del callejón por donde salía el extraño carretero. El viejo intrigado esperó paciente recostado a su carro hasta que hizo su aparición nuevamente el sujeto. Al pasar por su lado el sexagenario lo emplaza preguntándole.
- ¿Amigo que llevas allí?
El hombre se detuvo frente al viejo, lo miró un instante y siguió caminando. Desconcertado la persona mayor queriendo recriminar su acción le dice.
- Amigo, eso que está haciendo está mal – no había culminado su advertencia cuando de pronto se paró y con su mano derecha hizo señas de que se acercara, y en voz baja le dijo.
- Es que ayer noche estrangule a mi mujer, hoy la corte en pedazos y ahora la estoy botando en la basura.
El viejo ante la respuesta
del orate quedó anonadado y si palabras. El carruchero retomó su viaje y siguió
hasta el terreno de nadie.
La cola siguió andando y la emoción de estar próximo a echar gasolina hizo que se olvidara del extraño ser. Transcurrieron aceleradamente los últimos minutos que completaban la cuarta hora, el ambiente fue arropado por un sudoroso y agitado misterio, de pronto se oyó a lo lejos faltando veinte carros.
- ¡Se acabó la gasolina!
El cazador de combustible
quedó impávido, lentamente se subió al carro, miró angustiado la aguja del
nivel de gasolina, lo encendió y se marchó. Quería olvidarse de lo sucedido en
esos cuatro días y nuevamente vino de pronto a su memoria la gran explosión que
engullía abruptamente las dos estaciones de servicio, las gandolas, las colas
de carro y a él también.
Ya en su casa y descansado,
el viejo cazador hizo una retrospectiva de lo que había sucedido esos días
atrás y de pronto se acordó del señor de la carretilla con la bolsa negra. Para
matar la curiosidad tomó su teléfono y llamó al susodicho Guajiro para
preguntarle si había habido un crimen por esa zona. Casi se cae de bruces
cuando el alquilador de puestos le cuenta que, efectivamente su compadre Julio había
estrangulado a la mujer porque lo tenía obstinado recriminándole siempre que
era un vago y no quería trabajar. El
CICPC encontró el cuerpo de la señora repartido en bolsas negras por todo el
terreno baldío.
Venezuela, Cabimas, 16-01-2021.
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