domingo, 24 de enero de 2021

LA DIÁSPORA MARCHANTE

 Por Humberto Frontado



           -         ¡Mamá!… ¡mamá! – gritó el niño jadeante y despavorido después de haber corrido un buen trecho desde la otra calle. La madre que lo escucha angustiada le pregunta.

         -         ¿!Qué fue mijito!?… ¿qué pasó?

         -         ¡El señor Pelón! … ya viene por la otra calle y creo que te trae las dos sillas – contesta el niño satisfecho con su misión.

         -         Está bien, déjalo que venga … aquí lo esperamos – contesta tranquila la mujer, retornando de nuevo a la cocina donde preparaba las arepas para el almuerzo.

         Un rato más tarde se estacionó frente a la casa de la señora un camión que en la parte trasera tenía una armazón metálica cubierta de una verde lona, parecía una carreta sacada de las películas del viejo oeste. Un señor con una prominente calva y acento gocho bajó de aquel carruaje dos sillas corianas y una pequeña mesa cuadrada de madera y se la entregó a la señora. En una manoseada libreta, el curtido comerciante anotó el nuevo pago quincenal que había acordado con la Doña. Aquella voluminosa nave ambulante traía una buena cantidad de utilísima mercancía, entre ellas; utensilios de peltre para la cocina como olletas, jarras, cucharones y platos de todos los tamaños; sartenes, calderos y el mazo afloja carnes; también cubiertos, cuchillos para picar y el valiosísimo batidor manual hecho de madera y alambre. Para los quehaceres de la casa escobas, lampazos y tobos de latón, picos, palas, machetes, barretones, martillos y hasta clavos y tachuelas, toda una ferretería. Traía guindando de la lona las sillas y taburetes, algunas de mimbre y otras de madera y cuero de chivo.

           Seguidamente, con una hora intermedia como en automático, aparecía el señor Tobías; un hombre canoso y de mucha paciencia que se le notaba al hablar. Llegaba con su camionetica con cabina modificada donde traía variedad de mercancía: ropa, zapatos, botas y telas de todo tipo, para vestidos y cortinas. El viejo venía desde Maracaibo y se hospedaba en la incipiente Ciudad Ojeda por unos días, mientras salía de toda la mercadería.

            En esos días el comercio era muy pujante en los campos, debido a la gran actividad que se veía en la zona.

           -         ¡Señor Tobías! ...usted si es confiado …deja abiertas las ventanas de la camioneta, a ver si le roban – le comenta la señora viendo la tranquilidad de aquel hombre.

          El viejo mostrando un inocente gesto de inocencia en su cara le contestó.

         -         Mi señora yo tengo tanto tiempo en estos menesteres que con ver un rato a la gente sé quién me puede echar una vaina y quién no; si me la echa …esa sería la última vez, porque más nunca le fío. En estos campos hay pura gente honesta, pero siempre tengo presente que “entre las corvinas y los robalos puede venir coleada una resbalosa guabina”. Les obsequio la oportunidad de obtener fiao y en cómodas cuotas, sin tener que ir a ningún lado porque les traigo la mercancía hasta su casa; “qué más quieren por medio real”.

          A este par de comerciantes venezolanos emprendedores se le sumaron otros tantos con igual ímpetu de prosperidad, pero en otros ramos específicos como el caso del señor Herminio, quien en una camioneta ranchera traía de Valera materas de todo tipo, plantas ornamentales y abono. Todos ellos fueron pioneros del pujante desarrollo comercial en la zona petrolera.

          Transcurrían los últimos años de la década de los cincuentas ante un prominente auge petrolero y se mantenían los beneficios para los empleados de la industria. La paga semanal, aunado a la ayuda que representaba el comisariato y la clínica, rendía para mantener cómodamente una familia promedio de cinco integrantes.

          A inicio de los sesentas aquella intensa red de comercio instaurada por los venezolanos se vió amenazada de pronto por la intempestiva llegada de migrantes europeos y caribeños, que buscaban ilusionados el Dorado. Italianos, españoles, portugueses, trinitarios llegaron a nuestro territorio con una muda de ropa y un deseo inmenso de prosperar. Unos a recuperar el nivel de vida que habían dejado en su tierra y otros, la gran mayoría, ilusionados con iniciar su proyecto de vida en este rico país.

           Comenzaron a llegar a los campos petroleros como las marabuntas, parecía que se ponían de acuerdo para repartirse las calles intercalando su aparición cada hora. Unos venían a pie y otros más aventajados con una bicicleta de reparto modificada. Los italianos vendían pan en unas grandes cestas tejidas de eneas, otros con las mismas cestas traían flores plásticas, porta retratos, imágenes de santos con sus marcos y adornos de porcelanas; aparecían algunos con una cámara fotográfica, tomaban la foto de la persona y una semana más tarde traían el retrato enmarcado. Los españoles usaban las latas de aceite “los tres cochinitos” para vender sus embutidos, mantequilla, manteca y queso, otros llevaban la maloliente mercancía constituida por capirote y vísceras que vendían para hacer mondongo y guiso. Por último, en las tardes aparecían las trinitarias con sus dulces multicolores apilados en su cabeza. Con el servicio ofrecido por toda esta gente ya los reales no alcanzaban y la gente a veces se endeudaba más de lo que podían pagar.

           -         ¡Corti barato baisana! – se oyó a lo lejos, la gente no entendía aquella expresión y no fue hasta que estuvo bien cerca la persona cuando se le entendió. Vociferaba una corpulenta mujer blanca con un haz de cortes de tela arrumados en su cabeza en total equilibrio.

          Habían aparecido en la zona las turcas con sus cortes de telas estampadas de todo tipo; popelina, lino, lana, gabardina, sedas, satén, casimir, algodón, etc. El intercambio étnico y cultural se daba en todos los sentidos. Las turcas llegaron expeliendo su rancio olor a cebolla, mucho más fuerte que los exhalados por los italianos, españoles y portugueses juntos. Las trinitarias olían a un profundo y exagerado sazón a curry. La gente no dejaba de hablar y preguntarse por qué hedían tanto esos musiús, pero aun así les compraban su mercancía. Se dice que de ese intercambio comercial nació la expresión, ahora muy notoria, de “distanciamiento social”.

           La llegada de este contingente de marchantes desplazó por completo al comerciante venezolano que se sentía seguro en su propio terreno. A ese tropel militante de buhoneros también le tocó su turno, se fue disipando poco a poco al paso del tiempo y el progreso. Tomaron otro rumbo, estableciéndose en las zonas comerciales de la recién remozada Lagunillas, la naciente Ciudad Ojeda, la pujante Cabimas, la remota Bachaquero y la apartada Maracaibo.

           Todos estos marchantes tuvieron la prominente misión de establecer los cánones de moda y estilo en los campos petroleros. Eso se constataba con ver el interior de cada residencia. Era como un patrón calcado para todos sin excepción. En la sala, fiado por el turco Kansao de Lagunillas, un pequeño juego de muebles de madera, algunos tejidos y otros de semicuero; un comedor de cuatro puestos completado con un taburetico de cuero; el infaltable cuadro de la última cena en la pared central y el de la Mona Lisa en la lateral, el televisor a blanco y negro estaba por llegar. En el porche un juego de sillas de mimbre con su mesa con vidrio que apenas le duraba un mes, después era sustituido por un rectángulo de cartón piedra.

           En el cuarto principal una camita con semicolchón de suavespuma y un escaparate de madera; en el cuarto de los niños dos catres de lona y un chinchorro. El que podía le colocaba un abaniquito metálico corta dedos General Electric o Westinghouse a cada aposento. En la cocina una cocinita de dos hornillas conectadas al servicio de gas y la neverita Westinghouse para el agua fría y hielo. Afuera la apreciable batea para lavar la ropa que después fue acompañada por la chacachaca de Maytag. El transporte para ir al trabajo era una bicicleta último modelo, con cauchos banda blanca de Hércules o Phillips.

En aquella época toda la población petrolera se ajustaba imperiosamente a las medidas fijadas por el salario semanal, de tan solo cincuenta y seis bolívaritos.

 

Venezuela, Cabimas, 23-01-2021

3 comentarios:

  1. Cuántos recuerdos
    Añoranzas de un pasado colmado de originalidades y buenas intenciones en total contraste con el presente....pero total Cambio en los sentimientos e intenciones..,

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  2. Buenos recuerdos Humberto, también zapatero a domicilio

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  3. Recuerdo que la abuela siempre contaba cosas así y siempre con una sonrisa decía buenos tiempo, en mi tiempo iba el señor que vendía pescado en una moto y dejaba toda la calle llena de escama

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