Por: Humberto Frontado
Era un veintinueve de junio día
del patrono San Pedro, la gente desde temprano esperaba impaciente la llovizna
que no había caído cuatro días antes cuando se celebró el onomástico de los
Juanes. Era costumbre que ese día San Juan obsequiara una placentera lluvia a
los cochenses; pero al parecer el muy condenado mantuvo su dedo erecto
moviéndolo negativamente. La gente llegó a pensar que el apóstol Juancho le
había cedido a su colega Pedro la gratitud de favorecerlos en su día de júbilo,
ya que ese verano la sequía había sido implacable con la pequeña isla y la
esperanza era la mejor opción.
Con el sol en posición de
retirada la resignada población dejó de prestar atención a las pírricas y
esqueléticas nubes que se movían en el desértico cielo, se dirigieron a bañarse
y vestirse para asistir a la procesión del adorado patrono. A la cuatro de la
tarde estaba pautado el inicio de la misa y más tarde arrancaría la peregrinación.
Esa tarde los actos en la iglesia transcurrieron rápidamente, considerando que se obvió parte de la eucaristía ya que hubo problemas en la consecución del cuerpo de cristo para los comulgantes. Sacaron al remozado San Pedro, quien recién había sido sometido a una cirugía en ambas piernas después de haberse determinado que sus dos piernas habían sido comida sin piedad por el comején. La gente comentaba que con dos piernas nuevas la procesión iba a andar más rápido ese día. Al estar saliendo con el santo de su recinto la gente se percata que el cielo que daba frente a la iglesia estaba todo oscurecido. Los feligreses quedaron absortos contemplando aquella extraña obscuridad, estaban indecisos en arrancar o no la procesión.
Esa tarde los actos en la iglesia transcurrieron rápidamente, considerando que se obvió parte de la eucaristía ya que hubo problemas en la consecución del cuerpo de cristo para los comulgantes. Sacaron al remozado San Pedro, quien recién había sido sometido a una cirugía en ambas piernas después de haberse determinado que sus dos piernas habían sido comida sin piedad por el comején. La gente comentaba que con dos piernas nuevas la procesión iba a andar más rápido ese día. Al estar saliendo con el santo de su recinto la gente se percata que el cielo que daba frente a la iglesia estaba todo oscurecido. Los feligreses quedaron absortos contemplando aquella extraña obscuridad, estaban indecisos en arrancar o no la procesión.
El cura dijo levantando la
voz que siguieran marchando que aquello no iba a afectarlos. No habían pasado
unos minutos cuando comenzó a bajar armónicamente y en seguidilla una cortina
de impresionantes rayos que se hicieron acompañar de una tunda de estrepitosos truenos.
El cura miró algo dubitativo y comenzó a mover las manos indicando que
devolvieran el santo al recinto. Ya el viento se había hecho más fuerte y alcanzó
a la procesión llevando consigo sombreros, flores y palmas. La toga de San
Pedro casi es arrancada de cuajo. La gente que maniobraba el bote donde se
llevaba al santo danzaba al ritmo de las olas del viento, de un lado para el
otro sin poder mantener el control del timón.
Llegando de regreso a la puerta del templo,
San Pedro se cayó de cabeza y con él quienes lo sostenían. Rápidamente se
levantaron y agarraron como pudieron aquella pesada esfinge de madera, la sacaron
de la embarcación y la llevaron hasta su altar, con algunos palos lo amarraron haciendo
una especie de pies de amigos y lo sostuvieron en su lugar.
Afuera de la iglesia se oían
las grandes gotas de agua caer en el techo, parecía que fuese grancilla o
granizo. Las casas traqueteaban ante el embate de aquellos proyectiles caídos
del oscuro cielo. A lo lejos todavía con algo de luz en el horizonte se veían
venir estrepitosas cinco mangueras o tornados de mar. Toda la gente se
persignaba e imploraba a San Pedro calmara aquella loca tormenta. Era demasiado
el viento, la gente corría despavorida hacia sus casas a protegerse, cerraban
ventanas y puertas con lo que conseguían. Las calles quedaron solas en un
momento, solo la imagen tambaleante de un hombre se veía venir hacia la iglesia.
Era Tello Cova que traía en cada mano un machete haciendo malabares cual
samurái. Ya frente a la iglesia y mirando hacia el Piache comenzó a gritar
haciendo unos conjuros y mientras mantenía los machetes en cruz, la escena se
iluminaba a la luz de los rayos.
El viento arreció más
debido a la cercanía de las cinco mangueras. Con los ojos espabilados al máximo
el joven Eleuterio invocó a todas las animas, chiriguas, todos los santos y a la
virgen del Valle para que alejara aquel mixto y extraño fenómeno climático. Fue
indescriptible que finalizado aquel ritual se escuchó una ráfaga de truenos
como si fuera una salva que despedía a un muerto. Desde el cielo se dejó
desprender una bola de fuego que destelló estrepitosamente en el cerro del
Piache. Más sorprendente fue como las mangueras, ya tocando tierra, comenzaron
a disiparse una tras otras; todo quedo en calma y sumido en un profundo y
sepulcral silencio.
Tello quedó de rodillas en
la entrada del templo, extenuado por el acto realizado y llorando de emoción. La
gente comenzó a salir de sus casas y comentado uno con otro lo que acababa de
acontecer, se acercaron y rodearon al joven agradeciéndole su acto heróico y
milagroso. Ese episodio quedaría grabado por siempre en la memoria histórica de
los Cocheros.
Al siguiente día salieron a
la calle a comentar lo sucedido y buscarle explicación, no tardaron en llegar a
un sinnúmero de conclusiones. Dijeron que todo había sido un castigo del ente
divino por la forma desconsiderada y grosera de pedir que cayera agua del
cielo. Como era costumbre para esas fechas los dos santos ofrecen por tradición
una garúa milagrosa todos los años, la gente avariciosa pedía para que cayera
un buen palo de agua, que quitara toda la polvareda dejada por la reseca
cuaresma. Hubo gente que se extralimitó colocando olletas y peroles de todo
calibre alrededor de la casa para no perder ni una sola gota de agua, haciendo
caso omiso a las advertencias de las ancianas del pueblo que consideraban
aquello sacrílego, ya que eso era pavoso y que indefectiblemente iba a alejar
la ansiada lluvia. Todo este comportamiento irreverente y mezquino hizo enojar
el patrón y nos advirtió con ese castigo.
Otros comentaban que la
dirección en la que se habían tirado los cohetes esa tarde no había sido la
adecuada, ya que siempre se habían lanzado hacia el cerro detrás de la iglesia
y esta vez se hizo hacia el cerro del Piache, eso pudo haber hecho enojar al
espíritu cuidador y nos mandó el castigo Piachero, que pudo haber sido peor.
Más tarde se comentó que el cura también tenía parte de culpa por no haber llevado
a cabo la eucaristía ese día, así había quedó acumulado y pendiente una gran
cantidad de pecados sin absolver que hizo enojar al patrono.
Más tarde el boca floja del
monaguillo dejó colar lo que le había comentado su jefe. Una semana antes el
cura había viajado a Porlamar a buscar las ostias en la catedral y cuando pasó
cerca del mercado desvió una parte del dinero asignado para comprar velas, comprando
piñonates, gofios y conservas. Cuando llegó a Coche guardó en su baúl los
dulces junto con las ostias. El calor y la humedad hizo que se enmohecieran las
ostias, solo se salvaron como cinco; el resto del paquete de cien estaban
cubiertos de una capa de negro moho, el cura trato de salvarlas raspándolas con
un cuchillo como si fuera una diminuta arepa quemada, pero no se quiso
arriesgar. Todo esto hizo pensar que el cura por su glotonería y falta de
juicio el todopoderoso lo había castigado.
Ese día después se retomó
la planificación del acto y el cura para exculparse de lo sucedido descargó y
recriminó a los feligreses las acciones pecaminosas que aquel estimulante
verano había hecho estrago en la líbido de ellos. Esa temporada, dicho por el
director de la escuela, se había notado un incremento alarmante de embarazos en
las adolescentes; así como deserciones, desde que se fundó la escuela. Igualmente,
los extravagantes rumores que habían hecho algunas mujeres del comportamiento
sexual de sus maridos. Todo esto llevó al clérigo a concluir que parte de lo
sucedido se debía a una especie de advertencia al pueblo por su reprochable
conducta. Asimismo, aprovechó el momento para regañar a la población sobre sus
exageraciones en la interpretación de lo sucedido, como por ejemplo la “bola de
fuego que venía del cielo”, no siendo mas que un rayo que cayó sobre una mata
de yaque, achicharrándolo.
Además de todo lo ocurrido,
la gloria que había ganado aquel valiente héroe no duró mucho tiempo, ya que en
la mañana del día después de la tormenta aparecieron extrañamente una gran
cantidad de toninas o delfines abollados en la orilla de la playa cerca del
bajo. Tello se había levantado temprano para recorrer la playa y ver que había traído
la tormenta, tropezando con aquel espectáculo. Cargó con todo lo que pudo y se
lo llevó a su casa. Allí los sajo, saló y lo tendió en un pequeño asoleadero que
tenía y otra parte la puso sobre la tapia hecha de botutos que tenía su casa.
Ya en sal el producto lo comenzó a ofrecer como cazón salado. La gente no tardó
en darse cuenta del engaño y lo denunciaron a las autoridades. Llegó el jefe
civil, un tal Benito Bermúdez, con un policía y se lo llevaron detenido por pícaro
y tracalero; estuvo preso cuatro días. El mito de Tello Cova todavía se
mantiene hasta el sol de hoy, aunado al detalle de que esa fue la única vez que
se ha celebrado la procesión de San Pedro un treinta de junio y las mujeres han
quedado a la espera de un verano similar.
Venezuela, Cabimas, 27-06-2020.
Después dicen que en Coche, esa pequeña isla del caribe, no pasa nada. A quien le habrá quedado los machetes de Tello?
ResponderEliminarJajjajajajajjajajaa q historia tío!! Wuao beshossss
ResponderEliminarBuena en verdad. Y Coche está llena de historias quien lo creería
ResponderEliminarMuy buena me gustó la historia.
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