domingo, 4 de diciembre de 2022

CAPITÁN DE SUEÑOS

Por Humberto Frontado


              -        
Está bien… si así lo quieres… vete pá la verga.

           Así le respondió Chico Malavé a su hermano Justo cuando éste le comentaba que quería ir a trabajar a Puerto Cabello; era en una gran ranchería donde estaban necesitando carpinteros para la fabricación de barcos. Se podría pensar que Chico con su tosca expresión estaba irrespetando a su hermano mayor, o más bien mostraba la molestia que sentía por la decisión tan repentina y descabellada que se había tomado sin su consentimiento, lo que implicaba quedarse solo y abandonado en aquella inhóspita Isla; pero no, al contrario, Chico sólo le hacía saber que aceptaba su decisión y deseaba que llegara lo más lejos que pudiera en su trabajo. Cualquier otro que esté familiarizado con la jerga de los marinos no se extrañaría con aquella manifestación, como es el caso de estos hermanos que desde pequeños no sabían hacer otra cosa que navegar. Las vergas en el léxico marino refieren a los travesaños que se atan a lo más alto del mástil y de ellas se amarran las velas. Era común escuchar decir a los viejos marinos “vete a la verga a amarrar las velas”.

          Continuó Chico hablando con su hermano y ya casi despidiéndolo le dijo.

       -       Bueno Justo… que logres zarpar sin tropiezos y los vientos permitan orzar tus triunfos a barlovento… que tus velas erguidas agarren la mínima brisa por la amura de babor y te permita zanjar las olas como una gaviota el viento.

          Aquellas dos personas se dieron un fuerte abrazo y dejaron deslizar algunas lágrimas por aquellas mejillas agrietadas prematuramente, curtidas de sol y sal. Justo dejó a su familia en la isla al amparo de su recién casado hermano.

          Había transcurrido un año de aquella abrupta partida cuando Chico le dice a su esposa Mercedes.

        -       Mija… el tiempo a zocado nuestra ballestrinque… ya llevamos tiempo navegando juntos nuestra balandra… tú como mi contramaestre has hecho bien el trabajo… me has ayudado a llevar el timón… has calafateado la nave acertadamente sin permitir que haga agua… hasta has hecho la labor del gaviero reparando y zurciendo las velas durante este tempestuoso viaje… Nuestro primer grumete apenas abre los ojos, algún día estará en la cruceta o cofa vigilando los temporales.

          Chico junto a su hermano se habían dedicado desde pequeños a las lides de la pesca y la navegación, recorrían frecuentemente la ruta de la isla hacia Chacopata en tierra firme. Transportaban pescado salado que luego intercambiaban por mercancía y verduras. Durante mucho tiempo Chico se destacó como capitán en diversas embarcaciones; tanto fue su apego a ellas y a su ambiente que ahora, después de viejo y ya retirado, todo lo que hacía lo relacionaba e impregnaba con el entorno marino. La casa para él era una cubierta con su costillar que tenía la proa hacia la calle y la popa al patio y el escusado. Quedó escorado a babor con el bote de Pedrito y por estribor con el del catire de Quintina.

          Habían transcurrido sinuosas y sin dejarse notar cuatro décadas en aquel lugar de esperanzas perdidas.

         -       Vengo caminando de abajo y el viento hace que la camisa gualdrapee mi costillar – decía Chico a uno de sus vecinos casi llegando a su casa - estoy tan flaco que se me ve toda la quilla.

          -       ¡Ay mijito!… si así estamos todos aquí en Coche… no tenemos a veces nada pá comer…ni siquiera un pedazo de ramalacho - le contesta.

           El viejo capitán sacó una silla y la recostó a la pared del frente de su casa. Se sentó para refrescarse un poco y pasar el agotamiento. Su esposa Mercedes le trajo un pocillo con guarapo aún humeante. Después de tomar un sorbo viró su cara, mirando hacia la punta de donde venía el viento у exclamó:

        -       ¡Caará mujer!... esta ventisca que nos pega por estribor me está anunciando que ya debo fondear y tirar el ancla en esta plácida costa… ya mis velas rotas y llenas de remiendos, así como mis aparejos, no soportan la más mínima embestida… No puedo mantener firme el rumbo… no tengo fuerza pá agarrar el timón, mucho menos pá izar las velas… la cabuyería asoleada y salitrosa no aguantan un templón de viento, son sólo anudados chicotes…  Cederé el puesto de mando a tu cargo porque aquí en esta crujía no queda ya nadie… El mástil de mi esperanza casi se cae al mar… En cualquier momento suelto las amarras y dejo que el viento y la marea me lleven a la deriva… Mis bordadas han sido mínima estos años, considerando que mi esquelética y débil estructura ya casi ni se sostiene, ni puede virar a bordo… Me colocaré en socaire resguardándome de las inclemencias del salino viento.

          -       ¡Caraá viejo!... si hablas pendejadas – le dice su mujer recostada a la puerta - métete pá dentro que te va a dar una vaina si te quedas ahí... tragando toda esa tierra que viene de arriba.

          El viejo se levantó de la silla ayudado por su mujer, ingresó a su nave por una de las escotillas. Entró a su camarote y se echó sobre su catre; mirando fijamente hacia la porta siguió su nostálgico parlamento, pero nadie le escuchó. En la mañana cuando su mujer lo llamó para desayunar se dió cuenta que el capitán había partido silenciosamente en la madrugada en su pequeña balandra.

 

01-12-2022

 

Corrector de estilo: Elizabeth Sánchez

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