Por: Humberto Frontado
San Pedro de Coche ha sido
emporio de grandes y simpáticos personajes que nos antecedieron. Dejaron su
legado de sabiduría y bonitas experiencias. En esta oportunidad comentaremos
sobre la memoria y las peripecias del señor Eleuterio Cova, alias Tello.
Tello fue un humilde vallesequero
que aprendió, con el transcurrir de los años y sin querer, una simple fórmula
para vivir y ser feliz; su catecismo era la sencillez y el compartir con los
demás. Como tantos otros jóvenes cochero
comenzó a trabajar en la pesca y en la salina cuando era tiempo de saque (1). Se
le relacionó con una mujer secreta, tan secreta que nadie pudo descubrir quién fue.
Se le conoció una hermana llamada Águeda Cova.
A través del tiempo se tejieron
un sinnúmero de historias y mitos, relacionadas con Tello. Se cuenta que
durante la dictadura de Pérez Jiménez fue arrestado como contrabandista y
estuvo preso en la cárcel de Puerto Cabello durante casi dos años. Fue puesto en
libertad después del derrocamiento del dictador. Continuó su periplo en tierra
firme desplazándose entre Cumaná y Puerto Cabello, en lo que fue su fragmento
más oscuro o poco conocido, dedicado al juego de cartas en los casinos
clandestinos como un connotado tahúr.
Otros relatos impresionantes,
casi mitos, relacionados con sus encuentros con la muerte. Está el cuento sobre
un veintinueve de junio, día de San Pedro, cuando aparecieron de la nada cinco
mangueras(2) que venían dispuesta a arrasar la isla; Tello surgió del interior
de la iglesia con un par de machetes y los cruzó blandiéndolos, cual
pararrayos, frente aquellos cincos demonios; haciendo que se desviaran sin
tocar al pueblo cochense. Otras más misteriosa fueron sus peleas cuerpo a cuerpo
con Chinamos(3), Chiríguas y Palanquines en el paso del antiguo cementerio del
Roque, todas estas autenticada por sus compañeros de trago.
Tello, ya sexagenario, comenzó
con un trabajo particular de vendedor ambulante. Recorría todo el largo de la
única calle que había. Salía desde Valle Seco hasta El Cardón y regresaba al
sitio de partida, así lo hizo hasta sus últimos días. La faena consistía en una
especie de trueque. Temprano en la mañana compraba o cambiaba pescado por panes,
cambures, papelón o piñonates(4). En una mara(5) recogía todo el pescado que
conseguía con los que calaban los mandingas. Ya en su casa los salpresaba, una
vez estando secos los vendía por la calle.
Muchas veces llevaba cazón, raya
y chucho para salarlo esa era su especialidad. En su recorrido llevaba sus
productos hasta El Cardón, allí los vendía o los canjeaba por panes, catalinas(6),
papelón y otras cosas que luego de regreso, ya en la tarde, vendía camino a
Valle Seco.
La venta de cazón y raya, por su
olor característico, hizo que se ganara una vallesequera expresión; que aludía
a las niñas que no se habían bañado en el día; cuando esto sucedía las madres
les decían a las chicas, refiriéndose a sus partes íntimas.
- Uff…gueles a rayita’e Tello.
Se decía que Tello era ateo, que no creía en dios ni siquiera en la
virgen; ese rumor desapareció cuando por radio, una vez, se anunció la llegada
de una manguera que venía, entre Margarita y la isla de Cubagua, rumbo hacia
Coche. La gente se movilizó rápidamente a la playa y sacaron sus embarcaciones.
Tello trató de sacar su bote y no pudo; no tuvo suficiente tiempo para sacarla
y quedó varada en la orilla. Ya con la tormenta de frente, a su paso se llevó
la ranchería. Tello viéndose perdido
corrió raudo, tambaleándose por el viento, unos cincuenta metros hasta llegar a
su casa. Entró como pudo, notó que el techo estaba parcialmente desprendido,
todo se cimbraba por la ventolera, salió abruptamente hasta el portón de la
cerca y allí levantó un pedazo de cartón que apunto hacia la manguera. Desde la
parcial oscuridad de la tormenta salió una ensordecedora e incandescente
centella que fue a descargar su eléctrico poder al pie de uno de los cerros, detrás
de la casa de Tello, achicharrando algunos cardones y tunas. La tormenta cogió
otro rumbo y desapareció en la nada.
Ya calmada la situación las
personas fueron saliendo de sus casas y se acercaron a ver a Tello que había
quedado petrificado y con los ojos desorbitados. Uno de sus vecinos, que había visto
lo ocurrido, lo agarró por el brazo y le preguntó sobre lo ocurrido.
- ¡Tello! … ¿qué te paso?
El viejo todavía miraba fijo hacia donde unos minutos había estado la
amenazante manguera. Sacudió su cabeza con la intención vana de borrar la
imagen de aquel negro ser. Atinó a decir desconcertado, después de agarrar con
sus dos manos y besar aquel curioso cartón.
- ¡Esta gallina vieja no la
cambio yo ni por una joven ponedora!
La gente curiosa lo rodeó para averiguar en qué consistía aquel salvador
talismán. Vieron que se trataba de una vieja y desgastada estampa de la Virgen
del Valle pegada a un cartón, el viejo levantó la imagen en un acto de adoración
y la mostró diciendo.
- Esta es la virgen verdadera, no la que
adoran en la iglesia con tanto suntuoso ataviaje o las que venden en el mercado
de Porlamar.
Ante aquellas blasfemas palabras las personas se dispersaron y atribuyeron
la actuación del viejo como una consecuencia de los delirios febriles que se
suscitaron por haberse enfrentado a los rígidos designios de la naturaleza.
La percepción que tenía Tello
sobre la muerte era de admirar. La refería como algo natural, a la que se le debemos
respeto y consideración de amiga eterna.
En una oportunidad venía Tello,
ya de regreso, empujando su carretilla vacía, se desplazaba por un lado del
camino, cubriéndose con las sombras de las casas del todavía inclemente sol. Se
detuvo frente a la casa del también viejo Moco. Uno de los asistentes,
levantantando la voz, considerando la sordera del vendedor ambulante, le comentó.
- ¡Tello! …¿supiste que acaba de morir
Moco?.
El anciano, ya con los ojos grises
debido a la catarata, buscó con dificultad enfocar su atención hacia el que le había
hablado. Se quitó el ancho sombrero de paja y, con su mano derecha,
desplazándola por su frente, aliso las pocas greñas que tenía, y dijo bajando
la cabeza chasqueando los dientes.
- Buena gente Moco… ¡Cará…hasta el carrete! – continúo hablando mientras
miraba a la gente - trabajé navegando con él cómo diez años – terminó diciendo.
Con su mano derecha se persigno dos veces, dejando en reposo su mano
sobre su boca en un beso aletargado. Esa misma mano la levantó y la desplazó
lentamente por los presentes mientras decía declamando.
-
A este
mundo llegamos
sabiendo que vamos
a morir
eso lo tenemos más
seguro
que nacer y que vivir.
Se colocó de nuevo su sombrero y
dijo, después de un carraspeo que le aclaró la voz.
- Pálante
que´l muerto pesa y el cementerio está lejos.
Esa forma curiosa de componer
rápida e improvisadamente un verso, para agradecer, homenajear y a veces
ofender a alguien, lo hizo muy famoso en toda la isla. Tenía una memoria
prodigiosa, a veces la gente lo emplazaba para que narrara anécdotas pasadas o
recitara todo un cumulo de versos dedicados a personas, a San Pedo y la Virgen
o algún evento especial.
En sus recorridos, mientras
vendía o intercambiaba su mercancía, se detenía un momento y apoyándose en su
carretilla daba oídos atentos a lo que la gente comentaba en los portales de
las casas. Se decía que escuchaba mucho
más de lo que hablaba, por eso cuando conversaba la gente le prestaba
atención. Sabían que insertas en sus
prosas en rima iban concentradas verdades que a veces algunas personas no
querían escuchar. Con el tiempo de él se aprendió que las locuras que aparecían
en sus versos era menos que los desaciertos que rodeaba la amarga realidad que
se vivía. Solía decir que muchas veces
nos reímos y nos burlamos de las desgracias de otros, para no pensar ni
mortificarnos por las nuestras.
Los años y la permanente
posición arreando su carretilla arquearon su lomo a tal extremo que caminaba
encorvado. Era hombre decente, solo una vez se le oyó decir una mala palabra y
fue cuando una vez los muchachos jugando béisbol, batearon con fuerza una pelota
de “espaldín”(7), enrollada con teipe, que salió directo a la espalda del
viejo hombre; fue la última vez, y por unos segundos, que recuperó la
verticalidad de su columna.
Se cuenta también que cuando
joven Tello trabajo en los trenes de pesca en la ranchería de Vidal González,
allí conoció a otro joven, algo moreno, que lo apodaban “guarapo”; hicieron
buena liga haciéndose grandes amigos de trabajo y de parranda. Guarapo se aventuró
hacia otros horizontes y se marchó a trabajar a Juan Griego en Margarita, allí
le fue muy bien y se hizo de dinero. Con el tiempo regreso a Coche muy bien
vestido de blanco lino y brindando en el bar de Pedrito. Salió de la taberna
lanzando algunos centavo y lochas, para el regocijo de los niños, en ese
momento Tello pasaba con su carretilla y se detuvo frente al bar; miró a
guarapo y éste lo ignoró. Por un instante le clavó su mirada y le dijo.
-
Guarapo
te conocí
en el mandinga de
Vidal
ahora no me conoces
porque eres café
“Imperial”.
La vida ermitaña de Tello nos
hace recordar la existencia de aquel viejo filosofo Epíteto, del que heredamos
su pensamiento para lograr vivir de la mejor manera, alcanzar paz interior sin
preocupaciones ni angustias. Aceptar las circunstancias de la vida y tomar lo
que me corresponde. Se le oyó decir una vez:
-
Para
que buscar
la quinta pata al
gato
si el destino que
tenemos
es de morirnos al rato.
El mito ha de cumplir con su
propósito de establecer verdades y Tello quedó arropado por ese manto sublime
de recordación.
Conocí a Tello personalmente cuando, siendo apenas un niño, le llevaba
la tela de arepa que le enviaba mi abuela. Una vez él le reclamó a mi abuela
que yo le estaba entregando las arepas ruyías y sin concha.
(1)
Proceso
de recolección en sacos de la sal en la salina.
(2)
Tornado
o tromba marina.
(3)
Apariciones
fantasmales.
(4)
Dulce
oriental de lechoza, naranja y papelón.
(5)
Cesta
de palmas.
(6)
Panecillo
aplanado hecho con papelón.
(7)
Marca
de pelota de béisbol (spalding).
Venezuela,
Cabimas, 03-01-20
Viaje con esta historia
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